Palabras desde otro mundo

22/06/2007

Mitomanías

Filed under: — Javier Albizu @ 06:46

Los famosos no me dicen nada.
No es que no quieran hablarme, o que no se capaz de recibir las ondas sonoras que producen sus cuerdas vocales. Simplemente es que no despiertan en mí ninguna clase de curiosidad especial que me haga desear el conocerlos o rondar sus cercanías.
Ya pueden ser tipos que hayan creado obras que me haya encantado, que hayan logrado descubrir algo que hace de este un mundo mejor, o que sean tipos que en pantalla me den la sensación de ser gente simpática. Nada, me dejan frío.
Ya lo decía en una de mis primeras columnas, cuando afirmaba sin el menor lugar a dudas que me podían dar a elegir entre pasar rato con una supermodelo o con una amiga, que siempre escogería la segunda opción.

Veo en las noticias que hay un montón de jugadores del Barsa que no han querido (o no les ha dado la gana de) conocer a Nelson Mandela, y se lo recriminan severamente. Que queréis que os diga. No acabo de comprender esa reacción.
Vale, el señor Mandela es todo un señor, y ha hecho muchas cosas importantes por los suyos, pero no deja de ser una persona más. Y los jugadores de fútbol, por muy millonarios que sean y muy entronizados e idolatrados que estén por mucha gente, no dejan de ser lo mismo, personas. No son modelos de conducta ni el uno ni los otros (o al menos no deberían ser tratados como tales)
Cada uno tiene sus prioridades y cada uno hace con su tiempo lo que le place. Darle la mano a este buen señor y hacerse dos fotos con él no les va a cambiar. No van a ser “mejores” así, de repente.
Es la dinámica de esta sociedad (de la desinformación y la comercialización) Dar la imagen que se busca, la que se espera de ti y vender camisetas o periódicos, o mostrarte tal y como eres y convertirte en enemigo público o simplemente desaparecer.
De acuerdo, el señor Mandela sí que ha dado unas cuantas (bastantes) lecciones de civismo a todo el mundo, pero también la habrá cagado en más de una ocasión, vamos, digo yo, como cualquier otro. Por la contra, hay gente que a diario hace, o trata de hacer, lo mismo (aunque a menor escala, o en lugares más incómodos) y en ellos no se fija nadie nunca.
No serán notorios, no les considerarán noticia, pero eso no implica obligatoriamente que ellos o sus causas sean menos merecedores de respeto o de atención.

El otro día me tocó trabajar en el Monasterio de Leyre montando los ordenadores en la sala de prensa cuando vino el príncipe. Al regresar, a la pregunta de algunos de mis compañeros de “¿has visto al príncipe?” les respondí “sí, en la tele” (otros me preguntaron si había aprovechado para visitar el monasterio, cosa que tampoco hice, pero eso ya se sale del tema de hoy)

La semana que viene, actúa en Pamplona Joe Satriani. Me encanta como toca (aunque hace ya unos años que no le sigo la pista) Podría ir al concierto gratis, pero no iré.
El verle en directo no me añadirá nada. El tenerlo a unos pasos no va a hacer que se me pegue algo de su habilidad (aunque… quizás… ¡si me alcanza algo de su sudor igual aprendo a tocar la guitarra automáticamente!)
La música me encanta. Ya he dicho más de una vez que es algo que me acompaña prácticamente a cada momento y que, en ocasiones, puede llegar a “llegarme” más que cualquier otro medio de comunicación. Pero no me gustan los conciertos.
Solo he estado en conciertos de amigos (de amigos que hacen música que me gusta) y ha sido para compartir ese momento con ellos, no por el hecho del concierto en sí.

A mi lado ha pasado gente famosa, pero nunca han despertado en mí el instinto o impulso de tratar de establecer contacto con ellos. He tenido oportunidad de conocer a otros tantos, pero siempre he preferido hacer cualquier otra cosa (alguna cosa que me apeteciese de verdad) No son diferentes de cualquier otra persona a la que no conozca.

Porque esa es la realidad. La gente no conoce a los famosos, sólo percibe el personaje que interpretan cuando escriben, cantan o hablan (o cuando escriben, cantan o dicen las palabras que les ha dictado o escrito otro)

Conocer a otra persona es algo muy complicado, por no decir imposible.
Y para hacerlo, ambos tienen que estar situados a la misma altura.