Palabras desde otro mundo

23/02/2011

Días de vídeo

Filed under: — Javier Albizu @ 23:50

Días de vídeo
por: Avjaal
Enviado el: 17-01-2010 @ 11:57 am

Hay influencias innegables que me han ido marcando a lo largo de mi vida. Esas cosas de las que os suelo hablar por aquí. Personas, eventos o productos que me han impactado e ido moldeando hasta dar forma la persona que soy a día de hoy (así que echadles la culpa a ellos).
En definitiva: Todos esos detalles que pueblan mis recuerdos y me hacen torturaros con las diversas letanías nostalgiadoras que voy publicando por aquí.
De esta manera, os he ido hablando de videojuegos, tebeos y rol, pequeñas y dispersas partes de un todo. Facetas del mosaico (que prosaico) aglutinador del que, como resultado, surge mi persona.
¿A que viene tan ampulosa presentación? Os preguntaréis.
A aquello de lo que no os he hablado. La pieza fundacional en la que se apoyarían el resto de mis aficiones. Mi fábrica privada de héroes y roles a imitar. Antes de Los Cuatro Fantásticos, antes de Jorune o el Pong, mi afecto lúdico ya se hallaba preso de mi primer y prematuro amor (por si no lo habéis adivinado por el título, os lo aclaro ya mismo): El Vídeo.
Y digo bien, no creáis que hay error en mis palabras: Vídeo. No cine o televisión

Sí señores, desde mi más tierna infancia, ya en la lejana Alsasua (en los igualmente lejanos setenta), fui el afortunado poseedor (al menos en usufructo) de un reproductor de videocasetes.
En él visionabamos una y otra vez las películas que mi padre alquilaba en Pamplona. Excelsas y magnas obras como la filmografía completa de Bud Spencer y Terence Hill, o las de Esteso y Pajares. Clásicos indiscutibles como Las amazonas contra los supermanes, Las aventuras de Ultraman o (hágase un respetuoso y devoto silencio) las versiones reducidas de algunas de las series de Go Nagai que se publicaron por aquí: SuperMazinger, Groizer X y Grendizer. Por el camino también se nos deleitaríamos con pequeñas joyas como La espada del sol, Tarzerix, Alas doradas, Capitán Futuro o, porque no decirlo, El armario del tiempo, la mejor película jamás realizada de Mortadelo y Filemón.
Aquellas cintas se quedaban en casa durante meses, antes de ser devueltas a mi santuario personal de aquellos años: El vídeo club Telman. Para mí, las visitas a aquel sacrosanto lugar eran auténticas peregrinaciones de Fé. Suplicantes experiencias iluminadoras que alumbrarían mi camino a la voz de “Aitá, pilla ésta”.
Con el tiempo aquel lugar ha cambiado mucho. Años después albergaría en su sen otro de los templos de mi devoción; una sucursal de la tienda de ordenadores Iguzquiza (donde llegaron a vender PCs de la marca Commodore). En la actualidad y, acorde a los tiempos (supongo) el local está ocupado por una Sex Shop. No, ahí aún no he entrado.

Pero continuemos con lo que estábamos.
Al llegar a Pamplona hecho ya un hombre hecho y derecho de nueve años, no tardaría en crear mi propio camino (bueno, miento, la verdad es que tardaría un tiempo en superar mis limitaciones y condicionantes socio-personales)
Al principio mi atención se repartiría entre Gonzalo (la librería que, aún hoy, perdura frente a casa de mis padres) y el vídeo club Iturrama. Aún no tenía dinero como para comprar o alquilar por mi cuenta sus contenidos, pero soñar era gratis (frustrante, pero gratis)

Así pasaría el tiempo y (afortunadamente) crecería. Comenzaría a trabajar (e ingresar dinero) pronto y a edad temprana ya podía permitirme el sufragar mis aficiones. Eran (y continúan siendo) más numerosas las aficiones (y sus componentes fetiches físicos) que el dinero que podré ahorrar en veinte vidas, pero era un comienzo.

Si bien he tendido a ser siempre “socialmente parco” (para qué negarlo), ha sido siempre gracias a mis aficiones que he logrado entablar relación con aquellos a los que llamo mis amigos. Más de una vez he comentado que no conservo ningún amigo del colegio y que las relaciones que mantengo ahora surgieron a través de mis aquello que realmente me gusta. Aquellos que comparten, ya sea sólo en parte o en su totalidad, mis intereses lúdicos (que no forzosamente mis gustos)
En todos ellos, incluso en aquellos no necesariamente socializadores como podría ser la música, la lectura o el cine, he encontrado siempre elementos de unión que me he utilizado para conectar con los demás. El vídeo, por supuesto, no fue una excepción.

Allá en los (sí, me repito) lejanos noventa disfrutaría de algunos de mis mejores momentos. Aquellos sábados por la noche en los que torturaba a quienes no gustaban de salir de bares o, simplemente, no les apetecía aquel día salir por ahí, con las películas que alquilaba en el Bogart.
Noches de Mallrats o Clercks, de Dragón Ball o El Puño de la estrella del norte (ya fuesen ambos en dibujos o imagen real)
Sustituiríamos el Movierrecord por la entradilla de Manga Vídeo. Las películas del cine se dividían entre dignas, o no, de “Noche de acción en Telecinco”
Cuando en la velada post sesión maratoniana de Evangelion o Escaflowne, la tele nos sorprendía con joyas como Karate Cop, Hechizo mortal o alguna película de chinos. Cuando parábamos el reproductor, y en El Plus estaba una porno en la que un tipo se preocupaba porque “no sabía bailar”.

Sí el maestro de Conan me preguntase “Javi, ¿Qué es lo mejor de la vida?” le respondería sin dudar:
Una película atroz, una comida decente y una buena compañía para disfrutarlas.

Si, una vez llagados hasta aquí, habéis llegado a la conclusión de que éste (el de las películas) es otro de los temas que tengo de intención de retomar, habéis acertado.
Sino… pues nada, seguid a lo vuestro. Ya trataré de ser más claro en la próxima entrada.

25/01/2011

Crisis en tierras infinitas

Pamplona, mil novecientos ochenta y siete. Tengo catorce años y llevo varios meses en cama con reuma. Literalmente, no puedo doblarme. Tenía pánico a la oscuridad, y dormía solo en una habitación. Una habitación de la que no podía moverme en una casa en la que gran parte del tiempo no había nadie. Pero lo peor no era aquello, sino que se gestaba en mi interior. Por mi cabeza se dejaba notar constantemente una duda: ¿Volveré a levantarme algún día?
Una vez puestos en situación, si aquello no era una situación de crisis de unas proporciones infinitas, que venga Crom y lo diga a la cara.

Mi padre poco podía hacer para ayudarme, así que se dedicaba a traer tebeos en avalancha. Hasta mi habitación llegarían todo lo que se publicaba y aparecía por los quioscos. Desde Mortadelos a números de colecciones ya cerradas como las Secret Wars (que en España había terminado su publicación el año anterior). También llegarían hasta mí algunas “rarezas” como Los Nuevos Mutantes de Claremont y Sienkiewicz o algún tomo suelto del Dark Knight, o el Ronin de Miller. Pero en aquellos días, lo que menos necesitaba eran historias oscuras que, aparte de eso, me parecían galimatías narrativos ininteligibles.

Mi vida era un ciclo constante de miedo y sustos (por esos suerte de ruidos tan simpáticos que hacen las casas cuando no hay nadie más), estudio (poco y malo) dolor y relectura de tebeos (no, en aquellos días no tenía muchos amigos que viniesen a visitarme)

Portada del número 3 de la colecciónY, un buen día, llegó un tebeo con una portada llena de gente. Decenas de personajes totalmente desconocidos para mí, ataviados con trajes muy coloridos y mezclados con vaqueros, un tanque y un tipo gigantesco que lo miraba todo desde arriba. Era el número tres de la maxi-serie Crisis en tierras infinitas.
Universos vivirían, universos morirían, y mi vida nunca volvería a ser lo mismo.

Por supuesto, le dije a mi padre que buscase y me trajese más números de aquella colección. Llevaba toda mi vida leyendo tebeos, pero nunca había llegado a mis manos nada como aquello. No sé cuantas veces lo leí, pero no me cansaba pasar sus páginas una y otra vez.
Conocía a Superman y a Batman, pero todo lo demás era completamente nuevo y… emocionante.

Hasta el último recoveco de cada viñeta destilaba épica y acción, tensión y tragedia. Pero no era sólo eso. También había una historia ¿qué digo una historia? un montón de historias que se desarrollaban al mismo tiempo, y todas ellas se entendían perfectamente. En una página te presentaban a un personaje, sólo para ver como moría un par de números después… y conseguía que te importase aquella muerte.
Supergirl, Flash, Kole, el Sargento Rock y sus chicos de la Compañía Easy o el mismo Monitor. Incluso los supervillanos de tierra tres. Todos me importaban, y quería saber más de todos y cada uno de ellos.
Por suerte, en aquella edición, los señores de Zinco se portaron añadiendo unos pliegos centrales donde te hablaban de todos ellos. No era para nada imprescindible para entender el tebeo, pero servía para saciar tu curiosidad en una era previa a internet.
Marv Wolfman y George Perez lograron una obra única. Algo que tanto Marvel y DC llevan décadas tratando de repetir. No era un tebeo (de superhéroes) más, sino “Él” tebeo de superhéroes (antes de que viniesen los ingleses a “deconstruir” el género). Tiene todos y cada uno de los elementos necesarios para hacer un gran tebeo (de superhéroes) colocados en su lugar exacto.

Y, sobretodo, es una historia de Superman. Por mucho que haya quien diga que Superman no tiene una historia “definitiva” que sirva para ser grabada en la roca de los tiempos como “La Historia” de Superman, así como Batman tiene su Año uno y Daredevil su Born Again. Ésta es (en mi opinión) esa historia.
Quizás no del Superman de hoy, ese que cambia de un número a otro, que se deja mullet o se convierte en dos seres eléctricos. Que abandona la tierra porque tiene que hacer de policía espacial o es controlado por cualquier mindundi.
Esta es “La” historia del Superman, del primero, del hijo predilecto de unos tiempos más sencillos. De un HÉROE (con super poderes) un hombre que, pese perderlo todo; su universo y lo que da sentido a su existencia, continua luchando por los que no pueden hacerlo, hasta el final.

Sé que tiene partes improvisadas. Sé que no es perfecto. También hay quien le achaca (injustamente) el desaguisado que es a día de hoy el universo DC. Pero no me pidáis que sea objetivo con él, porque no me da la gana de serlo.
Si hay un tebeo que haya merecido alguna vez una edición “Absolute”, ese es Crisis en tierras infinitas. Quizás no sea tan sofisticado como los de ahora. Quizás sus personajes no sean macarras “cool”. Pero es un tebeo en el que pude apoyarme durante una de las etapas más difíciles de mi vida. La demostración de que los super-héroes pueden cambiar tu vida si llegan en el momento adecuado (y están bien hechos)
Por eso he querido que fuese él quien reinaugurase esta sección.

11/01/2011

Devolvedme mis magdalenas (cabrones)

Este sábado me reuní con el amigo Multimaniaco en una de sus visitas a la tierra que le hospedase durante tanto tiempo. Como no podía ser de otra manera (para dos nostalgiadores natos como nosotros) en una conversación de bar a las tantas de la mañana (bueno, tampoco eran las tantas de verdad, pero se acercaban. Diremos que las “casi” tantas de la noche) surgiría el tan peliagudo tema la memoria, los sentidos, la repostería/bollería industrial y el su vinculación con el señor Marcel Proust.
Una vez que me las he dado de intelectual, me doy paso a mí mismo para divagar un rato sobre lo de siempre.

Vivir, lo que se dice vivir, lo he hecho sólo en dos ciudades: Alsasua y Pamplona.
De la primera de ellas, tengo bastantes recuerdos y podría hacer un mapa de por donde me movía (nos mudamos a Pamplona cuando tenía cosa de ocho años, así que tampoco es que mi radio de acción fuese demasiado amplio)
Tengo (creo, confío y espero) buena memoria. Recuerdo a mis amigos, y a los padres de uno de ellos. Recuerdo la tienda de deportes y el bar en el que trabajaba una tía mía. Por supuesto, recuerdo mi casa y la discoteca de mi padre. Incluso guardo gratos recuerdos de los colegios por los que pasé, aunque no logro ponerles nombre más allá de los cursos que pase en ellos.
Para cada uno de aquellos lugares tengo una ubicación clara y definida en mi diminuto “Mapa conceptual de Alsasua”. Incluso podría localizarlos sin problemas en un plano de la ciudad (siempre que fuese uno de finales de los setenta)
Pero en mi cabeza hay otro mapa. Uno con unas cuantas “X” emocionales que indicarían las localizaciones de las que tengo un recuerdo más sentimental que visual. Lugares en los que no pasé tanto tiempo pero que dejarían una marca igualmente indeleble. Lugares que también sabría ubicar sin problema en ese mismo mapa, pero no sería capaz de describir. Gestadoras de mis futuras aficiones y museos fantasma de mi pasado.
Hace mucho que no voy a Alsasua, pero recuerdo perfectamente el girar la cabeza buscando aquellos emplazamientos místicos que ayudaron a forjar quien soy. Pero ya no están ahí. Han sido sustituidos por otros negocios y locales que, por más grandes o modernos que sean, no son capaces de ocultar a mis ojos los espectros de aquello que me marcó.
Ya no están los (“mis”) puestos de revistas donde mi padre me compraba los tebeos y los soldados paracaidistas de plástico, ni el salón recreativo (ahora hay otro, pero es un lugar lóbrego y botellonesco) ni el almacén donde el padre de mi amigo Rafa tenía las máquinas en toda su gloriosa desnudez electrónica.

Y nos vinimos a Pamplona; tierra ignota, tierra de maravillas sin fin. Una Pamplona distinta a la que vivimos hoy. Un lugar de expediciones y descubrimientos.
Al principio, cada esquina ocultaba una librería, un lugar en el que entrar y mirar “que había salido”. El tiempo era algo relativo, los tebeos no tenían cadencia. No eran semanales, quincenales o mensuales, sino “los que había”.
Cuando creías tener una ruta perfecta, veías por el rabillo del ojo una callejuela con un estanco o una papelería que no conocías, y entrabas, y el tendero te miraba mal mientras estabas de cuclillas revisando la mercancía.
Y llegaron los ordenadores, y a las librerías y papelerías se añadieron las tiendas de electrodomésticos o de electrónica. Y llegó la eclosión de los video-clubs, y cada día te sacabas el carné de uno nuevo. Y llegaba el momento en el que superabas tu timidez, y entrabas en los bares para ver que máquina tenían. Y empezabas a jugar a rol, y tu espectro de locales en los que descubrir “algo”, de locales con “posibilidades”, se ampliaba aún más.
El mundo era un lugar lleno de recovecos por investigar. Un lugar inundado por el “sentido de la maravilla”. Un lugar que ya no existe.

Ahora paso por esos sitios y también veo los espectros de lo que fueron. Nunca más diré en Perseo que le apunten a mi padre los tebeos que me llevo, ni descubriré en Macoe a los Alpha Flight de Byrne. No más caratulas de Mastertronic en Arévalo Micro Sistemas o Noain. No más carátulas Boris Vallejo para las películas de vídeo italianas en el Irache o el Urdax. No más alquileres en el Supermercado del cassette.
La especialización mató a la estrella de la descentralización. La certeza de lo que hay a la esperanza de lo que podría haber.

Camino por la ciudad y continúo girando la cabeza en los mismos lugares, pero ellos ya no están ahí. Se han ido y no puedo evitar echarlos de menos.

18/04/2010

La pregunta del millón II

Filed under: — Javier Albizu @ 23:04

A ver ¿Donde lo habíamos dejado?
Ah, sí.

Vamos a definir el “conceto”

Un juego de rol es…, pues eso, un juego. Que paren las rotativas y suenen las fanfarrias ¡Albricias! ¡He encontrado ”LA” respuesta!.

Vale, vayamos concretando.
Es un juego. Sí. Ergo, su objetivo último es el entretenimiento. Tiene un factor de azar (aunque eso, con el tiempo y según que interpretaciones, se puede llegar a omitir). PERO (y lo pongo en mayúsculas porque es lo que más me atrajo) es un juego sin bandos, sin competitividad, sin perdedores. No se trata de “luchar”, “imponerte” o “acabar” con los demás jugadores. Los demás son tus compañeros de juego. Rivales, no. Compañeros en toda a extensión de la palabra.

Y no. No estoy hablando del espíritu de “camaradería” olímpico (en la pista te machaco, pero luego nos tomamos una copa en el bar sin rencores), sino de la representación máxima de lo que llamaremos “El Espíritu de Torrebruno”: Lo importante es participar… y divertirse.
Tu objetivo no se alcanza frustrando el de tus compañeros. Tanto los jugadores como quien crea la trama comparten el mismo objetivo: Crear una historia entre todos.
Tu personaje puede morir, pero ese pequeño inconveniente que se soluciona creando un personaje nuevo.
No hay un camino prefijado (bueno, eso no es obligatorio y depende de grupos de juego, pero era la opción que yo tomaba) La ruta se crea a partir de las decisiones del grupo. No se trata de “adivinar” la historia. Si nos ponemos Zen “La historia no existe hasta que la partida ha terminado”

Ya está. No hay mucho más que rascar. Todo lo demás es accesorio y optativo.

Por supuesto, existen tantos tipos de aventuras como grupos de juego. Lo que digo por ahí arriba es matizable hasta la extenuación y el absurdo, ya que los personajes se mueven por mundos de ficción poblados por mucha gente. Gente cuyas decisiones y reacciones son tomadas por una única persona (bueno, también hay juegos que cambian esta parte) Gente que puede (bueno, que seguramente estará deseosa) hacer la puñeta a los personajes (que no los jugadores) y gente dispuesta a echarles una mano. La cosa puede ser complicada o sencilla. Realista o toda una experiencia lisérgica (de nuevo para los personajes, que no los jugadores) Intimista o cósmica. Pero eso no dejan de ser detalles y enfoques personales. La base siempre es la misma.

Las primeras historias eran un tanto básicas. Hemos escuchado que hay tesoros en una mazmorra. Dejemos todo lo que estamos haciendo, démonos de hostias con todos los bichos que nos aparezca, y quedémonos con la pasta y todo lo que encontremos por allí. Gracias a esta experiencia iluminadora, nuestras habilidades mejorarán, y mañana nos juntamos de nuevo y veremos donde hay más tesoros que saquear.
Vale, sí. No es que hubiese un gran desarrollo psicológico de los personajes, ni grandes disquisiciones filosóficas a las que enfrentarse. Pero el concepto y los mecanismos que se usaban en D&D fue el punto de partida que tomaron todos los que vinieron después (aunque al final unos lo siguiesen al pie de la letra y otros tomasen caminos divergentes)

Una vez respondida la pregunta con la que acababa la entrada anterior, voy a reformular (o cambiar un poquito) esa pregunta:

¿Que han significado para mí los juegos de rol?
Para no perder la tradición, esta pregunta también la responderé en otra entrada.

07/04/2010

La pregunta del millón

Filed under: — Javier Albizu @ 19:19

No, la pregunta no es ¿me quiere? Ni ¿cuando me va a tocar la lotería?
Nada tan banal ni material. La pregunta del millón es:

¿Que es un juego de rol?

Bueno, igual no es tan, tan relevante. Lo que sí que tiene su complicación es dar una respuesta concisa y aclaratoria.
Ahora mismo estoy escribiendo sobre eso para la futura web 3.0 de Daegon, pero la entrada me está quedando un tanto academicista (cosa que, por otro lado, es lo que pretendo) pero también me apetecía escribir algo un poco distinto. Más “ligero” en cuanto a forma, pero más profundo en cuanto a contenido. No limitarme a hablar simplemente de lo que “son”, sino contar también lo que han representado para mí los juegos de rol.

Y es que me considero un rolero, o jugador de rol. Da igual que haga cosa de diez años que no juego y más de siete u ocho que no arbitro. Da igual que en el momento vital en el que me encuentro no me apetezca hacerlo; soy un y seré siempre un rolero.

Pero antes que nada, y siguiendo la tradición de este blog de un tiempo a esta parte, vamos a hacer un poco de memoria histórica (a mí manera, eso sí) de donde viene esto del rol.

En el principio de los tiempos…

Algunos roleros dicen que si Gygax y Arneson con su Chainmail fueron los creadores del primer juego de rol (pero Arneson no estaba aún por ahí, y Chainmail era un wargame, así que por ahí vamos mal)
Los pregoneros de las gafas-aún-más-de-pasta dicen que el profeta Mark (molo más que tú) Rein-Hagen alumbró el Vampiro en el noventa y uno, no hubo un Único y Verdadero (y Narrativo) Juego de Rol de Verdad de la Buena (marca registrada) obviando (o ignorando) que el señor Rein-Hagen (junto a un mindundi llamado Jonathan Tweet. No, este tipo no tiene nada que ver con el Tweeter) ya había hecho al parecido con el Ars Magica (solo que no era tan “Cool” ni “Profundo” ni poseía la “Angustia interna”. Todas ellas, muy posiblemente, marcas registradas) y que todo lo demás eran cosas irrelevantes que no habían aportado nada en el camino de la Única y Verdadera fé de la Narratividad Rolera (Sí, también marca registrada)

Los sagrados textos de la sacrosanta Wikipedia auspiciados por el culto de los adventistas de las gafas de pasta, mencionan una cosa que hizo un tal William A. Gamson (profesor de sociología del Boston College) en el sesenta y seis (bonito número) Algo llamado SimSoc (Simulated Society) que se comenzó a utilizar en las universidades como herramienta para el aprendizaje de diversas materias, podría interpretarse como el primer juego de rol.

Puestos así, podríamos empezar a soltar barbaridades en plan cenutrio pretencioso. Comenzar a trampear conceptos y afirmar que el señor MAR Barker sería el primero en hacer un juego de rol, porque comenzó a escribir en Tékumel a finales de los años cuarenta. Pero, como ya os digo, mentiría como un bellaco.

Porque, ódialo o ámalo, pero D&D, Dragones y Mazmorras, Calabozos y Dragones, o como quieras llamarlo, fue el primer juego de rol, aunque por los pelos. Tosco, básico, primario. Todo lo que queráis decir. Pero el primero.

Y digo por los pelos, no porque el resto de juegos viniesen después (válgame el perogrullo) sino porque fue la puntilla que faltaba para que a los demás se les iluminase la bombilla en su cabeza.
Barket o Stafford estaban ahí, a la espera de que alguien les diese la pieza que necesitaban para completar sus rompecabezas personales. De no haber existido el D&D, estoy convencido de que alguno de estos dos (o alguno que también le estuviese dando vueltas al asunto) no habría tardado en dar a la tecla adecuada. Pero Gygax y Arneson se adelantaron, y eso hay que reconocérselo.

Ahora, antes de que las hordas de poseedores-de-la-verdad-única-y-absoluta me salten al cuello y empiecen a corregirme (o después, que ya sabemos lo rápido que salta esta gente) debería responder a la pregunta que inicia esta entrada. Así que voy a retomarla y clarificarla:

¿Que entiendo yo por juego de rol?

Pero eso ya os lo diré en otra entrada (no muy lejana)

21/03/2010

Efeméride escritora

No soy de celebrar aniversarios ni cosas de esas (lo cual no implica que considere irrelevante el paso del tiempo) Como ya dije hace tiempo, lo mismo me da el cambio de año, que el cambio de hora y de semana.
Este blog (con su cadencia irregular y anárquica) lleva por aquí desde hace casi seis años (las primeras entradas datan del dos mil tres, pero eso es porque son relato que escribí antes de empezar con él) y nunca he sentido la necesidad de hacer entradas conmemorativas. No se trata de que no me guste un poco de autobombo de vez en cuando, sino que buscaba algo que significase algo para mí (que al resto del mundo le pueda parecer una pijada ya es otro tema) Y el momento ha llegado.
Según la chuleta que tengo en mi disco duro, con la entrada que acabo de subir al blog beta de Daegon, llevo la nada despreciable cantidad de quinientas páginas escritas y publicadas entre ambos blogs.
También podría ponerme en plan pseudo-depre y decir que quinientas páginas en casi seis años es bastante poco cosa, pero haré caso omiso a mis instintos autodestructores, y me dedicare a celebrarlo.
Quinientas hojas (con ésta que escribo ahora quinientas dos) mola. Vamos a hacer un pequeño resumen de mi vida como juntaletras.

La culpa de todo la tiene el rol (y, por supuesto, Daegon) Empecé mis pinitos en esto de aporrear el teclado más o menos sobre el noventa y cuatro. Llevaba ya arbitradas un par de campañas en mi querido mundo y llegó el momento de ponerme serio y empezar a definir el mundo y su historia.
La cosa no duró mucho y, tras escribir la cosmología (el origen del mundo) y, más o menos, la mitad de la cronología, creé la primera versión de la pagina (alojada en la ya fenecida Geocities) aparqué la escritura por un tiempo.
No sería hasta el noventa y nueve, cuando cree la primera lista de correo de Daegon (en la también fenecida Onelist) que retomé el proyecto. La idea con la que creé la lista fue la de tener un foro en el que poder hablar de mi mundo con otra gente que pudiera estar interesada. Por aquellos tiempos también era un asiduo de Esencia, y gracias a ella más de uno se apuntaría a mi lista.
Pero la cosa no se movía. No había preguntas, no había muestras de interés. No había nada que me motivase a escribir y sin un estimulo externo yo tampoco escribía. Así que lancé un órdago y me comprometí a escribir algo cada día y subirlo a la lista. Desde marzo hasta julio del dos mil mantuve aquel compromiso. Pero entre que tampoco obtuve respuesta de los lectores y que surgió “EL” problema, mis ánimos y la lista de correo (y mi relación con el rol, y mis relaciones sociales, y casi todo lo que era mi vida) se fueron a paseo durante mucho tiempo.

El año siguiente trataría de escribir mi (“LA”) novela (de Daegon, faltaría más).
Empecé con calma en mayo del dos mil uno, para luego coger carrerilla en agosto y empezar a compartirla. En aquella ocasión no creé una lista de correo al uso, pero sí que tenía una serie de gente que se había ofrecido a leer y criticar a la que se lo mandaba.
De nuevo un compromiso de escribir algo (en esta ocasión, más o menos semanalmente) desde finales de agosto hasta marzo del año siguiente.
De ahí saldrían cosa de ciento veinte paginas horrendamente redactadas y que algún día reescribiré completamente. Ante la falta de respuesta de la gente a la que se la enviaba, también abandoné el asunto.

Al año siguiente, el amigo Tibero me preguntó si querría escribir algo para Exo. La cosa tampoco cuajaría, pero de ahí surgirían los relatos de Ci-Fi.
Poco después me uniría a otra lista de correos, la también desaparecida Cuentódromo. La idea de aquella lista era la de escribir, leer y criticar los relatos que íbamos escribiendo.
La cosa tampoco cuajó, todos queríamos recibir comentarios por parte de los demás, pero eran pocos los que opinaban sobre los de los demás (no, yo no mande ningún correo de critica. Lo sé, soy lo peor, hago lo mismo por lo que luego me quejo y blablabla)

En septiembre de dos mil cuatro nacería la primera versión de este blog en la (sí, desaparecida) pagina de la “República de los triunfadores”. Pronto comenzaría a hacer mis primeros pinitos con WordPress y lo movería al espacio web gratuito de Miarroba, para terminar un par de meses después en mi propio dominio.

En dos mil cinco, y en paralelo con esto, más de lo mismo. Nueva lista de correo de Daegon (en Yahoogroups. Mira, a estos aún no me los he cargado) e idéntico resultado: Cosas sueltas a ser reescritas, nula respuesta e igual desanimo.

Y aquí estamos a día de hoy. Doscientas cincuenta y seis entradas (más ésta) en este blog y doce más en en el beta. El blog sobrevive donde fracasaron las listas de correo. Llevo cosa de un par de meses escribiendo a diario y parece que la cosa se mantiene.

Si fuese supersticioso cruzaría los dedos para que esto durase. Pero mejor dejo los dedos como están, sobre el portátil, y sigo pulsando teclas.

18/04/2006

Cualquier tiempo pasado…

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07/11/2005

Se acabo la bueno

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30/05/2005

Juegos

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15/12/2004

Recapitulando

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18/11/2004

El Mercenario

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16/10/2004

Música

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07/10/2004

Que complicado es esto de la nostalgia

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