Palabras desde otro mundo

04/07/2006

Resortes internos

Filed under: — Javier Albizu @ 19:57

Este domingo volvía para casa, y me faltaban apenas doscientos metros para llegar a mi portal, cuando comenzó a llover. Las primeras gotas parecían rodearme, y sólo las veía impactar sobre la superficie del río mientras cruzaba el puente. Según iba avanzando, la lluvia se hacía más cerrada. Casi podía ver como las gotas iban acercándose las unas a las otras, hasta que prácticamente lo ocupaban todo.
Pese a que el día ya había dejado paso a la oscuridad, aún hacía calor y agradecí el contacto del agua. Llevaba la chaqueta anudada a la cintura, pero no hice amago de tratar de ponérmela. No aceleré el paso para llegar antes hasta el portal, ni me preocupé en buscar cobijo bajo los balcones o salientes de los edificios. Me limité a continuar por la ruta que siempre tomo.
Cuando ya veía el portal de mi casa, frene un poco mi paso. Casi me daba pena el alejarme de la lluvia. Fue entonces cuando algo se activo dentro de mí. No tenía nada que ver con mi estado anímico de aquel momento ni con nada que hubiese sucedido en los últimos tiempos.
Habían pasado casi seis años desde aquello, pero de repente era como revivir aquel momento. También volvía a casa, solo que entonces vivía en casa de mis padres. La noche aún no había caído, pero el día estaba próximo a su final. Hacía calor, pero en aquel momento no me importaba, mi cabeza se encontraba luchando contra unas sensaciones más acuciantes y dolorosas que el clima.
Entonces comenzó a llover. Caminaba bajo un porche y mi atención estaba tan concentrada en mis “problemas” que no me di cuenta de ello. Pero al abandonar el cobijo que me proporcionaba el edificio, sentí el contacto de las primeras gotas.
A mi alrededor la gente corría buscando lugares en los que esperar a que protegerse de la lluvia, pero mi reacción fue la contraria. Aminoré mi paso y camine con calma hasta llegar a casa. Cuanto más me empapaba, más parecía atemperarse mi estado de ánimo.
Al final llegue a casa. No recuerdo como me sentí al llegar. Si mis tribulaciones regresaron cuando la lluvia no estuvo en contacto conmigo, o si me limité a no hacer nada. Pero si que recuerdo la sensación de caminar bajo la lluvia sin prisa por llegar a ningún lado, como si el mundo a mi alrededor hubiese dejado de existir. Como si lo que me atormentaba hubiese quedado lejos y no supiese que al día siguiente me iba a sentir igual.

Puedo afirmar sin temor a equivocarme que desde aquel día me he mojado por la lluvia en más de una ocasión, pero no fue hasta este domingo que afloró aquel recuerdo y las sensaciones que lo acompañaban.

Hoy me ha vuelto a pasar lo mismo.
Siempre tengo música de fondo. Un listado de casi dos mil canciones que se repiten de manera aleatoria. Las hay que llevan más tiempo ahí, las hay que menos, pero casi todas las he escuchado muchas veces.
Estaba trabajando tranquilamente cuando ha sonado una canción. Lo cierto es que no estaba prestando atención a la música, sonaba de fondo, pero había ruidos que la encubrían eficazmente casi todo el tiempo.
Pero ha sonado esta canción. Es un tema tranquilo, no tiene un volumen brutal ni nada parecido, pero era como si la voz de la cantante se hubiese impuesto sobre todo el ruido ambiental. Es una canción que he escuchado cientos de veces. Pero a partir de un momento dado, y durante mucho tiempo, cada vez que la escuchaba, invocaba un estado de ánimo muy concreto en mí.
Como decía, unas simples frases se han impuesto donde habían fracasado las guitarras atronadoras o las voces rotas… y me he vuelto a sentir como entonces.

Es curioso como reaccionamos a según que estímulos. Eventos que en cualquier ocasión no significan nada, en momentos concretos se vuelven increíblemente trascendentales para, a continuación, volver a dejarnos igual.

Por mucho que creamos conocernos, la realidad siempre acabamos por demostrarnos que somos unos completos desconocidos aún (o sobre todo) para nosotros mismos.
Por muy cerebrales, racionales o controlados que pretendamos ser, al final siempre hay algo que nos hace saltar en un sentido u otro.
Controlamos (en cierto sentido) la manera en la que exteriorizamos esas reacciones, pero no podemos evitarlas cuando llegan a nosotros (o buscarlas de una manera intencionada cuando no llegan)
Podemos fingir que no están ahí, podemos hacer como que si que están, a la espera de que con el tiempo eso llegue a ser cierto. Pero basta algo de lo más trivial, algo que en cualquier otro momento nos resulta de lo mas irrelevante, para desmontar todos nuestros engaños autoinducidos, para destruir la fachada que tanto nos ha costado levantar.
Pero lo mejor de todo es que esos recuerdos, esos momentos “revividos” tampoco son “la verdad”. No dejan de ser meras ilusiones, espejismos idealizados o quimeras que nuestro orgullo, nuestra vanidad o nuestra estupidez (que no dejan de ser la misma cosa) se niegan a abandonar.
Estas ilusiones son tan importantes como la importancia que queramos darles. Son tan reales como les dejamos ser.
El pasado es importante. El pasado es lo que fuimos y los pasos que hemos seguido para ser quienes somos hoy. El pasado es necesario e inevitable, pero no es quienes somos.
La memoria no es otra cosa que una herramienta. Una herramienta muy útil pero también muy imprecisa y difícil de utilizar, pudiendo llegar a ser muy peligrosa cuando se alimenta por los estímulos equivocados.
Negar lo que fuimos no lleva a ningún lado bueno, pero tratar de vivir en el pasado tampoco es la solución. Siempre habrá algo que activará nuestros resortes internos cuando menos lo esperemos o lo deseemos, pero somos nosotros quienes decidimos como dejaremos que nos afecte. Somos nosotros quienes debemos asignarles su lugar y relevancia en la persona que somos hoy.