(Apéndice a las dos últimos columnas, vamos, que se me habÃa pasado)
Durante mis dos últimos años de estudios, también tuve mi ramalazo deportivo, no porque me quisiera poner cachas ni nada por el estilo (ya habÃa habido antes un amago, al apuntarnos mi hermano Aitor, Cesar Viteri, Eduardo Gomez y yo a un gimnasio), sino porque mi padre me metió en los juveniles del San Antonio.
El balonmano no me habÃa llamado nunca la atención, pero aquello no estaba mal. Siempre que no me hicieran jugar, los entrenamientos no estaban mal.
Durante el primer año, solo hice eso, entrenar. Pero el segundo ya me hicieron ir a los partidos, y ya fue la cosa algo mas peñazo. Creo que en total, debà jugar como cinco minutos durante todo el año. El que pero lo llevaba era nuestro portero, ya que, lo que me sobraba en fuerza, lo compensaba con mi nefasta punterÃa.
En dos ocasiones, durante los entrenamientos previos a sendos partidos, una vez le di en toda la cara, y otra en sus partes intimas.
Por lo demás, en entrenador debió darme por imposible, porque en el campo era algo asà como el equivalente a una hermanita de la caridad. Que queréis que os diga, correr corrÃa como el que mas, pero pasaba de andar dando codazos a la peña para que me dejaran hueco para poder tirar, o agarrar del cuello al rival para que no se acercara a nuestra porterÃa.
Lo único que conseguà de aquella experiencia, fue descuento en chandals y ropa deportiva en algunas tiendas, y que casi me rompan un dedo por interponerlo en la trayectoria entre el balón y nuestra porterÃa.
Con aquella gente tampoco llegué a congeniar. HabÃa algunos muy majos, pero nuestra relación no se extendÃa mas allá de los entrenamientos.
Al final llegó la úlcera, y el medico me dijo que tenÃa que dejar por una temporada el deporte, asà que sin ninguna pena, dejé el balonmano.
Ahora hay veces en las que si, haciendo zapping, veo un partido, igual me paro diez minutos a ver que tal va la cosa, pero tampoco es que sea algo que me apasione. Con esto me pasa como con la mayorÃa de deportes que me interesan algo, prefiero practicarlos a verlos, pero es complicado encontrar a unos cuantos para jugar un partido.
Volviendo a donde lo habÃamos dejado ayer:
Se acabaron los estudios, como mola, ahora a currar, sacar pelas y gastarlas. Bueno, es un decir. Tiene narices, lo rápido que adaptamos nuestros gastos al aumento de nuestros ingresos (o sea, que olvÃdate de ahorrar).
Con la llegada del Atari a casa, mis visitas a Ramar disminuyeron (no habÃa tantos juegos para este ordenador como para los de ocho bits, y a parte, eran mas caros), pero todos los meses hacÃa un pedido al pirata gallego.
También, gracias a revistas como la Troll, descubrirÃa tiendas como Gigamesh en Barcelona, a la cual también harÃa pedidos cada mes.
Y finalmente tenÃamos a Tebeo. Mi horario de trabajo no me permitÃa ir a horas normales, pero quizás por mi simpatÃa natural, quizás por el gasto que le hacÃa, Julio me solÃa esperar hasta mas tarde las ocho si le llamaba.
Asà que mis ingresos aumentaban de manera ostensible, y mis gastos los hicieron de manera exponencial. Vamos, que lo mio no era el ahorro.
Mi tiempo libre mas o menos seguÃa igual, porque durante el tiempo que hice FP, gracias a la maravillosa jornada intensiva, tenÃa toda la tarde libre para … trabajar. Asà que no supuso ningún trauma el trabajar durante el horario laboral, al menos asà tenÃa que madrugar menos.
Durante mis primeros años en la tienda, me convertà en el cajero mayor del reino, asà como el soldador de cables oficial, transportista de material de deshecho (o lo que es lo mismo, barrendero y basurero) asà como bombero eventual (bombero no por apagar fuegos, sino porque cada vez que habÃa que hacer una manguera, me la endiñaban a mi, y no veáis el curro que tienen las condenadas).
Salvo durante la navidad, aquello no estaba nada mal. Como todo, el trabajo tenÃa sus mas y sus menos (seguÃamos usando el condenado aislante amarillo para montar los bafles, pero a todo se acostumbra uno), pero por lo general estaba moderadamente cómodo allÃ.
Pero claro, llegaba la navidad. Pero no nos llegaba a la vez que al resto del mundo. A nosotros nos llegaba la navidad en octubre. ¿Que como es eso?, pues muy sencillo.
Mi padre (pensando en la gente previsora), decidÃa abrir la tienda los sábados a la tarde a partir de esas fechas, para la gente que se “adelantaba†en sus compras de navidad (o sea, para cuatro gatos).
Asà que durante “nuestra†navidad, a Javi le tocaba abandonar las mazmorras de la tienda, y convertirse en lo mas cercano que dieran sus capacidades sociales a un vendedor. O sea, que no solo tenÃa que currar las tardes de sábado, sino que tenÃa que hacerlo en algo de lo que no tenÃa ni idea, y que además odiaba.
¿No es bonito?, navidad, tiempo del amor y la felicidad. Y una mierda.
No es que hasta aquel momento fuera un gran fan de la navidad (ya por aquel entonces opinaba que la capacidad de la gente para mostrar su faceta mas hipócrita se acentuaba en estas “entrañables†fechas, opinión esta que no ha cambiado a dÃa de hoy ), pero no solo no ayudaba a que me congraciara con ella, sino a que le cogiera mas paquete aún (si es que tal cosa fuera posible).
Y con estos bonitos sentimientos, me despido hoy.
Amenazo con leermelo todo y comentarlo.. que lo sepas!!!!
😉
Que entrañables navidades cuando un dia 24 de deciembre a las 18:30 Pedro se acuerda de que habÃa que llevar un piano. Me cagué en sus muertos varias veces mientras el personal de la tienda se iban a sus casas…
Menos aqui, pringadus maximus, que se apunto a ayudarte.