Palabras desde otro mundo

14/01/2010

Reduciendo a lo básico

Filed under: — Javier Albizu @ 21:17

Estoy planteándome varios genocidios. Así, como suena.
En un ataque de furia xenófoba me voy a pulir al noventa y nueve por ciento de las especies no humanas (e inteligentes) de Daegon. Ahí, con un par.
Soy consciente de que eso acarreará una reducción notable del interés del mundo ante el jugador estándar pero… bueno… pues que no jueguen. Podré vivir con ello.

Como os comentaba hace poco, estoy redactando la versión “definitiva” de Daegon y me estoy dando cuenta de algo que ya sabía (así de listo que soy): Todas esas razas son superfluas. No añaden nada a las historias que pretendo contar.
Sólo son herencias del pasado. Del concepto de “Mundo fantástico” que está anclado en nuestro imaginario colectivo friki. Pero en el fondo no dejan de ser clichés andantes, arquetipos hipervitaminados encumbrados a los altares de la generalización racial y/o/u justificaciones para actitudes concretas.

Ya desde mis inicios en esto del rol nunca me atrajeron los no-humanos. Podría contar con los dedos de una mano (y sin repetirlos) la cantidad de personajes no humanos que me he hecho por elección (ya que hay juegos en los que eso iba por tirada) No se trataba de ningún tipo de repulsa o cruzada pro-humana. Simplemente (y como ya he mencionado por ahí arriba) me parecen opciones muy limitadas.
Porque admitámoslo, vale, sí, mola eso de llevar un tío súper ágil, uno enorme, con cuatro brazos o con alas. Pero no dejan de ser eso: Humanos con una característica más desarrollada (y con sus correspondientes bonos a las tiradas) pero por dentro no dejan de ser eso: Humanos. Y una idea que puede estar muy bien para un personaje, cuando lo conviertes en un estándar racial, pierde toda su gracia (y su originalidad)
Se les intenta dar una pátina de trascendencia. Maquillar sus aspecto con rasgos raciales de personalidad o “culturales” y es precisamente ahí donde comienzan a cagarla (siempre en mi opinión) Porque siempre nos encontramos con lo mismo.
Luego esta la gente que pretende ir de rompedora y dar “una vuelta de tuerca al concepto” y te encuentras con razas igual de limitadas, que mantienen más o menos la apariencia física que se le supone y acepta en el imaginario fantástico, pero que actúan como la raza de al lado (esa que la convención dicta como su opuesta) y viceversa.
Y todo esto me cansa. Me cansa mucho, porque sólo son excusas para tener superhéroes de andar por casa. Me cansa porque no se cuenta con ellos nada que no se pueda contar con otra cultura humana (con la libertad que eso te da) Y me cansa porque, a mi, no me aportan nada. Todo lo contrario: No me las creo.

Para mi la inteligencia (la nuestra, vamos, la de las razas inteligentes) es algo que sirve para hacernos únicos, pero únicos como personas individuales, no únicos como especie.
Podemos tener asimilados una serie de conceptos culturales, pero también tenemos la posibilidad de cuestionárnoslos, y no por eso dejamos de ser “humanos” o “navarros” o “ciudadanos de la tierra” Tenemos el intelecto para controlar al instinto (o, al menos, para intentarlo) Pero cuando juegas con una especie no-humana, no. Entonces tienes una serie de valores marcados a fuego de los que no puedes escapar. Si tratas de llevarlo de otra manera es que no eres un “enano” o un “habitante del planeta X” (o cualquier bicho del mundo de tinieblas)

Ahora es cuando decís: Vale, listo, ¿Entonces porqué creaste las razas no humanas en Daegon? Pues… por lo que empecé a usarlos: Porque venían con el libro.

Como ya he comentado en más de una ocasión, Daegon no comenzó siendo un mundo complejo (es más, en sus comienzos ni siquiera tenía nombre) así que iba tirando de lo que había. Y lo que había era RuneQuest… pues lo usamos (conste que esto no es una crítica a Rune, que ya sabéis que me encanta)
Así que adoptamos las tiradas de características de sus razas (que no sus descripciones físicas ni culturales, que Glorantha es demasiada Glorantha como para ponerse a hacer adaptaciones conceptuales) y tiramos p’alante como buenamente pudimos. Las dudas metafísicas, desbarres filosóficos y demás rayadas personales no vendrían hasta pasados unos años.

De todas formas, ya desde la primera toma de decisiones sobre conceptos, orígenes y demás parafernalia, tenía algo muy claro: Todas aquellas razas que iba presentando no dejaban de ser hombres mutados por uno u otro poder. O sea, lo que comentaba antes de superhéroes de andar por casa, pero con una mentalidad humana.
Claro, uno quería ser rompedor y blablabla y se empeñaba en que se llamaban elfos, pero no eran elfos, se llamaban trolls pero no eran trolls, y todo lo demás. Así que, más adelante, para mantener mi propia coherencia, les cambiaría nombres y apariencias (y “poderes”) pero manteniendo sus orígenes y culturas.
Mi mayor problema era como ubicarlos de una manera “orgánica” (signifique lo que signifique) en mi mundo. Como justificar su existencia, más allá del simple hecho de “molar”
Y eso fue lo que hice: Justificar sus existencias. Buscar excusas para que estuviesen allí. Forzar la (mí) lógica interna para que todo lo que había dicho y escrito con anterioridad no perdiese validez. Vamos, cagándola.
Porque no todo lo que había escrito era bueno (ni siquiera para mis estándares). No todas las ideas merecían ser salvadas de la quema, pero me ha costado Crom y ayuda el aceptarlo.

Y así llegamos hasta hoy (bueno, hace un par de días que me vino la iluminación) cuando me doy cuenta de que no hacen falta. La historia se entiende perfectamente sin ellos y siempre que me los imagino, los veo con su humanidad por encima de su apariencia.
Es más, cada vez veo más forzadas sus creaciones. Sí, encajan con el mundo, pero a martillazos. Así que deben morir.

Si que mantendré la apariencia de alguna de esas razas, pero no como especies sino como personajes concretos. Hay explicaciones que si están bien integradas para un individuo, pero extrapolándolas a una especie entera hace que pierda gran parte de su fuerza y acabas con un ejército de clones con mente de colmena.

También añadiré que “molar” no es algo intrínsecamente malo. Es más, si un elemento “molón” está bien integrado en la historia, si es coherente, mi molómetro puede llegar a explotar por la emoción.

Así que, ya sabéis. Apagad vuestros molómetros, o empezad a sintonizarlos en otras frecuencias. Después de esto (le importe a alguien, o no) Daegon no volverá a ser lo mismo (¿Donde habré leído yo esto antes?)

09/01/2010

PCverso I (Se acabó el juego)

Filed under: — Javier Albizu @ 23:40

Tras dejar los estudios (es más, al día siguiente) comencé un curso de mantenimiento de ordenadores en el Fondo de Formación (que, creo, tenía alguna relación con el INEM) El curso ya llevaba tiempo empezado para cuando entré, y la verdad es que llegué bastante perdido, y nunca terminé de encontrarme en él.
Básicamente, la formación se dividía en tres vertientes: Dos de sistemas operativos (DOS y UNIX) y otra de desguace y goce con la casquería electrónica (vamos, reparación de hardware)
En las de sistemas operativos no me enteraba de nada. De DOS sabía un par de comando (más que nada intuía alguna que otra cosa gracias a saber un poco de ingles, y de los tiempos del Basic) y alguna cosa más me sonaba. Por ahí utilizaban las PCTools, aunque no sabía muy bien para que.
No pedían que hiciéramos cuadrados y círculos de colorines con aquella herramienta, pero a mi me sonaba que mis colegas la utilizaban para trampear las características de sus personajes del Bard´s Tale, así que no terminaba pillar por donde tenía que ir aquello.
Lo único que sacaría en claro de aquellas clases serían algunas cosillas:
Que el gore electrónico era algo que nunca tendría que haber abandonado. Me seguía encantando ver maquinas desmontadas, juntar las piezas y que aquello hiciese cosas.
Que el Prince of Persia era un juegazo. Bueno, con esto creo que no descubro nada a nadie.
Que el Atomic runner era otro juegazo (No, a este no jugaba en los PCs del curso, sino en el bar al que íbamos a tomar algo en los descansos)
Y que la programación y yo no éramos compatibles (aunque, cabezón como soy, de vez en cuando trato de demostrar como falsa esta afirmación)

En aquel momento los más de los más que había en PCs (al menos en aquel lugar) eran los 386, que se utilizaban en exclusiva para la sala dedicaba a Autocad. Nosotros nos teníamos que conformar con unos 286. Aquellos números entonces no me decían gran cosa. Lo único que sacaba en claro era que los tíos que los fabricaban y comercializaban tenían alguna fijación rara con los números y el año ochenta y seis.
También empezaban a moverse por la clase unos discos con una cosa que se llamaba Ventanas 2.x , lo cual me decía que los tiempos cambiaban, y que los tipos que empezaban a diseñar y comercializar los sistemas operativos debían de ser colegas de los que ponían nombre a los superhéroes.

Cuando acabé el curso, llegó el doloroso momento de abandonar de nuevo al Commodore y poner un PC en casa. Ya desde aquel momento tomaría la decisión que se mantendría en todos los PCs que he ido comprando (salvo con los portátiles): Nada de ordenadores de marca. Es más, mi primer PC ni siquiera sería Intel, sino que optaría (bueno, aconsejaría a mi padre, que con aquella edad uno no tenía esos dineros) por un procesador de la ya desaparecida Cirix: Un 386 a cuarenta megaherzios, con un mega de RAM y un disco duro de ciento veinte megas. Luego, ya por mi cuenta, le doblaría la RAM, le pondría (bueno, lo harían los de la tienda) un coprocesador matemático, y le pondría una disquetera de cinco y cuarto.
Con este equipo también comenzaría otra tradición: La desconfianza hacia las versiones modernas de los sistemas operativos.
Ya durante el curso había visto como mis compañeros sufrían los estragos causados por aquella cosa de las “Ventanas”, con sus pantallazos de error continuos y su casi completa ausencia de programas para utilizar.
De todas formas, terminaría por caer con la versión 3.1, porque el wordperfect para DOS era feo e incomodo de cojones y los cantos de cisne del entorno gráfico de los Mac llamaban con fuerza.
Pero antes de llegar hasta ahí, tendría mi primera experiencia mística con los virus, acabaría hasta el gorro de los mensajes de memoria insuficiente para ejecutar tal o cual juego (y me haría un ferviente devoto del memmaker) y nacería en mí un odio cada vez más acentuado hacia las disketeras.
Pero de eso ya os hablaré en la siguiente entrada.