Recuerdo coger el autobús, la linea dos. No era capaz de creérmelo, me dirigÃa hacia Ramar. Es curioso lo que cambias con el paso del tiempo. Aquel minúsculo viaje me tenÃa emocionado, cuando ahora mismo hay muy pocas cosas que me emocionen. Si, puedo sentir ansiedad cuando espero un envÃo, o el estreno de una pelÃcula, puedo sentir impaciencia por la llegada de una fecha, pero estas son sensaciones distintas.
HabÃa “algo mas†en lo que sentÃa en aquel momento, ese hormigueo en el estomago que presagia la cercanÃa de los “momentosâ€, ese deseo, ese auto engaño que hace que los “momentos†sean algo especial, aunque las exageradas expectativas que hemos imaginado para él no se vean alcanzadas. Algo que me entristece no sentir (o permitirme) mas a menudo.
Pero a lo que iba.
Hasta aquel momento, solo habÃa conocido tiendas que compartÃan su espacio para juegos, con otras actividades menos interesantes para mi. Me habÃan hablado tanto de aquel lugar, que mi mente ya habÃa para él cien mil imágenes distintas.
La cosa es que, mirado frÃamente y con mi mentalidad actual, la cosa no es que fuera para tanto (es mas, me parece algo de lo mas chorra), pero aquella era otra época, y aquel era otro yo.
Sea como fuere, el autobús me dejo en el “centro†(la ultima parada de la linea dos, tras el teatro Gayarre). Tarde un momento en orientarme, hasta que me hice a la idea de la dirección hacia la que tenÃa que dirigirme. El objetivo estaba fijado, nada detendrÃa mi camino hasta el centro comercial Rocesvalles, incluso estaba dispuesto a preguntar a la gente de la calle por su ubicación (aunque esto solo como última medida de extrema desesperación).
Tras dar lo que me parecieron millones de vueltas por los alrededores, finalmente llegué hasta la puerta del centro comercial. En las paredes de la entrada habÃa cientos de carteles (bueno, en realidad no creo que superasen la decena, pero para el ansia que habitaba en mi en aquel momento, aquello era demasiado). Tras varias arduas lecturas de todos lo nombres, dà con el que estaba buscando, pero no fui capaz de dar con su ubicación fÃsica. Ante mi se hallaba una basta superficie por explorar. ¿serÃa capaz de recorrerla toda antes de que me alcanzase la fatÃdica hora de cierre?.
¿Que pensarÃa la gente sobre aquel “crÃo†que pululaba desorientado por el lugar? (que poco echo de menos la preocupación por que opinaran o dejaran de opinar de mi, aquellos a los que no conozco).
¡Por dios!, os diréis, ¡TenÃas quince años!, ya eras un poco mayorcito como para buscarte la vida tu solito.
Y es bien cierto. Pero si ahora me consideráis una persona tÃmida y poco habladora, no podéis haceros idea de como era antes de empezar a jugar a rol. De lo grande que me se me hacÃa el mundo, y no inalcanzable que me parecÃa la gente. Del esfuerzo que me suponÃa tomar la mas simple de las decisiones que me alejara lo mas mÃnimo de mi mundo conocido.
Es posible que aquella fuera la razón por la que aquella tonterÃa tuviera tanta relevancia para mÃ, no lo se. Hasta que no me he puesto a escribir esta columna, no me lo habÃa planteado de esta manera. Aquel era un lugar al que habÃa llegado por mi mismo, sin haber ido hasta él con anterioridad de la mano de otra persona. Era un logro “solo mioâ€.
Mi pequeña odisea finalmente darÃa sus frutos. Por un tiempo, aquel lugar se convertirÃa en mi pequeño refugio. AcudirÃa allà casi todas las tardes de los sábados durante mas de un año, y lograrÃa establecer una relación amistosa con el dependiente, alguien ajeno al resto de mi mundo.
Quizás no se tratara de un gran descubrimiento para la humanidad, pero para mi fue un paso de gigante.