Palabras desde otro mundo

25/01/2011

Crisis en tierras infinitas

Pamplona, mil novecientos ochenta y siete. Tengo catorce años y llevo varios meses en cama con reuma. Literalmente, no puedo doblarme. Tenía pánico a la oscuridad, y dormía solo en una habitación. Una habitación de la que no podía moverme en una casa en la que gran parte del tiempo no había nadie. Pero lo peor no era aquello, sino que se gestaba en mi interior. Por mi cabeza se dejaba notar constantemente una duda: ¿Volveré a levantarme algún día?
Una vez puestos en situación, si aquello no era una situación de crisis de unas proporciones infinitas, que venga Crom y lo diga a la cara.

Mi padre poco podía hacer para ayudarme, así que se dedicaba a traer tebeos en avalancha. Hasta mi habitación llegarían todo lo que se publicaba y aparecía por los quioscos. Desde Mortadelos a números de colecciones ya cerradas como las Secret Wars (que en España había terminado su publicación el año anterior). También llegarían hasta mí algunas “rarezas” como Los Nuevos Mutantes de Claremont y Sienkiewicz o algún tomo suelto del Dark Knight, o el Ronin de Miller. Pero en aquellos días, lo que menos necesitaba eran historias oscuras que, aparte de eso, me parecían galimatías narrativos ininteligibles.

Mi vida era un ciclo constante de miedo y sustos (por esos suerte de ruidos tan simpáticos que hacen las casas cuando no hay nadie más), estudio (poco y malo) dolor y relectura de tebeos (no, en aquellos días no tenía muchos amigos que viniesen a visitarme)

Portada del número 3 de la colecciónY, un buen día, llegó un tebeo con una portada llena de gente. Decenas de personajes totalmente desconocidos para mí, ataviados con trajes muy coloridos y mezclados con vaqueros, un tanque y un tipo gigantesco que lo miraba todo desde arriba. Era el número tres de la maxi-serie Crisis en tierras infinitas.
Universos vivirían, universos morirían, y mi vida nunca volvería a ser lo mismo.

Por supuesto, le dije a mi padre que buscase y me trajese más números de aquella colección. Llevaba toda mi vida leyendo tebeos, pero nunca había llegado a mis manos nada como aquello. No sé cuantas veces lo leí, pero no me cansaba pasar sus páginas una y otra vez.
Conocía a Superman y a Batman, pero todo lo demás era completamente nuevo y… emocionante.

Hasta el último recoveco de cada viñeta destilaba épica y acción, tensión y tragedia. Pero no era sólo eso. También había una historia ¿qué digo una historia? un montón de historias que se desarrollaban al mismo tiempo, y todas ellas se entendían perfectamente. En una página te presentaban a un personaje, sólo para ver como moría un par de números después… y conseguía que te importase aquella muerte.
Supergirl, Flash, Kole, el Sargento Rock y sus chicos de la Compañía Easy o el mismo Monitor. Incluso los supervillanos de tierra tres. Todos me importaban, y quería saber más de todos y cada uno de ellos.
Por suerte, en aquella edición, los señores de Zinco se portaron añadiendo unos pliegos centrales donde te hablaban de todos ellos. No era para nada imprescindible para entender el tebeo, pero servía para saciar tu curiosidad en una era previa a internet.
Marv Wolfman y George Perez lograron una obra única. Algo que tanto Marvel y DC llevan décadas tratando de repetir. No era un tebeo (de superhéroes) más, sino “Él” tebeo de superhéroes (antes de que viniesen los ingleses a “deconstruir” el género). Tiene todos y cada uno de los elementos necesarios para hacer un gran tebeo (de superhéroes) colocados en su lugar exacto.

Y, sobretodo, es una historia de Superman. Por mucho que haya quien diga que Superman no tiene una historia “definitiva” que sirva para ser grabada en la roca de los tiempos como “La Historia” de Superman, así como Batman tiene su Año uno y Daredevil su Born Again. Ésta es (en mi opinión) esa historia.
Quizás no del Superman de hoy, ese que cambia de un número a otro, que se deja mullet o se convierte en dos seres eléctricos. Que abandona la tierra porque tiene que hacer de policía espacial o es controlado por cualquier mindundi.
Esta es “La” historia del Superman, del primero, del hijo predilecto de unos tiempos más sencillos. De un HÉROE (con super poderes) un hombre que, pese perderlo todo; su universo y lo que da sentido a su existencia, continua luchando por los que no pueden hacerlo, hasta el final.

Sé que tiene partes improvisadas. Sé que no es perfecto. También hay quien le achaca (injustamente) el desaguisado que es a día de hoy el universo DC. Pero no me pidáis que sea objetivo con él, porque no me da la gana de serlo.
Si hay un tebeo que haya merecido alguna vez una edición “Absolute”, ese es Crisis en tierras infinitas. Quizás no sea tan sofisticado como los de ahora. Quizás sus personajes no sean macarras “cool”. Pero es un tebeo en el que pude apoyarme durante una de las etapas más difíciles de mi vida. La demostración de que los super-héroes pueden cambiar tu vida si llegan en el momento adecuado (y están bien hechos)
Por eso he querido que fuese él quien reinaugurase esta sección.

19/01/2011

El plan (editorial)

Filed under: — Javier Albizu @ 23:21

Sí, tengo un plan (aparte del de dominar el universo, que como se ese está alargando un poco, me he tenido que buscar otras cosas que hacer mientras tanto)

Como ya comenté hace unas semanas, me dispongo a retomar la historia que dejé presentada (y colgada) hace cosa de cinco años. Una vez descartada la opción del papel, he optado por abandonar mis fetichismos retro (y ser capaz de “palpar” algún día mis textos) y ser coherente con los tiempos que estamos viviendo y los postulados de la filosofía de los navegantes (de la red) que, de un modo u otro, también yo practico.

Porque, admitámoslo, lo que estamos viviendo en estos días son los estertores del viejo orden y el establecimiento de un nuevo paradigma. Por mucho que se empeñen algunos, por mucho que quieran luchar una guerra suicida (y perdida) las nuevas generaciones van a pasar de los formatos físicos. No hablo (ni defiendo) la filosofía del “todo gratis”. Os estoy hablando de que, dentro de cuatro (metafóricos) días, se impondrá el “Si no está en internet, no existe”.

Y ahora voy a hacer unos cuantos amigos antes de seguir con lo mio.

No es una cuestión de derechos, ni de defensa de la “cultura”, ni de leyes. De lo que habla todo el mundo (enrevesándolo mucho y tratando de darle una pátina de dignidad y justificación moral) es de dinero y formatos.
Antaño, quien mandaba y decidía era la industria. El “esto es lo que hay y cuesta lo que yo digo”. Esto es lo que “vale” un libro, esto “cuesta” un cartucho, el proceso de creación de un vinilo tiene estos costes. Y tenías que tragar, porque no había otra.
Lamentablemente (para ellos), vivimos otros tiempos. La tecnología se ha abaratado y evolucionado de tal manera que ahora es accesible para mucha más gente que en los tiempo pretéritos. Sabemos lo que “cuesta” el producto físico que llega hasta nuestras manos (otra cosa es ya su producción, pero eso tampoco nos lo van a decir) y lo que es más, sabemos que hay otros métodos de acceder a esos productos.
Porque (nuevamente), admitámoslo, la gente no busca CULTURA (ahora sí, con mayúsculas) busca productos de entretenimiento baratos. En cambio, la industria hace oídos sordos, y cuando el mercado pide contenidos descargables, ver las series en la pantalla del ordenador, o escuchar música con unos auriculares de seis euros, ellos se empeñan en sacar soportes más caros, como el Blue Ray, libros en formatos de lujo y cine en Tres Dé, y están en su derecho (de seguir cagándola).
Porque Lost, no es CULTURA, Windows no es CULTURA, Tool (perdóname, señor) no es CULTURA. Al menos no tal y como yo entiendo el concepto (pero para eso de las abstracciones y definiciones siempre he sido un poco especialito) Algunos de ellos, quizás lo sean con el paso del tiempo pero, a día de hoy, son productos, y pertenecen a unos señores que tienen derecho (legal y contractual) a hacer lo que les plazca con ello.

Pero… pero… pero, tengo “derecho” a tener Windows… y (Microsoft) Office… y la última serie del Abrahms.
Perdona, pero no. Tienes derecho a todo eso pero, claro, después de pasar por caja. Lo demás es “ilegal” o (con suerte) aún sin regular.
Pero… jo, no es justo.
No vivimos en un mundo justo e igualitario. Vivimos en un mundo legislativo (donde ley y justicia no tienen por qué ser sinónimos). Asúmelo.
¿Y que puedo hacer?
Fácil, cámbialo.
No consumas. Vete a casa, y apaga la tele, el móvil (la calefacción y el frigorífico te dejo que estén enchufados) y no te pases por el Corte Ingles, el Media Market, o los centros comerciales. Saca tu dinero del banco y esos lugares del mal. Atácales donde les duele, en el bolsillo. Que vean que tienes el poder y que se planteen sus métodos.
Tampoco vendría mal que, antes de hacer nada de eso, también tuvieses un “plan”, una proposición real y factible más elaborado que el tan gastado “Que cambien sus caducos modelos productivos” (que un poco de anarquía de vez en cuando no viene mal, pero no veas como ayuda tener unos objetivos y un proyecto un poco más complejo de hacer daño porque puedes hacerlo).
Pero… pero… es que eso requiere que yo ponga algo de mi parte.
Pues claro, puede que tú no te lo quieras currar para sacarte las habichuelas, pero ellos están pagando a gente para que te las quite de su parte.
Bueno, ya lo hará otro.
Vale, tú sigue esperando sentado.

Yo, por mi parte, voy a ir poniendo mi pequeño granito de arena. Ya sé que no le importa a nadie, pero a mi me vale. Seguiré usando software libre, y pagando por aquel que quiera que perdure (y considere que lo merezca).
Compraré discos, películas, tebeos y series cuando los vea a un precio razonable (generalmente de segunda mano, que para mis fetichismos me vale) es un razonamiento un tanto tramposo, pero yo soy quien marca esos límites. Me gustaría que el dinero llegase a los autores pero, por lo general, sé que no será así.
Creo que los autores tienen derecho (bueno, que es justo) que se reconozca su autoría en aquello que hayan creado. Creo que tienen derecho a cobrar por su trabajo, pero igual que yo tengo derecho a cobrar por el mio. Si quieren vivir de ello, que hagan como yo, y que trabajen todos los meses.
Si yo compro un producto, tengo derecho a compartirlo con quien quiera (es mio) Si me pones un contrato en el que diga que tengo que pagarte por cada vez que lo uso, o que no puedo dejárselo o regalar a un amigo… pues no lo compraré. Por supuesto, nunca diré que yo soy el autor.
Es muy posible que, con este planteamiento no pueda haber superproducciones, o series en las que cada capitulo cueste millones, pero puedo vivir sin ello perfectamente.

Así que, volviendo a mi plan, retomo los relatos de Abner Biuler “El ermitaño”. Empezaré con un relato en tres partes no relacionado con la trama principal, pero que también tengo colgado desde aquellos tiempos.
Para quien no quiera leer en el blog todo lo ya escrito con anterioridad, dejo aquí en formato pdf y epub (al epub tengo que darle algún repaso más, porque el formato no se acaba de ajustar bien, pero bueno) ese material para que se lo descargue (y espero que lea) quien guste.

Y… eso es todo (creo)

Actualización 23-01-2011: Ya he conseguido que el epub sea un poco más cómodo de leer.

18/01/2011

PCVerso XX (Échale la culpa al Diablo)

Filed under: — Javier Albizu @ 00:57

Si la semana pasada nos poníamos sentimentales hablábamos de Proust y las propiedades nostalgiadoras de sus proveedores calóricos, hoy hablaremos de los mios.

Quizás, debido a mi falta de olfato y mi defectuoso sentido del gusto, mi principal detonante emocional no tiene que ver con las sensaciones olfativo-gastronómicas, sino que se centra en otro par de sentidos; la vista y el oído. Estos dos se harían que mi cerebro se pusiese a producir endorfinas como loco a finales del año en del que llevo hablándoos en las últimas entradas de esta biografía computeril

Así llegamos hasta la zona álgida de ese año noventa y siete.
¿Qué pasó en esas fechas para que se despertase en mi tal euforia?
Pues pasó el Diablo. Bueno, no. Ese es sólo un pequeño componente de la historia que pretendo contaros hoy.
Sucedieron también los “Días de juego de Madrid”. Jornadas roleras a las que también acudiría, pero que también representa un mero papel tangencial en las eventos que os voy a contar.
Pero me estoy precipitando y liándolo todo, así que centrémonos y vayamos por pasos.

El Diablo del que os hablaba por ahí arriba poco tiene de mitológico (salvo para algún que otro friki de la computación que lo adoran como si de un regalo de los dioses se tratase) sino de un juego de ordenador. Sí, “ese” Diablo, la criatura de los señores de Blizzard.
Lo cierto es que el juego había salido el año anterior, pero yo no lo vería hasta pasados unos cuantos meses de su advenimiento.

Fue verlo y decir… Vaya timo, esto es un Gauntlet mal hecho, sólo que en perspectiva isométrica. Con todo el bombo que le habían dado, verlo en funcionamiento fue más bien decepcionante. Ahí no había rol ni había nada. Era bonito, sí, pero después de jugar diez minutos con él me pareció un coñazo.
Pero, como las cosas son así, y las asociaciones de ideas van por donde les place, surgió en mí una pregunta trascendental: “¿Hace cuanto que no miro el tema de los emuladores?”
A lo que me respondí “Hey, igual algún generoso internauta se ha pegado el curro de pasar de-cinta-a-PC el Gauntlet del Commodore”. Incluso me atreví a aspirar a un poco más “Oye, igual hasta hay algún emulador completo-y-gratuito” (y no shareware como lo habían sido los que había encontrado en mis anteriores pesquisas)

Casi cinco años, amigüitos, durante un lustro, un quinquenio, o como prefiráis llamarlo, había tenido abandonada, latente y languideciendo en un pequeño recoveco de mi interior mi vertiente retro (el lo que tiene el rol, que cuanto te da, consume todo lo que le eches) Pero aún resistía, vive Crom que a aquel reducto de nostalgia aún le quedaban energías para continuar dando guerra durante mucho tiempo.

Primero lo retomaría con pasos tímidos. Recorriendo de nuevo los caminos ya conocidos y transitados. Pero luego llegaría de nuevo la audacia, la curiosidad y… y “esa” sensación que creía ya perdida: El “¿Y sí…?”
Desconfiando de la euforia proveniente de aquella nueva esperanza, fui un poco menos específico. Nada de “Gauntlet Commodore” en el buscador. Dejémoslo en “Gauntlet emulator”, a ver que sale.
Y vaya si salió algo. Salió esto: http://www.neillcorlett.com/mge/ bueno, no esta dirección exacta, sino esta otra: http://lfx.org/~corlett/ que ya no existe, pero el emulador y su autor son el mismo. El Gran (aunque tristemente desconocido) Neil Corlett y su M(ulti) G(auntlet) E(mulator)
Mi (re)despertar a la emulación había llegado en el día “D” y hora “H”. El amigo Neil había hecho el emulador ese mismo año. Y no sólo él. Otro montón de personas habían coincidido en sacar otro montón de emuladores para todo tipo de máquinas ese mismo año.

Amigos, el noventa y siete fue el año del BOOM de la emulación de recreativas y, como me parece muy mal tan magna fecha no aparezca en los libros de historia, en la siguiente entrada haré un repaso por su historia.

11/01/2011

Devolvedme mis magdalenas (cabrones)

Este sábado me reuní con el amigo Multimaniaco en una de sus visitas a la tierra que le hospedase durante tanto tiempo. Como no podía ser de otra manera (para dos nostalgiadores natos como nosotros) en una conversación de bar a las tantas de la mañana (bueno, tampoco eran las tantas de verdad, pero se acercaban. Diremos que las “casi” tantas de la noche) surgiría el tan peliagudo tema la memoria, los sentidos, la repostería/bollería industrial y el su vinculación con el señor Marcel Proust.
Una vez que me las he dado de intelectual, me doy paso a mí mismo para divagar un rato sobre lo de siempre.

Vivir, lo que se dice vivir, lo he hecho sólo en dos ciudades: Alsasua y Pamplona.
De la primera de ellas, tengo bastantes recuerdos y podría hacer un mapa de por donde me movía (nos mudamos a Pamplona cuando tenía cosa de ocho años, así que tampoco es que mi radio de acción fuese demasiado amplio)
Tengo (creo, confío y espero) buena memoria. Recuerdo a mis amigos, y a los padres de uno de ellos. Recuerdo la tienda de deportes y el bar en el que trabajaba una tía mía. Por supuesto, recuerdo mi casa y la discoteca de mi padre. Incluso guardo gratos recuerdos de los colegios por los que pasé, aunque no logro ponerles nombre más allá de los cursos que pase en ellos.
Para cada uno de aquellos lugares tengo una ubicación clara y definida en mi diminuto “Mapa conceptual de Alsasua”. Incluso podría localizarlos sin problemas en un plano de la ciudad (siempre que fuese uno de finales de los setenta)
Pero en mi cabeza hay otro mapa. Uno con unas cuantas “X” emocionales que indicarían las localizaciones de las que tengo un recuerdo más sentimental que visual. Lugares en los que no pasé tanto tiempo pero que dejarían una marca igualmente indeleble. Lugares que también sabría ubicar sin problema en ese mismo mapa, pero no sería capaz de describir. Gestadoras de mis futuras aficiones y museos fantasma de mi pasado.
Hace mucho que no voy a Alsasua, pero recuerdo perfectamente el girar la cabeza buscando aquellos emplazamientos místicos que ayudaron a forjar quien soy. Pero ya no están ahí. Han sido sustituidos por otros negocios y locales que, por más grandes o modernos que sean, no son capaces de ocultar a mis ojos los espectros de aquello que me marcó.
Ya no están los (“mis”) puestos de revistas donde mi padre me compraba los tebeos y los soldados paracaidistas de plástico, ni el salón recreativo (ahora hay otro, pero es un lugar lóbrego y botellonesco) ni el almacén donde el padre de mi amigo Rafa tenía las máquinas en toda su gloriosa desnudez electrónica.

Y nos vinimos a Pamplona; tierra ignota, tierra de maravillas sin fin. Una Pamplona distinta a la que vivimos hoy. Un lugar de expediciones y descubrimientos.
Al principio, cada esquina ocultaba una librería, un lugar en el que entrar y mirar “que había salido”. El tiempo era algo relativo, los tebeos no tenían cadencia. No eran semanales, quincenales o mensuales, sino “los que había”.
Cuando creías tener una ruta perfecta, veías por el rabillo del ojo una callejuela con un estanco o una papelería que no conocías, y entrabas, y el tendero te miraba mal mientras estabas de cuclillas revisando la mercancía.
Y llegaron los ordenadores, y a las librerías y papelerías se añadieron las tiendas de electrodomésticos o de electrónica. Y llegó la eclosión de los video-clubs, y cada día te sacabas el carné de uno nuevo. Y llegaba el momento en el que superabas tu timidez, y entrabas en los bares para ver que máquina tenían. Y empezabas a jugar a rol, y tu espectro de locales en los que descubrir “algo”, de locales con “posibilidades”, se ampliaba aún más.
El mundo era un lugar lleno de recovecos por investigar. Un lugar inundado por el “sentido de la maravilla”. Un lugar que ya no existe.

Ahora paso por esos sitios y también veo los espectros de lo que fueron. Nunca más diré en Perseo que le apunten a mi padre los tebeos que me llevo, ni descubriré en Macoe a los Alpha Flight de Byrne. No más caratulas de Mastertronic en Arévalo Micro Sistemas o Noain. No más carátulas Boris Vallejo para las películas de vídeo italianas en el Irache o el Urdax. No más alquileres en el Supermercado del cassette.
La especialización mató a la estrella de la descentralización. La certeza de lo que hay a la esperanza de lo que podría haber.

Camino por la ciudad y continúo girando la cabeza en los mismos lugares, pero ellos ya no están ahí. Se han ido y no puedo evitar echarlos de menos.

05/01/2011

La campaña I (En el principio)

Filed under: — Javier Albizu @ 23:59

Como ya os he comentado, lo que voy a contar en esta serie de entradas no deja de ser una excusa para dar coherencia y “sentido” (como un Geoff Johns cualquiera) a la posibilidad de que los mundos de los que he ido hablando formen parte de un “universo cohesionado”. Para ello, obviamente tendremos que forzar un poco nuestra credulidad, jugar otro tanto con las fechas que se nos muestran en sus distintas cronologías y… bueno, y quedaros con lo que os gusta modificándolo como mejor os parezca.
Una vez planteado el entorno, os resumiré a grandes rasgos lo que iba(n) a ser la(s) campaña(s) a desarrollar en él.

Para empezar, vayamos muy hacia atrás. Más concretamente hasta el comienzo de todo.

Supongamos que, antes de este universo hubo otro (al igual que antes de ese habría otro y así hasta donde queramos retrotraernos. Eso sí, antes del primero de ellos no hubo ninguno sino… otra cosa, pero eso es algo a explicar en otro momento)
Imaginemos que ese (aquel) universo se encontraba en remisión, comprimiéndose más y más sobre sí mismo con el transcurrir de cada instante.
Finalmente, cuando su extensión se hallaba compactada en un espacio no mayor que la micromillonésima fracción de un protón, la misma realidad se plegaría sobre aquel punto dando el pistoletazo de salida a la miríada de dimensiones que conforman el actual universo.
Sólo una pequeña porción del antiguo paradigma sobreviviría. Un último/primer hálito vital que recorrería todos los niveles y recovecos de aquella recién nacida realidad en un viaje sin fin. Allí por donde pasaba, su estela traía el cambio y la maravilla.
Su largo periplo comenzaría por un joven planeta Tierra. Durante su primera llegada fecundaría la chispa vital de una nueva especie, desde donde se esparciría hasta todas las dimensiones que tenían un nexo de unión con aquel mundo. A lo largo de sus posteriores advenimientos despertaría, mutaría y destruiría diversas formas de energía. Radiaciones que se sumarían y anularían, se solaparían o complementarían. Aquellos que las estudiarían y tratarían de dominar les darían cientos de nombres a lo largo de los siglos, unos llamarían, gravedad y otros electro-magnetísmo, otros tratarían de dominar la magia o el azar. Mucho más adelante, aquel mundo se convertiría de manera temporal el eje de una guerra por el dominio de la llamada “energía de la posibilidad”.
Este sólo sería uno de los miles de mudos que visitaría y cambiaría. A su paso por el planeta Jorune surgiría el Isho, en Kulthea, donde sería conocido como “El cometa Sa’Kain”, la Aesencia, en la lejana dimensión que alberga Glorantha, despertaría de su letargo al Caos Primordial.

Pero no todos los receptores de su visita permanecerían ajenos a su presencia, poder o potencial. Al llegar hasta el lejano y maduro sistema Maynard, su trayectoria sería detectada por científicos del imperio Lamorri. Estos lograrían atrapar parte de su estela, con cuya energía lograrían alimentar por toda la eternidad (hasta que este universo llegue a su fin) las puertas de saltos, los artefactos que les permitirían comenzar la conquista del universo.

Al mismo tiempo que sucedía esto, en Kulthea, al otro extremo del universo, florecía otro poderoso imperio, el de los K’ta’viiri. Este imperio también se esparciría por mundos cercanos y lejanos. Llegaría hasta la Tierra, donde reclutaría y evolucionaría a parte de sus habitantes para que formasen parte de sus ejércitos.
Allí establecería base por toda su geografía desde donde asaltarían otras dimensiones. Muchas de ellas caerían bajo su poder, pero otras se mostrarían incomprensibles e incontrolables incluso para ellos. La gran nave que enviarían hasta Talislanta se estrellaría en aquel mundo y de sus restos “nacerían” los Archaenos. Glorantha se mostraría demasiado anárquico como para llegar hasta él, pero dos de los señores K’ta’viiri serían invocados/creados por los Aprendices de dioses en su intento por crear el mito unificado.
Uno de ellos se convertiría en Gbaji, y el otro en una de las encarnaciones de La Diosa Roja. Ambos perderían la noción de sí mismos y jamás tratarían de regresar a su hogar.
El regreso del cometa Sa’Kain por la tierra cerraría temporalmente el acceso a las dimensiones que habían conquistado, haciendo que la tierra perdiese su interés para los K’ta’viiri, y dejando a sus hermanos encerrados en sus lejanos dominios.

Con el tiempo los dos imperios estelares se encontrarían provocando una guerra como jamás ha conocido este universo.

Pero eso lo dejo para la siguiente entrada.