Palabras desde otro mundo

02/05/2006

Minutos musicales

Filed under: — Javier Albizu @ 18:57

Decir que la música me gusta sería un perogrullo de lo más inútil y vacío. Pero bueno, la música me gusta.
¿Me gusta toda la música?
Me gusta todo tipo de música (aunque, por supuesto, tengo mis géneros predilectos) y trato de no dejarme llevar por prejuicios estilísticos, estéticos o escénicos (tanto en sentido positivo como en negativo).
De todas formas, hay momentos en los que me lo ponen difícil. El marketing a base de saturación en cualquier medio conocido, tiende a ponerme en contra de según que productos (si, hablo del pop comercial, pero el Nu-Metal, en según que círculos conocido como Heavy chandalero, tampoco se escapa).
Ahora mismo en mi disco duro conviven los mepetreses de Metallica con alguno de Britney Spears o los Backstreet boys, bandas sonoras de series de dibujos animados setenteras, con el Adagio para cuerdas de Samuel Barber (de la banda sonora de Platoon), Rammstein y Justin Timberlake, Incubus y Madonna, Rage against the machine y Kylie Minogue, Satriani y Seu Jorge, Queens of the Stone age y Sugababes.
Igual que puedo decir que me pueden gustar temas de cualquiera, también puedo decir que no hay nadie de quien me gusten absolutamente todas sus canciones. No soy un hombre de fanatismos.

Decir que no puedo vivir sin música sería exagerar, pero decir que no imagino mi vida sin ella no lo sería tanto.
La música funciona a un nivel visceral. No importa tanto que lo que digan las letras tenga, o no, sentido, como lo que te transmite a cada uno el conjunto de la canción.
La música induce estados de ánimo, o te acompaña en aquellos en los que ya te encuentras o padeces. Puede ser detonante o apaciguador de sensaciones.

En mi caso particular la música me sirve como compañía y, más en particular, la música cañera, me sirve como válvula de escape.
Cada momento tiene su banda sonora. Mi vida es un continuo cambiar a la siguiente canción a la búsqueda de una que sintonice con el estado de ánimo en el que me encuentro en ese momento.
Cuando me encuentro bien, cualquier canción que me guste sirve. Cuando estoy deprimido, algo lento y que transmita dolor y tristeza. Algo que me recuerde que no soy el único al que le pasan según que cosas. Algo que me acompañe durante ese estadio y me lleve a otro distinto.
Cuando estoy cabreado o sé que tengo que hacer algo, pero no me encuentro con animo de hacerlo, entonces me pongo algo cañero. Música que me haga gritar y desahogarme por dentro, que mis labios se muevan aunque de ellos no surja ningún sonido. Que provoque que mis brazos se muevan a su ritmo. Que me ayude a sacar eso que llevo dentro y no debe permanecer ahí. Que evite que salte cuando no tengo que saltar. Que me diga: No te quedes ahí parado. Sigue avanzando.

Hay pocos momentos a lo largo del día en los que no este escuchando música. El tiempo que tardo desde que me levanto hasta que llego al coche. Cuando estoy comiendo en casa de mis padres, o cuando estoy con gente en algún lugar que no es mi casa.
Para dormir, pongo música. Para caminar, pongo música. Para conducir, pongo música. Para no hacer nada concreto, pongo música.
Lo curioso es que no siempre la escucho, pero me gusta que esté ahí. Más de una vez he llegado a verme a mí mismo como un disco o una cinta en la que te has grabado una recopilación de canciones que te gustan. Estoy ahí y soy una compañía agradable y fácil de ignorar cuando es necesario. De vez en cuando, suena esa canción que querías escuchar, en el momento en el que querías escucharla. Igual ya casi ni te acordabas de ella, pero en ese momento vuelves a escucharla y te transmite lo mismo que la primera vez. Y se ha acabado, pero no te la puedes quitar de la cabeza, y la tarareas mentalmente una y otra vez.
En otros momentos soy esa canción que en tiempos te gustó, pero después te cansaste de ella, o a la que asocias a algún mal momento y la adelantas porque no te apetece escudarla en ese momento.

Si por lo general no soy capaz de poner según que cosas por encima de otras, con la música no me pasa así. No es que tenga un artista preferido que destaque sobre todos los demás. Pero si que siempre hay un disco o un tema que me apetece escuchar más que el resto.
Por supuesto, ese tema o disco cambia de temporada en temporada. Hay algunos que duran más que otros, pero, tarde o temprano, todos terminan por ser desbancados.
Ejemplo:
Hasta hace un par de semanas lo que más escuchaba eran un par de temas de Orson, antes que ellos fue Kelly Clarckson, antes que ella, P.O.D., antes que ellos Ill niño, antes que ellos 30 secconds to Mars, antes que ellos otra vez Ill niño (pero en su vertiente menos agresiva), antes que ellos Gigatron, antes que ellos The Mars Volta, antes que ellos A, antes que ellos Queens of the stone age y así hasta el infinito (o el comienzo de mis tiempos. Esta lista vendría a ser lo que he ido escuchando en los últimos doce meses).
Ahora es el nuevo disco de los Tool (han sido cinco años de espera, pero han merecido la pena). Sé que este disco va a durar mucho tiempo entre mis predilectos, por encima de otros que me baje más adelante.

¿Por qué?
¿Qué tiene este disco que no tengan los que he mencionado antes?
Ahora trato de explicároslo (bueno, igual esto os da igual, pero de todas formas os lo voy a decir. Si seguís leyendo, o no, cosa vuestra).

Si queremos buscar una constante en mis gustos encontraríamos una que poco tiene que ver con lo musical en sí: Me gustan los temas largos.
Sí, puede sonar un tanto chorra, pero es así.
No es que me gusten todos los temas largos, ni que cuanto más largo sea un tema, más me guste. Pero si que puedo decir que los temas que durante más tiempo he estado escuchando tenían una duración considerable. Simplemente me cuesta más tiempo el cansarme de ellos.

Las canciones largas se toman su tiempo para llevarte hasta donde quieren hacerlo. No se limitan a contarte una anécdota, sino que te narran historias más complejas, te llevan por varios estados anímicos sin interrupción.
No. No hablo de la película que te cuenta el cantante, sino de las imágenes que despierta la música en tu cabeza. De las emociones que afloran cuando la escuchas.
Nada de eso tiene porque tener sentido, de ahí la visceralidad a la que aludía al comienzo de la columna. Es más, rara vez tienen sentido una vez analizadas. La racionalidad no es eso lo importante en la música.
Y así llegamos a 10.000 Days, el disco de Tool que sale este mismo mes (y que me compraré en cuanto salga pese a tenerlo descargado). Un disco que es una entidad en si mismo. Once temas que continúan unos donde acaban los otros para terminar creando una imagen mayor.

Durante la semana, lo había escuchado poniendo los temas en modo aleatorio mientras hacía otras cosas. Pero no fue hasta el sábado, que lo puse todo seguido, tumbado en el sofá y con los auriculares a máximo volumen, que pude apreciarlo como realmente era.
Hay temas calmados con pasajes abrasadores y lagunas de calma necesaria en otros cuando crees que tus oídos no pueden aguantar más (pero que te dejan con ganas de más)
Todos los instrumentos tienen la misma presencia e importancia, y la voz no es sino un instrumento más que no sobresale sobre los demás. No es cuestión de humildad, sino todo lo contrario. Estos señores son muy buenos haciendo lo que hacen, y se dedican a demostrarlo en cada uno de los temas.

No creo que llegues a escuchar estos temas en la radio (A no ser que saquen alguna versión capada para emitirse). Algunos de ellos se pueden escuchar por separado, pero el más corto de ellos (de los que se tienen sentido por suelto) dura seis minutos y medio. El resto son temas de siete, ocho y once minutos.

Tampoco voy a decir que sea un disco perfecto. Hay momentos que no me gustan, pero son un fragmento de transición entre dos temas que dura minuto trece, y el último tema al que no le acabo de pillar el punto. Pero esto no hace desmerecer el conjunto.

Y ya os dejo. Espero que a alguno le haya entrado la curiosidad y se lo pille (o me lo pida)