Macroverso XXIV
DÃa: El último.
Hora: H menos cero.
Lugar: Mundo “realâ€
“Tenemos que hablarâ€. Vaya. Primero llegó el subidón. Súbito, estúpido e irreflexivo. Después la cautela. El socorrido “irrelevanteâ€, el echar agua frÃa a las neuronas y tratar de frenar el Ãmpetu.
Entonces todo comenzó a precipitarse hacia el abismo esquizofrénico.
– “Tenemos que hablarâ€
– ¿De qué?
– Piensa. No la conoces de nada. Alerta de posible pirada.
– Pero… es que…
– ¿Qué?
– No sé. Tiene algo.
– Vas a hacer que me repita. ¿Qué?
– Ahora me repito yo. No lo sé.
– ¡Y dale! Datos, necesito datos.
– ¡Joder! Que no lo sé.
– Pues ya estás tardando en enterarte. Céntrate. Cierra y los ojos y respira. Datos. SÃ, ya sabemos que es guapa. ¿Y qué? Ya estamos otra vez. No sabes de que quiere hablar contigo, y ya estás empezando a pensar en vuestro matrimonio, los niños y el perro.
– ¿Perdón?
– Es una manera de hablar. Que no, cojones. Sabes el procedimiento: Conocer, valorar y…
– Y hostión. SÃ, ya me lo conozco.
– Un intento, un fallo. Vale, cien por cien de cagadas, pero no me llores. Ya lo analizamos en su momento. ¿Qué pasó? Que no la conocÃas. ¿Donde la cagaste? Dejando que la imagen mental que te habÃas creado de ella ocupase el lugar de la persona real. El problema es que te enamoraste de alguien que no existÃa. Te dijo que no, punto . Ya lo hemos hablado y lo asumimos hace tiempo. Ahora no repitas el mismo error – Javi levantó la mano mentalmente para pedir turno de palabra – Quieeeto, que te veo venir – pero parecÃa que no iba a tener esa suerte – Vale, no sabemos si ella cometÃa el mismo error que tú, pero eso ahora es ya:..
– …
– Venga, que tú puedes:…
– ¿Irrelevante?
– Muy bien.
– Pero…
– ¿Se puede saber que te pasa? Ni peros ni… eso.
Los apenas cuatro metros que separaban la cocina del salón se le habÃan hecho eternos con el incesante.
– Nada de echarle miraditas de refilón, que te caneo. Ni se te ocurra girarte.
Definitivamente; iba a ser un tanto complicado hablar con ella si no querÃa mirarle a la cara. A todo esto ¿De qué querÃa hablar ella?¿Se lo habÃa dicho?
– A todo esto ¿De qué querÃas que hablásemos? – tentó a la suerte.
– No sé… sólo necesito hablar con alguien – su ego se resintió un poco por eso pero, por otro lado… No. No le vio el lado positivo.
– ¿Llevas mucho tiempo viviendo en el edificio?
– … – dudó – No lo sé.
– Pues lo siento mucho, pero no se me ocurre una pregunta más sencilla para romper el hielo – eso, hazte el gracioso.
Se hizo el silencio. SabÃa que le estaba mirando, pero no querÃa girarse. Aún asÃ, lo hizo. En cuanto sus miradas se cruzaron, ella rompió a llorar. Su primer acto reflejo fue abrazarla y decirle alguna frase hecha, genérica y tramposa. Mentirle para que se sintiese mejor y se calmase. Ser el reflejo de lo que siempre habÃa visto en las pelÃculas. Pero dudaba. ¿Haciendo eso serÃa él, o sólo alguien más imitando un comportamiento ajeno?
Le costó toda su frialdad el contenerse, pero no podÃa evitar que su corazón se acelerase. No podÃa apartar la mirada de ella. En su interior, el dolor ante aquella impotencia se le hacÃa inaguantable. QuerÃa rozar su mejilla y secar sus lágrimas, acabar con quien fuera que le hubiese causado tanto dolor. Era algo ajena a su aspecto. No era sólo guapa, era …
– Eso no lo sabes.
– Déjame en paz.
Se abalanzó sobre él y lo abrazó como desesperada.
– No sé quién soy. No sé qué hago o cuánto llevo aquÃ. Sólo camino, me muevo y respiro, pero no me siento ni una persona.
Sonó el timbre. Lo ignoró. Sonó de nuevo. Lo volvió a ignorar. Escuchó como alguien parecÃa estar echando la puerta abajo. Le daba igual. Cuatro tipos llegaron hasta el salón.
Vale, a aquello iba a tener que prestarle atención.
– Que bonito. MÃralos a los dos, ahà abrazaditos – aquellos tipos le sonaban de algo, pero no era capaz de ubicarlos.
– ¿Habéis destrozado mi puerta? – no era una pregunta especialmente brillante, pero era un comienzo – Empieza a entrar corriente.
– SÃ, ha sido el amigo este, que tenÃa prisa – señaló a alguien que parecÃa el hermano hormonado de Akenatón – Pero bueno, voy a ahorrarme las presentaciones, para lo que van a servirte. Hemos venido a matarte.
– Mi blog es malo, pero esto me parece excesivo. Aunque, mirándolo por otro lado, acabo de descubrir que tengo cuatro lectores. Supongo que podré morir feliz.
– No vas muy desencaminado.
– Me dejaréis escribir una última entrada antes de morir – siempre se habÃa preguntado como reaccionarÃa ante una situación de vida o muerte. La verdad es que se lo estaba tomando bastante bien. Vale, seguramente sólo vendrÃan a robarle pero, aún asÃ, aquello era demasiado serio como para estar tomándoselo con tanta tibieza – Ahora que sé que tengo “fansâ€, supongo que os debo una entrada de despedida.
– Eres la viva expresión de “el ignorante vive feliz†Menos mal que estoy yo aquà para sacarte de tu ignorancia.
– IlumÃname, oh sabio – a ver, la katana la tengo en mi habitación, asà que no es una opción. Como le pongan una mano encima a la chica, estos no salen enteros de aquÃ.
– Por todos los… – parecÃa que se estaba cabreando ¿aquello era bueno o malo? – Eres igual de irritante como persona que como demiurgo.
– ¡Toma ya!¡Demiurgo! Como se nota que alguien ha sacado partido a sus estudios.
– ¡Ya está bien! Venga, pégale un tiro de una vez – sacó una pistola y se la entregó a uno de sus acompañantes. Un individuo que le resultaba tremendamente familiar. Estaba convencido que se parecÃa mucho a alguien que conocÃa seguro.
– ¿Vais en serio? – parecÃa que iban en serio – ¡Joder!, vamos a hablarlo. ¿Que os he hecho?
– Que que nos has hecho. Tú, nos has hecho.
– ¿Un poquito más de concreción? – ¿de verdad crees que es buena idea seguir con las gracietas? – ¿Por favor? – hombre, donde va a parar. Eso lo arregla todo.
– Somos creaciones tuyas.
– ¿Perdón?
– Si lo miras desde un cierto ángulo (y con un poquito de ironÃa), tú solito te has buscado esto.
– Creo que me he perdido algún capÃtulo de esta serie.
– Voy a intentar explicártelo con caramelos. Somos personajes de tus relatos. Esa gente a la que te dedicas a putear. A hacer “dramáticamente interesantesâ€. A quienes usas como elementos reciclables una y otra vez para plasmar tus neuras y tu sentido de la “épica†y la “tragediaâ€
– Venga. Estáis de coña.
– Es… verdad – la chica se levantó mirándole horrorizada.
– ¿Que? No, venga ya – sÃ, aquello se asemejaba más a la brillante verborrea que creÃa que desplegarÃa ante una situación como aquella.
– Eres tú. ¡Tú me has hecho esto!
– Venga – hala, otro venga en dos frases. Bueno, mejor se centraba en otras cosas en lugar de hacerlo en su limitado repertorio de expresiones genéricas – No puedes tragarte este cuento – obviamente, podÃa. QuerÃa poner la alerta de posible pirada, pero no podÃa. Aquellos ojos desprendÃan un dolor atroz. Un dolor de… de esos que le gustaba para sus personajes.
– ¿Sabes por todo lo que me has hecho pasar?
– Venga – e iban tres – Esto no tiene sentido.
– ¿Sabes cuantas veces me ha asesinado quien más quiero?¿Sabes cuantas veces he tenido que mirarle a los ojos y perdonarle porque, muy en el fondo, sabÃa que no era culpa suya?¿Sabes cuanto he podido llegar a odiarte durante todos los incontables eones de dolor que he has pasar? – no sabÃa si era el miedo ante una muerte casi cierta, o la convicción y agonÃa con la que le arrojaba aquellas palabras, pero le creÃa. Aquello no tenÃa ningún sentido, pero le creÃa. Además, parecÃa que su voz interna se habÃa largado, asà que no tenÃa quién le anclase al mundo de los cuerdos.
– Te cedo el honor – Deux Ex le entregó la pistola a Ella.
– Pero yo no os he hecho nada. Yo sólo escribo historias. Vosotros sois personas reales. Yo no puedo crear a personas reales. Además – se le ocurrió una idea desesperada ideal para la situación – Mis personajes, mis protagonistas, jamas matarÃan a alguien asÃ, a sangre frÃa. Si lo sois, eso tenéis que saberlo. No matan por venganza – hizo memoria. No, creÃa que nunca habÃa escrito a ningún personaje asÃ, demasiado “fácil†– Si me matáis, estaréis demostrando que todo lo que decÃs es mentira.
Ella miró a Javi, bueno, al Javi del microverso. Sin mediar una palabra se lo dijeron todo. Era verdad (aquel era un recurso que también habÃa utilizado más de una vez). No podÃan matarle. En el fondo tampoco era culpa suya. Él sólo contaba la vida de unos personajes que no existÃan. No podÃa imaginar que pudiesen llegar a tener sentimientos reales.
– Está visto que aquà tengo que hacerlo yo todo – Deux Ex cogió la pistola – Pero bueno, a todo se acostumbra uno.
– ¿Y por qué no se te aplica el razonamiento de antes a ti?
– Porque yo no soy un personaje “normalâ€. Yo soy el recurso que utilizas y desprecias. La justificación que das para que las cosas sucedan. Soy el barniz que une tus historias y que luego ignoras mientras te dedicas a pisotearlo como si no estuviese por ahÃ. Soy lo único que podrÃa salvar ahora tu triste vida de mierda. Pero no me da la gana.
Disparó a Javi a la cabeza, matándolo en el acto.