DÃas de vÃdeo
por: Avjaal
Enviado el: 17-01-2010 @ 11:57 am
Hay influencias innegables que me han ido marcando a lo largo de mi vida. Esas cosas de las que os suelo hablar por aquÃ. Personas, eventos o productos que me han impactado e ido moldeando hasta dar forma la persona que soy a dÃa de hoy (asà que echadles la culpa a ellos).
En definitiva: Todos esos detalles que pueblan mis recuerdos y me hacen torturaros con las diversas letanÃas nostalgiadoras que voy publicando por aquÃ.
De esta manera, os he ido hablando de videojuegos, tebeos y rol, pequeñas y dispersas partes de un todo. Facetas del mosaico (que prosaico) aglutinador del que, como resultado, surge mi persona.
¿A que viene tan ampulosa presentación? Os preguntaréis.
A aquello de lo que no os he hablado. La pieza fundacional en la que se apoyarÃan el resto de mis aficiones. Mi fábrica privada de héroes y roles a imitar. Antes de Los Cuatro Fantásticos, antes de Jorune o el Pong, mi afecto lúdico ya se hallaba preso de mi primer y prematuro amor (por si no lo habéis adivinado por el tÃtulo, os lo aclaro ya mismo): El VÃdeo.
Y digo bien, no creáis que hay error en mis palabras: VÃdeo. No cine o televisión
Sà señores, desde mi más tierna infancia, ya en la lejana Alsasua (en los igualmente lejanos setenta), fui el afortunado poseedor (al menos en usufructo) de un reproductor de videocasetes.
En él visionabamos una y otra vez las pelÃculas que mi padre alquilaba en Pamplona. Excelsas y magnas obras como la filmografÃa completa de Bud Spencer y Terence Hill, o las de Esteso y Pajares. Clásicos indiscutibles como Las amazonas contra los supermanes, Las aventuras de Ultraman o (hágase un respetuoso y devoto silencio) las versiones reducidas de algunas de las series de Go Nagai que se publicaron por aquÃ: SuperMazinger, Groizer X y Grendizer. Por el camino también se nos deleitarÃamos con pequeñas joyas como La espada del sol, Tarzerix, Alas doradas, Capitán Futuro o, porque no decirlo, El armario del tiempo, la mejor pelÃcula jamás realizada de Mortadelo y Filemón.
Aquellas cintas se quedaban en casa durante meses, antes de ser devueltas a mi santuario personal de aquellos años: El vÃdeo club Telman. Para mÃ, las visitas a aquel sacrosanto lugar eran auténticas peregrinaciones de Fé. Suplicantes experiencias iluminadoras que alumbrarÃan mi camino a la voz de “Aitá, pilla éstaâ€.
Con el tiempo aquel lugar ha cambiado mucho. Años después albergarÃa en su sen otro de los templos de mi devoción; una sucursal de la tienda de ordenadores Iguzquiza (donde llegaron a vender PCs de la marca Commodore). En la actualidad y, acorde a los tiempos (supongo) el local está ocupado por una Sex Shop. No, ahà aún no he entrado.
Pero continuemos con lo que estábamos.
Al llegar a Pamplona hecho ya un hombre hecho y derecho de nueve años, no tardarÃa en crear mi propio camino (bueno, miento, la verdad es que tardarÃa un tiempo en superar mis limitaciones y condicionantes socio-personales)
Al principio mi atención se repartirÃa entre Gonzalo (la librerÃa que, aún hoy, perdura frente a casa de mis padres) y el vÃdeo club Iturrama. Aún no tenÃa dinero como para comprar o alquilar por mi cuenta sus contenidos, pero soñar era gratis (frustrante, pero gratis)
Asà pasarÃa el tiempo y (afortunadamente) crecerÃa. ComenzarÃa a trabajar (e ingresar dinero) pronto y a edad temprana ya podÃa permitirme el sufragar mis aficiones. Eran (y continúan siendo) más numerosas las aficiones (y sus componentes fetiches fÃsicos) que el dinero que podré ahorrar en veinte vidas, pero era un comienzo.
Si bien he tendido a ser siempre “socialmente parco†(para qué negarlo), ha sido siempre gracias a mis aficiones que he logrado entablar relación con aquellos a los que llamo mis amigos. Más de una vez he comentado que no conservo ningún amigo del colegio y que las relaciones que mantengo ahora surgieron a través de mis aquello que realmente me gusta. Aquellos que comparten, ya sea sólo en parte o en su totalidad, mis intereses lúdicos (que no forzosamente mis gustos)
En todos ellos, incluso en aquellos no necesariamente socializadores como podrÃa ser la música, la lectura o el cine, he encontrado siempre elementos de unión que me he utilizado para conectar con los demás. El vÃdeo, por supuesto, no fue una excepción.
Allá en los (sÃ, me repito) lejanos noventa disfrutarÃa de algunos de mis mejores momentos. Aquellos sábados por la noche en los que torturaba a quienes no gustaban de salir de bares o, simplemente, no les apetecÃa aquel dÃa salir por ahÃ, con las pelÃculas que alquilaba en el Bogart.
Noches de Mallrats o Clercks, de Dragón Ball o El Puño de la estrella del norte (ya fuesen ambos en dibujos o imagen real)
SustituirÃamos el Movierrecord por la entradilla de Manga VÃdeo. Las pelÃculas del cine se dividÃan entre dignas, o no, de “Noche de acción en Telecincoâ€
Cuando en la velada post sesión maratoniana de Evangelion o Escaflowne, la tele nos sorprendÃa con joyas como Karate Cop, Hechizo mortal o alguna pelÃcula de chinos. Cuando parábamos el reproductor, y en El Plus estaba una porno en la que un tipo se preocupaba porque “no sabÃa bailarâ€.
Sà el maestro de Conan me preguntase “Javi, ¿Qué es lo mejor de la vida?†le responderÃa sin dudar:
Una pelÃcula atroz, una comida decente y una buena compañÃa para disfrutarlas.
Si, una vez llagados hasta aquÃ, habéis llegado a la conclusión de que éste (el de las pelÃculas) es otro de los temas que tengo de intención de retomar, habéis acertado.
Sino… pues nada, seguid a lo vuestro. Ya trataré de ser más claro en la próxima entrada.
La batalla estaba perdida. Asà lo habÃan tejido Las Nornas en el tapiz del tiempo.
El Ragnarok habÃa llegado. Aquel dÃa los dioses perecerÃan.
Sabedor de esto, Odin ordenó su montura, el veloz Sleipnir, que remolcase el bajel antes de perecer entre las fauces de Fenris. Con éste, su último acto, El Padre de Todos burlarÃa al cruel hado, liberando a los hombres del aciago destino esperaba a los Aesir.
Naglfar saldrÃa en pos del último navÃo. En su vientre, las rugientes hordas de Hel se agitaban deseosas de reunir a los vivos con su tenebrosa señora.
Más Thor a ésto dirÃa ¡NO!
Blandiendo el poderoso Mjolnir golpearÃa una vez más a La Serpiente de Midgard. Mortalmente herida, Jormungand liberarÃa junto con su último aliento su letal veneno sobre el tronador, mientras su cuerpo se enroscaba alrededor de Yggdrasail, asfixiándolo acabar con toda vida que pudiese surgir de él.
Impulsado tan solo por voluntad indómita, el señor del trueno darÃa un paso e invocarÃa a sus sirvientes. A los vientos ordenarÃa al trueno que otorgasen fuerza a los brazos de los remeros y avivase los fuegos que ardÃan en la cubierta del último navÃo.
Tras dar un paso más, convocarÃa a los vientos para que impulsasen sus velas.
Una vez hecho esto, alzó su voz ordenando los cielos que descargasen toda su furia sobre Naglfar.
Impotente ante las fuerzas allà desatadas, el galeón de los condenados serÃa destruido y tanto las uñas de los muertos que lo componÃan, como los huesos de los guerreros de Hel que en él viajaban se convertirÃan en polvo que se precipitarÃa sobre sobre el campo de batalla.
Mientras veÃa alejarse al navÃo, Thor dio unos pocos pasos más y soltó una carcajada triunfal antes de que su cuerpo se desplomase sin vida sobre el cadáver de su asesina.
Mas Surtur no se darÃa por vencido y, con su espada flamÃgera, convocarÃa a sus hijas. El fuego vital lucharÃa por abrirse paso fuera del cuerpo de los remeros y acudir a la llamada de su amo. El mundo se volvió un lugar gélido mientras el señor de la llama hacÃa acopio de su hueste. Toda criatura, viva o no, serÃa desprovista de calor mientras el gigante de fuego preparaba su ataque final.
Viendo a aquellos cuya custodia le habÃa sido encomendada cercanos a la muerte, Sleipnir asió con su hocico los correajes con los que remolcaba la nave y de un poderoso tirón lo arrojó lejos del alcance del ardiente demonio. Tras hacer esto, se arrojó a sà mismo a las hogueras para que estas continuasen ardiendo, llenando de fuerza y vida los cuerpos de los valientes vikingos.
– ¿Por eso nuestro mundo se llama Sleipnir? – Hotar habÃa comenzado a preocuparse hacÃa un buen rato ante la falta de respuesta y atención de los niños.
– Asà es, Morten. Hay quien asegura que su cuerpo es el que sigue alimentando los motores de esta nave.
– ¡¿Y por qué no lo sacan de ahÃ?! – la expresión de terror en el rostro de Greta le corroboró, demasiado tarde, que con aquella respuesta se le habÃa ido la mano.
– En cambio otros dicen que, cuando ya estaban lejos de Surtur y el Ragnarok, los vikingos curaron a Sleipnir y que éste cabalga por el espacio protegiendo a la nave que lleva su nombre – Salvado por la campana. Hotar dio gracias a los dioses por los reflejos de Gunter – También he oÃdo que en algún sector de la cubierta Tyr se suele realizar un festival en su honor anualmente.
Los niños parecieron más tranquilos después de aquella “explicaciónâ€, aunque profesor y ayudante tuvieron que ingeniárselas para responder a alguna pregunta incómoda más antes de que acabase la clase.
– Has tenido ideas extravagantes con anterioridad – el tono de Gunter oscilaba entre el reproche y la diversión – Pero vincular el origen de nuestro “bajel†al Ragnarok ha sido algo… no se si sublime o enfermizo.
– Sólo era un cuento para niños, tampoco pretendÃa dar una clase de historia. ¿Qué quieres que te diga? Me parece más… más… no se…
– ¿Romántico?
– SÃ. Romántico, esa era la palabra. Otra opción es poético, si lo prefieres. Me parece menos deprimente contarles esto… que la verdad.
– Una verdad que acabarán sabiendo, y que tú mismo les contarás dento de unos años.
– ¿Quién sabe donde estaremos dentro de unos años?
– ¿Qué quieres que te diga? No se me hace difÃcil el tratar de adivinarlo.
– Es igual. Hoy es hoy. Mañana ya veré si les digo: Veréis, niños. Hace cosa de quinientos años, una serie de señores, que decÃan ser muy listos, pensaron que iba a haber una guerra muy grande en la vieja tierra, y decidieron crear unas naves mastodónticas y largarse al espacio a buscar un planeta en el que vivir antes de que el suyo se fuese al garete.
– Lo que me impresiona es que hayas podido decir todo eso sin detenerte para respirar.
– Dame cinco segundos para recuperar el aliento.
– Cinco, cuatro, tres…
– Vete a la mierda.
– … uno, cero. Se acabo tu respiro.
– No vas a conseguir que me retracte. Me parece mucho más fácil explicar todo esto a los niños desde una perspectiva mitológica-clásica, que desde la triste realidad.
– Cierto, es mucho mejor una batalla épica mientras el universo es destruido, con bien de sangre y muertos por doquier, que un relato sobre la estupidez humana.
– La estupidez humana la ven aquà cada dÃa. Ese tipo de cosas ya no les afectan. Además, si lo miras desde un punto de vista metafórico, el ocaso de los dioses y la razón por la que fue creada esta nave, tampoco son tan distintas.
– Cierto de nuevo. No dejo de ver en la documentación que tenemos sobre la tierra como se unieron los gigantes, los muertos y toda esa gente tan peculiar para matar a los dioses porque… eso, porque asà estaba escrito que asà serÃa.
– Ahora no te hagas el petulante conmigo. Ya sabes de qué estoy hablando.
– ¿Del fin del mundo?
– Bueno, tal y como lo conocemos, sÃ.
– Nunca conocimos ese mundo.
– Nunca nos dieron esa oportunidad.
– Ahora es cuando me dices que echas de menos la vieja tierra.
– No digas estupideces. Tú y yo somos de la decimoquinta generación. Ni siquiera nuestros abuelos, tatarabuelos o cualquiera que hayamos podido conocer jamás, llegaron a conocer, aunque sea de oÃdas, a nadie que haya visto o pisado la vieja tierra. Hay momentos en los que incluso tengo mis dudas sobre la existencia de nada parecido.
– Efectivamente. Tú te empeñas en llamar a la Sleipnir nave generacional, que es como has leÃdo que la llaman en los documentos históricos, pero este es nuestro hogar. El único que hemos conocido y que conoceremos.
– Lo sé, lo sé.
– Tú háblale a cualquiera de La Tierra, y te mirarán igual que cuando les das la paliza con martillos mágicos, caballos de ocho patas o dioses tuertos. Te tratarán como… bueno, ya sabes, como te suelen esquivar de normal cuando empiezas a desvariar.
– Si son unos brutos y unos bárbaros no es culpa mÃa. Es más, hago lo que puedo para ilustrarlos, y asà me tratan.
– Que no, hombre, que no. Una nave es lo que usan los de aprovisionamiento para bajar a los planetas. El suelo sobre el caminamos no es el de una nave; es el de nuestro mundo.
– Que sÃ, pelma. Pensaba que el de los discursos interminables era yo.
– Son muchos años esperando el momento de resarcirme. Y aún no he acabado. Ahora dime tú que es lo que harÃas si te dejan suelto en una de esas masas esféricas que vemos flotando por el espacio.
– Supongo que morirme de hambre (si no me devora algún bicho antes, o se me pega cualquier enfermedad exótica)
– Ahora eres tú el que está esquivando el tema. No digo que no pasase todo lo que dices, pero evitas la pregunta verdadera. Sabes que lo primera serÃa el pánico. Dile ahora a cualquiera, al primero que te encuentres en una de las cubiertas, que damos marcha atrás, que Sleipnir se dirige de nuevo a la tierra. Que hemos recuperado las coordenadas de orinen. Que las consecuencias de cualquier catástrofe que se causase allà ya habrá pasado y seguro que ya es habitable de nuevo.
– Veamos… déjame que piense…
– No hace falta. En el remoto caso de que supiese de qué le estas hablando con eso de “La Tierraâ€, “Midgardâ€, o como quieras llamarlo. En el remoto caso de que te creyese y comprendiese las implicaciones que eso conllevarÃa ¿Cómo crees que reaccionarÃa? Pues te lo voy a decir: Se cagarÃa de miedo.
– PermÃteme que lo dude.
– Duda todo lo que quieres, pero los estudios son los estudios. ¿Quieres una estadÃstica curiosa?
– Supongo que no voy a poder evitar que me lo sueltes.
– Cerca del treinta y seis por ciento de los habitantes de Sleipnir son agorafóbicos.
– Y luego me acusas de leer estudios extraños. A ver si te buscas una vida propia.
– Es una respuesta natural. Somos casi once millones de personas, viviendo en un espacio de treinta por cuatro por seis kilómetros. Venga, otra estadÃstica ¿Cuántas simulaciones de realidad virtual, no-de-evasión, emulan la vida diaria en un entorno distinto al de Sleipnir? No hace falta que pienses: Un dos por ciento. ¿Has leÃdo algo de Sigmund Sorensen?
– Estás embalado. Claro que he oÃdo hablar de él ¿Por quién me tomas? Fue uno de los diseñadores de Sleipnir
– Vale, sólo te ponÃa a prueba. ¿Has leÃdo alguna de sus notas?
– Hasta ahà no he llegado. Uno tiene sus lÃmites.
– SÃ, eres conocido sobretodo por tus lÃmites, pero bueno…
– No te cortes, haz como si no estuviera aquÃ.
– Dejaré eso para otro dÃa. Si vas siguiendo sus apuntes de manera cronológica, es increible comprobar como el hombre iba perdiendo (más bien, abandonando) la perspectiva del proyecto en el que se habÃa embarcado. Sleipnir era algo tan grande que sobrepasaba a todos los implicados. No habÃa tiempo para pruebas. No habÃa tecnologÃa para lo que querÃan hacer. El tiempo se acababa e iban a mandar a millones de personas al espacio, a un viaje que sabÃan que no verÃan acabar, sin la seguridad de que aquello fuese a aguantar demasiado tiempo entero.
– Que tipo tan optimista.
– En una de sus notas dice que la tecnologÃa tan experimental, que dudaba siquiera de que lograse comenzar su viaje. ¿Sabes por qué llamaron asà a la nave? ¿Por qué en lugar de “cubierta doce†o cosas similares, las llamaron “Freyâ€, “Bifrost†o “Balderâ€?
– Sorpréndeme.
– Porque decÃan que harÃa falta un milagro para que aquello funcionase. Empezó como una broma pero, poco a poco, necesitaban quitarse presión de encima. Confiar en alguna “fuerza superior†que guiase su mano. Como no confiaban en que el dios luterano les concediese su bendición, optaron por encomendarse a los dioses antiguos.
– Debes estar de broma.
– Lee los documentos tú mismo. SÃ, todo empezó medio en broma. De no tomarse aquello con algo de sentido del humor, se habrÃan vuelto locos por la presión que implicaba aquel (este) proyecto. Pero según pasaban los meses, y empezaban a llegar noticias de misiles disparados, satélites apuntando a lugares estratégicos y silos activos, el tiempo para las bromas se acababa.
– Asà que vivimos en un mundo que es el resultado de una broma que salió bien de milagro.
– Asà es.
– Entonces tampoco iba muy desencaminado con la historia que les he contado a los niños.
– Eso, ahora tú échate flores.
– Después de como te has desfogado conmigo, creo que me lo he ganado.
– Vale, te lo concedo. De todas formas la cosa podrÃa haber sido peor.
– Me da miedo preguntar.
– PodrÃamos vivir en una bola de barro fabricada por un solo tipo en seis dÃas.
– ¿No eran siete?
– No. El séptimo dÃa el tÃo decidió descansar y dejar que las cosas se hiciesen solas.
– Yo dirÃa que tampoco nos ha ido tan mal.
– Lo cierto es que aquà seguimos.
– A saber cuando más duraremos.
Hoy me he enterado de que se ha muerto un amigo.
No ha sido una sorpresa, llevaba años luchando contra el cáncer, pero esto tampoco ha hecho la noticia menos dolorosa.
Quizás no era un amigo en el sentido literal que (yo) otorgo a la palabra. Me habrÃa gustado conocerlo mejor y pasar más tiempo con él, pero no lo hice. PodrÃa decir que era un conocido a quien apreciaba mucho, pero eso no expresarÃa lo que siento por él. SÃ, en presente. Que el ya no esté no implica que mis emociones hacia su persona hayan desaparecido.
PodrÃa buscar un descripción etimológica para tratar de definir con mayor precisión nuestra relación, pero serÃa una tonterÃa. No sé lo que él sentÃa por mÃ, sólo sé que me gustaba considerarle mi amigo.
No esperéis por aquà un montón de frases hechas, aquellas en las que creo, que traten de describir como me encuentro en estos momentos. Lo que yo pueda sentir ahora es irrelevante. Lo que pueda escribir no nos va a ayudar a mi ni a ninguno de los que lo conocimos.
Ha muerto.
Punto final.
Es irreversible.
En momentos como éste, envidio a quienes creen en una vida más allá de la que vivimos aquÃ.
Lo único que se me ocurre hacer es hablaros de quien fue. De algunos de aquellos detalles minúsculos, a veces absurdos y aparentemente triviales, que compartimos y le convirtieron en alguien único a mis ojos. Que, más allá de la mente de aquellos que tuvimos la suerte de compartir nuestro tiempo con él, aunque sea en esta pequeña bitácora, perdure su recuerdo.
En mi memoria permanecerá siempre, por más doloroso que haga esto su ausencia.
Se llamaba Miguel Pinzolas, aunque para nosotros siempre será Pin.
Lo conocà en la casa de la juventud y casi toda mi relación con él se circunscribirÃa a aquel entorno. Yo no llevaba mucho tiempo jugando a rol y él era del grupo de los “clásicosâ€, de los “mayoresâ€. A los dieciséis, cuatro años de diferencia parecÃan un abismo insondable para quien yo era en aquellos tiempos. Por suerte para mÃ, todos ellos eran (y siguen siendo) grandes personas que no se guiaban por edades o apariencias.
La primera partida que me arbitró, fue una de Stormbringer. La historia era lo de menos, era él quien la hacÃa interesante. Desde el momento en el que el mago que nos contrataba le hablaba a su mascota preguntándole “¿A que eres un gato muy listo?†y su animal le respondÃa “SÃâ€, ya me tenÃa ganado.
Más adelante me arbitrarÃa una partida de Paranoia, un juego hecho para que lo arbitrase él. Caos e improvisación. AnarquÃa y diversión. Lo dicho, el rol llevado a su terreno.
Yo le castigarÃa haciéndole jugar única partida que arbitré del TNMT. Su personaje, un gorrión gigante que no podÃa hablar y que se ponÃa a gritar en medio de la sala “PIO†mientras disparaba su M60, será uno de esos recuerdos imborrables de mi memoria.
Era uno de los asiduos los domingos a la mañana. Cuando nos ponÃamos a crear personajes de los juegos más raros que conseguÃamos… y de otros no tan raros, Tirando dados y apuntando caracterÃsticas, charlando, riendo y pasando mañanas inolvidables e irrepetibles.
Luego acabarÃa la carrera, después de hablarnos durante largo tiempo de su proyecto; Redes neuronales. En mi cabeza aquellas palabras eran ciencia ficción en estado puro. OÃrle hablar de como habÃa logrado que su máquina aprendiese a poner un péndulo basculante en vertical… y que se mantuviese asÃ, era algo apasionante.
Daba igual lo que te contase, ya podÃa hablarte de ingenierÃa o de lo aberrante que era la versión de Christopher Lambert de Beowulf. Siempre sonriendo, siempre alegre. Él se lo pasaba bien y era capaz de transmitirte aquella sensación.
Aún en las últimas ocasiones que le vi conseguÃa que olvidases por un momento cual era su estado. Siempre animado, siempre luchando, siempre brillante.
Ese era mi amigo, ese era Pin, y asà lo recordaré siempre.
Desde el alba de la creación. Desde que el tiempo es tiempo, el agua moja y el fuego quema, el hombre ha sido envidioso. Asà que, cuando un buen dÃa a un hombre se le ocurrió ponerse a jugar a tenis, o simular una batalla espacial en un osciloscopio, todos los demás dijeron: Yo también quiero eso (a ser posible en mi casa y baratito)
SÃ, amigos mÃos. Se podrÃa decir que la historia de la emulación es tan vieja como la de la informática (o la electrónica lúdica)
Cuando en los setenta comenzasen a germinar los “Clubs de amigos de la electrónica†como el Home computer club (del que saldrÃa gente tan ilustremente desconocida como John Draper, Steve Wozniak y Adam Osborne o lamentablemente célebres como Steve Jobs) todos tenÃan muy claro lo que buscaban.
De acuerdo, aceptaremos que también querÃan aprender, divertirse y conocer a otros tipos como ellos, pero el objetivo principal era lo que decÃamos ahà arriba: Quiero hacer en mi casita lo que puedo hacer con el súper ordenador de la uni.
El pequeño problema que tenÃan era que… aquello no podÃa ser.
La tecnologÃa disponible para su uso doméstico aún estaba a años (y miles de dólares) luz de la “profesional  ¿O no era asÃ?
Pues… depende.
Los súper ordenadores, aparte de monstruosamente grandes, eran obscenamente caros. Hasta ahà aceptamos barco, pero los mares del ludismo no finalizaban en aquellas remotas e inaccesibles costas.
Curiosamente, en los albores de la industria videojueguil, lo que podÃas encontrar en el interior de las cabinas de aquellas primeras recreativas no diferÃa demasiado de lo que se podÃa encontrar en una tele o equipo de alta fidelidad.
En aquellos primeros (o primerizos) tiempo, sà la gente querÃa divertirse en casa, aparte de la tele (vale, y los libros, tebeos y demás) tenÃa a su disposición… básicamente lo mismo que encontrarÃan el año siguiente en los bares: el Pong. No tenÃa ese nombre, pero la primera consola personal jamás comercializada,: la Magnavox Odyssey de Ralph Baer, serÃa la que inspirase la primera recreativa (exitosa)
¿Quienes serÃan los creadores de tal innovación?
Los señores Nolan Bushnell y Ted Dabney, fundadores de Syzygy (posteriormente rebautizada como Atari) Pero no todo serÃa un camino de rosas para estos dos señores.
Antes de copiar (y, admitámoslo, mejorar) la creación de Ralph Baer quien, a su vez, se habÃa inspirado en el Tenis para dos de William Higinbotham.
Pequeña interrupción
¿Quién era este tÃo?
No tenéis más que mirar en la Wikipedia, pero como ya sé que sois unos vagos os hago un pequeño resumen por aquÃ. Este buen señor fue un fÃsico yanky que, entre otras cosas, participó en la creación de la bomba atómica (hecho este del que más adelante se arrepentirÃa públicamente)
En el año cincuenta y ocho, se debÃa aburrir mucho… y creó el que se considera el primer juego electrónico de la historia (el arriba mencionado Tenis para dos) en un osciloscopio. Ahà es nada.
Fin de la interrupción.
Bien, como Ãbamos diciendo, antes de que Bushnell y Dabney se forrarse con su copia-de-la-copia-del-otro, habÃan sufrido un pequeño tropiezo en su intentona para “alumbrar†un mercado del ocio digital. Suya serÃa la primera recreativa “comercial†que poblarÃa universidades y algún que otro establecimiento dispensador de bebidas alcohólicas, Computer Space, un diseño que realizarÃan para la compañÃa Nutting Associates (inspirado en SpaceWar, un juego que habÃan realizado unos universitarios once años antes.
Como supongo que ya habréis adivinado por lo que comentaba hace nadano fue un gran éxito, y su carrera no “despegarÃa†con aquel trabajo (lo sé, el juego de palabras ha sido facilón, pero estaba a huevo)
No es que fuese un completo fracaso, en las cafeterÃas de las universidades sà que gozarÃa de cierta aceptación, el problema fue cuando la compañÃa trató de vender aquello en los bares. SÃ, su diseño podÃa ser estiloso y “futurista†(es más, el diseño de las cabinas con las que tan gratos momentos hemos pasado no difiere en mucho de aquel) pero aquel aparato venÃa con un frondoso manual de instrucciones que los asiduos al levantamiento de vidrio no estaban dispuestos a leer antes de ponerse a jugar.
Una vez visto esto, Bushnell lo tenÃa claro: Necesitaba un juego que incluso los borrachos pudiesen manejar. Tras ver unas pruebas de concepto de la Odyssey, supo lo que necesitaba (y como lo necesitaba, se lo quedó)
Al fin y al cabo, ellos habÃan salido relativamente indemnes del batacazo del Computer Space (la peor parte se la habÃa llevado su cliente) y nuestros héroes no se amedrentarÃa ante aquel tropiezo y se levantarÃan de nuevo dispuestos a remontar el vuelo (lo sé, lo sé, tengo que dejar estos juegos de palabras)
Tras contratar con alguna que otra mentirijilla a Al Alcorn (un ex-compañero de Bushnell de los tiempos en los que trabajo para Ampex) y, ante la imposibilidad de vender la idea de juego que tenÃa a la empresa Bally, decidieron sacar ellos por su cuenta la recreativa. Asà nacerÃa Pong y a él le seguirÃan desde el primer momento la industria del (ejem) homenaje/piraterÃa/clonado de tecnologÃa.
Porque, como ya os decÃa hace un rato, la tecnologÃa que llevaban aquellos aparatos no dejaba de estar construidos con piezas de electrónica discreta (no, no es que tratasen de pasar desapercibidas) Tanto era asà que, nada más aparecer por los bares el Pong, surgirÃan como setas mil y una copias y derivados del mismo concepto.
Después de esta introducción tan larga que me acabo de cascar, me parece que dejaré el tema de la pequeña historia de la emulación de recreativas para el siguiente post. Eso sÃ, todo esto tenÃa su razón de ser (por si no ha quedado claro, os lo resumo)
Se podrÃa decir que la emulación (o copia, homenaje o lo que prefiráis) nació ya con las recreativas… pero mentirÃamos, ya que, también podrÃamos afirmar que las recreativas nacieron a su vez de como copia de un juego de consola.
Al mismo tiempo, tampoco es descabellado decir que ambos dos nacieron de algo que no tenÃa mucho (o nada) que ver con el ansia de amasar dinero, sino que serÃa el fruto de las ganas de experimentar de un grupo de señores con bata (y, posiblemente, gafas y pipa). Y asà hasta el infinito.
Asà que, ¿qué fue antes?
Pues lo primero, hombre. Lo primero.
A raÃz de la entrada dedicada a Crisis en tierras infinitas, Lynnot dejó un comentario que me dio bastante que pensar.
¿Ha sido ésta maxi serie el único crossover decente de cuantas ha habido?
Digo que me ha dado que pensar, porque me ha costado encontrar otros macro eventos que no den demasiada vergüenza ajena y/o/u no sean meras piezas de mercadotecnia editorial.
Porque entiendo que a eso se referÃa Lynnot con el término crossover; a los macro eventos anuales con los que nos llevan bombardeando las editoriales grandes desde hace décadas.
AsÃ, tras darle muchas vueltas sà que logré recordar unos cuantos cruces masivos de personajes decentes, pero claro, al ser como soy, me dedique a seguir dando más y más vueltas sobre un asunto hasta que la cosa cobró sentido (o lo perdió del todo)
Vale, no vamos a salvar el mundo con una disquisición en profundidad de un tema (en un principio) tan trivial, pero sà que podemos sacar una extrapolación de lo que fueron un dÃa los tebeos, lo que son a dÃa de hoy y el papel que han ido representando a lo largo del tiempo (sÃ, ya sé que esta es una entrada a lo Un tebeo con otro nombre, pero confiaré en que Pedro no me demande)
Porque el concepto del que estamos hablando no siempre ha tenido el mismo significado y por eso os pregunto:
¿Que entendemos bajo el término de crossover?
Chaaan.
Fundido en negro y flashback a los años cuarenta.
Poniéndonos en plan arqueológico, podrÃamos datar en el número tres de la colección All Star Comics (invierno de mil novecientos cuarenta) el momento en el que se producÃa lo que podrÃamos considerar como el primer crossover de la historia: La primera reunión (publicada) de la Sociadad de la Justicia de América.
¿Fue una estratagema editorial?
Por supuesto que sÃ. La misma All Star Comics no era sino un intento de vender una revista más, metiendo en ella aventuras de los personajes de más éxito en otras cabeceras.
Vale, los personajes apenas coincidÃan en unas pocas páginas y se dedicaban a relatarse entre ellos sus últimas aventuras en solitario.
¿Fue éste un crossover tal y como lo entendemos (entiendo) hoy en dÃa?
Pues no. No tenÃas que comprarte mil y una tebeos más para entender la historia. Las aventuras que se narraban allà no tenÃan repercusión en el resto de publicaciones, y los personajes apenas interactuaban entre ellos. Llamarlo crossover es una afirmación un poco pillada por los pelos, pero fue un comienzo (y todo un hito en su época)
¿Que a qué voy yéndome tan atrás?
Muy sencillo, a lo que me referÃa por ahà arriba: Si entendemos los crossovers como algo más (y anterior) a los macroeventos, o las máquinas de sangrar a los lectores con las que tratan de timarnos las editoriales, hay bastantes más cosas salvables.
Si delimitamos este apelativo a las apariciones de personajes con colección propia bajo una cabecera nueva e independiente de sus series, pero integradas en su continuidad, tendrÃamos cosas bastante interesantes (o, como mÃnimo entretenidas)
Estoy hablando de crossovers como pudieron ser el especial de Superman y Wonder Woman en la segunda guerra mundial de Gerry Conway y José LuÃs GarcÃa López. También de cosas como las Guerras asgardianas de Claremont, Smith y Adams (aunque los tics del guionista, leÃdos hoy dÃa, ya cansan un poco) o la primera “Guerra de Thanosâ€, que aparecerÃa en los The Avengers Annual número siete y el Marvel Two-In-One Annual número dos.
Me refiero a cuando esperábamos con ansia los números especiales que sacaba Forum de manera estacional. Cuando se preocupaban en poner a buenos autores a hacer historias “especiales†que honrasen el nombre que tenÃan aquellos tebeos.
Aún diré más: Si, dentro de los macro eventos, entendemos sólo la parte “central†(la mini o maxi serie principal) como crossover, olvidándonos de consecuencias y series derivadas, aún habrÃa alguna más salvable. Porque como hagamos baremo de todo lo derivado, no se salva ni una.
Por poner un ejemplo de lo que estoy diciendo:
Secret Wars. SÃ, a mi me gusta. Me parece muy divertida. Y el órdago que se lanzó Shooter pidiendo a los guionistas que todos sus personajes tenÃan que volver con algún cambio (que él luego integrarÃa dentro de la colección) me parece, cuando menos, algo a respetar.
Hablo también de El guantelete del infinito. ¿Que queréis que os diga? Es de Starlin y sale Thanos, asà que me gusta (aunque podrÃa decir que esa fue una de las últimas ocasiones en las que ese axioma funcionó) Como serie independiente es legible (vale, igual algo estirada) pero aguanta bien. Pero como hagamos promedio de ella y de los números relacionados en las colecciones mensuales, el resultado baja muchÃsimo.
Lo mismo se podrÃa decir de las últimas sagas cósmicas de Marvel (las diversas Aniquilaciones). Como series están muy entretenidas, pero las mini series derivadas van de lo nefasto a lo funesto.
Y cambiando totalmente de ámbito, no puedo dejarme a Go Nagai, el señor que reinventa constantemente a sus personajes para poder mezclarlos en series nuevas. Personalmente me quedo con los OVAs que realizase en los setenta: Mazinger vs Devilman, Mazinger vs Gran Mazinger y Gran Mazinger vs Getter Robbo, sin olvidarme de las que ha hecho este siglo como Mazinkaiser me parece una serie increÃblemente divertida (a la par que delirante), igual que Shin Getter vs Neo Getter Robbo.
Y es que, si tiene robots gigantes, mola, y si son retro, molan aún más.
Asà que… ¿No hay crossovers decentes?
Pues… sà pero no. Todo depende de la definición que cada uno tenga del término.
En el “Episodio uno†habÃamos dejado a dos imperios estelares a punto de comenzar a repartir a base de bien.
Tras unos inicios dubitativos en sus relaciones, ambas razas verÃan a la otra como un peligro demasiado grande como para ser ignorado. Eran demasiado distintas entre sÃ, fÃsica, ética y conceptualmente.
Con el paso del tiempo lo que comenzarÃan como escaramuzas en los lugares en los que habÃan coincidido, se irÃa volviendo en un conflicto de búsqueda y destrucción. Pero, pese a sus diferencias, sus fuerzas estaban demasiado equilibradas. Los puntos de intersección de ambos imperios serÃan los primeros en sufrir las consecuencias de aquello.
En La Tierra, la colonia K’ta’viiri de Atlantis serÃa destruida, y la civilización de Era Hiboria llegarÃa a su fin. En la luna y Marte, las colonias lamorri serÃan exterminadas.
Pronto quedarÃa patente que la confrontación directa y las tácticas convencionales no decidirÃan el vendedor de aquella contienda. HabÃa llegado el momento de pasar a mayores.
Mientras en Jorune cientÃficos lamorri preparaban su arma definitiva, el destructor de soles, en Kulthea los hombres de Kadaena forjaban armas capaces de asolar mundos desde sistemas de distancia. Por fortuna para el universo, aquellas armas jamás llegarÃan a ser utilizadas. El coste de su creación era tal, que ambos imperios se resentirÃan sobremanera y, la ambición de sus señores de la guerra causarÃa serÃa la causante de su destrucción. Las profundas divisiones que se generarÃan en el seno de ambos imperios serÃan el arma con la que se destruirÃan a sà mismos.
Pero el destructor de soles se estaba construyendo en varios mundos alejados del centro del imperio para salvaguardar su secreto, por lo que las consecuencias de la debacle tardarÃa en llegar hasta ellos. Mientras en el planeta Takara se construÃa el arma, en la otra punta del imperio, en Jorune, se creaban los controles que lo guiarÃan hasta sus objetivos.
De nuevo, por fortuna para todos, la rebelión de los shanta coincidirÃa con el final de aquel proyecto pero su victoria se adelantarÃa a su activación.
Asà pasarÃan milenios de relativa paz. Mientras Jorune y Kulthea se recuperaban de sus heridas, en La Tierra las barreras que separaban las dimensiones se iban debilitando. La influencia de los mundos invadidos y conquistados por los K’ta’viiri se filtraba hasta nuestro mundo, haciendo que este recibiese notorias influencias desde “el otro ladoâ€.
AsÃ, en el continente europeo surgirÃa un nuevo imperio atlante, y en sudamérica los hombres hablarÃan de “Los dioses del espacioâ€. Con el paso de los siglos su influencia se irÃa dejando notar en distintos entornos, inspirando a tanto a escritores y pintores, como a intelectuales y filósofos.
Finalmente, en el siglo veinte, los K’ta’viiri lograrÃan romper las barreras que los separaban de su antiguo hogar, iniciando una nueva guerra contra la humanidad. La eternidad que habÃan pasado encerrados en sus dominios-prisión les habÃa cambiado, transformándolos en seres únicos con un único objetivo en mente: Convertirse en el Torg, el ser supremo que reharÃa el universo a su imagen y semejanza.
Durante muchos años habrÃa guerra, y el mundo mutarÃa según los designios de los distintos Altos Señores K’ta’viiri, pero finalmente serÃan rechazados y las puertas se sellarÃan de nuevo.
Libre de amenazas inminentes, el avance tecnológico de la humanidad se acelerarÃa de manera increÃble. Las estrellas a las que siempre habÃa mirado con timidez se convertirÃan en su objetivo, y se crearÃan naves-mundo en las que cientos de generaciones de exploradores recorrerÃan el cosmos en busca de respuestas. Pero si las encontraron, es algo que la humanidad tardarÃa mucho en descubrir. No serÃa hasta el hallazgo de uno de los portales lamorri que la conquista del espacio diese su auténtico pistoletazo de salida.
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