Araia IV (Solo los fuertes sobreviven)
Hola de nuevo, niños y niñas, hoy tenéis ante vosotros, un especial con esos “encantadores†Momentos que dejan huella.
¿Acaso creÃais que el pequeño accidente del mordisco en el labio habÃa sido mi único percance en Araia?, ah pobres ilusos. Mi torpeza dio para eso y mucho más. Aunque esta vez lo dividiremos por secciones. AsÃ, comenzaremos con:
Momentos ciclÃsticos
Desde luego, lo mio con las bicis es una relación de amor odio (bueno, no es que ya las “quieraâ€, mas bien, dirÃa que trato de mantener con ellas una relación cordial. Pero lo que es seguro, es que ellas me odian a mi).
Pues resulta que en Araia habÃa una especie de “equipo ciclista†(o sea, un grupo de chavales que se juntaban para dar una vuelta en bici), y todos los veranos nos unÃamos a ellos en alguna que otra ocasión.
Lo cierto es, que a mi eso de ir en pelotón como que no se me daba nada bien (es mas, se me daba como el culo), asà que, bien iba en uno de los laterales, bien al final del pelotón. Pues bien, erase que se era, que un dÃa, la gente comenzó a rodear a Javi, el cual no tardo en agobiarse, y no tuvo mejor idea que perder el equilibrio, y caerse al suelo. No contento con el dolor ya infligido sobre su maltrecho cuerpo, acertó a poner su muslo justo debajo de los platos de la bici de su hermano Aitor. ¿Resultado?, una hermosa firma de dientes de disco sobre mi muslo.
Mas no acabarÃan aquà mis percances ciclÃsticos. Erase otro dÃa, en el que el pelotón, decidió adelantar en bloque a Javi (que hacia yo en la cabeza, es algo que desconozco), asà que se pegaron todo lo que pudieron a él, y este no tuvo mejor idea que ladearse a su izquierda, lugar destinado (y ocupado, o vacÃo, según la percepción de cada cual) por la cuneta. ¿Resultado? La cuneta dejo de ser un lugar vacÃo, para pasar a ser ocupado por mi cuerpo magullado y sanguinolento.
¿Aun queréis mas?. No preocuparse, que hay para todos.
Iba yo camino de la casa de mi abuelita (no, no llevaba una cesta con frutas ni una capucha roja), cuando, al alcanzar una pequeña cuesta que daba a la carretera, no tuve mejor idea que tirar del manillar hacia arriba (como si esto fuera a hacer mas ligera la bici, o menos empinada la cuesta). ¿Resultado?, el manillar continuaba aferrado por mi manos, mas no permaneció encajado en el lugar que deberÃa ocupar en la estructura de la maquina. Acto seguido, y de motu propio, la rueda delantera, también logro su (al parecer) tan ansiada libertad de la maquinaria. Y he aquÃ, amigos y amigas, que el resto de la maquina, enojada por la gravc afrenta a la que se habÃa sido sometida por mis inocentes manos, se vengo de mi, en la forma de una caÃda de bruces sobre la lisa y blanda grava por la que estaba compuesto el suelo del lugar. Mas no es esto todo, ya que la inercia y la gravedad, aliándose con mi infortunio. No tuvieron mejor ocurrencia que primero hacerme ascender, para luego dejarme caer rodando cuesta abajo.
¿No es maravilloso el mundo del deporte?.
Vayamos ahora al grupo dos de los momentos que dejan huella (bueno, en este caso lo llamarÃa mas adecuadamente, lugares que dejan huella). A este lo llamaremos:
¿Tienes miedo a la oscuridad?.
Pues mira tu por donde, yo si que lo tenÃa. Y en aquella casa habÃa una maravillosa buhardilla. Una buhardilla de angosto acceso, ascendiendo por unos estrechos y chirriantes peldaños de madera en estado semi solido, y como colofón, repleta de telarañas. Para poner un pequeño aliciente mas, el interruptor de la luz estaba situado al finalizar el primer tramo de escaleras. ¿No os parece todo lo que alguien como yo podÃa desear?. ¿Porque narices guardarÃan allà los tebeos viejos? (aquellos que no lograba escamotear ocultándolos en la mesilla).
Otro lugar que dejarÃa huella en mi (aunque en este caso no serÃa mala), era una casa que habÃa en el medio del puñetero monte. No es que fuera de esas lúgubres ni nada por el estilo, sino que ¡tenia piscina!. ¿A quien se le ocurre tener algo asÃ?. Bueno, reformularé la pregunta. ¿A quien se le ocurrÃa tener algo asÃ, y poner una valla alrededor?.
Mi sueño dorado, una casa perdida en medio del monte, y encima con piscina. La casa no llegue a verla por dentro nunca, pero era lo de menos. Una piscina para nosotros solos (bueno, cuando a base de darle la chapa, mi abuela nos dejaba colarnos, aunque siempre tenÃamos que largarnos enseguida).
Y…………mañana más.