Palabras desde otro mundo

17/05/2007

Empatía

Filed under: — Javier Albizu @ 05:55

El ser humano es una criatura social. Por mucho que algunos se empeñen en demostrar lo contrario, por que algunos (demasiados) se empeñen en acabar con la vida de otros, el ser humano necesita de la compañía de otros para sentirse plenamente realizado. Quizás no siempre, quizá no de manera continua, pero si en multitud de momentos y situaciones de nuestras vidas. Por lo general, en los más importantes.

Los buenos momentos no lo son tanto sin alguien con quien compartirlos. Sin alguien que se alegre de tu felicidad. Los malos momentos con peores cuando estás solo. Cuando no tienes quien quiera compartir esa carga contigo.
Porque la interacción humana no consiste en una repartición equitativa de favores. En un te “doy esto esperando a que tú me des esto otro”. En un “estoy aquí porque es mi obligación, porque te lo debo”. Esa es la relación social. Las normas que aceptamos y establecemos para tratar de escudarnos. La pose que adoptamos para evitar la reacción pura. Lógica sobre instinto. Compromiso sobre sinceridad. Racionalidad sobre visceralidad. Seguridad contra incertidumbre.
Somos cobardes por naturaleza. Nos asusta aquello que aún desconocemos. El miedo a fracasar, a sufrir. Pero los instintos, al igual que los hombres, son contradictorios. No entienden de lógica o racionalidad. La dicotomía y la dualidad están siempre ahí, presentes en todos los ámbitos de la vida. Un mayor riesgo mayor puede ser el fracaso, pero también será mayor el éxito. Los augurios siempre están ahí, quien no conozca la desdicha jamás comprenderá en toda su extensión la felicidad.
Así que realizamos nuestras decisiones sabedores de que no existen normas, reglas o leyes al respecto. Tratamos de limitar instintos, de acotar los deseos. Un riesgo moderado como mucho acarreará una decepción moderada, un umbral de dolor aceptable.
Pero hay ocasiones en que alguien rompe nuestros esquemas. Que la conexión que percibimos, adivinando ajenos a la certeza, logra hacer que rompamos nuestras propias barreras autoimpuestas liberando a nuestro yo puro. Y en ese momento nace la amistad verdadera, ajena a los condicionamientos sociales o lógicos. Despojada de límites y miedos.
Pero esos momentos suelen aparecer en pequeñas dosis, dejándonos deseosos de más. De vivir de nuevo esa experiencia.
Pero, como ya comentaba, somos contradictorios. Somos volubles y nuestras emociones no son una excepción, sino las más fieles seguidoras y servidoras a esa regla inexistente. Y una vez El Momento ha pasado no tenemos con que llenar el hueco que ha dejado en nuestro interior. Cualquier intento por repetirlo fracasa, porque cada uno de ellos es único. Pero aún así continuamos buscando aquello que no se puede encontrar. Aquello que sólo puede aparecer cuando sea el momento adecuado.

Y entonces alguien te llama, y te dice que es feliz.
Y en ese mismo momento, tú eres feliz.
Y dejarías todo lo que estas haciendo para ir a estar con esa persona, abrazarle y decirle:
Gracias por ser feliz.
Gracias por compartirlo conmigo.