BiografÃa computeril: 16 Bits IV (Preludio al PCverso)
La llegada de los 16 bits a mi casa (al menos en su vertiente, llamémosla, “seria†o “con tecladoâ€) habÃa sido un tanto “bluffâ€
SÃ, los gráficos eran como los que veÃa en las revistas, el tiempo de carga (comparado con el de las cintas) era una maravilla, pero los juegos apenas me decÃan nada. Eso si, yo defendÃa mi Atari a muerte antes aquellos que fardaban de sus Amigas o PCs… Pero, en el fondo, un poco de envidia si que me daban. Si disfrutaban tanto con ellas, algo debÃan de tener aquellas maquinas.
La solución a mis dudas existenciales apareció, como no podÃa ser de otra manera, en la mÃtica MicromanÃa.
En un anuncio de MailSoft (actual GAME, previa existencia bajo el nombre de Centro del Mal) ofrecÃan un cachivache que convertÃa tu Atari (también lo habÃa para el Amiga pero, ¿a quien le importaba aquella maquina?) en un PC. Por arte de brujerÃa binaria iba a tener dos ordenadores en uno. Mi pequeño STFM iba a ser un también un 286, no tenÃa ni idea de que significaba aquello, pero tenÃa que ser mucho mejor (o, al menos, cruzaba los dedos para que asà lo fuese)
Tras unos momentos de duda (monetaria) realicé el pedido.
Un par de semanas después me dirigÃa a correos con toda mi ilusión (y el resguardo) para recoger el objeto de mi deseo.
Al abrir el paquete llegó la primera decepción: El cacharro era diminuto. Al abrir el ordenador llegó la segunda: No veÃa donde cojones encajaba aquello.
Inasequible al desaliento y desconfiando de mi capacidad observatoria, lleve el equipo a los técnicos que trabajaban en el negocio familiar, y llegó la peor de las decepciones: Tampoco ellos supieron que hacer, o donde colocar aquel amasijo de circuiterÃa.
Un poco más asequible al desaliento, llame por teléfono a los amables vendedores (ya sabéis, no habÃa internet, asà que tocaba contactar con la peña zapatófono-mediante) y sólo en esa ocasión se les ocurrió decirme que aquel cacharro no valÃa para el STFM (majos ellos) Asà que mi posible gozo lúdico volvió al pozo del que parecÃa no ser capaz de escapar.
Con el tiempo, el Atari también acabarÃa desapareciendo de mi casa. Pero bueno, siempre me quedaba mi fiel MegaDrive. Los juegos eran caros de cojones (en ese sentido las consolas no han cambiado hoy en dÃa) pero los juegos eran rejugables una y otra vez (algo en lo que sà que han cambiado las consolas de hoy en dÃa)
Esto también nos sirvió para desempolvar el Commodore 128. Las cintas las habÃamos regalado, pero aún nos quedaban los juegos que habÃamos volcado a disco (que, en el fondo, eran a los que más habÃamos jugado en su momento)
Como si se tratase de un Ave Fénix, la maquina del señor Tramiel desbancó sin dificultad incluso a la muy superior (técnicamente hablando) consola de Sega. Y no sólo lo digo como una apreciación personal, sino como algo que afectó a todo el que pasaba por casa.
Venga, vamos con una de esas anécdotas de abuelo cebolleta:
En aquellos tiempos solÃamos quedar para jugar a rol en casa de mis padres las tardes de los domingos. Hasta entonces todo habÃa sido normal. Mientras la gente iba llegando, echábamos alguna partida al ordenador o consola que hubiese por casa y cuando llegaba el último, apagábamos el aparato y nos ponÃamos a jugar alrededor de la mesa.
Pero todo esto cambió tras el segundo advenimiento del Commodore.
La primera parte del proceso continuaba siendo la misma; Gente llegando, una partidita que otra y luego a viajar por mundos imaginarios ataviados de papel y dados.
En nuestras partidas solÃa pasar que algún jugador decidÃa separaban del grupo para ir por otro camino y hacer otras cosas.
Como no estaban con el grupo, obviamente no sabÃan lo que hacÃamos los demás, y se iban a otra habitación hasta que nuestros caminos de todo el grupo se volvÃan a encontrar.
Pero dio la (ejem) “casualidad†que, desde que alguno de los jugadores descubrió el Traz, el Pirates (que ya lo conocÃan del Atari pero…) el Deflektor o cualquiera de los juegos de Hewson (a ver cuando hago una entrada sobre todos estos juegos, que se lo merecen, y mucho) solÃan “separarse del grupo†a la mÃnima ocasión.
Vamos, lo que no habÃan conseguido el Atari, la Master System o la MegaDrive (o los PCs o Amigas en casa de otra gente) lo consiguió el pequeñÃn de la gran C.
Pero… ¿Quien podÃa culpar a aquellas criaturas encandiladas, cual marineros de los tiempos antiguos, por el poder de los cantos de sirena de los 8 bits?
Luego ya pasarÃamos a jugar los domingos en otras ubicaciones, y la cosa volvió a la normalidad. Ni siquiera la llegada de los PCs o de Internet en el local volverÃa a desestabilizar el grupo de juego.
Y es asà como terminó la primera gran época de mi vida lúdico-informática. Con un regreso a los orÃgenes y la recuperación del estatus y grandeza de la maquina que más me ha aportado como aficionado a los videojuegos.