Palabras desde otro mundo

21/06/2007

Colisiones asíncronas en el enésimo nivel

Filed under: — Javier Albizu @ 07:28

Como ya decía en la anterior columna, vivimos reaccionando. Unas veces reaccionamos ante elementos externos, y otras antes los impulsos que emanan de nosotros mismos (aunque, por lo general, esos impulsos vienen provocados por agentes externos, así que…)
Es más, en multitud de ocasiones, podríamos considerar nuestro propio cuerpo (o las funciones químicas que se desarrollan en su interior) como algo “ajeno” o “externo” (y pese a lo contradictorio que suene, no deja de ser cierto) a la hora de tomar decisiones. Algo cuyos impulsos desafían a nuestra capacidad lógica y decisoria. Un generador de impulsos cuyas motivaciones reales se escapan a toda lógica, para entrar en el terreno de lo emotivo y empático, en lo desconocido.
(Ninoninoninonino, bienvenidos a la zona oscura)

En anteriores capítulos de: Palabras desde otro mundo…
Nuestro héroe duda ante la posibilidad de darle la mano a alguien
¡¡¡Chan chan…!!!
¿Que pasará?
¿Cual será el sorprendente desenlace de tan trascendental evento?

Vale, sí. Tampoco es para tanto, pero tampoco es tan sencillo.
No me estoy refiriendo a las meras implicaciones sociales que conlleva el contacto físico, sino a lo que representan para cada uno en el nivel personal.
Cuando yo veo a alguien, mi reacción natural no es la de darle la mano. A mis amigos no les doy la mano, porque entiendo que nuestra relación ha trascendido de esa convención social. Pero, a su vez, el apretón de manos no deja de ser una “estandarización” de una necesidad humana básica: La del contacto físico con los demás.
El apretón de manos me resulta algo de lo más ajeno, una acción vacía y carente de todo significado emocional. Soy conciente de que se trata de un rito social y del significado que posee para mucha gente, y es por eso que lo llevo a cabo cuando así me parece que lo requiere la otra persona.
Por otro lado y, pese a no ser capaz de comprender en su totalidad su razón de ser, hay impulsos que genera mi cuerpo a un nivel primario a los que si que trato de resistirme conscientemente.
No, no me refiero a los de partirle la cara a alguien cuando me toca las narices. Bueno, a esos también me resisto, pero no es de esos de los que quería hablaros.
No se trata de que me incomode el contacto físico, sino que no se como reaccionar ante él, y por reaccionar no me refiero a no ser capaz de interpretar intencionalidad de ese contacto, ni agradecerlo, sino a que mi cuerpo no sabe como responder.
Os sonará estúpido, pero es así.
Desconozco como reaccionareis los demás ante esa necesidad de establecer contacto. Esa necesidad de transmitir tu apoyo a otra persona más allá de las palabras. De demostrarle que estas con él “ahí” de todas las maneras en las que se puede estar “ahí”.
El impulso esta ahí dentro, pero mi mente no es capaz de transmitir las instrucciones, de traducirlas al resto del cuerpo. Mi cabeza dice “corresponde a ese contacto”, pero el cuerpo dice “vale, ¿como?, dinos lo que debemos hacer” así que la cabeza responde “Pues ni idea, no sé en que coordenadas colocaros, ni durante cuanto tiempo”
Veo a la gente, veo sus reacciones, pero no quiero imitarlas. Me parece mal, me parece deshonesto, me parece igual que mentirles. Hay veces (pocas, muy pocas) en las que el cuerpo reacciona por su cuenta antes de darme tiempo a pensar y me sorprende, pero muchas de esas pocas veces, después de eso, la cabeza comienza a analizar y hacer preguntas y como el momento se alargue más de unos segundos ya la hemos cagado.
Y eso es con los amigos, con las amigas ya es el horror, y lo digo en el sentido más literal. No porque no desee establecer ese contacto, sino porque me aterra la posibilidad de ser malinterpretado. Da igual el nivel de confianza, da igual el saber que me conocen lo suficiente como para no pensar lo que no es. Para cuando mi mente es capaz comenzar a procesar de nuevo, la ventana de oportunidad ya ha pasado.

Reacciones y más reacciones. Algunas las comprendemos y otras no. Algunas las aceptamos y contra otras luchamos. Pero nunca somos libres por completo.
Sólo hay una cosa segura.
La elección de seguir luchando contra aquello que no queremos ser sólo es nuestra.