Si el noventa y cinco habÃa sido un año descubrimientos, el año siguiente serÃa el que darÃa comienzo a las “Crisis de las versiones infinitasâ€
Cuando estabas tan a gusto con un programa con el que, más o menos, te defendÃas, te sacaban una versión nueva. O un programa que hacÃa lo mismo “pero mejorâ€. Cuando ya habÃas “estabilizado†tu parque de programas, salÃa un procesador nuevo. O una tarjeta de sonido mejor. O un cacharro que dibujaba montones de triángulos pequeñitos.
Siempre habÃa algún “O†rondando por ahÃ. Tentándote con sus cantos de sirena y pujando por hacerse con tus ahorros (bueno, esto último podrÃamos considerarlo un eufemismo, porque nadie podrÃa permitirse el pagar lo que costaban el noventa por ciento de los programas que utilizaba)
En mi caso, el estándar era: Cuatro ocho seis con Ventanitas noventa y cinco (aquà no habÃa mucho entre lo que elegir… porque no tenÃa ni idea de lo que era Linux y los Mac se escapaban del presupuesto) Word siete (y sus catorce discos) Photoshop tres (el cuatro ya estaba en el mercado, pero no habÃa llegado hasta mis dominios) Corel Draw cinco, QuarkXpress tres punto tres, Pagemill uno, Netscape navigator cuatro, Eudora (no recuerdo que versión) y Campaign cartographer uno punto dos.
Como podéis ver, todo muy apañado.
Pero claro, las compañÃas tenÃan que comer y, con el reciente advenimiento de internet a nivel “públicoâ€, la información volaba a una velocidad de vértigo. Vale, aún no nos podÃamos descargar las cosas alegremente (la velocidad no daba para mucho y el espacio web del que se disponÃa tampoco era como para tirar cohetes) pero sabÃamos enseguida a lo que podÃamos aspirar.
El año anterior apenas sabÃa que era el correo electrónico, los “gifsâ€, los “jpegsâ€, el html o el IRC (los palabros me sonaban de los amigos universitarios, pero no los habÃa “catadoâ€) y en menos de un parpadeo ya estaban integradas en mi vida como si siempre hubiesen estado ahÃ.
El ordenador de la tienda evolucionarÃa a un pentium doscientos adquirido en el Centro del Mal aunque, junto a él, vendrÃa también un visitante no deseado: Un virus. Al fabricante del ratón se le habÃa colado, y todos sus dispositivos habÃan salido con el disco del controlador infectado (parece que el apodo de Centro Mail no iba muy desencaminado)
Aprovechando mi “mejorÃa técnica†y tratando de alimentar los primeros pasos que estaba dando en el diseño web, empezarÃa a comprarme un curso que habÃa visto en uno de los quioscos que me pillaban al lado del trabajo; el “ Curso IBM de Animación diseño gráfico y multimediaâ€
En un principio, la cosa prometÃa (y el anuncio de la tele, como no podÃa ser de otra manera, te mostraba una serie de cosas que te hacÃan decir “Yo quiero ser capaz de hacer esoâ€) pero las promesas, al final, no se cumplÃan.
Con cada uno de los cincuenta ejemplares que componÃan el curso, venÃa un disco (lo que tendrÃa que haberme hecho sospechar, ya que los Cds eran ya algo común) con una pequeña parte de uno de los programas que nos enseñaban a utilizar.
¡Mola! te decÃas. Además te regalan programas y ¡también te regalaban el sistema operativo!.
Pero la cosa no era tan bonita. Aquel curso estaba compuesto por otros dos que habÃan publicado vete tú a saber cuanto tiempo antes. Uno de diseño gráfico y otro de programación de C++.
Los programas estaban desfasadÃsimos (y el sistema operativo era un Windows tres uno) y trabajar con los disquetes era un dolor.
Al final, el curso sólo me sirvió para descubrir un nuevo programa (una alternativa legal y asequible al Photoshop) que serÃa el Picture publisher (y cuyo CD con una versión “liteâ€, aunque bastante posterior a la que venÃa en el curso, encontrarÃa por unas dos mil pesetas en el mismo quiosco)
Gracias a él, y a la versión shareware del Paint Shop Pro, desterrarÃa por una temporada a la criatura de Adobe de mi equipo.
De todas formas, a aquel año aún le quedaban muchas cosas por depararme pero, como ya es tradición, dejaré eso para la siguiente entrada.