– Ha muerto – dijo el doctor.
En la habitación reinaba el silencio. Los dos hombres situados junto a la cama miraban el rostro de la difunta con una mezcla de tristeza y descanso.
– ¿Ha sufrido? – preguntó Udul.
– No – respondió el doctor – Murió mientras dormÃa.
– Quizás ahora se reúna con mi padre – dijo Udul, mientras acariciaba con suavidad el rostro de su madre – Desde su muerte, no volvió a ser la misma.
– Vuestro padre fue un gran hombre – dijo el doctor – Además de un gran estadista y soldado.
– Lo se – dijo Udul, volviéndose hacia el doctor, su rostro demacrado, mostraba las escasas horas de sueño en los últimos dÃas – Su sombra sigue siendo muy alargada, aun en estos dÃas y, muchos me siguen considerando indigno de su legado. Incluso yo dudo en llegar algún dÃa a ser digno de él.
– No os juzguéis tan duramente – trató de consolarle el doctor – Mañana, tras haber descansado, veréis las cosas con otra luz.
– Mi madre fue el mas importante de mis apoyos durante mi mandato – dijo Udul – Era a ella a quien querÃa el pueblo.
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Nació en una familia humilde. Granjeros de manos áridas como la tierra que labraban. Su vida era el trabajo diario, pero tampoco se quejaban, ya que no conocÃan nada mas.
La llamaron Alura “hija del campoâ€, pues su piel era del color de la tierra les proporcionaba sus alimentos, y sus cabellos rubios como el trigo que crecÃa de ella.
Su infancia fue feliz, pues vivió en un hogar en el que fue querida y, en el que nada le faltó. El señor de aquellas tierras era un hombre duro, pero justo, no pidiendo nunca en exceso, y protegiendo siempre a sus siervos de cualquier peligro externo.
Jamás conocerÃa Alura la tristeza ni el hambre, el odio o la codicia, pues sus padres eran gente honrada y trabajadora, y le enseñaron a apreciar las cosas que realmente importaban en la vida.
En este ambiente creció Alura y, aquello era todo cuanto querÃa, pues fue allÃ, en aquella misma aldea, donde conocerÃa a aquel que llegarÃa a ser su esposo, Tennasul.
Ambos eran jóvenes cuando se conocieron, y jóvenes eran cuando se enamoraron, pues el amor les llegó sin aviso alguno, y ellos lo aceptaron gustosos.
Durante largos años trabajaron juntos la tierra que les daba alimentos, tanto a ellos, como al hijo que concibieron. Jamás tuvieron queja alguna, pues con la llegada de aquel fruto de su afecto, su dicha era ya completa.
Pero aquel dÃa, algo raro le aconteció a Alura. Mientras caminaba hacia su casa, tras haber finalizado sus labores en el campo, un repentino dolor la asaltó y, una vez que este desapareciera, se sintió extraña. AsÃ, una vez llegó hasta su hogar, se sentó a esperar a su marido, para compartir con aquel las sensaciones que habÃan despertado en ella.
No se demoró en llegar a casa el buen Tennasul, para encontrar a su esposa sentada frente a la mesa, con su rostro afligido por la preocupación.
– ¿Que es lo que te sucede? – preguntó Tennasul.
Alura alzó la vista hacia su esposo, con la esperanza de que, al contemplar el rostro de aquel a quien mas amaba, mitigara su dolor y sus dudas. Sus rostro, curtido por el sol, era aquel que recordaba, pero habÃa en el algo distinto.
– No eres el, ¿no es asÃ? – dijo Alura.
– No – respondió Tennasul, con el dolor y tristeza reflejados en su rostro.
Habiendo dicho esto, su figura comenzó a desdibujarse ante los ojos de Alura, sin que esta fuera capaz de hacer nada. Por alguna extraña razón, sabÃa que aquel no era su esposo pero, en su interior, algo morÃa mientras aquel hombre con quien tanto habÃa compartido se desvanecÃa.
Incapaz de reaccionar, continuó sentada, poseÃda aun por aquella intranquilidad, pues sabÃa que aquel ser a quien habÃa dado a luz, tampoco era su hijo.
Sentada espero, mientras la vela que iluminaba la habitación se consumÃa lentamente, hasta que supo que su hijo ya no vendrÃa. En aquel momento, las lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y el llanto trató de aliviar su dolor.
La vela finalmente se consumió completamente y, fue entonces cuando alguien golpeó la puerta suavemente.
Alura, tras secar las lagrimas que humedecÃan su rostro, se levantó y, con paso calmado se dirigió hacia la puerta.
– ¿Quién es? – preguntó.
– Un amigo – respondió una voz masculina al otro lado.
Alura tomó el cerrojo de la puerta, dispuesta a abrirla, pero ante su asombro, tanto la puerta, como su casa, desaparecieron, dejándola flotando en una vasta extensión de espacio blanco y, frente a ella, se encontraba un hombre. Su aspecto no era especialmente llamativo es mas, su rostro se le hacia de lo mas anodino, como el de cualquier persona con la que se podrÃa haber cruzado en un camino, y a la que no habrÃa prestado la menor atención para, poco después, olvidarse de ella. VestÃa ropajes de caminante, aunque no parecÃan gastadas ni sucias.
– ¿Quién eres? – preguntó Alura – ¿Dónde me encuentro?-
– Yo soy Kozûl – respondió el extraño – Y os encontráis en mis dominios, en Tagerboh, la tierra de los sueños.
– No lo entiendo – dijo Alura – No recuerdo haberme dormido – su mente entonces se vio asaltada por una avalancha de recuerdos. Recuerdos de otra vida, recuerdos de su autentica vida. Bajó la mirada para verse a si misma, y sus manos se le hicieron extrañas. Con ellas palpó su rostro e igualmente lo encontró extraño, pues no encontró arrugas en el.
– Esta no soy yo – dijo – Este no es mi cuerpo.
– Esta es la que hubierais deseado ser – respondió Kozûl a la pregunta no formulada.
– Al despertar ¿recordaré algo de esto? – preguntó Alura.
– No despertareis – le respondió Kozûl, tras un breve silencio.
– ¿Como es posible tal cosa? – preguntó nuevamente Alura – Debo volver con los mÃos, debo regresar con mi hijo.
– No podéis regresar – dijo Kozûl – pues no estáis viva.
– Si he muerto – dijo Alura, sabiendo que lo que aquel hombre le decÃa era cierto, al tiempo que se sorprendÃa a si misma con la facilidad con la que habÃa asumido aquella situación – ¿Por qué estoy aquÃ?.
– El final os alcanzó mientras dormÃas – le respondió Kozûl – En aquel momento vuestra alma ya se encontraba en mis dominios y, es por ello, que aquà permanece, pues en este lugar soy todopoderoso, a este lugar, ni siquiera la muerte puede llegar si no es con mi permiso.
– En ese caso – dijo nuevamente Alura – ¿Estoy condenada a permanecer aquà durante toda la eternidad?.
– Esto no es una condena – le respondió Kozûl – El vuestro es un sueño hermoso, uno de aquellos que hacen que este lugar tenga sentido. Tenéis la oportunidad de hacer que sea imperecedero, la posibilidad de continuar con el, creando el mundo en el que os hubiera gustado vivir.
– ¿Se encuentra en tu reino mi esposo? – preguntó Alura.
– No – respondió Kozûl – Vuestro esposo murió en la batalla. Su alma viajó hasta Ilwarath, la tierra de los muertos, donde tomo un nuevo cuerpo, asà como una nueva vida.
– Si permanezco aquÃ, ¿volverÃa a verle? – preguntó Alura.
– No – respondió nuevamente Kozûl.
– Entonces no deseo permanecer en este lugar – dijo Alura.
– Si elegÃs morir, para luego renacer – dijo Kozûl – pueden transcurrir largas vidas antes de que os vierais de nuevo, podrÃa llegar a ser que alguna de vuestras almas fuera destruida antes de que eso llegara a suceder. Por el contrario, si permaneces aquÃ, crearÃais un mundo en el que ser feliz, un mundo donde jamás conocerÃais el dolor.
– Pero ese mundo serÃa una mentira – dijo Alura – Prefiero la posibilidad de un centenar de infelicidades reales, a la certeza de una felicidad falsa.
– Si tal es vuestro deseo, señora mÃa, podéis partir de inmediato – dijo Kozûl – Pero vuestro sueño permanecerá aquÃ, esperándoos. Pues algo tan bello no deberÃa desaparecer jamás.