El Ermitaño
– Se acerca una nave.
La dulce voz de Mya despertó a Abner. Una vez más se habÃa quedado dormido en el sillón de la sala de control. La habitación podÃa parecer pequeña para los estándares, con todas sus funciones automatizadas y preparadas para ser controladas por una única persona, pero tras sus paredes se encontraba oculta una maquinaria muy superior a la que se utilizaba para dirigir los grandes cruceros.
– ¿Trayectoria? – Abner hacÃa un esfuerzo por enfocar sus ojos, y convertir la neblina que aparecÃa ante ellos en algo similar a las imágenes que sabÃa que Mya estarÃa proyectando frente a él.
– Parece que se dirige hacia el planeta.
Aquello logró que Abner terminase de reaccionar. No habÃa nada en aquel planeta que mereciese la atención de nadie (salvo que quisiera esconderse). Retiró las legañas de sus ojos con urgencia, e incorporó el respaldo del sillón. Su diario cayó al suelo por la brusquedad del movimiento. Ya lo recogerÃa más adelante.
Centró su atención en las imágenes que tenÃa ante él. Mientras una de las proyecciones mostraba las grabaciones del satélite y otra le mostraba la trayectoria que habÃa tomado la nave extraña, asà como el punto en el que habÃa sido localizada, en una tercera se le mostraban los posibles puntos de procedencia, y la cuarta detallaba el proceso de búsqueda en los sectores cercanos de alguna nave mayor de la que hubiese podido partir.
– ¿Sabes si ha detectado alguno de nuestros satélites?
– Las probabilidades son inferiores a un diez por ciento – respondió Mya – Escasas, aunque la posibilidad no es completamente descartable.
– Activa el camuflaje óptico. Trata de mostrarme una imagen más nÃtida de la nave. Quiero saber de qué clase es.
En la primera proyección aparecÃa la imagen ampliada de la nave, cuyo morro alcanzaba la incandescencia por la reentrada en la atmósfera del planeta.
– ¿Ha realizado alguna transmisión?
– Ninguna que hayamos detectado.
– Es muy rápida. Ninguna de las naves que recuerdo habrÃa hecho este recorrido a esa velocidad.
– Eso es porque hace setenta años que abandonaste la civilización – Una nueva voz femenina hizo que Abner girase su asiento hacia la puerta. Amy se encontraba apoyada en el marco de la entrada. Sus inconfundibles curvas se le mostraban perfiladas por la luz del pasillo. Mientras entraba en la habitación, sus labios mostraban su inseparable mueca sarcástica.
– Hola, Amy. Para pesar casi dos toneladas, eres un androide muy sigiloso.
– Tú sà que sabes halagar a una mujer.
– Eres un androide. No necesitas que te halaguen.
– Tampoco necesito esas miradas – Maldición, la estaba mirando otra vez “asÃâ€.
– Se acerca hacia nuestro emplazamiento – La voz de Mya intervino nuevamente, salvando a Abner de una nueva conversación que, con toda probabilidad, acabarÃa con él humillado y enfadado consigo mismo – Sus radares se han activado. Hay un ochenta por ciento de probabilidades de que hayamos sido descubiertos. Tiempo de llegada estimado, diez se…
– ¡Activa el pulso! – Eso sà que era un rescate en toda regla.
Las luces de la habitación se apagaron, y un silencio tenso se apoderó del lugar. Abner comenzó a respirar de manera pesada mientras esperaba a que se reestableciese la energÃa en la nave. Aquellos segundos se le estaban haciendo interminables.
Poco a poco su respiración se fue normalizando, y entonces se dio cuenta del silencio. Un silencio auténtico. Sin el leve zumbido de las máquinas tras las paredes, sin las voces de sus acompañantes artificiales.
Comenzó a moverse en la oscuridad, y su pie golpeó algo. Era su diario. Se agachó y tanteó el suelo tratando de dar con él. Muchas personas de los mundos “civilizados†no sabrÃan que era aquel “artefactoâ€. El papel era algo que habÃa caÃdo en desuso siglos antes de que él naciera, pero el momento en el que lo “descubrió†habÃa cambiado su vida. Aquel tacto, y todo lo que transmitÃa, era algo que nunca habÃa encontrado en el mundo tecnificado.
Invadido por una oleada de nostalgia, Abner se volvió hacia Amy. AllÃ, inmóvil, parecÃa un recuerdo hecho realidad de la mujer que le habÃa inspirado a crearla. Casi de manera inconsciente, su mano se acercó para tocarla.
– Viejo estúpido – se detuvo pesaroso – No es ella.
El rugido del metal sin control sonó sobre su cabeza devolviéndole a la realidad. A continuación se escuchó el estruendo provocado por la colisión de la nave visitante. Instantes después se restableció la energÃa en la nave. El momento mágico ya habÃa pasado.
El cercano impacto agitó toda la nave. Abner perdió el equilibrio, yendo a parar a los pies de Amy, que permanecÃa inmóvil.
– Como odio que hagas eso – dijo Amy, mientras el pequeño fulgor que desprendÃan sus ojos volvÃa a ellos. Entonces pareció fijarse en la situación en la que se encontraba Abner – ¡Esas manos…! – No podÃa evitar aquella clase de comentarios, él la habÃa programado para ello.
– Mya ¿Has podido detectar si ha saltado alguien de la nave? – Abner trató de ignorar el comentario de Amy y lo que habÃa estado a punto de hacer ocupando su mente en asuntos más urgentes.
– No he detectado nada. Aunque cabe la posibilidad de que haya sucedido entre mà desconexión y vuelta a la funcionalidad.
– ¿Distancia a la que se ha estrellado la nave?
– Cuatrocientos setenta y dos metros.
– ¿Temperatura exterior?
– Cuarenta y dos grados. No lloverá hasta dentro de cuatro horas.
– De acuerdo – Abner reflexionó durante unos momentos – Mya, asegúrate de que mi traje climatizado funciona correctamente. Amy prepárate, vamos a salir.
-Vamos allá.
La compuerta superior de la Raiyel se abrió dejando salir el pequeño deslizador. Abner mantenÃa la mirada fija en el rastro que habÃa dejado la nave tras su impacto. No deseaba hablar. No querÃa darle a Amy más munición que utilizar contra él.
– Para esta distancia, podrÃamos haber ido caminando – Aunque a ella no le hacÃa falta mucho para lograr molestarle. Era una auténtica maestra en ese terreno.
Apenas tardaron un minuto en situarse sobre la nave caÃda. Su morro se habÃa incrustado casi veinte metros en el suelo, formando ante ella una gran barrera de tierra. A pesar de lo brusco del choque el fuselaje parecÃa intacto.
Tras comprobar los Ãndices de radiación Amy posó suavemente el deslizador tras la nave. Abner y Amy abandonaron su interior con precaución. La jungla habÃa enmudecido y la ausencia de viento provocaba que las hojas estuvieran fantasmalmente quietas. De la parte delantera de la nave continuaba saliendo humo, y el suelo de la parte final del surco se habÃa cristalizado.
– Abner, he encontrado la entrada. Está abierta.
– ¿Alguna huella?
– Por la zona cristalizada es imposible averiguarlo. Pero quizás por los alrededores…
– No importa. Entremos.
– Como quieras. Tú eres el genio.
– Cállate y mira por ese lado – Al menos asà estarÃa tranquilo un rato.
Ambos se introdujeron en la nave con cautela, tratando de causar el menor ruido posible. De no haber sido por el ruido de sus pisadas, el silencio que reinaba en aquella nave le habrÃa recordado a Abner el momento que habÃa experimentado una hora antes.
Las puertas de todos los compartimentos se encontraban abiertas. La colisión habÃa desperdigado por todas partes el contenido de armarios y cajones. Al ver las imágenes de su acercamiento, Abner habÃa deducido que era demasiado grande como para ser un monoplaza. Una vez en su interior, sus impresiones se vieron reforzadas. De cualquier manera, pese a que parecÃa tener la autonomÃa suficiente como para realizar viajes largos, todo parecÃa indicar que habÃa traÃdo un único pasajero.
– Buenos dÃas – una nueva voz detuvo la búsqueda. Abner se volvió para contemplar a su interlocutor, aunque lo primero que atrajo su atención fue la pistola que llevaba en su mano derecha.
– Una manera extraña de saludar – Abner trató de parecer confiado.
– Yo podrÃa decir lo mismo – le replicó el hombre armado – Abner Biuler, supongo.
– Vaya, parece que mi fama me precede. ¿Con quién tengo la desgracia de hablar?
– Puedes llamarme Jenkins.
– Muy bien, Jenkins. Creo que el arma es innecesaria.
– Es posible, pero soy un hombre precavido.
– Sólo soy un pobre anciano.
– Muy anciano por lo que he oÃdo.
– Por favor. Seamos civilizados.
– No soy yo el que vive aislado.
– Entonces tendrá que ser por las malas.
– No tengo ningún problema al respecto.
– ¿No te parece esta una situación un tanto tópica?
– No sé si te sigo.
– El bueno y el malo. El malo en posición de superioridad obvia. Parece sacada de la mente de algún escritor de segunda en horas bajas.
– No hace falta que sigas – le interrumpió Jenkins – Me han informado sobre ti. Que tratarÃas de confundirme. Para ser alguien a quien mis jefes, y parece que tú también, tienen en tan alta estima, esto es un tanto decepcionante.
– Déjame continuar – Aquello parecÃa que iba a ser algo fácil – Al fin y al cabo soy un genio. Déjame un poco de tiempo y te enseñaré alguna que otra cosa que desconoces.
– Como desees – El aire condescendiente que estaba tomando Jenkins hacÃa aquello aún más dulce.
– Como te decÃa – reanudó su monólogo Abner – Ambos sabemos que la situación es la tÃpica en la que sucede algo “inesperado†– gesticuló usando las manos para dar mas énfasis a la palabra – y entonces, el bueno, o sea, yo, te desarma, cambiando con ello las tornas de toda la situación.
– Si esta fuera una, como tú lo has llamado, historia barata, no dudo de que esa serÃa la manera más fácil que tendrÃa el escritor para sacar a su protagonista de una situación complicada. Pero ambos sabemos que eso es algo altamente improbable. De todas formas, y siguiendo tu mismo juego, quizás sea yo el protagonista.
Mientras Jenkins finalizaba su respuesta, Abner, moviéndose a una velocidad inusitada para alguien de su edad, se acercó hasta él propiciándole un golpe seco y preciso en su muñeca derecha.
Acto seguido, mientras la mano dolorida de Abner le daba cuenta del error que habÃa cometido, Jenkins, con su mano libre, agarró al anciano. Tras un rápido movimiento de su rival, Abner se encontró a sà mismo indefenso y en el suelo.
– ¡Maldito bastardo! – se quejó – ¡Asà que lo han hecho!
– ¿El qué han hecho? – le replicó Jenkins, con expresión de exagerada y falsa sorpresa.
– Un maldito hombre potenciado – respondió Abner más para sà mismo que para su interlocutor.
– No han “hecho†nada. ¿Quién ha hecho algo? Yo no he visto a nadie hacer nada. Ni yo, ni la sección de Mycroft Corp para la que trabajo “existimosâ€. Si existiéramos, habrÃamos violado unas cuantas leyes del Conglomerado, y ambos sabemos que Mycroft Corp es una corporación muy respetuosa con la ley.
– Lo que me faltaba – suspiró Abner – Un matón que se cree gracioso.
– Y bien, anciano. ¿Dónde esta tu acción “inesperadaâ€?
– Cierto – le respondió Abner – Casi se me habÃa olvidado.
– Sigo esperando – continuó Jenkins con aire de suficiencia.
– Gracias por recordármelo.
– Sigue sin pasar nadaaaa.
– ¿Amy?
La figura de Amy apareció detrás de Jenkins sin darle tiempo a reaccionar. Casi con expresión ausente, aplasto el arma, asà como la mano que la sujetaba, con una sola de las suyas. Jenkins no tardó en reaccionar y le propinó un fuerte golpe con su mano izquierda mientras se daba la vuelta. Sólo obtuvo un fuerte ruido de metal chocando contra metal.
– ¡No eres una mujer! – La sorpresa de Jenkins era patente.
– SÃ, eso, tú encima restriégamelo – Amy fingÃa ofensa mientras sujetaba el brazo izquierdo de Jenkins con su mano libre – Como si me hubiera costado poco tiempo el superarlo.
– ¡Has construido un robot humanoide! – Continuó Jenkins aún sin aceptar su situación – ¡Se decÃa que solo los Harakani tenÃan algo similar, pero sólo era un rumor!
– Tú no le des coba – dijo Amy – Ya se lo tiene bastante creÃdo él solo, como para que vengas tú a hincharle el ego.
– ¿Para qué crees que me quieren tus jefes, listillo? – Abner se sumó a la conversación – ¿A qué crees que sustituyes tú? “No, nunca usarÃamos tus descubrimientos en el campo militarâ€. Por supuesto, como soy estúpido, nunca llegarÃa a imaginar que los corporativos me iban a mentir. Hay muchos despojos como tú deseosos de mutilarse para ser mejores o más longevos.
– Claro – Maldición, se lo habÃa puesto demasiado fácil a Amy – Por supuesto, no tiene nada que ver con atiborrarse de sustancias no probadas para envejecer más despacio.
– Amy – dijo Abner en tono resignado – Recuérdame que mire tus rutinas de sarcasmo cuando tenga un momento. Ahora, ¿quieres hacer el favor de dejar inconsciente a este tipo? Le patearÃa yo mismo los huevos, pero seguro que también está castrado, y acabarÃa haciéndome yo más daño que él. Por favor, patéale por mÃ.
– ¿Está programada para hacer daño a los humanos? – Jenkins aún no acababa de asumir la situación – Eso viola las leyes de la robótica.
– Cuando vuelvas a Vashul, manda a alguien para que me detenga.
Amy fue rápida, y relativamente piadosa con el pobre Jenkins. Tras dejarle inconsciente revisaron los bancos de memoria de la nave y sabotearon todos los sistemas salvo los de comunicación. Cuando se iban, Jenkins aún no habÃa recuperado la consciencia.
– Mya – dijo una vez de vuelta en la sala de mandos de la Raiyel – Sácanos de este planeta.
– Destino – preguntó la voz de Mya. En aquel momento ya no le sonaba tan dulce.
– No tengo ni idea. Tú sólo sácanos de aquÃ.
Comments
Leave a Reply
Categories
Archivos
- marzo 2011
- febrero 2011
- enero 2011
- diciembre 2010
- noviembre 2010
- octubre 2010
- septiembre 2010
- agosto 2010
- julio 2010
- junio 2010
- mayo 2010
- abril 2010
- marzo 2010
- febrero 2010
- enero 2010
- diciembre 2009
- noviembre 2009
- octubre 2009
- septiembre 2009
- agosto 2009
- julio 2009
- junio 2009
- mayo 2009
- abril 2009
- marzo 2009
- febrero 2009
- enero 2009
- diciembre 2008
- noviembre 2008
- octubre 2008
- septiembre 2008
- agosto 2008
- junio 2008
- mayo 2008
- abril 2008
- marzo 2008
- enero 2008
- diciembre 2007
- noviembre 2007
- octubre 2007
- septiembre 2007
- agosto 2007
- julio 2007
- junio 2007
- mayo 2007
- abril 2007
- julio 2006
- junio 2006
- mayo 2006
- abril 2006
- marzo 2006
- febrero 2006
- enero 2006
- diciembre 2005
- noviembre 2005
- octubre 2005
- septiembre 2005
- agosto 2005
- julio 2005
- junio 2005
- mayo 2005
- abril 2005
- marzo 2005
- febrero 2005
- enero 2005
- diciembre 2004
- noviembre 2004
- octubre 2004
- septiembre 2004
- julio 2004
- abril 2004
- marzo 2004
- mayo 2003
Blogs de conocidos
Comics
De todo un poco
Enlaces
Informatica
Videojuegos
Administrar