BiografÃa computeril: 16 Bits I (Advenimiento)
Los tiempos cambiaban, y nos tenÃamos que adaptar a ellos.
Tampoco es que aquello representase ningún trauma. Los nuevos tiempos (o al menos los gráficos que los acompañaban) molaban bastante. El cambio a la nueva década y las horas de diversión que se nos auguraban, parecÃan algo de lo más prometedor.
Pero algo falló. No se exactamente lo que fue lo que pasó pero, en lo que a mi respecta, la cosa fue a menos. La tecnologÃa iba a más, pero no asà la diversión.
Como os comenté al final de la anterior entrada, el Atari habÃa llegado a casa, desterrando al Commodore a un triste e injusto exilio. Las cintas de aquel, fueron esparcidas por diversos lugares de la geografÃa hispana, para hacer hueco a los discos “duros†(que los llamaba yo) que llegarÃan con la nueva maquina.
Pero la cosa no era tan sencilla. Hasta Pamplona no llegaban tantos juegos para el Atari como lo habÃan hecho para las maquinas de la anterior generación. Si a esto le añadimos que, los pocos que habÃa, eran también más caros nos encontrábamos con otro problema añadido.
Ya no podÃas comprarte un juego con la paga semanal y, si no te gustaba, esperar al sábado siguiente para acercarte a Ramar o Iguzquiza y probar suerte con uno nuevo. Es más, las tiendas tampoco podÃan permitirse el vender las dos maquinas de dieciséis bits (Atari y Amiga) asà que se especializaron. Ramar vendÃa Atari e Iguzquiza vendÃa Amiga (y los PCs de Commodore)
No se trataba tan solo de que el mundo cambiase, sino que los cambios eran muy drásticos y demasiado rápidos como para que me adaptase a ellos.
Además, la MicromanÃa empezaba a también a cambiar, agregando secciones de juegos raros (por mucho que se empeñasen en llamarlos “de rolâ€, a mi no me lo parecÃan) secciones de música chunga (o peor aún, música chunga española) y más y más secciones que a mi, personalmente me sobraban.
Y, por si con todo esto no fuese suficiente, los juegos no valÃan para gran cosa.
No me entendáis mal. Me lo pasé en grande con algunos juegos del Atari, pero los derroteros hacia los que se dirigÃan los nuevos juegos se distanciaban enormemente de aquello que me entretenÃa.
De todas formas, esto no era un problema nuevo para mÃ. En la época de los ocho bits también me habÃa pasado algo similar con varios juegos. No es que me pareciesen “malosâ€; todo lo contrario. HabÃa muchos juegos de ocho bits que me parecÃan muy buenos, bonitos, o sorprendentes, pero un peñazo de jugar. Sin ir más lejos, el Batman de Ocean, el Head over heels o (¡¡¡BLASFEMIA!!!) La abadÃa del crimen, me parecÃan preciosos, pero no era capaz de estar más de diez minutos con ellos antes de empezar a bostezar. Los de Ultimate me parecÃan una pasada. Por no hablar del Phantom Club o el Movies que me parecieron un gran avance en su momento (No, el Sentinel no entra en esta categorÃa. Nunca le pille el punto y simplemente me pareció raro) pero nada, no me hacÃa “tilÃn†ninguno de ellos.
Este problema aumento exponencialmente con los ordenadores de dieciséis bits (menos mal que las consolas permanecieron más acordes a mis gustos)
Los programadores debÃan de haber decidido que habÃa llegado el momento de experimentar a lo bestia con los formatos. Ya no les limitaban los cuarenta y ocho, sesenta y cuatro o ciento veintiocho kas. Se podÃan olvidar de las cargas eternas de las cintas o inventos como la multi-carga la carga fx-que-te-cagas o nombres rimbombantes de esos, y meter a saco “toda†la información que quisiesen sin cortarse un pelo. Al fin y al cabo siempre podÃan poner un disco más, que lo mismo daban siete que ocho.
Asà que, ahà estaba yo.
Sólo ante este nuevo mundo cruel y raruno.
Esperando deseoso el advenimiento de nuevos bytes que despertasen la nueva bestia que estaba conectada a la tele.
¿EscucharÃa algún piadoso programador mis silenciosas suplicas?