HabÃamos dejado esta pequeña historia de la emulación de las recreativas en los albores de su alumbramiento; los setenta.
De ahà deberÃamospasar a los ochenta… pero, si pretendo ser fiel a lo que os querÃa contar, nos los podrÃamos saltar. En aquellos años la emulación (obviamente, lo que yo llamo y entiendo por emulación) no existirÃa, ya fuese de recreativas, ordenadores o consolas.
¿Como que no? Dirán algunos llevándose las manos a la cabeza.
¿Y esas conversiones de Konami para MSX?
¿Y las de Ocean para el resto de máquinas?
¿Y la NES? ¿Qué me dices de los juegos de la NES?
Venga, tÃo, no te columpies. En los ochenta se hicieron emuladores. Sin ir más lejos joyitas como el que publicaron en la MicromanÃa que permitÃa que Commodore funcionase como un Spectrum. ¿Eh? ¿Qué me dices a eso?
Quieeetos, quieeetos, que no estoy diciendo que no se hicieran buenos juegos para nuestras adoradas máquinas. Ni siquiera sugiero que fuesen grandes versiones, pero eran eso, versiones.
Vayamos por partes:
Konami hizo un montón de juegazos para el MSX (aunque nunca les perdonaré ese Green Beret tan jujano) pero eran eso: versiones.
Lo mismo se puede aplicar a Ocean, Imagine (y en mucha menor medida a US Gold, que lo suyo tenÃa delito) con las licencias oficiales, o Topo y Dinamic de manera un poco más… (ejem) “controvertida†con sus West Bank y Desperado,
La NES…
La NES tenÃa (algunos) juegos clavados a los de la recreativa como los Super Mario o el Punch Out, pero no tenÃa las roms “originales†de la recreativa, sino unas creadas para correr en el hardware de aquella consola.
Es más, la versión original del Super Mario serÃa la de consola, que (entre otras muchas) serÃa “portada†(convertida o reprogramada) para la plataforma de recreativas que sacarÃa Nintendo… basada en la NES (ahà es nada, Nintendo, como siempre, llevando la contraria al resto de la industria)
Con respecto al c64spec… bueno, fue un alarde, no lo niego, pero lo único que hacÃa era correr el Basic del Spectrum en un Commodore. Los programas originales de ese ordenador no llegaban a cargar, asà que lo dejaremos en buen intento y lo catalogaremos como no sé… ¿simulador?
¿Y a que llamas tu emulación, listo?
Ya tardabais en hacerme la pregunta. Con emulación me refiero a la capacidad de… eso, “emular†una serie de componentes fÃsicos concretos mediante software, para que el propio software (y por software me refiero al sistema operativo) diseñado para esa máquina, crea que “está†corriendo sobre ese hardware.
Ah, como el Vmware, Virtualbox o Qemu.
Que no. Eso es otra cosa y se llama virtualización.
Mira que eres especialito con los términos. Venga, dinos en que se diferencian (según tú)
Muy sencillo, con la virtualización se crea un entorno “generico†de hardware “virtual†sobre el que corre un software concreto (los sistemas operativos)
No emulas una placa base concreta, una tarjeta de vÃdeo concreta o… unos simms de memoria concretos (que ya os venÃa venir con “¿A que te refieres con hardware genéricoâ€?.
¿Contentos?
Vale, pues sigo.
En los ochenta no se hicieron enuladores. SÃ, se hicieron grandes conversiones, que exprimÃan los cuarenta y ocho o sesenta y cuatro ks de aquellas máquinas al máximo, no dejaban de ser “versiones†“conâ€(finadas) (sé que es un juego de palabras un tanto forzado, pero me gusta verlas asÃ, encerradas y condenadas por haber cometido el crimen de tratado de “trascender†de su naturaleza. Vale, sÃ, igual me he puesto excesivamente filosófico con esto) en un hardware mucho más limitado que aquel para el que habÃan sido originalmente concebidas.
TendrÃa que llegar la siguiente década para que la tecnologÃa fuese lo suficientemente potente (y asequible) y el conocimiento se expandiese con rapidez (y, también, de manera asequible) ncomo para que pudiese surgir el… emm ¿movimiento emulador? ¿frente emulativo de liberación?.
Bueno, ya me entendéis.
Y ya lo habéis conseguido otra vez. Esta iba a ser una única entrada, y al final van a acabar siendo tres (si no me enrollo con la siguiente)
Hala, nos leemos.
Desde el alba de la creación. Desde que el tiempo es tiempo, el agua moja y el fuego quema, el hombre ha sido envidioso. Asà que, cuando un buen dÃa a un hombre se le ocurrió ponerse a jugar a tenis, o simular una batalla espacial en un osciloscopio, todos los demás dijeron: Yo también quiero eso (a ser posible en mi casa y baratito)
SÃ, amigos mÃos. Se podrÃa decir que la historia de la emulación es tan vieja como la de la informática (o la electrónica lúdica)
Cuando en los setenta comenzasen a germinar los “Clubs de amigos de la electrónica†como el Home computer club (del que saldrÃa gente tan ilustremente desconocida como John Draper, Steve Wozniak y Adam Osborne o lamentablemente célebres como Steve Jobs) todos tenÃan muy claro lo que buscaban.
De acuerdo, aceptaremos que también querÃan aprender, divertirse y conocer a otros tipos como ellos, pero el objetivo principal era lo que decÃamos ahà arriba: Quiero hacer en mi casita lo que puedo hacer con el súper ordenador de la uni.
El pequeño problema que tenÃan era que… aquello no podÃa ser.
La tecnologÃa disponible para su uso doméstico aún estaba a años (y miles de dólares) luz de la “profesional  ¿O no era asÃ?
Pues… depende.
Los súper ordenadores, aparte de monstruosamente grandes, eran obscenamente caros. Hasta ahà aceptamos barco, pero los mares del ludismo no finalizaban en aquellas remotas e inaccesibles costas.
Curiosamente, en los albores de la industria videojueguil, lo que podÃas encontrar en el interior de las cabinas de aquellas primeras recreativas no diferÃa demasiado de lo que se podÃa encontrar en una tele o equipo de alta fidelidad.
En aquellos primeros (o primerizos) tiempo, sà la gente querÃa divertirse en casa, aparte de la tele (vale, y los libros, tebeos y demás) tenÃa a su disposición… básicamente lo mismo que encontrarÃan el año siguiente en los bares: el Pong. No tenÃa ese nombre, pero la primera consola personal jamás comercializada,: la Magnavox Odyssey de Ralph Baer, serÃa la que inspirase la primera recreativa (exitosa)
¿Quienes serÃan los creadores de tal innovación?
Los señores Nolan Bushnell y Ted Dabney, fundadores de Syzygy (posteriormente rebautizada como Atari) Pero no todo serÃa un camino de rosas para estos dos señores.
Antes de copiar (y, admitámoslo, mejorar) la creación de Ralph Baer quien, a su vez, se habÃa inspirado en el Tenis para dos de William Higinbotham.
Pequeña interrupción
¿Quién era este tÃo?
No tenéis más que mirar en la Wikipedia, pero como ya sé que sois unos vagos os hago un pequeño resumen por aquÃ. Este buen señor fue un fÃsico yanky que, entre otras cosas, participó en la creación de la bomba atómica (hecho este del que más adelante se arrepentirÃa públicamente)
En el año cincuenta y ocho, se debÃa aburrir mucho… y creó el que se considera el primer juego electrónico de la historia (el arriba mencionado Tenis para dos) en un osciloscopio. Ahà es nada.
Fin de la interrupción.
Bien, como Ãbamos diciendo, antes de que Bushnell y Dabney se forrarse con su copia-de-la-copia-del-otro, habÃan sufrido un pequeño tropiezo en su intentona para “alumbrar†un mercado del ocio digital. Suya serÃa la primera recreativa “comercial†que poblarÃa universidades y algún que otro establecimiento dispensador de bebidas alcohólicas, Computer Space, un diseño que realizarÃan para la compañÃa Nutting Associates (inspirado en SpaceWar, un juego que habÃan realizado unos universitarios once años antes.
Como supongo que ya habréis adivinado por lo que comentaba hace nadano fue un gran éxito, y su carrera no “despegarÃa†con aquel trabajo (lo sé, el juego de palabras ha sido facilón, pero estaba a huevo)
No es que fuese un completo fracaso, en las cafeterÃas de las universidades sà que gozarÃa de cierta aceptación, el problema fue cuando la compañÃa trató de vender aquello en los bares. SÃ, su diseño podÃa ser estiloso y “futurista†(es más, el diseño de las cabinas con las que tan gratos momentos hemos pasado no difiere en mucho de aquel) pero aquel aparato venÃa con un frondoso manual de instrucciones que los asiduos al levantamiento de vidrio no estaban dispuestos a leer antes de ponerse a jugar.
Una vez visto esto, Bushnell lo tenÃa claro: Necesitaba un juego que incluso los borrachos pudiesen manejar. Tras ver unas pruebas de concepto de la Odyssey, supo lo que necesitaba (y como lo necesitaba, se lo quedó)
Al fin y al cabo, ellos habÃan salido relativamente indemnes del batacazo del Computer Space (la peor parte se la habÃa llevado su cliente) y nuestros héroes no se amedrentarÃa ante aquel tropiezo y se levantarÃan de nuevo dispuestos a remontar el vuelo (lo sé, lo sé, tengo que dejar estos juegos de palabras)
Tras contratar con alguna que otra mentirijilla a Al Alcorn (un ex-compañero de Bushnell de los tiempos en los que trabajo para Ampex) y, ante la imposibilidad de vender la idea de juego que tenÃa a la empresa Bally, decidieron sacar ellos por su cuenta la recreativa. Asà nacerÃa Pong y a él le seguirÃan desde el primer momento la industria del (ejem) homenaje/piraterÃa/clonado de tecnologÃa.
Porque, como ya os decÃa hace un rato, la tecnologÃa que llevaban aquellos aparatos no dejaba de estar construidos con piezas de electrónica discreta (no, no es que tratasen de pasar desapercibidas) Tanto era asà que, nada más aparecer por los bares el Pong, surgirÃan como setas mil y una copias y derivados del mismo concepto.
Después de esta introducción tan larga que me acabo de cascar, me parece que dejaré el tema de la pequeña historia de la emulación de recreativas para el siguiente post. Eso sÃ, todo esto tenÃa su razón de ser (por si no ha quedado claro, os lo resumo)
Se podrÃa decir que la emulación (o copia, homenaje o lo que prefiráis) nació ya con las recreativas… pero mentirÃamos, ya que, también podrÃamos afirmar que las recreativas nacieron a su vez de como copia de un juego de consola.
Al mismo tiempo, tampoco es descabellado decir que ambos dos nacieron de algo que no tenÃa mucho (o nada) que ver con el ansia de amasar dinero, sino que serÃa el fruto de las ganas de experimentar de un grupo de señores con bata (y, posiblemente, gafas y pipa). Y asà hasta el infinito.
Asà que, ¿qué fue antes?
Pues lo primero, hombre. Lo primero.
Si la semana pasada nos ponÃamos sentimentales hablábamos de Proust y las propiedades nostalgiadoras de sus proveedores calóricos, hoy hablaremos de los mios.
Quizás, debido a mi falta de olfato y mi defectuoso sentido del gusto, mi principal detonante emocional no tiene que ver con las sensaciones olfativo-gastronómicas, sino que se centra en otro par de sentidos; la vista y el oÃdo. Estos dos se harÃan que mi cerebro se pusiese a producir endorfinas como loco a finales del año en del que llevo hablándoos en las últimas entradas de esta biografÃa computeril
Asà llegamos hasta la zona álgida de ese año noventa y siete.
¿Qué pasó en esas fechas para que se despertase en mi tal euforia?
Pues pasó el Diablo. Bueno, no. Ese es sólo un pequeño componente de la historia que pretendo contaros hoy.
Sucedieron también los “DÃas de juego de Madridâ€. Jornadas roleras a las que también acudirÃa, pero que también representa un mero papel tangencial en las eventos que os voy a contar.
Pero me estoy precipitando y liándolo todo, asà que centrémonos y vayamos por pasos.
El Diablo del que os hablaba por ahà arriba poco tiene de mitológico (salvo para algún que otro friki de la computación que lo adoran como si de un regalo de los dioses se tratase) sino de un juego de ordenador. SÃ, “ese†Diablo, la criatura de los señores de Blizzard.
Lo cierto es que el juego habÃa salido el año anterior, pero yo no lo verÃa hasta pasados unos cuantos meses de su advenimiento.
Fue verlo y decir… Vaya timo, esto es un Gauntlet mal hecho, sólo que en perspectiva isométrica. Con todo el bombo que le habÃan dado, verlo en funcionamiento fue más bien decepcionante. Ahà no habÃa rol ni habÃa nada. Era bonito, sÃ, pero después de jugar diez minutos con él me pareció un coñazo.
Pero, como las cosas son asÃ, y las asociaciones de ideas van por donde les place, surgió en mà una pregunta trascendental: “¿Hace cuanto que no miro el tema de los emuladores?â€
A lo que me respondà “Hey, igual algún generoso internauta se ha pegado el curro de pasar de-cinta-a-PC el Gauntlet del Commodoreâ€. Incluso me atrevà a aspirar a un poco más “Oye, igual hasta hay algún emulador completo-y-gratuito†(y no shareware como lo habÃan sido los que habÃa encontrado en mis anteriores pesquisas)
Casi cinco años, amigüitos, durante un lustro, un quinquenio, o como prefiráis llamarlo, habÃa tenido abandonada, latente y languideciendo en un pequeño recoveco de mi interior mi vertiente retro (el lo que tiene el rol, que cuanto te da, consume todo lo que le eches) Pero aún resistÃa, vive Crom que a aquel reducto de nostalgia aún le quedaban energÃas para continuar dando guerra durante mucho tiempo.
Primero lo retomarÃa con pasos tÃmidos. Recorriendo de nuevo los caminos ya conocidos y transitados. Pero luego llegarÃa de nuevo la audacia, la curiosidad y… y “esa†sensación que creÃa ya perdida: El “¿Y sÃ…?â€
Desconfiando de la euforia proveniente de aquella nueva esperanza, fui un poco menos especÃfico. Nada de “Gauntlet Commodore†en el buscador. Dejémoslo en “Gauntlet emulatorâ€, a ver que sale.
Y vaya si salió algo. Salió esto: http://www.neillcorlett.com/mge/ bueno, no esta dirección exacta, sino esta otra: http://lfx.org/~corlett/ que ya no existe, pero el emulador y su autor son el mismo. El Gran (aunque tristemente desconocido) Neil Corlett y su M(ulti) G(auntlet) E(mulator)
Mi (re)despertar a la emulación habÃa llegado en el dÃa “D†y hora “Hâ€. El amigo Neil habÃa hecho el emulador ese mismo año. Y no sólo él. Otro montón de personas habÃan coincidido en sacar otro montón de emuladores para todo tipo de máquinas ese mismo año.
Amigos, el noventa y siete fue el año del BOOM de la emulación de recreativas y, como me parece muy mal tan magna fecha no aparezca en los libros de historia, en la siguiente entrada haré un repaso por su historia.
En la zona templada o “media†del noventa y siete, encontramos la evolución de las máquinas. Una evolución que no sólo se producirÃa en el ámbito fÃsico (que también) sino que, al mismo tiempo, se nos vendrÃa encima en el terreno binario con una nueva versión del sistema operativo.
No. No salió ningún versión del sistema de Microsoft llamado ventanas noventa y siete, lo que sà que habÃa salido el año anterior era la versión “OSR2†del noventa y cinco.
¿OS qué? Oem Service Release “número†Dos (nombre código “Detroit†que los señores programadores son muy suyos para eso de las nomenclaturas).
¿Que traÃa para darle semejante nombre?
Pues, a simple vista, no gran cosa (otra cosa era lo que traÃa en su interior. Algo muy malo (aunque bueno al mismo tiempo)
Pero me estoy adelantando.
Se decidió renovar todo el parque de ordenadores de la tienda, pasando. AsÃ, tras el paso que habÃamos hecho del Bull con su Unix y sus terminales tontos, al Fujitsu, con más terminales tontos y su THEOS (acrónimo de THE Operative System, modestos que eran sus creadores) a un flamante un servidor HP (PII) que corrÃa bajo ventanitas NT y un programa de gestión llamado Avance que funcionaba… bajo DOS.
Tocó cambiar todo el cableado de red (No-Más-Conectores-Centronics) por cableado UTP con sus RJ45. Claro, también tocarÃa poner ordenadores al otro lado de aquellos cables, por lo que se pillaron varios PCs (Pentium doscientos, en teorÃa, aunque más adelante descubrirÃa que nos habÃan tangado y habÃa un poco de todo, tanto en placa como en procesadores, dentro de aquellas cajas idénticas)
Aprovechando aquella situación, también aprovecharÃa para cambiar mi ordenador de cada. De mi querido Pentium ciento veinte, al un PII (en una preciosa y enorme caja que aún hoy alberga el ordenador “serio†que tengo por casa)
Como no podÃa ser menos, ahà también me tangaron. Pedà una buena tarjeta de vÃdeo (iluso de mÃ, pensando que la usarÃa para jugar o hacer animaciones en Tres Dé) y me pusieron una Matrox Millenium con cuatro megas de ram (que también danza por mi casa pinchada en uno de los ordenadores viejunos). Aquello no habrÃa estado mal, de no ser porque era una tarjeta PCI y la placa que me vendieron venÃa con AGP.
Visto todo aquello, todas las remesas de ordenadores que han ido pasando por mis manos desde entonces, han sido montados por piezas. Que suelo tirar a lo barato, pero al menos sé lo que estoy comprando (y cuando debo pagar por ello)
Ahora volviendo al tema del sistema operativo (y a la coletilla que acompaña esta entrada) una de las sorpresas que traÃa la versión OSR2 del ventanitas noventa y cinco era que cambiaba los dieciséis gordos que particionaban sus discos duros, por treinta y dos (que, irónicamente, permitÃan hacer divisiones más pequeñitas)
¿Que quiere decir todo esto?
Vamos con una pequeña lección de historia de la cercana de la informática:
Gordo16 (traducción muy libre de F.A.T. «File Alocation Table» 16) era el sistema de formateo de discos que habÃa usado desde el ochenta y cuatro por Microsoft con su MS-DOS versión tres. Entre otras lindezas y limitaciones, permitÃa un tamaño máximo de partición de dos gigas (lo cual no estaba nada mal para una época en la que el tamaño normal de los discos duros era de veinte megas)
Claro, el tamaño de los discos habÃa crecido un poco desde entonces. No tanto como para que esa imitación fuese insuficiente, pero ya rondaban por ahà discos que doblaban ese tamaño (por ejemplo el de nuestro servidor que era de cuatro gigas)
Asà que Microsoft se sacó de la manga Gordo32 para la versión “barata†de su sistema operativo, en lugar de usar NTFS (NT File System) que usaba en su versión “profesional (y que aún sigue usando en la actualidad)
¿Que qué tiene esto de malo?
Nada… salvo que no puedes usar OSR2 en un disco formateado (o que crea estar formateado) en Gordo16 y algo parecido sucede de manera inversa.
¿Que seguÃs sin ver el problema?
Venga, me voy a explayar un poco más.
La primera versión que tenÃa de ventanitas noventa y cinco, era una actualización. Ergo, necesitaba tener instalado antes MS-DOS 6.22 y ventanitas 3.11 antes de poder ponerte con él.
Todos estos sistemas funcionaban bajo Gordo16 y ninguno de ellos era capaz de “ver†un disco duro formateado en Gordo32 (vamos, que para ellos no existÃa).
OSR2 sólo funcionaba bajo Gordo32, por lo que formateaba el disco duro usando este estándar al instalarse. Esto no estarÃa mal… de no ser porque, si detectaba que habÃa una versión anterior del sistema antes de ser instalado, en el arranque te dejaba la opción de “Arrancar con el sistema anteriorâ€
¿Que seguÃs sin ver la parte mala?
Esperad, que aún no he terminado.
Al arrancar con la versión anterior, se hacÃa un lÃo con la tabla de particiones (recordar que el DOS 6.22 necesitaba Gordo16 para funcionar) y en el siguiente reinicio aquello no tiraba por ningún lado.
OSR2 creÃa que aquello estaba en Gordo16, asà que no arrancaba. Al DOS le pasaba al contrario… con idéntico resultado. Los discos de arranque y recuperación que tenÃas estaban hechos con MS-DOS, ergo te decÃan que no tenÃas disco duro.
Pero… pero… pero…
Lo vais pillando, ¿no?
Pues imaginaros el caos que fue aquello hasta que logré llegar a aquella conclusión. Reinstalar el sistema a diario en todos y cada uno de los equipos en los que hacÃa aquello (y lo de arrancar con la versión anterior del sistema era bastante habitual por problemas de compatibilidad de programas)
Ahora el chascarrillo me hace gracia, entonces la cosa era una agonÃa constante (por “suerte†“sólo†eran cuatro ordenadores)
Bueno, que se me está hinchando la vena.
En la siguiente entrada de mi biografÃa computeril: La razón por la que el noventa y siete tendrÃa que estar enmarcado como uno (sino como ÉL) año clave en la historia de la informática.
Las cifras bailas y los números se vuelven confusos en mi mente. Es lo que tiene esto de la (falta de) memoria cronológica (y de dejar la documentación en profundidad para última hora, pero es lo que hay)
El noventa y seis fue un año movido y, podrÃamos decir que, serÃa un momento (largo, pero momento al fin y al cabo) definitorio en la implantación y consolidación de la innovación tecnológica (llamémoslo Interneeeee) en mi entorno más inmediato.
Como colofón y, alejándonos un poco del tema informático, podrÃamos poner como punto final del año el lanzamiento de un pequeño grupo de irreductibles del Cyberpunk (¡¡¡Muerte al Shadowrun!!!) de I/O; el fanzine dedicado al juego grandioso juego de Talsorian en el que colaboré (y que serÃa presentado en ciertas jornadas roleras de Barcelona que pasarÃan a la historia como las de la GENte CONgelada como “Fanzine rolero de Cyberpunk en lujoso blanco y negro†por el señor Z)
Pero si aquel año habÃa sido intenso, el siguiente le iba a dar varias vueltas de campana y superarÃa con creces. La carrera tecnológica se expandÃa en todas las direcciones y dimensionas posibles. El pasado se hacÃa futuro, el presente ayer, el mañana hace unos años. Tiempo y espacio convergÃan para traer hasta nosotros los mejor de todos los cualquier realidad. Pero la pinza se me va, y quedan muchas cosas por contar. Asà que vamos por partes.
Empezaremos con la zona “mala†del año (sÃ, entre comillas)
Quizás os preguntéis que evento merece tal apelativo.
Yo… volvà a negar a mi señor ante la cruz… y eso me hizo muy feliz.
Tras “el acelerónâ€, el impulso tecnológico no cesarÃa. Cada dÃa salÃan más aparatos y todos ellos estaban (o parecÃan estar) al alcance de mi mano.
Claro, todo aquel Ãmpetu no iba dirigido en una única dirección y, mientras parte de él iba a decantarse por lo que parecÃa el asentamiento definitivo de internet en mi vida, el otro parecÃa despertar lejanos fantasmas del pasado.
Entre tanta seriedad, ttrascendencia y nuevos hábitos, uno de los viejos regresó de manera fulgurante a mi vida. Como no podÃa ser de otra manera, la piedra en la que “tropecé†(bueno, que busqué para tropezar de nuevo con ella) fue mi vertiente electrónico-lúdica.
La tentación (irónicamente) no llegarÃa en aquella ocasión a través de la pantalla del ordenador, sino por medios tan convencionales como la televisión y la visita asidua de(l) centro (del) Ma(i)l.
Al igual que en mi anterior momento de flaqueza, serÃa encandilado por los cantos de sirena de la última aberración tecnológica que habÃa tomado al asalto el mercado. Tras mucho resistir, acabarÃa comprándome un cacharro desarrollado por un fabricante de teles y cadenas de hi-fi: “La pleyâ€
SÃ, en un nuevo e imperdonable acto de inmunda e impÃa blasfemia, habÃa ayudado a otro de “los enemigos†a vencer en la batalla que se producÃa entre bambalinas. Mi imperdonable herejÃa habÃa ayudarÃa a poner un clavo más en la tumba de la yaciente Sega. Me habÃa saltado la pobre e incomprendida Saturn (como habÃa hecho ya antes con el MegaCD y el 32X). No hay excusa para tan atroz traición y por ello merezco todo el dolor que pueda infligirme Segata Sanshiro.
Pero, ¿qué queréis que os diga? El Soul Blade era mucho Soul Blade y el anuncia de la tele del Final Fantasy VII prometÃa incontables horas de aventura y emociones (una promesa que luego no cumplirÃa)
CaÃ, enamorado de la moda juvenil (triangular y poligonal) de Sony. Me compre (obviamente) la consola, los dos juegos antes citados y… poco más. Recuerdo el Psychic Force (como no podÃa ser de otra manera, con triángulos como puños, pero muy divertido) y ya está. Supongo que me comprarÃa algún juego más pero ninguno ha dejado huella en mi memoria emocional. Para mi memoria fÃsica, aún conservo el arcade stick de Namco (la consola la venderÃa, pero el mando serÃa heredado por mi hermano y terminarÃa por volver a mà hace unos pocos años)
¿HabrÃa sido la cosa distinta de haber seguido “El camino de Sega†(y las consolas Pro-2Dâ€?
Pues no lo sé, pero lo dudo.
En mis visitas a(l) centro (del) Ma(i)l jugué alguna que otra partida a un juego que recuerdo que me recordó mucho a Record of Lodoss War (que he buscado, sin éxito, desde que me compré una) pero lo poco que he podido ver de su catálogo ha sido más bien decepcionante. A ver si pongo un dÃa de estos el Panzer Dragoon o la trilogÃa de la Jungla de cristal y desmiento esa impresión.
Por lo demás, en la siguiente entrada hablaremos de la zona “media†o “caldeada†de aquel año.
Si la anterior entrada la dejamos con el descubrimiento y adquisición de un nuevos programas para realizar, de manera correcta, una tarea que, como muchas otras, ya tenÃa solventada de manera “alegalâ€.
La comunicación remota era un aspecto de mi nueva vida conectada que tenÃa bastante descuidada. SÃ, me habÃa conectado a algún canal rolero de IRC para ver que era aquello de lo que se hablaba en las listas de correo, pero aquello no era para mÃ. Aquello era el equivalente virtual de una cena multitudinaria en la que todos hablaban con todos pero, en el fondo, nadie hablaba con nadie. Si a todo esto le sumábamos las ansias de notoriedad de las nuevas “celebridades†que aspiraban al trono del famoseo electrónico, la mayor parte del tiempo daba un poco de “cosica†el pasarse por ahÃ.
Además de todo esto, si ya acostumbro a diluirme y desaparecer en las conversaciones a varias bandas que tienen lugar en el mundo real, allÃ, directamente, ni siquiera traté de encajar.
Por fortuna para mà (y para otros tantos como yo, que dudo ser “tan†raro como para ser el único que se sintiese asÃ) surgió el ICQ (que ya sé que, traducido, serÃa más “Te busco†que el “Te veo†que corona esta entrada, pero como a mà me parece más cercano a la función que desarrollaba el programita, y este es mi blog, y no quiero justificarme más, pues uso la que más me apetece). Una desconocida empresa llamada Mirabilis acababa de ¿inventar? (supongo que no, pero sà que serÃa la primera en popularizar la idea) la mensajerÃa instantánea unipersonal (y hubo gran regocijo, al menos por mi parte)
Claro, en aquellos tiempos, el asunto aún estaba un tanto en pañales y cosas que hoy damos por sentadas aún tenÃan que terminar de plantearse y desarrollarse.
Por un lado, para buscar a la gente, tenÃas que ir a su página (la de Mirablis) y buscarlos. Allà te daban un número identificador que, tras agregar al programa que tenÃas instalado en tu equipo, enviaba la petición a la otra persona para que te autorizase.
Vale, no es “tan†distinto a como se hace con los programas de ahora (salvo por el hecho de tener que buscar a los contactos en una página web) El problema venÃa cuando reinstalabas el equipo (que, creedme, con Ventanitas noventa y cinco era algo bastante habitual) Houston no tendrÃa un problema, pero nosotros sà (tampoco nada cataclÃsmico, pero no por ello menos molesto)
Porque nuestra lista de contactos se guardaba localmente. No habÃa ningún servidor en la red que almacenase aquella información. Asà que, o hacÃas una copia de los archivitos antes de instalar, o tenÃas que empezar el proceso de nuevo.
Aparte de la funcionalidad “normalâ€, también estaba la opción que yo bauticé como “a lo locoâ€, que no existe en los programas de mensajerÃa posteriores y que fue la que me deparó unas cuantas anécdotas curiosas.
Por lo que se ve (nunca me dediqué a explorar esos aspectos de la página, ya fuese para buscar u ocultar esa información) como los datos de quienes usaban el ICQ se encontraban allÃ, a disposición de quien quisiera buscarlos, habÃa gente que se dedicaba a realizar búsquedas por criterios diferentes a los clásicos Nombre-apellido-correo-electrónico.
En los casos que me tocaron a mÃ, hasta mi ordenador llegaron tres personas que realizaron búsquedas basadas en PaÃs-provincia. Una enfermera (no sé si estudiante, becaria o trabajadora fija) un alemán que habÃa pasado una temporada viviendo en Pamplona, y un administrador de sistemas (no recuerdo si koreano o taiwanés) que tenÃa a su novia estudiando en la Universidad (privada, supongo) de Navarra una filologÃa.
Con los dos primeros encuentros, apenas charlé. La enfermera me saludó un par de dÃas y el alemán alguna que otra vez más. Pero con el… asiático, cuyo nick recuerdo que era Ars (al parecer un personaje de una serie de novelas muy populares por allÃ) sà que tuve más trato.
Al parecer, el pobre hombre se dejaba una pasta en llamadas internacionales para hablar con su novia. Entre que por nuestras tierras aún no se habÃan extendido los cyber-cafés y que la chica no hablaba demasiado bien nuestra lengua, el teléfono parecÃa ser su única vÃa de comunicación. Le comenté de un par de lugares desde lo que se podÃa conectar pero, cuando su novio se lo decÃa a ella, la chica no se animó a pasarse por ellos.
Al final y aprovechando que las conexiones “gratuitas†que ofrecÃan las operadoras (esas en las que sólo pagabas el tiempo que estabas conectado) y que usaba yo desde casa, le saqué una cuenta a la muchacha y, tras unos rodeos un tanto rocambolescos (ella me llamó por teléfono al trabajo, pero no nos entendÃamos, por lo que me pasó con una compañera de piso suya que es con quién quedé finalmente aquella misma noche) logramos quedar para configurárselo.
Demos gracias a los menús gráficos y la estandarización de la configuración de la conexión a internet porque, obviamente, el ordenador de la chica estaba en chino (o algo similar, y no hablo metafóricamente) Por fortuna, al estar los iconos en los mismos lugares y con los mismos dibujitos, configurar aquello fue de los más sencillo (explicarle a ella y a sus compañeras de piso como utilizarlo, y que se pusiesen de acuerdo sobre los horarios en los que podrÃa usarlo para no dejarles sin teléfono, fue una tarea bastanteo más complicada)
Y, como con esta entrada se me ha ido un poco la mano, en la siguiente terminaremos con el noventa y seis (creo)
Si el noventa y cinco habÃa sido un año descubrimientos, el año siguiente serÃa el que darÃa comienzo a las “Crisis de las versiones infinitasâ€
Cuando estabas tan a gusto con un programa con el que, más o menos, te defendÃas, te sacaban una versión nueva. O un programa que hacÃa lo mismo “pero mejorâ€. Cuando ya habÃas “estabilizado†tu parque de programas, salÃa un procesador nuevo. O una tarjeta de sonido mejor. O un cacharro que dibujaba montones de triángulos pequeñitos.
Siempre habÃa algún “O†rondando por ahÃ. Tentándote con sus cantos de sirena y pujando por hacerse con tus ahorros (bueno, esto último podrÃamos considerarlo un eufemismo, porque nadie podrÃa permitirse el pagar lo que costaban el noventa por ciento de los programas que utilizaba)
En mi caso, el estándar era: Cuatro ocho seis con Ventanitas noventa y cinco (aquà no habÃa mucho entre lo que elegir… porque no tenÃa ni idea de lo que era Linux y los Mac se escapaban del presupuesto) Word siete (y sus catorce discos) Photoshop tres (el cuatro ya estaba en el mercado, pero no habÃa llegado hasta mis dominios) Corel Draw cinco, QuarkXpress tres punto tres, Pagemill uno, Netscape navigator cuatro, Eudora (no recuerdo que versión) y Campaign cartographer uno punto dos.
Como podéis ver, todo muy apañado.
Pero claro, las compañÃas tenÃan que comer y, con el reciente advenimiento de internet a nivel “públicoâ€, la información volaba a una velocidad de vértigo. Vale, aún no nos podÃamos descargar las cosas alegremente (la velocidad no daba para mucho y el espacio web del que se disponÃa tampoco era como para tirar cohetes) pero sabÃamos enseguida a lo que podÃamos aspirar.
El año anterior apenas sabÃa que era el correo electrónico, los “gifsâ€, los “jpegsâ€, el html o el IRC (los palabros me sonaban de los amigos universitarios, pero no los habÃa “catadoâ€) y en menos de un parpadeo ya estaban integradas en mi vida como si siempre hubiesen estado ahÃ.
El ordenador de la tienda evolucionarÃa a un pentium doscientos adquirido en el Centro del Mal aunque, junto a él, vendrÃa también un visitante no deseado: Un virus. Al fabricante del ratón se le habÃa colado, y todos sus dispositivos habÃan salido con el disco del controlador infectado (parece que el apodo de Centro Mail no iba muy desencaminado)
Aprovechando mi “mejorÃa técnica†y tratando de alimentar los primeros pasos que estaba dando en el diseño web, empezarÃa a comprarme un curso que habÃa visto en uno de los quioscos que me pillaban al lado del trabajo; el “ Curso IBM de Animación diseño gráfico y multimediaâ€
En un principio, la cosa prometÃa (y el anuncio de la tele, como no podÃa ser de otra manera, te mostraba una serie de cosas que te hacÃan decir “Yo quiero ser capaz de hacer esoâ€) pero las promesas, al final, no se cumplÃan.
Con cada uno de los cincuenta ejemplares que componÃan el curso, venÃa un disco (lo que tendrÃa que haberme hecho sospechar, ya que los Cds eran ya algo común) con una pequeña parte de uno de los programas que nos enseñaban a utilizar.
¡Mola! te decÃas. Además te regalan programas y ¡también te regalaban el sistema operativo!.
Pero la cosa no era tan bonita. Aquel curso estaba compuesto por otros dos que habÃan publicado vete tú a saber cuanto tiempo antes. Uno de diseño gráfico y otro de programación de C++.
Los programas estaban desfasadÃsimos (y el sistema operativo era un Windows tres uno) y trabajar con los disquetes era un dolor.
Al final, el curso sólo me sirvió para descubrir un nuevo programa (una alternativa legal y asequible al Photoshop) que serÃa el Picture publisher (y cuyo CD con una versión “liteâ€, aunque bastante posterior a la que venÃa en el curso, encontrarÃa por unas dos mil pesetas en el mismo quiosco)
Gracias a él, y a la versión shareware del Paint Shop Pro, desterrarÃa por una temporada a la criatura de Adobe de mi equipo.
De todas formas, a aquel año aún le quedaban muchas cosas por depararme pero, como ya es tradición, dejaré eso para la siguiente entrada.
La red que se iba tejiendo a mi alrededor cada vez era más tupida y complicada de sortear. TendrÃa que haberme comprado el coleccionable aquel de Comandos. Porque el enemigo me estaba rodeando, y me parecÃa que no iba a ser capaz de sobrevivir.
Por un flanco se encontraba el ventanitas noventa y cinco. Estaba ahÃ, como el lado oscuro. Atrayéndome. Tratando de seducirme con sus resoluciones de pantalla superiores a seiscientos cuarenta por cuatrocientos ochenta (en el tres once también se podÃa, pero rara era la ocasión en la que funcionaba un driver a una resolución no nativa del sistema) y sus controladores para aparatos no soportados por la anterior versión (aparatos que, casualmente, vendÃamos)
Por el otro, Internet. Bueno, por aquel lado estaba más o menos atrincherado y tampoco me causaba demasiados problemas (llámadlo tentaciones, si preferÃs) ya que no tenÃamos conexión propia y, caso de tener una, iba a salir por un pastón en llamadas a Madrid o Barna.
Pero el tiempo pasaba y antes de fin de año los dos habrÃan acabado asentándose en mi entorno. Al final, como no podÃa ser de otra manera, acabarÃa cayendo en las garras de ambos depredadores.
Primero vendrÃa el cambio de sistema, no antes de que mi ordenador resucitase (previa defunción, obviamente)
En realidad, la pieza en perecer no serÃa el ordenador en sÃ, sino el disco duro. Un giga de información a paseo (o eso me temÃa). Por fortuna, ahà estaba el amigo G al rescate de nuevo con un disco del mismo modelo (que tenÃa por el centro del mal). Cambiar controladora de disco y problema solucionado.
Ese serÃa también el momento en el que me enterarÃa que nos habÃan tangado colándonos un cuatro ocho seis a setenta y cinco en lugar de un pentium. Dos problemas solucionados: El ordenador, y el no pillarle nada más a aquel tipo.
Una vez salvado este pequeño escollo tocaba instalar el sistema. Tras una ardua labor (cerca de tres horas después de dedicarnos a mirar como mi fantabuloso CD por uno copiaba con parsimonia todos y cada uno de los archivos, dándonos tiempo a leer el nombre de cada uno de ellos mientras iban subiendo por la pantalla) ya estaba “actualizadoâ€
En aquel momento tocada configurar la tarjeta de sonido y la controladora del escáner que, al no ser “pincha y juega†en sistema se empeñaba en darles las direcciones que le daba la gana y ellas, como no estaban allÃ, pues como que no respondÃan.
Aún después de ponerlas manualmente, tampoco os creáis que le hacÃan mucho caso. Llegó a darse el caso de escanear (y hacer OCR) de un libro para el trabajo de la universidad de una amiga, y tener que reiniciar el ordenador con cada par de páginas escaneadas porque si no no habÃa manera.
Grandes avances, sà señor (pero no iba a reinstalar el sistema viejo, escanear el libro, y pegarme luego otras tres-cuatro horas para dejar el sistema como estaba.
Ya que estábamos, y para dar uso a aquel entorno de “alta tecnologÃa†que me habÃa montado (y que el ordenador de casa era algo más potente) me comprarÃa también un juego nuevo al que, como de costumbre, no dedicarÃa más de unos minutos: Dragon Lore (que tampoco era tan nuevo, no tan “altotecnológicoâ€, ya que tenÃa un añito y también funcionaba bajo DOS, pero bueno…)
Lo ponÃan por las nubes: Uno de los primeros juegos de rol, en ofrecer un entorno realista, decÃan. Impresionantes 3D. Y bueno, para la época no estaba tan mal. Bastante mejor que el Alone in the dark, pero habÃa visto demos en al Amiga bastantes años antes que no tenÃan nada que envidiarle.
No eran listos ni nada estos “jodios†de la publicidá.
Vale, fase uno solucionada. Ahora tocada la número dos.
Por suerte (o desgracia) llegarÃan tres nuevos aliados a mi vida: La primera de ellas, dos modems, uno para casa y otro para el trabajo. Después de la gratificante experiencia con la “autodetección†de windows, ambos dos externos.
La segunda INFOVIA, que era un poco churro, pero que al menos pagabas siempre llamada local. AsÃ, de regalo, y aprovechando que el Pisuerga para por Valladolid, me saqué mi primera cuenta de correo y espacio web en (la difunta y que en paz descanse) Geocities.
Acto seguido, tras unas rápidas lecciones de html, revisar programas como el HotDog Pro, HotMetal y demás aplicaciones “super pro de la muerteâ€, me quedarÃa con el una demo del Pagemill de Adobe, que era un editor visual, y asà no tenÃa que comerme la cabeza con el código, para hacer la primera versión de la página de Daegon: http://www.geocities.com/Area51/Corridor/6689/
(Podéis pinchar el enlace si queréis, pero sólo llegaréis al vacÃo cósmico)
Lo que es la vida. Con el cariño que le tenÃa yo a aquella cuenta, y ahora (desde que mutó en una de Yahoo) sólo la utilizo para redireccionar ahà el spam.
Hay que ver. Como pasa el tiempo, y que poco respeto mostramos a los clásicos.
Y llegamos al año del Apocalipsis. Cuando el gran mal largo tiempo aprisionado serÃa desencadenado sobre la humanidad. Año de rimas, año de cambios.
Llegó el noventa y cinco y con él, la siguiente evolución del sistema de las ventanitas. Plug & Play, decÃan. Pincha y juega. Conecta y trabaja. Señora, se terminó el poner interruptores a mano en las tarjetas de ampliación. Bill nos iluminaba con su nueva obra (y la de sus ingenieros)
Su evangelio decÃa: El configurar se va a acabar.
Y claro, todos corrieron a su tienda más cercana para hacerse con los bits sagrados.
¿Todos?
No.
Yo seguÃa apegado a lo que ya conocÃa. Irreductible y estoico ante los cantos de sirena procedentes de los ImpÃos salones de Redmon (que ya estaban cómodamente asentados en mi sistema… pero eso es otro asunto. No me cambiéis de tema ahora)
Vamos, que experiencia pecera aún era escasa, pero no me fiaba de aquellos señores que me querÃan colar su última “idea genialâ€
¿Qué era eso de poner a los archivos nombres más largos de ocho caracteres más los tres de la extensión?
Yo querÃa seguir arrancando en DOS y sólo poner las ventanitas cuando me viniese en gana.
Que no. Que no iba a dejar que el sistema “adivinase†en que posición habÃa puesto yo los selectores de la tarjeta de sonido (que, además, lo hacÃa con el culo, como asà quedarÃa demostrado en la instalación del equipo de mi hermano)
Además, el emulador de OS2/WARP no funcionaba. Vamos, que no me ponÃa aquel engendro “multimedia†(en aquellos dÃas comencé a odias esa puñetera palabra) ni de coña.
Pero, como os comentaba ahà arriba, pronto me verÃa rodeado.
Mis dos hermanos se instalarÃan aquella aberración tecnológica en sus equipos del curro. Para más INRI, gracias al señor G lograrÃamos conectar los tres en red (previo agujereado de suelos y tabiques) Pero mi pequeñin se portaba muy bien y nunca se rindió. PodÃa ser una generación de hardware y de software anterior a los otros dos, pero no tenÃa nada que envidiarles.
La presencia del retro era muy poderosa en él.
Mientras tanto, y ya en casa, también habÃa cambios. La placa de Pentium noventa era heredado por un amigo y yo me hacÃa con uno a ciento veinte. No era un gran cambio, pero lo mejor vendrÃa después: Me harÃa también con un sintonizador-de-televisión para-el-ordendor-pero-no.
El aparato en cuestión se colocaba dentro de la torre, utilizaba su fuente de alimentación, pero ahà acababa toda su interactuación. No podÃas grabar los programas de la tele ni nada parecido (ni me lo planteé ¡como si tal cosa fuese posible!) pero debÃas tener el ordenador encendido si querÃa ver cualquier programa.
Entre la potencia que tenÃan aquellas máquinas de la época, que no existÃan el DVD o los divx (aún tardarÃamos un tiempo en comenzar a escuchar de algo llamado MP3) y la capacidad de los discos duros, la posibilidad de poder, no grabar, sino simplemente “visualizar†vÃdeo en un ordenador se me hacÃa algo de pelÃcula (sÃ, igual que lo de poder conectar los ordenadores entre ellos, pero aquello, a base de usarlo, más o menos ya lo iba asumiendo)
De todas formas, la experiencia con aquel trasto empezó con susto.
Después de convencer a mis padres para hacer un agujero entre nuestras habitaciones (la mÃa no tenÃa toma de antena para la tele) Después de hacer el susodicho agujero y pasar el cable. Después de montar el aparato y lograr averiguar como se suponÃa que tenÃa que funcionar.
Después de todo aquello, la tele no se veÃa.
Venga, alegrÃa.
¿TendrÃa algo que ver con el sistema operativo? ¿Me verÃa obligado a claudicar ante la tiranÃa de los designios mediáticos del tito Gates?
No, y no (por el momento)
El problema era que el sintonizador se habÃa quedado un poco obsoleto, y el refresco de los monitores SVGA no soportaba la señal que le mandaba (claro, esto lo deduje después de semanas de prueba y error)
¿Solución?
Tras probar con varios monitores (véase, dar algún que otro cambiazo con los ordenadores del trabajo) di con uno que sà que era capaz soportar aquella frecuencia. Casualidades de la vida, el monitor del primer ordenador que me habÃa comprado.
Aquello debÃa ser una señal. El poder del retro siempre habÃa estado muy presente en mi “familiaâ€
Llegamos a finales del noventa y cuatro. Para ser más exactos, trece de noviembre de ese año. DebÃan de ser algo asà como las tres y pico de la tarde y yo estaba en el autobús de vuelta a Pamplona.
¿De donde volvÃa?
De Barcelona. De las primeras GenCon que se celebraron allà (y las primeras jornadas roleras a las que iba en mi vida) Pero bueno, de eso igual os hablo mejor otro dÃa, porque también fueron moviditas y tampoco me quiero meter en más berenjenales temáticos.
En el bus, junto a lo que habÃa comprado en las jornadas, la Pantiplora que habÃa rellenado de horchata (y la mochila con la ropa y esas cosas) se encontraba el material que habÃa recogido de Gigamesh.
Gigamesh… que recuerdos. La de cosas que les habÃa pedido por correo y dejaron de vender de esa manera. Mira que hasta habÃa aprendido a hacer giros postales por ellos. Pero bueno, me vuelvo a desviar.
La cosa es que, entre ese material que se encontraba en mi mochila, se hallaba el número doscientos nueve de la revista Dragon (la americana, esa que no lleva acento) que correspondÃa al mes de Septiembre de ese mismo año (una cosa es que ya no vendiesen por correo, y otra que no me reservasen los números para cuando me pasaba por allÃ)
Comencé a leer aquella revista durante aquel trayecto, y en su interior encontré una comparativa de varios programas de cartografÃa por ordenador.
A todo esto… y por si no lo habÃa comentado antes por aquÃ… estoy haciendo un juego de rol.
Pues entonces también llevaba unos cuantos añitos haciendo un juego de rol. Más concretamente… SÃ, ese mismo: Daegon.
¡Vaya! – Me dije – Igual alguno de estos me sirve para mi pequeñin.
Asà que leà y releà aquella comparativa hasta coincidir con el opinador de la revista que el Campaign Cartographer era el mejor de los programas comentados y, cuando llegué a casa… no hice nada.
¿Que iba a hacer? No tenÃa VISA y tampoco me atrevÃa a pegarles un telefonazo a aquella gente y balbucearles el pedido.
Asà que esperé y esperé. Planifiqué y planifiqué. Hasta que llegó el momento en el que alguien dio la más mÃnima pista de que podrÃa estar interesado en algo similar, engañamos a un tercero que no balbuceaba el ingles, sino que lo hablaba con más fluidez que nosotros y lo compramos entre los dos (el que llamó por teléfono no estaba interesado en el programa) gracias a la tarjeta de mi compi SÃ, soy uno de esos bichos raros que paga por (alguno de) los programas que utiliza (más que nada cuando tienen un precio que considero razonable)
Por favor, no me repudiéis por ello.
Unas cuantas semanas (por no decir meses) después llegaron dos cajas (también habÃamos pedido el Dungeon Designer)
Cual serÃa nuestra desilusión cuando fuimos a instalar el programita en cuestión y comprobamos que el disco estaba jorobado (maravillas de la tecnologÃa de la época, y el estado de la caja tendrÃa que habernos servido como aviso) con lo que estábamos un poco vendidos.
¡Yupiii!
Más inasequibles al desaliente (y utilizando algo un poquito de las fastuosas tecnologÃas de las que disponÃamos) les mandamos un fax para informarles del percance y, loados sean los hados binarios, nos mandaron otras dos cajas sin cargo (con lo que se ganaron mi amor eterno y la compra por mi parte de posteriores versiones. A todo esto, la semana pasada pedà la última versión)
El que el programa sólo se pudiese instalar dos veces no es que me emocionase demasiado, pero entonces no reinstalábamos el sistema tan a menudo, y te daba la opción de desinstalarlo para volver a tener intacto tu número de instalaciones.
Luego… la cosa no fue tan sencilla. El programa no dejaba de ser un CAD para DOS con iconos pregenerados para hacer mapas de fantasÃa. Vamos, que para hacer los mapas que venÃan en los anuncios tenÃas que currártelo mucho (asà que aún estoy en ello)
De todas formas, hay que ver lo que han avanzado desde entonces (y lo que voy a tener que rehacer para aprovechar las funcionalidades que han añadido.
Como muestra, aquà tenéis una serie de video-tutoriales que han puesto en su página. No seáis impacientes e ir pasando de uno a otro. Mirad la de cosas que se hacen con unos pocos clicks.
Que no. Que soy un chico muy sano y no he fumado nada raro. Lo que pasa es que el evento que estoy a punto de narraros bien merece un tÃtulo en consonancia, asà que permaneced atentos.
Como os contaba hace unas entradas, un nuevo artefacto, cuyo poder sólo era superado por su arcano misterio, habÃa llegado hasta mis dominios (bueno, en realidad los de mi hermano mayor)
¿Un transfuncionador del continuo? Os preguntaréis ¿Un nulificador supremo? Murmuraréis aterrados.
Pues no. Nada tan banal.
Lo que habÃa llegado hasta mis manos (bueeeno, las de mi hermano) era un poder sin parangón. La rueda o el fuego que nos transportarÃa hasta el nuevo siglo: Un modem.
Porque aún nos hallábamos en los albores (bueno, casi ya habÃamos alcanzado su equinoccio) de la última década del siglo pasado. Para ser mas exactos, mil novecientos noventa y cuatro.
Nada sabÃamos de lo que nos depararÃa aquel mÃstico talisman. De lo que nos aguardaba a la vuelta de la esquina tecnológica.
En tiempos pretéritos (aunque tampoco mucho) visitando a los amigos Z y Mercenario, les habÃa contemplado escribir mÃsticas ordenes en los terminales de misteriosos programas. DecÃan que, gracias a aquellas arcanas runas, eran capaces de comunicarse con gente de más allá. Con entes que se hallaban “al otro lado de la lÃneaâ€, aunque por entonces no asociaba el termino “lÃnea†con “telefónica†cuando se trataba de las lides informáticas. Al fin y al cabo, Juegos de guerra, no dejaba de ser una pelÃcula. Ciencia ficción como lo era Starfighter o Cortocircuito.
La gente no podÃa hablar con las máquinas, al igual que no habÃa reclutadores de “la liga de las estrellas†merodeando por los salones recreativos, ni robots con una vida interior más rica que la de muchos humanos.
Con el tiempo, de aquellas pesquisas virtuales que realizaban mis amigos por las brumosas estepas de las BBS, como si de chamanes gloranthinos se tratase, regresarÃan con el conocimiento almacenado en “la máquinaâ€.
Nos traerÃan la reinvención del fuego, la reformulación de los leyes del universo. Noticias de lejanas tierras, reglamentos desechados por editoriales o revistas sin imágenes que imprimÃan en sus impresoras de agujas.
La nueva panacea. La cornucopia del ávido devorador de información. Nos traÃan… EL FUTURO (venga, bien de fanfarrias)
Pero aquel FUTURO pronto se quedarÃa atrás (entre otras cosas porque a nosotros nos habÃa llegado un poco tarde) porque adelantándole de manera fulgurante llegarÃa hasta nosotros el hermoso retoño de los ceros y unos.
Como suele ocurrir con todas estas cosas que os suelo contar, mi único merito en estas cosas es el de “pasar por ahÆcerca de alguien que tiene los ojos abiertos. En esta ocasión, el amigo Mercenario y su inestimable apoyo técnico.
No recuerdo muy bien como sucedió. Supongo que serÃa gracias a las partidas que solÃamos echar los domingos en la tienda. Imagino que verÃa el modem y dirÃa “si yo tengo una conexiónâ€.
Asà que, ni corto ni perezoso se vino un dÃa entre semana y nos la configuró en nuestro flamante Ventanitas 3.11.
Tras pegarse con el winsok, los inis y la madre que lo trajo. Tras unos cuantos reinicios. Tras instalar un navegador (supongo que el Netscape 4.08) Ya estaba. Por fin lo tenÃamos:
INTENNEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE
Claro, aquella conexión se hacÃa con sus datos, asà que no podÃamos estar “en linea†a la vez que él, por lo que básicamente nos conectamos cuando el se pasaba por la tienda.
Aquellos momentos de emoción contenida: ¿Se conectará?
Aquellos momentos de juramentos incontenibles: YA SE HA VUELTO A CAER LA CONEXIÓN
Aquel sentimiento de maravilla: Mira, mira, ¡¡¡está descargando a cien bites por segundo!!!
Aquellos momentos de ensoñación: ¿Te imaginas poder descargar algún dÃa ese programa de dos megas?
Todo estaba ahÃ. En aquella pequeña cajita. En aquel puñetero trasto.
Aquello parecÃa insuperable pero, aunque nos parecÃa casi imposible, la continuó yendo a más.
Pues sÃ, maldito gorila.
¿A que gorila me refiero?
Al de Nintendo. Al puñetero Donkey Kong, que me hizo reincidir. Que me harÃa tropezar otra vez con la piedra de costumbre.
Vamos, que después de ver los anuncios del Donkey Kong Country en la tele (a todo esto, juegazo), aquellas mismas navidades me comprarÃa una Super Nintendo.
A ver, no me entendáis mal. La máquina bien merecÃa la pena un tiento (y alguno más también) pero estaba negando una vez más a uno de mis señores. Sin un Commodore a quien negar ante la cruz, esta vez traicionarÃa a Sega.
Bueno, tampoco es que la traicionase de una manera exacta (al menos no del todo) Al fin y al cabo la MegaDrive seguÃa en casa y ¿que queréis que le haga? del MegaCD, que habÃa salido un par de años antes, ni me habÃa enterado.
Lo mismo pasarÃa con “La respuesta de Sega ante la SNESâ€, el 32X, de cuya existencia no sabrÃa hasta mucho tiempo después (y que, seamos sinceros, de haber visto en su momento dudo mucho que me hubiese comprado)
Y hasta en año siguiente no saldrÃa la Saturn, que pasarÃa de una manera bastante discreta por las tiendas de la zona. A veces me pregunto ¿HabrÃa corrido la Saturn la misma si a los señores de Sega España, en lugar del “Canal Pirata†le hubiesen dado un tiento por estas tierras a los anuncios del amigo Segata Sanshiro?
No lo sé… pero nos habrÃamos echado unas risas.
Más adelante, tras tropezar de nuevo con la misma piedra, tropezarÃa de nuevo volviendo al redil de mi señora de los ludismos. Pero eso os lo contaré cuando toque cronológicamente.
Pues bien, a lo que Ãbamos.
Mi tropiezo con la piedra de costumbre me llevarÃa hasta los amorosos brazos de la gran “Nâ€, pero serÃa una recaÃda muy prolongada (pero bien aprovechada)
Durante mi etapa con Nintendo, la verdad es que probarÃa pocos juegos. No tanto por elección premeditada, como por imposición, llamémosla “socialâ€. Los juegos para la SNES (como todos los de la época) eran caros de cojones.
Si a esto sumamos que tampoco habÃa mucho entre lo que elegir (en Pamplona) y que, pese a que internet estaba a punto de llamar a mi puerta, no era lo que es hoy dÃa, el resultado fue que sólo me compré cuatro juegos para aquella máquina.
Por un lado estarÃan el mencionado Donkey Kong Country, su segunda parte y el R-Type, grandes juegos todos ellos. Por el otro, me harÃa con el Killer Instinct, que no es que fuese malo, pero que no dejaba de ser un Mortal Kombat con todo lo malo que aquello acarreaba. Vamos, que se dejaba jugar pero tampoco me emocionaba (ni él, ni el CD que te regalaban con su banda sonora)
Lo cierto es que en aquellos años no recuerdo haber visto por las tiendas la saga de los Super Mario pero, de haberlos visto no creo que les hubiera hecho mucho caso. No os creáis que era por un sentimiento de “madurez†mal entendida, sino que con esas mirando sus portadas no creo que me hubiesen llamado lo suficiente como para darles la vuelta (toooonto que puede llegar a ser uno)
Salvo el R-Type, me los acabarÃa todos (era chungo el condenado, y hasta que lo jugué con el MAME con sus “truquillos†no habrÃa manera de terminarlo) alguna que otra vez. Lamentablemente, en lo que parece haberse convertido en una (triste) tradición por mi parte, ahora soy incapaz de dedicarles partidas de más de unos minutos, antes de dedicarme a correr p’alante en lo que es más una carrera por llegar cuanto antes posible al final de la pantalla, que disfrutar del juego en sÃ.
Pero que le vamos a hacer. La chavalada se queja ahora de que los juegos “sólo†les duran veinte horas, y a mi me entran sudores frÃos si dedico a (casi) cualquiera de ellos más de veinte minutos. Será que no estoy a la moda.
Era joven e inexperto y el tipo era un conocido de mi padre (empezando asÃ, esto parece el comienzo de un relato de relaciones poco adecuadas, pero tranquilos, mis traumas nada tienen que ver con cosas de esas)
El tiempo pasaba, y la familia de ordenadores que tenÃa a mi disposición iba ampliándose y mutando.
El tres ocho seis del trabajo digievolucionarÃa a pseudo pentium a setenta y cinco megahercios, y digo pseudo, porque me timaron (a cuento de esto venÃa el párrafo de introducción)
De todas formas no me enterarÃa del engaño hasta un tiempo después, cuando el disco duro (¡DE UN GIGA!) se fastidiase y el amigo que me lo reparó me lo comentase. Llenos de justa ira mirarÃamos la factura a ver si podÃamos reclamar algo, pero sólo ponÃa “Ordenador a setenta y cinco megahercios†El hombre, por teléfono me asegurarÃa que él nunca habÃa dicho que nos habÃa vendido un pentium, asà que ante un plan de horas de discusión estúpida, optarÃa por colgar cuando veÃa que el ciclo de monólogos comenzaba su segunda fase.
No sé si aquel incidente alimentarÃa mi desconfianza ante los ordenadores “pre-montadosâ€, pero la cosa es que, entre esto y lo que nos pasarÃa unos pocos años después con la siguiente tanda de equipos “te-los-vendo-como-están†todo el parque de ordenadores personal, de amigos y del trabajo lo he ido montando pieza a pieza.
Pero claro, mi confianza electrónica aún se estaba desarrollando, la información de la que disponÃa para meter mano entre la circuiterÃa era más bien escasa, y las máquinas eran demasiado caras como para andar practicando método de prueba y error.
Con aquel ordenador vendrÃa otro cachivache nuevo: Un escáner no-se-qué.
A ver, que sà que sabÃa que era aquello, pero era lo que más fácil me salÃa cuando trataba de decir el tipo de conexión que utilizaba. Porque en aquellos tiempos, como que “escasi†no me decÃa mucho a mi ni a casi nadie que se lo dijese. Asà que, entre la traducción/vocalización de SCSI que me salÃa entonces (que era… pues eso; ese-cé-ese-i) o decir “Un palabro u acrónimo guiri que no tengo ni idea de como pronunciarlo y que tampoco me dice nada†pues optaba por el camino de en medio.
Pues bien, gracias a aquel artefacto iba a cargarme los lomos de mis libros de ilustraciones de TSR y artistas diversos, y realizando retoque cutres con el Picture Publisher que venÃa de regalo.
Aquello era un tanto agónico y casi te costaba tanto dibujar a mano aquellas imágenes que lo que tardaban en ser escaneadas. Además, luego tenÃas que andar comprimiéndolas y partiéndolas en cachitos para poder pasarlas a otro ordenador (y rezar para que los discos no se jodiesen en el trayecto) asà que útil, lo que se dice útil, no era en aquel momento (pero todo llegarÃa)
De todas formas lo que me encantaba de aquel cachivache era trastear con los interruptores de la controladora, mirar el manual y aquellos números en hexadecimal (que tampoco me decÃan nada) y cambiar la configuración una y otra vez (no me miréis asÃ, cada uno tiene sus vicios, aunque luego el maligno señor Gates me robase ese placer)
Por otro lado, mi pequeñin (el de casa) también se harÃa mayor. De cuatro ocho seis mutarÃa en pentium noventa. No, aún no me tocarÃa a mi pegar el salto, sino que confiarÃa en otras manos expertas. En aquella ocasión, las manos que obrarÃan el milagro serÃan las de algún técnico de una tienda valenciana que se anunciaba en los tochos semanales de la “GuÃa de compra de ordenadoresâ€
Fue tan sencillo como empaquetar mi über torre, mandarla por transporte, que me llamasen por teléfono preguntarme si las tripas de mi ordenador tenÃan que estar revueltas, cagarnos en los muertos de Seur, y recibir mi flamante viejo ordenador con un nuevo interior.
En el ámbito de la gestión empresarial, cambiarÃamos del Bull con su vetusto Unix y pantallas en fósforo verde, a un servidor Fujtisu con sus terminales tontos funcionando bajo Theos y su flamante… monocromo y un programa de búsquedas que era un dolor (en fin, que le vamos a hacer). Más adelante (mucho más tarde, más concretamente en el nuevo milenio, cuando me lo llevase a casa) descubrirÃa que el “flamante†súper-servidor un cuatro ocho seis. Con arquitectura propietaria de Fujitsu y que sólo aceptaba su propia (y obscenamente cara) memoria, pero no sé que me da que nos la volvieron a colar (malditos, malditos, informáticos) (Ups, igual no tendrÃa que haber dicho eso) Pero bueno, que le vamos a hacer.
Para terminar de redondear el asunto, mientras todo esto sucedÃa, en una trama secundaria, algo sucedÃa en la oficina que ocupaba mi hermano dentro de la tienda. Algo terriblemente misterioso que tendrÃa cataclÃsmicas e inesperadas consecuencias a nivel universal. Llegaba un nuevo inquilino electrónico hasta el negocio. Nada hacÃa pensar que aquel pequeño pentium cien ocultase en su interior (bueno, en realidad en su exterior) aquel terrible poder. Porque conectado a su puerto seria habÃa un misterioso artefacto: Un módem (externo)
No, en aquel momento no relacionaba aquello con el cacharro que usaban en Juegos de guerra (… no tenÃas que colgar el auricular del teléfono encima) pero pronto. Muy pronto, se desencadenarÃa todo su potencial.
Pero bueno, para eso habrá que esperar un poco, porque en la siguiente entrada volveremos a tropezar con la piedra de costumbre.
Se dice que la cabra tira para el monte y, cabezón cual macho cabrÃo que es uno, de vez en cuanto trataba de regresar a los elevados picos que mi añoranza de los tiempos (más) mozos se empeñaba en recordaba como Nirvanas lúdicos.
Con el tema del software “laboral†solucionado (no habÃa mucho entre lo que elegir, y sólo era cuestión de pedirlo a los distribuidores) y en el aspecto de los programas “creativos†solventado a su vez gracias a (ejem) otros “canales de distribución†que consistÃan básicamente en “donaciones†de amigos y conocidos
Ndt para aquellos que no entienden el texto “entrecomilladoâ€: Para hacerte con un procesadores de texto o un programa de dibujo, llamabas a alguien que sabÃas que lo tenÃa, y te copiabas sus discos que, a su vez, el habÃa copiado a algún otro poseedor del programa en cuestión (después, alguien te lo pedirÃan a ti, continuando asà el ciclo que se prolongarÃa hasta el absurdo, el infinito, o la llegada de las grabadoras de cedeses)
¿Qué queréis? conseguir según que programas no era algo que pudieses hacer por cauces “oficiales  a no ser que te sobrase mucha pasta o esperases ganarte la vida con ellos.
A lo que iba, que me disperso. Con la faceta “seria†de mi vida informática “arreglada†mi misión volvÃa a centrarse en la búsqueda del ludismo perdido.
Pues sÃ, demostrando mi escasa inteligencia, de vez en cuando dejaba que los aguijonazos que trataban de perforar mi reforzada coraza de “hombre de bien†llegasen a impactar en mi vena lúdico-electrónica. En aquellos momentos tocaba gastarse los ahorros, buscando cual yonki las anheladas mieles de goce digital perdido.
De todas formas y, afianzando las raÃces de mi recién descubierta vertiente retro, lo que me dedicaba a comprar eran versiones modernas (que no mejores… bueno, igual un poco mejores, sÃ) de juegos que ya habÃa tenido. AsÃ, aparte de clásicos como el Pirates Gold o el Unlimited Adventures, grandes juegos a los que apenas les dedicarÃa tiempo (más allá del que necesitaba para instalarlos y configurarlos, ver las “animaciones†de introducción y decir: “Que bonicosâ€) también (y tras larga espera) caerÃa uno de los Ultima (el ocho, Pagan).
Con esta saga tenÃa una deuda pendiente: Tras años de ver las portadas de la saga en las revistas extranjeras (C+VG y Commodore User), nunca habÃa jugado a ninguno de ellos. Asà que, tras abrir la caja, contemplar sus ocho disquetes, y cruzar cada uno de los dedos de mi cuerpo (para que no fallase ninguno) durante la instalación… no pude jugar.
AlegrÃa, me cago en la memoria extendida y la madre que la trajo. Tocaba cacharrear (otra vez) con el memmaker si no querÃa necesitar de un noveno disco (de arranque). Después, jugar cinco minutos, hacer copia de los discos (por si acaso) y ponerlo sólo cuando venÃan visitas (que bonico que era, pero que peñazo también)
Pero tampoco os creáis que ocho discos era algo fuera de lo normal. TenÃas otros programas como el Corel Draw que ocupaba cosa de trece, o la joya de la corona: El Office, que te venÃa en veinticuatro y cuya instalación era una autentica prueba de paciencia y nervios de acero (y de dedos a cruzar)
Pero claro, uno seguÃa viendo en las revistas (tanto nacionales como extranjeras) juegos que tenÃan muy buena pinta… pero que no encontraba en las tiendas de Pamplona. Asà que, si querÃa hacerme con ellos, debÃa volver a transitar las neblinosas sendas que guiaban mis pasos de vuelta al lado oscuro (bueno, sólo un poco mas “oscuro†que el que me conseguÃa los programas “seriosâ€) Un camino que ya habÃa recorrido en los tristes tiempos del Atari: A buscar al tipos con “parche y “contactosâ€. De esta manera contactarÃa alguna que otra vez con uno de los clientes de la tienda (que era el que habÃa logrado configurar el CD en el ordenador) que traÃa montones de folios grapados con enormes listados repletos de juegos de prometedores nombres, pero decepcionantes resultados. Lo más entretenido de todo aquello era leer aquellos tÃtulos e imaginar lo que podÃan significar, calcular cuantos podÃan caber en “mi lado del CDâ€, ya que hacÃamos los pedidos de manera conjunta, y la espera hasta la llegada del cargamento.
Como veis, los hay que no escarmentamos y nos lanzamos una y otra vez contra la misma piedra. Lo que pasa es que es una piedra que parece tan bonita desde lejos, y se parece tanto a esa que tenÃamos hace tiempo, que mucho me temo que seguiré tropezándome con ella durante toda mi vida.
En fin, supongo que hay cosas peores.
HabÃa conseguido hacer funcionar a mi nuevo súper-monstruito, pero aquello no cambiaba nada. Lo seguÃa utilizándolo para lo mismo; como procesador de textos… pero tampoco es que escribiese demasiado.
Por suerte, en aquellos tiempos descubrirÃa el Shareware, dando un vuelco considerable a las funciones para las que usaba la máquina (y la informática en general) También comenzarÃan a popularizarse las revistas de share y freeware. Publicaciones que (obviamente, tras comprarlas) te regalaban… algo por lo que no habÃa que pagar. Claro, en una época en la que internet tal y como la conocemos se encontraba en un estado casi de gestación, y los oscuros y arcanos misterios de las BBS sólo se encontraban a disposición de unos pocos elegidos, era harto complicados de recopilar o conseguir aquel material por tu cuenta, asà que hasta agradecÃas pagar por ello.
Mi curiosidad informática crecÃa, y resurgÃa mi nunca desaparecido gusto por el gore electrónico. Hasta entonces sólo habÃa tenido cacharros con los que jugar de una manera, pero aquellos trastos despertaron en mà algo más. Igual era porque me encontraba vendidÃsimo para hacer cualquier cosa básica. Antes, era encender la máquina y ¡ZAS! ¡MAGIA! Se encendÃa y funcionaba, punto. Ahora no. Ahora se podÃa jorobar la disquetera, el disco duro (que no, no eran lo que yo habÃa creÃdo hasta entonces) u otro montón de palabrerÃa técnica que me sonaba a algo a medio camino entre el albano-kosovar y el soajili cerrado. Y lo peor era que aquello me molaba. Me sentÃa contento cada vez que pinchaba una tarjeta y conseguÃa que funcionase. Cada vez que copiaba una linea del autoexec y sabÃa (más o menos) lo que me decÃa y para que servÃa. Aquello prometÃa.
Asà que me compré una torre enorme para trasplantar a mi pequeñin y poder enredar en sus tripas a gusto. La cosa no parecÃa complicada: Marcar cables, soltarlos, quitar la placa de una caja y conectarla en la otra. Chupado incluso para un bárbaro como yo. Con lo que no contaba era con que las conexiones de los buses en aquellos tiempo no eran lo que se dice “precisasâ€. Tras el trasplante, el condenado no sólo no quiso encenderse sino que metÃa un pitido que no presagiaba nada bueno. Mi escasa autoconfianza y raquÃtico ego se hundieron hasta simas nunca antes horadadas; me habÃa cargado un cacharro que no iba a ser fácil (ni, sobre todo, barato) de reemplazar. TendrÃa que haber prestado más atención en el curso de destrucción y reconstrucción de horrores tecnológicos.
Por suerte no me lo habÃa cargado, y el amigo Z logró hacer que aquello volviese a mover bits por su interior. Eso sÃ, tardarÃa unos añitos en atreverme a revolver entre las tripas de un ordenador (más allá de para instalarle una tarjeta de sonido).
Tras el susto, el pavor y todo lo demás, decidà que tocaba estudiar medio en serio sobre aquello, pero no tenÃa ni idea de donde. Tampoco estaba tan emocionado como para ponerme a estudiar otro ftp, asà que empecé a buscarme la vida por mi cuenta. A falta de internet (y wikipedia) que echarme a la boca, me apunte a un curso Ceac de Basic, que no tenÃa nada que ver con lo que yo querÃa, pero era lo que habÃa (y el comercial se empeñaba en que era imprescindible antes de meterme en cosas más serias)
Ese curso aún sigue por mi casa (se vino conmigo en la mudanza) y… estoy convencido de que algún dÃa lo haré (hey, es casi todo programación para ordenadores de ocho bits, y eso mola bastante más que Visual Studios, Javas, Punto nets o Pythons)
Mientras me (ejem) mentalizaba para empezar a estudiar “en serioâ€, en una de las revistas de shareware encontrarÃa las herramientas que han guiado mis pasos informáticos hacia la senda que aún transita: La emulación. Mucho cachi procesador, triangulitos que se mueven a la vez y teras de información, pero con lo que mejor me lo paso es con la informática viejuna.
Por un lado tenÃa un emulador de algo moderno… el entorno gráfico del OS2Warp de IBM. Lo más curioso del asunto era que Windows iba mejor y tenÃa más posibilidades con ese emulador que sin él (lo no hacÃa sino engrandecer las leyendas sobre la generosidad de los señores de Microsoft para con la competencia)
Por el lado encontrarÃa los primeros emuladores de ordenadores de ocho bits (Commodore y Spectrum) lamentablemente, aún no habÃa a disposición del gran público en general una librerÃa de juegos con los que poder darle uso (aparte de que aquellas versiones sólo funcionaban diez minutos si no comprabas la versión completa)
Era ver la pantallita azul del Commodore y ponérseme un sonrisa tonta en la cara (y la cara de tonto me dura hasta hoy)
AsÃ, con esta expresión de lerdo y la lagrimita a punto de caer, me despido por hoy… Creo que voy a echar una partidita al Traz antes de ir a dormir.
Pues sÃ, tras la larga espera, por fin estaban entre nosotros: Ventanitas de colores. No era la primera vez que Microsoft intentaba colarlas, pero las anteriores versiones no es que fueran malas, sino que eran más inestables que un demonio mal invocado en el Warhammer.
Pero bueno, como se suele decir, a la tercera parecÃa que era la vencida (más o menos, porque la primera versión que corrió como la pólvora, al menos por mi entorno, fue la tres punto uno)
Las malas lenguas hablaban de “copiaâ€, “plagio†y “robo†(no, de taquiones no hablaba aún nadie, el advenimiento de ROB se habÃa producido, pero aún no se habÃa terminado de asimilar toda su Genialidad en toda su magnificencia) pero sólo hablaba la envidia. Que las teclas rápidas fuesen las mismas que las del MacOS no era casualidad, nada tenÃan que ver el azar o la mala praxis. El señor Gates, en su magnanimidad se habÃa apiadado de los pobres usuarios de Mac y les habÃa permitido hacer las cosas de la misma manera, asà no perdÃan tiempo aprendiendo el nuevo sistema (más adelante les darÃa una “Tecla Windows†en homenaje a la “Tecla Manzanita†para hacerles aún más sencilla la adaptación)
Aquel Windows primigenio cabÃa en ¡cuatro disketes! (más los tres que eran necesarios para instalar el MsDOS, que sin él no podÃamos hacer nada) y podÃa hacer cosas increÃbles. PodÃas instalar de manera gráfica y sencilla cualquier dispositivo, ya fuese un CD o una tarjeta de sonido (claro está, sà antes las habÃas configurado en los archivos de configuración de DOS)
SeguÃas sin poder cargar las cosas adecuadamente en memoria ¿Quién necesita más de seiscientos cuarenta Ks de RAM de base? PodÃas arrancar los juegos haciendo doble click desde tu administrador de archivos (otra cosa es que funcionasen)
Pero bueno, no todo eran innovaciones imprescindibles y alucinantes. También habÃa pequeñas concesiones, inútiles para los usuarios de PC de toda la vida, pero utilizadas por los caprichosos usuarios de Mac como el porta papeles para copiar texto entre aplicaciones o (paparruchas) programas creados para el entorno gráfico. Eso no eran cosas para hombres, sino para vagos que lo querÃan todo mascadito. Para nenazas (… como yo) Los hombres de verdad usaban linea de comandos y, los superhombres Unix. Linux empezaba por aquellos tiempos, pero yo aún estaba lejos de que ni siquiera me sonase el nombre.
Asà pasarÃa del Word Perfect al Word (a secas, que no serÃa “perfect†pero era mucho más cómodo) del Musicator para Dos al Pro 4 (un diskete), Encore (dos) y Finale (tres disketes. Entonces si que tenÃan que currárselo para hacer los programas) al Cubase y el Logic aún les quedaba tiempo para aparecer para PC). Aparte de eso programas también usaba… también usaba… vaya, parece que no usaba ningún otro programa (y no os creáis que a los que he mencionado les daba mucho uso). Por lo demás, tampoco es que jugase demasiado al PC. La MegaDrive aún seguÃa por casa, pero estaba en la habitación de uno de mis hermanos y habÃa caÃdo un poco en desuso, asà que mi única vÃa de escape jugón era la Game Gear (y el rol tradicional, que casi habÃa copado mi tiempo de recreo y esparcimiento)
Mientras hacÃa la PSS y, gracias al una versión primitiva del spam que consistÃa en mandar faxes de publicidad de cualquier cosa a todo cristo, llegarÃa hasta la tienda publicidad de una gente de Madrid que vendÃa ordenadores a unos precios de los más razonables. Asà que me animé a hacerme con uno (y logré convencer a mis dos hermanos para que me echasen una mano para pagarlo).
Asà me harÃa con mi primer ordenador (pagado con mi dinero): Un fantabuloso 486 DX2 66 con un monitor SVGA de catorce pulgadas y ocho megas de Ram y doscientos diez de disco duro.
La cosa prometÃa, aunque empezó con un pequeño problemilla: Sólo venÃa con un diskete y este diskete traÃa sólo el command.com (de algún lado tenÃan que rascar ese precio) En aquel momento me sentà de nuevo como aquel lejano dÃa con el primer Commodore, esperando a que… no sé, que hiciese algo, lo que fuese.
Pero bueno, esta vez ya tenÃa un poco más de callo y logré hacerme con una copia de los disketes de instalación del MsDOS 6.20 y del Windows 3.1 (ya que con el ordenador que habÃa comprado la tienda no venÃan los discos para reinstalar el sistema) y liándome la manta a la cabeza me curre la instalación completa desde cero (previa brasa a los colegas “ilustrados†sobre cosas como un fdisk y demás)
Aún me quedaban algunos miedos electrónicos por superar, pero aquel fue un gran paso para mi. Pero eso os lo iré contando otro dÃa.
Vale, ahà tenÃa mi PeCé, funcionando, sufriendo sus vÃruses (que venÃan incluso en los disketes de los juegos originales, como el del Action Service) comprándome juegos que ya habÃa tenido antes (como el Barbarian, el Targhan o el Impossible Mission II) y cruzando los dedos cada vez que copiaba algo al disco duro para que no saliese ningún mensaje de error de disco.
Como ya hicieran antaño, los juegos seguÃan entrándome por los ojos. Por sus carátulas me comprarÃa el Cobra Mission y el Metal & Lace, y ambos resultarÃan igualmente decepcionantes. De gratis conseguirÃa el Wolfstein 3D, el mejor FPS jamás creado (no, no me gustan los FPS, me aburren enseguida) ya que, al ser una demo, (¿una que?) solo tenÃa un par de pantallas no demasiado cansinas con el laberinto. Ante aquel panorama, parecÃa que tocaba comenzar a mirar los ordenadores desde otro ángulo. Yyyyyy ese nuevo ángulo era el que se encontraba ubicado dentro del ámbito laboral, por supuesto. Un terreno de vedes pastos para alguien más verde aún. Nos encontrábamos bajo el paradigma de la lÃnea de comandos, un ambiente apto sólo para tipos duros. A falta de ludismo informático al que meterle mano, siempre me quedaba el terreno puramente sonoro.
En el tema musical para MSDOS no es que hubiese gran cosa entre lo que elegir. Mientras el Atari y el Mac tenÃan los mÃticos Cubase, Encore, Finale o Notator (luego Notator Logic, para acabar siendo Logic a secas) en el PC tenÃamos el Ballade, el Musicator o el Band in a box (que también tenÃa su propia versión para Atari.
La verdad es que los programas no es que fuesen malos, pero eran feos e incómodos como ellos solos. De todas formas, tenÃan la ventaja de ser más baratos que los programas “Profesionalesâ€. Recuerdo que en la tienda tuvimos una copia del Cubase para Atari y otra para Mac pero, si no me falla la memoria, aún deben seguir por ahÃ. Cada uno de esos programas superaba las cien mil pesetas (de entonces) y el Finale rondaba el doble, mientras que los programas para PC eran más asequibles (lo que no quiere decir que se vendiesen muchos)
Por otro lado, los interefaces MIDI para PC aún estaban caros, chungos de configurar y no eran precisamente fiables (aparte de que sólo eran eso, interfaces, y necesitabas también un modulo de sonidos externo para que aquello pudiese sonar mÃnimamente en condiciones) asà que tuviéramos un mercado muy boyante en aquel momento (menos aún en Pamplona)
SerÃa en aquellos dÃas que hasta mi llegarÃa (no recuerdo por que medio) un disquete. PertenecÃa a una empresa de la lejana Barcelona. Al invocar su contenida aparecerÃa grabado en mi pantalla el nombre del concilio de brujos que lo habÃa conjurado: AMB (decÃa) the SQL (ponÃa más abajo, y yo me preguntaba ¿La Secuela de qué?)
En su interior encontrarÃa precios de tarjetas de sonido y Cederones ¡A PRECIOS ASEQUIBLES!. Como es obvio, no tardarÃa mucho en pedir uno de ambos: Una tarjeta compatible con AdLib, y un CDROM externo x1. Al llegar ellos, también llegarÃa la decepción. Como ya decÃa por ahà arriba: ¿Como… diantres se hacÃa funcionar aquello?
Vale, yo pinchaba la tarjetas en sus ranuras respectivas, pero aquello no chuflaba. Conectaba los auriculares a la tarjeta de sonido, pero de ahà no salÃa ningún acorde o palabro. MetÃa un disco en el lector, pero no sabÃa como acceder a su contenido. Con ellos venÃan unos disketes, “conductores†ponÃa en guiri en sus pegatinas, pero ejecutando sus contenidos no lograba que me llevasen a ningún lado. Aquello de la informática “seria†estaba empezando a tocarme un poco las narices.
Por fortuna tenÃa a mano a alguien que era capaz de desencriptar aquel galimatÃas y hacer funcionar aquellos cachivaches. La verdad es que, por mucho que me empeñase (a quien vamos a engañar, nunca me esforcé demasiado) nunca aprendà a hacer un autoexec.bat o un config.sys desde cero (otra cosa era ya el copia de aquà y allá para hacer mi pequeño ejército de Frankensteins binarios)
Al fin conseguirÃa que aquello sonase y que los posavasos plateados sirvieran para algo, pero aquello tampoco mejoraba demasiado la cosa.
Vale, no tenÃa que desconectar fÃsicamente el PC Speacker de la placa para no incordiar (al menos, no siempre, ya que habÃa algunos programas que no te dejaban otro remedio) pero los juegos aburridos, con sonido “modelnoâ€, no se volvÃan entretenidos.
Pero se acercaban tiempos de cambio. Como respuesta (tardÃa, muy tardÃa) a los colorines e iconitos de la competencia, se acercaba el (ejem) “Salto cuántico†para el PCVerso. Más allá de los comandos arcanos como pkzip o arj, comenzaba a vislumbrarse el reino dorado de las Ventanas (¡oh sorpresa! ¡nunca habÃamos visto nada parecido!) y su mÃstico paladÃn; el ratón (no bostecéis tan alto)
El mundo informático se iba acercando a las masas. Nos esperaba una buena.
Ya era un tipo serio y adulto.
HabÃa dejado de estudiar, y al dÃa siguiente ya estaba currando. HabÃa abandonado los ordenadores “para jugar†y tenÃa a mi disposición todo un señor Pecé.
Bueno, el PC estaba en la tienda, con los instrumentos MIDI, y yo aún rondaba por el taller donde habÃa un Mac Classic (que, pese a ser pequeñito, aún asà molaba) donde podÃa hacer el maula con el Paint, o meter cacharros en el inventario hecho con Filemaker.
Por otra parte, en casa seguÃa estando la Mega Drive, pero la pobre estaba un poco de capa caÃda. SÃ, de vez en cuando caÃa un Golden Axe o un Altered Beast, pero eran muy esporádicas. Mi faceta lúdica habÃan sido prácticamente copada en su totalidad por los juegos de rol tradicionales.
Pero claro, uno puede aparentar ser un tipo serio, cabal y maduro, pero no deja de ser lo que es: Un maldito adicto (por decirlo de una manera suave) al ocio electrónico (entre otras muchas cosas)
Si a esto le añadimos que empiezas a tener unos ingresos superiores a los que habÃas tenido hasta entonces, todo lo que no se iba en pedidos a Gigamesh, visitas a librerÃas a la busca y captura de los tebeos que saliesen esa semana, vÃdeo clubes, cines o guarradas diversas para comer (la verdad es que si me hubiese cortado un pelo con los gastos, igual ahora estaba forrado) se iba en revistas de ordenadores.
Como habéis podido comprobar, en esa lista, o sobra algo, o falta algo.
SeguÃa comprando revistas, pero ya no compraba juegos (ni originales ni piratas)
Después de las decepciones de los juegos “jot†que me habÃa comprado siguiendo los consejos de las revistas, y comprobar que las tendencias no parecÃa encaminarse hacia nada mejor, mi destino parecÃa encaminado a la abstinencia.
Más ¡NO! Al final del túnel resurgirÃa alguien que no me habÃa fallado. Un aliado para aquellos tiempos complicados. Cuando no parecÃa quedar vida más allá de los FPS, de los juegos de crea tu pueblo, tu nación o tu dimensión. Cuando me encontraba rodeado por vÃdeo aventuras y simuladores. Cuando todo atisbo de diversión electrónica parecÃa haber desaparecido, una luz iluminó el horizonte.
Y aquella luz divina provenÃa, por supuesto, de SEGA, cuyo avatar terrenal en aquellos complicados tiempos fue pequeño, pero no por ellos menos poderoso. Os estoy hablando de la colosal Game Gear.
Aquello no dejaba de ser una versión portátil de la Master System (es más, llegarÃan a sacar un adaptador para poder conectar los juegos de esta consola en su hermana pequeña. Cacharro que, por supuesto, también me comprarÃa) pero era un cambio a mejor. En aquel erial de “modernidadâ€, pseudo tres-dé y clones del Populous, a los que se le sumarÃa el advenimiento del PC Futbol y sus mil y un seguidores, resultaba un pequeño y plácido (y, porque no decirlo, retro) oasis de éxtasis digital (nunca se es demasiado joven para ser un viejo gruñón)
Asà que, como no podÃa ser de otra manera, uno de mis primeros sueldos se destinó a la adquisición de aquel mÃstico artefacto de gozo y pasión.
Vale, quizás no todos los juegos eran gloriosos (y al precio al que estaban, tampoco estaba la cosa como para excederse, que uno tenÃa un sueldo primerizo) pero primaba lo que primaba: Plataformas y arcade. Lo que mola.
Además, también sacaron un sintonizador de televisión para la consola (que también me compré)… que consumÃa tantas pilas como un una nave espacial para despegar y tenÃas que andar resintonizando cada vez que te movÃas dos metros (y eso, en un aparato pensado para ser “portátil†es decir mucho. No veáis que viaje me dio hasta Barcelona en el tren)
Vale, sÃ, igual la Game Boy de “la competencia†(que habÃa salido unos años antes) tenÃa más juegos, más cacharros, más publicidad y era más barato. Vale, los juegos también eran del mismo estilo, sencillos y “casuales†(aunque casi todos estaban impregnado con la estética Nintendera, lo que entonces y ahora, me ha echado bastante hacia atrás) Pero aquello era “juguetito para niños†que no se podÃan ni comparar. Por no tener, no tenÃa ni color.
HabÃamos dejado la cosa con el nacimiento de la segunda generación de tarjetas de sonido para ordenador: La mÃtica Soundblaster.
Y ahora damos otro pequeñito salto hacia atrás, porque lo que muchos utilizaban solo para conectar el joystick, en el noventa y dos acabarÃa siendo algo más.
En el ochenta y cuatro, Roland habÃa creado un interface externo para los ordenadores NEC PC-94. Esta caja dispondrÃa de entrada y salida MIDI, asà como de entrada y salida de cinta y sincronÃa MIDI.
¿Para que servÃa todo esto?
Muy sencillo.
En aquellos lejanos tiempos, los grabadores multipistas domésticos, como mucho disponÃan de cuatro pistas. Esto quiere decir que grabar a tu grupo era algo harto complicado.
Claro, podÃas utilizar uno o varios sintetizadores para, por arte de magia digital poseer dieciséis pistas más, con lo que sin comerlo ni beberlo te encontrabas con un sistema de grabación bastante más completo.
La cosa habrÃa sido perfecta si, a la hora de sacar la mezcla definitiva, andabas bien de reflejos para dar al “play†al mismo tiempo en los dos aparatos. Sino, tu canción se podÃa convertir en algo un tanto psicodélico.
Para eso servÃan las cajas de sincronÃa; sacrificabas una de tus escasas pistas de audio, para grabar los datos que permitirÃan a los maquinas trabajar al unÃsono (bueno, más o menos)
Aquella cajita recibirÃa el nombre de MPU-401.
Más adelante la misma Roland habÃa sacarÃa más tarjetas-interface MIDI para PC, entre las que se incluirÃa en el ochenta y ocho la LAPC-1 (tarjeta que, aquÃ, servidor de ustedes poseyó) que, aparte del interface MIDI, también poseÃa un banco de sonidos propio, en este caso el MT-32 de la misma Roland.
Como calidad de banco de sonidos, esta tarjeta les daba sopas con onda a la Adlib o las de Creative, pero tenÃa un problemilla (uno minúsculo, pequeñito pequeñito) El orden de los sonidos no era el estándar.
Y es que, claro, ese era uno de los problemas del MIDI en aquellos tiempos; los estándares aún se estaban creando, y cada uno querÃa imponer el suyo.
Los músicos hacen las canciones con su sintetizador, y los sonidos que tienen ellos no tienen porque coincidir con los del aparato que tienes tu. Vale, hasta aquà aceptamos barco. Pero hete tú aquà que la cuestión no trata sobre que el “piano†de su sinte suene distinto que el del tuyo. El problema viene cuando tú “invocas†un sonido en un sintetizador, no estas llamando al “señor piano†para que venga a escena, sino que estas llamando al sonido número X (no, al diez no, sino a un número concreto) que, en tu aparato se corresponde con “pianoâ€.
Asà que, si el compositor llama al sonido dos (digamos, piano) y en tu aparato el numero dos corresponde a una balaláika… habemus problemo.
Cuando se fabricó la tarjeta, aún no se habÃa establecido un orden de sonidos “comúnâ€, pero para cuando me hice con la LAPC-1, ya se habÃa creado ese estándar, al que llamarÃan “General midiâ€
Asà que tenÃa una tarjeta con unos sonidos mejores que los de las tarjetas, llamémoslas “comunesâ€, pero que no me servÃa para gran cosa. ¡YUPI!
Pero bueno, abandonemos mis lloriqueos personales, y continuemos con la historia que os estaba contando.
Los protocolos que habÃan implementado para aquel aparato (el MPU-401 que os comentaba antes) se acabarÃa convirtiendo en un estándar de facto para la informática musical de los Pcs y comenzarÃa a emular y utilizarse en las tarjetas de sonido de otros fabricantes. Creative los incluirÃa en el noventa y dos para su Soundblaster 16.
Asà que con una tarjeta “barata†podÃas tener las funcionalidades de una de las de “las ligas mayores†(bueno, no tenÃas las entradas y salidas de cinta o la sincronÃa, pero las funcionalidades más usadas se encontraban a tu disposición)
Estas tarjetas también vendrÃan con un banco de sonidos “General midi†(que sÃ, que vale, que los sonidos eran un tanto de aquella manera, pero las necesidades básicas estaban más que cubiertas) asà que cualquiera podÃa hacer sus pinitos en aquello de la composición musical en la tranquilidad de su casa (que no era mi caso, pero sà el de mis clientes)
Luego la cosa fue a más, y Creative en el noventa y ocho terminó comprando a la compañÃa Ensoniq (fundada, entre otros, por Bob Yanes, diseñador del chip de sonido SID de los Commodore), fabricante de samplers y uno de sus competidores en el mercado de las tarjetas de sonido, un poco mas caras pero bastante mejores. Para terminar fundiéndose con E-mu, uno de los fabricantes con más renombre en el campo de los módulos de sonido con los mÃticos “Proteusâ€
Por su parte Roland intentarÃa hacer la competencia con tarjetas como la RAP-10 (que aparte de un banco de sonidos Geneal midi, también disponÃa de capacidad de reproducción y grabación de audio, aunque no era todo lo compatible que podÃa desearse con los juegos) y más adelante con varios módulos de sonido “virtuales†por software, pero que tenÃan severos problemas con el consumo de recursos de la maquina y los retardos.
A dÃa de hoy, ver un ordenador sin una tarjeta de sonido integrada se nos hace impensable, pero ya veis que el camino hasta aquà ha dado algún que otro rodeo.
El MIDI fue un gran invento. Un tanto anárquico y deslavazado en sus inicios (como casi todas las cosas) pero una gran idea que sacaba partido a las limitaciones tecnológicas del momento. SÃ, estaba muy bien eso de crear un modo de comunicar los aparatos de todos los fabricantes… siempre que eso no te quitase ventas a ti. Que una cosa es crear un estándar y otro ser tontos.
Vale, antes de empezar, vamos a hacer de diccionario y a explicar algunos términos que iré usando a lo largo de la entrada (asà sólo la interrumpiré con mis tronchantes y ocurrentes comentarios)
Canal MIDI: En un principio, vÃa MIDI se trabaja con dieciséis canales. ¿Que quiere decir esto? Cada uno de los canales transmite información compartimentada desde un aparato (controlador) hasta el mismo canal de otros aparatos (ya sean teclados, samplers, secuenciadores, módulos de sonido, etc…)
Conectores MIDI: La comunicación vÃa MIDI no es bidireccional, por lo que hay tres conectores: IN, OUT y THRU. Asumiremos que sabéis un poco de ingles y no os diré para que sirven el IN y el OUT. El THRU cumple la función de “puenteâ€. Todo lo que llega al IN, va directamente al THRU, por lo que se pueden hacer cadenas de varios dispositivos.
MultitÃmbrico: Nos dice la cantidad de canales que puede reproducir de manera simultánea un aparato MIDI capaz de generar sonidos. Dependiendo del aparato, podÃan utilizar dos, cuatro, ocho o dieciséis “partes†(de usarse sólo una, obviamente, el “multi†sobrarÃa y serÃa monotimbrico, que no es lo mismo que monofónico). Generalmente se asignaba un sonido diferente a cada una de estas partes (se podrÃa usar el mismo para todas… pero serÃa un tanto… no se… poseso) y a cada una de estas partes se les asignarÃa un canal MIDI distinto. Ya os comentaba que vÃa MIDI se utilizan dieciséis canales, pero esto no implica que todos los aparatos estén preparados para utilizarlo todos a la vez (bueno, ahora sÃ, pero en los primeros tiempos la cosa no daba para tanto)
PolifonÃa: Es la cantidad de notas que pueden llegar sonar a la vez, sumando todas las partes del aparato.
Sintetizador: Según la RAE: Instrumento musical electrónico capaz de producir sonidos de cualquier frecuencia e intensidad y combinarlos con armónicos, proporcionando asà sonidos de cualquier instrumento conocido, o efectos sonoros que no corresponden a ningún instrumento convencional.
Pues bien, no voy a rebatir la definición, pero general y comúnmente se suele utilizar el palabro para referirse a los teclados que cumplen estos requisitos.
Controlador: Es un teclado sin sonidos.
Secuenciador: Es un grabador multipistas de datos MIDI.
Modulo de sonidos: VendrÃa a ser un la acepción más estricta de sintetizador que nos da la RAE, que hablamos de la fuente sonora, o generador de sonidos, pero sin teclado.
Workstation: Es un sintetizador que tiene integrado un secuenciador.
Sampler: Es un “creador†de sonidos para dispositivos midi. Graba los sonidos, y los procesa (moldea y traspone, añade efectos, envolventes, armónicos etc) para que respondan a las ordenes de un dispositivo MIDI.
Frecuencia de muestreo: Como su mismo nombre indica… pues eso. Este valor viene dado por la cantidad de muestras por segundo que el sampler toma del sonido original.
Bueno, creo que con esto es suficiente. Tampoco me voy a centrar en los cachivaches MIDI en general, sino en la parte tocante a su integración con la informática (y como me fui adaptando y enterando de que eran esas cosas)
En el principio (al menos en el principio de los PCs) estaba el PC Speaker.
Pero a los dioses de los jugones no les agradaba aquel pitido irritante (que habÃa sido diseñado para transmitir códigos de error de la placa, no para intentar reproducir sonidos inteligibles) asà que, en el año mil novecientos ochenta y siete, desde el norte (Canadá, para ser más exactos) el panteón de AdLib Inc. creó la tarjeta de sonido a la que llamarÃan: AdLib (ocurrentes ellos)
En su interior insertarÃan un chip de sonido Yamaha YM3812, para darle las avanzadas, increÃbles y milagrosas capacidades sonoras que los ordenadores de ocho bits ya poseÃan desde hacÃa unos cuantos años (pero sin llegar a lo que podÃan hacerlos Atari o Amiga… también anteriores)
Los chips que se usaban hasta entonces no se basaban en el sonido sampleado (digital), sino que utilizaban la sÃntesis FM (analógica) que utilizaban los primeros sintetizadores. Esto consistÃa en coger por banda unas formas de onda generadas electrónicamente y modularla con una segunda onda hasta que salÃa un sonido, al que podÃan llamar Piano, Guitarra, Balalaica o algo parecido (la similitud no solÃa ser demasiado… similar. Pero, eso sÃ, tiene un encanto que, en tiempos posteriores, los fabricantes llevan mucho tiempo tratando de emular… digitalmente)
En el ochenta y ocho saldrÃa al mercado el primer juego para PC que soportaba esta tarjeta: El King´s Quest IV.
También en el ochenta y siete (aunque no tan al norte. Singapur, para ser más exactos) nacerÃa otra compañÃa de nombre Singapore Creative Technology. Esta empresa comercializarÃa una tarjeta que serÃa similar a la AdLib, aunque en esta ocasión dispondrÃa de dos chips Philips SAA 1099 en lugar del Yamaha. Esta tarjeta serÃa distribuida un año después fuera de sus fronteras por la fenecida Radio Shack bajo el nombre de Game Blaster.
Un añito más tarde y bajo el nombre de Creative Labs sacarÃan algo que ya nos suena un poco más: La Sound Blaster.
Esta tarjeta dispondrÃa del Yamaha YM3812 (haciéndola compatible con la AdLib) y le añadirÃa un DSP (lo que vendrÃa a ser el núcleo de los módulos de sonidos) con un microcontrolador Intel MCS-51. La calidad de sonido era la misma que la anterior (seguÃa funcionando a ocho bits) pero la forma de generar los sonidos hacÃa que el resultado cambiase drásticamente.
También darÃa a los usuarios la posibilidad de ¡GRABAR AUDIO! aunque a una calidad inferior a la que tenÃan los bancos de sonido de la propia tarjeta.
Para hacer aún más goloso el aparato, en el noventa y uno le incluirÃan una controladora IDE compatible con los estándares de los CDs de Mitsumi, Matsushita y Panasonic (recordemos que, en aquellos tiempos los discos duros o los recién nacidos CDs no se conectaban directamente a la placa base, sino que necesitaban de una controladora aparte) matando definitivamente a los pobres Canadienses de AdLib que no pudieron competir con todas aquellas cosas.
Pero ya desde el primer momento la Sound Blaster incluirÃa una función adicional: Un puerto de juegos (para conectar un joystick, vamos) que más adelante se usarÃa para el tema que vamos tratando por aquÃ… Pero de eso ya os hablaré en la siguiente entrada.
TenÃa un ordenador nuevo.
Un Pecé.
Un tres-ocho-seis.
¿Y ahora, qué?
La verdad es que las primeras experiencias con aquella maquina no fueron especialmente halagueñas.
Empecé comprando tres juegos: Impossible mission II, Barbarian y Action service.
Los dos primeros ya los conocÃa de mis tiempos del Commodore y la verdad es que las versiones para PC eran bastante malas. Entre que mi equipo no tenÃa tarjeta de sonido (en aquellos tiempos aún eran un accesorio de lujo asà que tocaba sufrir con el PC Speacker) y que, al ser juegos viejos, como mucho funcionaban en modo CGA, aquellas cosas no se parecÃan mucho a lo que habÃa jugado antes (y no precisamente para mejor)
Por su lado, el Action service que me compré tenÃa un virus. Vamos, aquello era una primera toma de contacto cojonuda.
PodrÃamos decir que mi problema con los juegos de PC era que estaba utilizando juegos viejos. Que aquellos programas no aprovechaban las súper capacidades del PC, pero iba a ser que no. De manera “alegal†acabarÃa llegando hasta mà una copia del Alone in the dark. Aquel que las revistas proclamaban como el salvador del ocio lúdico de aquella generación. Del que decÃan que era la bomba, el acabose, el no-va-más. Vamos, todo lo que decÃan en su momento del Movies, Phabtom Club o la Abadia del crimen. Y no, aquello tampoco era para mÃ.
De nuevo, técnicamente aquello era impresionante (para alguien que lo miraba con los ojos de aquella época) Si que podÃa provocar un cierto desasosiego con su uso de la oscuridad. Pero gran parte de aquella “incomodidad†(al menos en mi caso) venÃa porque no habÃa cristo que pudiese manejar en condiciones al personaje. VeÃas acercarse a los bichos, pero eras incapaz de darte la vuelta para dispararles o huir. Para mejorarlo aún más, las cámaras estaban colocadas en los peores lugares posibles, y acababas quedándote detrás de una columna o un mueble en el que no eras capaz de saber hacia donde miraba el personaje.
Pero el ordenador duró poco en casa, y pronto lo llevarÃamos al trabajo. Ya habÃa un Mac, pero era un SE. HabÃa servido para hacer dibujitos y utilizar alguna base de datos, como Filemaker, pero se habÃa quedado un poco desfasado para lo que se suponÃa que era el futuro de la música: La musica por ordenador.
Estuvimos mirando el pillar algún Mac más moderno, pero (entonces aún más que ahora) el precio de aquellas máquinas era desorbitado para el uso que le Ãbamos a dar.
Asà que como mà misión estaba clara, me mandaron a Barcelona a hacer un cursillo rápido de MIDI e informática musical (en el que se utilizaba un Atari, asà que sólo me sirvió parcialmente)
Por suerte para mà (porque a mà me iba a tocar vender la “informática musicalâ€) en aquel año (el noventa y dos) se comenzarÃa a publicar la revista Future music.
Gracias a ella (y a algún que otro libro y al señor Alberto Senosiain) lograrÃa que palabros como MPU-401, MIDI, SMPTE, polifonÃa, multitÃmbrico o sistema exclusivo adquiriesen algo de significado.
Asà que, para aprovechar aquel conocimiento, en la próxima entrada de la biografÃa computeril nos pondremos técnicos, y os vais a tragar un poco de teorÃa del MIDI y demás zarandangas que entonces eran el futuro y que aún se continúan utilizando en la actualidad dentro del mundo de los sintetizadores (que, cada dÃa más, son ordenadores dedicados exclusivamente a la musica)
Avisados quedáis.
Tras dejar los estudios (es más, al dÃa siguiente) comencé un curso de mantenimiento de ordenadores en el Fondo de Formación (que, creo, tenÃa alguna relación con el INEM) El curso ya llevaba tiempo empezado para cuando entré, y la verdad es que llegué bastante perdido, y nunca terminé de encontrarme en él.
Básicamente, la formación se dividÃa en tres vertientes: Dos de sistemas operativos (DOS y UNIX) y otra de desguace y goce con la casquerÃa electrónica (vamos, reparación de hardware)
En las de sistemas operativos no me enteraba de nada. De DOS sabÃa un par de comando (más que nada intuÃa alguna que otra cosa gracias a saber un poco de ingles, y de los tiempos del Basic) y alguna cosa más me sonaba. Por ahà utilizaban las PCTools, aunque no sabÃa muy bien para que.
No pedÃan que hiciéramos cuadrados y cÃrculos de colorines con aquella herramienta, pero a mi me sonaba que mis colegas la utilizaban para trampear las caracterÃsticas de sus personajes del Bard´s Tale, asà que no terminaba pillar por donde tenÃa que ir aquello.
Lo único que sacarÃa en claro de aquellas clases serÃan algunas cosillas:
Que el gore electrónico era algo que nunca tendrÃa que haber abandonado. Me seguÃa encantando ver maquinas desmontadas, juntar las piezas y que aquello hiciese cosas.
Que el Prince of Persia era un juegazo. Bueno, con esto creo que no descubro nada a nadie.
Que el Atomic runner era otro juegazo (No, a este no jugaba en los PCs del curso, sino en el bar al que Ãbamos a tomar algo en los descansos)
Y que la programación y yo no éramos compatibles (aunque, cabezón como soy, de vez en cuando trato de demostrar como falsa esta afirmación)
En aquel momento los más de los más que habÃa en PCs (al menos en aquel lugar) eran los 386, que se utilizaban en exclusiva para la sala dedicaba a Autocad. Nosotros nos tenÃamos que conformar con unos 286. Aquellos números entonces no me decÃan gran cosa. Lo único que sacaba en claro era que los tÃos que los fabricaban y comercializaban tenÃan alguna fijación rara con los números y el año ochenta y seis.
También empezaban a moverse por la clase unos discos con una cosa que se llamaba Ventanas 2.x , lo cual me decÃa que los tiempos cambiaban, y que los tipos que empezaban a diseñar y comercializar los sistemas operativos debÃan de ser colegas de los que ponÃan nombre a los superhéroes.
Cuando acabé el curso, llegó el doloroso momento de abandonar de nuevo al Commodore y poner un PC en casa. Ya desde aquel momento tomarÃa la decisión que se mantendrÃa en todos los PCs que he ido comprando (salvo con los portátiles): Nada de ordenadores de marca. Es más, mi primer PC ni siquiera serÃa Intel, sino que optarÃa (bueno, aconsejarÃa a mi padre, que con aquella edad uno no tenÃa esos dineros) por un procesador de la ya desaparecida Cirix: Un 386 a cuarenta megaherzios, con un mega de RAM y un disco duro de ciento veinte megas. Luego, ya por mi cuenta, le doblarÃa la RAM, le pondrÃa (bueno, lo harÃan los de la tienda) un coprocesador matemático, y le pondrÃa una disquetera de cinco y cuarto.
Con este equipo también comenzarÃa otra tradición: La desconfianza hacia las versiones modernas de los sistemas operativos.
Ya durante el curso habÃa visto como mis compañeros sufrÃan los estragos causados por aquella cosa de las “Ventanasâ€, con sus pantallazos de error continuos y su casi completa ausencia de programas para utilizar.
De todas formas, terminarÃa por caer con la versión 3.1, porque el wordperfect para DOS era feo e incomodo de cojones y los cantos de cisne del entorno gráfico de los Mac llamaban con fuerza.
Pero antes de llegar hasta ahÃ, tendrÃa mi primera experiencia mÃstica con los virus, acabarÃa hasta el gorro de los mensajes de memoria insuficiente para ejecutar tal o cual juego (y me harÃa un ferviente devoto del memmaker) y nacerÃa en mà un odio cada vez más acentuado hacia las disketeras.
Pero de eso ya os hablaré en la siguiente entrada.
La llegada de los 16 bits a mi casa (al menos en su vertiente, llamémosla, “seria†o “con tecladoâ€) habÃa sido un tanto “bluffâ€
SÃ, los gráficos eran como los que veÃa en las revistas, el tiempo de carga (comparado con el de las cintas) era una maravilla, pero los juegos apenas me decÃan nada. Eso si, yo defendÃa mi Atari a muerte antes aquellos que fardaban de sus Amigas o PCs… Pero, en el fondo, un poco de envidia si que me daban. Si disfrutaban tanto con ellas, algo debÃan de tener aquellas maquinas.
La solución a mis dudas existenciales apareció, como no podÃa ser de otra manera, en la mÃtica MicromanÃa.
En un anuncio de MailSoft (actual GAME, previa existencia bajo el nombre de Centro del Mal) ofrecÃan un cachivache que convertÃa tu Atari (también lo habÃa para el Amiga pero, ¿a quien le importaba aquella maquina?) en un PC. Por arte de brujerÃa binaria iba a tener dos ordenadores en uno. Mi pequeño STFM iba a ser un también un 286, no tenÃa ni idea de que significaba aquello, pero tenÃa que ser mucho mejor (o, al menos, cruzaba los dedos para que asà lo fuese)
Tras unos momentos de duda (monetaria) realicé el pedido.
Un par de semanas después me dirigÃa a correos con toda mi ilusión (y el resguardo) para recoger el objeto de mi deseo.
Al abrir el paquete llegó la primera decepción: El cacharro era diminuto. Al abrir el ordenador llegó la segunda: No veÃa donde cojones encajaba aquello.
Inasequible al desaliento y desconfiando de mi capacidad observatoria, lleve el equipo a los técnicos que trabajaban en el negocio familiar, y llegó la peor de las decepciones: Tampoco ellos supieron que hacer, o donde colocar aquel amasijo de circuiterÃa.
Un poco más asequible al desaliento, llame por teléfono a los amables vendedores (ya sabéis, no habÃa internet, asà que tocaba contactar con la peña zapatófono-mediante) y sólo en esa ocasión se les ocurrió decirme que aquel cacharro no valÃa para el STFM (majos ellos) Asà que mi posible gozo lúdico volvió al pozo del que parecÃa no ser capaz de escapar.
Con el tiempo, el Atari también acabarÃa desapareciendo de mi casa. Pero bueno, siempre me quedaba mi fiel MegaDrive. Los juegos eran caros de cojones (en ese sentido las consolas no han cambiado hoy en dÃa) pero los juegos eran rejugables una y otra vez (algo en lo que sà que han cambiado las consolas de hoy en dÃa)
Esto también nos sirvió para desempolvar el Commodore 128. Las cintas las habÃamos regalado, pero aún nos quedaban los juegos que habÃamos volcado a disco (que, en el fondo, eran a los que más habÃamos jugado en su momento)
Como si se tratase de un Ave Fénix, la maquina del señor Tramiel desbancó sin dificultad incluso a la muy superior (técnicamente hablando) consola de Sega. Y no sólo lo digo como una apreciación personal, sino como algo que afectó a todo el que pasaba por casa.
Venga, vamos con una de esas anécdotas de abuelo cebolleta:
En aquellos tiempos solÃamos quedar para jugar a rol en casa de mis padres las tardes de los domingos. Hasta entonces todo habÃa sido normal. Mientras la gente iba llegando, echábamos alguna partida al ordenador o consola que hubiese por casa y cuando llegaba el último, apagábamos el aparato y nos ponÃamos a jugar alrededor de la mesa.
Pero todo esto cambió tras el segundo advenimiento del Commodore.
La primera parte del proceso continuaba siendo la misma; Gente llegando, una partidita que otra y luego a viajar por mundos imaginarios ataviados de papel y dados.
En nuestras partidas solÃa pasar que algún jugador decidÃa separaban del grupo para ir por otro camino y hacer otras cosas.
Como no estaban con el grupo, obviamente no sabÃan lo que hacÃamos los demás, y se iban a otra habitación hasta que nuestros caminos de todo el grupo se volvÃan a encontrar.
Pero dio la (ejem) “casualidad†que, desde que alguno de los jugadores descubrió el Traz, el Pirates (que ya lo conocÃan del Atari pero…) el Deflektor o cualquiera de los juegos de Hewson (a ver cuando hago una entrada sobre todos estos juegos, que se lo merecen, y mucho) solÃan “separarse del grupo†a la mÃnima ocasión.
Vamos, lo que no habÃan conseguido el Atari, la Master System o la MegaDrive (o los PCs o Amigas en casa de otra gente) lo consiguió el pequeñÃn de la gran C.
Pero… ¿Quien podÃa culpar a aquellas criaturas encandiladas, cual marineros de los tiempos antiguos, por el poder de los cantos de sirena de los 8 bits?
Luego ya pasarÃamos a jugar los domingos en otras ubicaciones, y la cosa volvió a la normalidad. Ni siquiera la llegada de los PCs o de Internet en el local volverÃa a desestabilizar el grupo de juego.
Y es asà como terminó la primera gran época de mi vida lúdico-informática. Con un regreso a los orÃgenes y la recuperación del estatus y grandeza de la maquina que más me ha aportado como aficionado a los videojuegos.
Pamplona.
Navidades del noventa y uno (del siglo pasado)
Un tipo diciendo venir en representación de no se que regentes de alguna potencia petrolÃfera nos obsequia con un avatar de la deidad de la ludiscéncia (que ya se que el palabro no existe, pero como esas entidades que supuestamente nos lo entregaban tampoco existen…)
Si cuando declaré mi amor eterno hacia Sega, ya sabÃa yo lo que me hacÃa.
Estéticamente la Megadrive era un poco más armatoste que la Master System y sus formas tan redondeadas no me terminaban de entrar a simple vista, pero aquello no importaba en cuanto le pinchabas sus JUEGOS. Porque aquello si que eran juegos, con unas mayúsculas bien merecidas.
Después de la “decepción†que habÃa supuesto la conversión del Altered beast para su hermana pequeña, el ver a aquellos tiarrones moviéndose como se movÃan en su versión para 16 bits, resultó toda una epifanÃa. Y lo mejor es que aquello no era todo.
Me daba igual el chip gráfico o sonoro que le hubiesen puesto a aquella cosa (en aquellos tiempos aquello me parecÃa de lo más irrelevante. Bueno, a dÃa de hoy tampoco es que me importe demasiado) Lo mejor de aquella máquina es que sus juegos tenÃan la dificultad justa pata mÃ
¡Me los podÃa acabar!
Reconozcámoslo, nunca he sido un crack en esto de darle al joystick (o al OPQA), pero en la Mega aquello no importaba. Igual es que los juegos eran más fáciles que en el ordenador (o tenÃan menos bugs) pero el resultado era una notable mejorÃa de tú (bueno, de mÃ) autoestima.
En los tiempos de la Master system habÃa estado cerca de acabarme alguno de los juegos (recuerdo el Zillion, el Lords of the sword, Wonder boy in Moster land o el Y´s) después de pegarme con ellos una sentada de varias horas. Pero al final no los acababa, y terminaba por pillarles un poco de paquete. Vamos, que no me apetecÃa pegarme otras cuatro horas del tirón para llegar al mismo punto (y que me volviesen a matar en él)
Con la Mega no pasaba eso.
Vale, los juegos (al menos los que me engancharon) no eran tan largos y el control de los personajes era bastante mejor. Aparte de esto, el mando que venÃa de serie también era más cómodo y su respuesta a tus deseos mas satisfactoria (puede sonar sucio, pero era algo de lo más hermoso. Es lo que tiene el amor)
Mirad si me cambiarÃa la Mega, que personajes a los que no tenÃa ninguna simpatÃa, como los de la Disney (más concretamente Mickey y Donald), lograron tenerme pegado a la pantalla mucho más que sus versiones animadas (lástima que no sacaran juegos de Patomas, mi personaje preferido de los Don Miki pero claro, era una creación de la sucursal italiana de la Disney y supongo que la casa madre no le hizo demasiado caso)
De todas formas, la parte lúdica de mi corazón pronto caerÃa rendida ante la respuesta que dio Sega al fontanero bigotudo de la competencia: Sonic.
El diseño del bicho no era de los de quitarse el sombrero. Es más, siempre me ha parecido un tanto cutre (aparte de que la actitud chulesca que le dieron tampoco lo hacÃa santo de mi devoción) pero verlo correr y botar por la pantalla era una auténtica gozada.
A este nuevo Ãdolo binario se unirÃan otros tantos: Alisias Dragoon, Might and magic II, Streets of rage, Strider, el inmortal Golden Axe o las distintas encarnaciones de Shinobi – Shadow Dancer.
La cantidad no era grande (eran caros los condenados) pero la calidad sÃ.
Pero tampoco os creáis que todo lo que sacaron para la Mega fueron clásicos instantáneos. También les di un tiento a los géneros que no conseguÃan decirme nada en su versión para ordenador… con idéntico resultado. El Rings of power tuvo el mismo éxito en mi que el Populous y el Where in time is Carmen San Diego creo que sólo lo pinché una vez.
Es más, aquellos años también tuvieron sus propios Hypes, como el Sword of Sodan, con una portada cojonuda de Boris Vallejo y unos gráficos que dejaban en bragas a los del Altered Beast, pero que luego era un truño injugable.
Pero bueno, estos pequeños deslices no lograron empañar el cariño que le tengo a esta maquina.
Pero por hoy ya es suficiente. En el siguiente capitulo de mi biografÃa computeril toca el comienzo de mi fin (lúdico): El advenimiento del PCverso.
Ya os comentaba, en alguna de las anteriores entradas, que el cambio de generación binaria no significó, implÃcitamente, un salto cualitativo en lo que a la experiencia lúdica se referÃa.
Asà como recuerdo montones de juegos para las plataformas de 8 bits, con los que me lo pasé en grande jugando, apenas recuerdos media docena a los que jugase en el Atari más de una partida. Es más, para más INRI, dos de estos juegos ya los habÃa jugado en su versión de Commodore: Airborne Ranger y Pirates.
Ya os comenté en la anterior entrada que la distribución de juegos (iba a decir programas, pero, en mi caso, no dejarÃa de ser un eufemismo) para el Atari no era especialmente boyante por Pamplona. Aún asÃ, pronto descubrirÃa otros (ejem) “métodos†para obtenerlos.
En efecto, mi camino se desvió hacia la ilegalidad. No se trata de que, antes de aquello, no hubiese catado las mieles de la piraterÃa. El los tiempos del MSX me hice con más de un volcado de cartucho a cinta, pero aquello era distinto; nunca habÃa pagado por un juego no-original.
La cosa es que, la precariedad de medios monetarios y materiales hizo que aguzáramos el ingenio (iba a decir que nos obligó, pero eso no dejarÃa de ser otro eufemismo)
Para seros sincero, la verdad es que no recuerdo a través de quien logré contactar con “ÉL†pirata y digo “ÉL†porque solo hubo uno (de verdad, señor juez)
Supongo que lo localizarÃa gracias a alguno de los amigos que también tenÃan Ataris aunque, cabe la posibilidad de que obtuviese si teléfono de la sección de anuncios de la MicromanÃa. Viniese de donde viniese la información, lo que cuenta es que al final accedà a aquel nuevo mundo.
Aquello, en un principio era una maravilla. No tanto porque los juegos saliesen más baratos que originales (que lo eran, y mucho) como por la inmediatez con la que podÃa conseguirlos con respecto a la publicación en su paÃs de origen.
Al abandonar el Commodore 128 también abandoné la Commodore User, pero continuaba comprando la Computer + video games y, cuando se ponÃa a tiro, la Computer gaming world. En estas revistas, aparte de bastantes páginas más, también aparecÃan tÃtulos que jamás llegue a ver en las tiendas, o en las revistas españolas, pero que si que podÃa conseguir gracias mi (ejem) contacto telefónico.
Asà lograrÃa jugar a juegos como el Bards Tale, Curse of the azure bonds o el Pool of radiance, aunque nunca llegue a hacer gran cosa con ellos.
Del Bards tale habÃa escuchado montones de historias de amigos que lo tenian para PC y Amiga. Gente que se dedicaba a hacer cosas que a mi me sonaban poco menos que a magia como editar los personajes y trampearles los puntos de vida, o conseguir que un Golem de piedra les acompañase como parte del grupo.
Como a mà todas esas cosas me quedaban un tanto grandes, me dedique a hacer otros pequeños apaños para que el grupo pudiese avanzar. Mirándolas desde el punto de vista rolero eran un tanto aberrantes, pero en el ordenador colaban sin problemas.
Atención, momento batallita del abuelo cebolleta.
Lo primero que hice fue crearme un guerrero hobbit, repitiendo las tiradas hasta que me coincidÃan la destreza máxima con los puntos de vida máximos y una fuerza medio decente.
Después de esto, creaba montones de personajes para el grupo a los que, tras hacer que le diesen su dinero de salida al hobbit, borraba.
Cuando el hobbit tenÃa el dinero suficiente, le compraba una coraza y una alabarda. No tratéis de imaginároslo, ya se que es una imagen de lo más patética.
Muy bien, tenemos una cosa de menos de un metro acorazada y con un arma que mide dos o tres veces más que él.
¿Qué hacemos?
Lo sacaba a la calle y lo llevaba a dos lugares concretos que habÃa cerca de la posada. En uno de ellos habÃa un samurai, y en el otro un Golem. Después de acabar con ellos regresaba a la posada a descansar y, al dÃa siguiente, volvÃan a estar ambos en el mismo sitio dispuestos a ser humillados, mutilados y ejecutados, dÃa tras dÃa, por nuestra abominación acorazada.
Poco elegante, lo sé, pero increÃblemente práctico.
Cuando nuestro hobbit habÃa subido cuatro o cinco niveles gracias al sacrificio cuasi-ritual de aquellos dos pobres desgraciados, me hacÃa un personaje mago y lo sacaba de paseo con el tanque de medio metro, a visitar a sus dos viejos amigos. Una vez allÃ, el hobbit pegaba y el mago se defendÃa. No importaba, los puntos de experiencia se repartÃan a partes iguales entre ambos.
Repitiendo esto hasta unos niveles rallaban en la más completa e infinita absurdez, terminábamos teniendo un grupo de personajes medianamente competentes… dispuestos a ser exterminados entre gran dolor y sufrimientos en las catachundas que habÃa bajo los templos.
Vale, ya dejo la batallita y continúo.
Mientras practicaba mi faceta de rolero aberrante y solitario en el Bards tale, aproveché más de un dÃa para quedar con un par de amigos y jugar en modo “cooperativo†a los juegos de SSI.
Cada uno de nosotros creábamos un par de personajes y luego nos dedicábamos a discutir hacia donde los encaminábamos en el mapeado del juego, y que hacÃa cada uno de ellos en los combates (con resultados, generalmente, esperpénticos a la par que hilarantes)
Y… básicamente eso es todo lo que hubo de bueno con el Atari. A los anteriormente citados podrÃa añadir otros dos grandes juegos como el Zanny golf, los Rick Dangerous o el Another World (del que no me cansaba de poner a todo el mundo su intro) pero todo lo demás era un aburrimiento supino.
Descubrà que, por lo general, los criterios de las revistas inglesas coincidÃan con los de las españolas (o que las distribuidoras se empeñaban en promocionar lo mismo en todas partes) y que seguÃan sin ser compatibles con los mÃos. Ni el Populous, ni el Powermonger, ni el Mega Lo Mania me dijeron nunca nada, igual que me han aburrido sus descendientes.
Menos mal que los 16 bits también tuvieron entre sus filas a la MegaDrive, pero eso os lo contaré en la siguiente entrada.
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