Ayer (es un decir) lo dejamos en el momento en el que el primer Spectrum llegó a nuestra casa.
¿Primer Spectrum?
Efectivamente, después de ese, llegarÃa otro (y por después entiéndase uno o dos dÃas).
Allà estábamos nosotros. De nuevo en familia, de nuevo alrededor de una máquina infernal. La escena que habÃamos vivido dÃas atrás se repetÃa de nuevo. El hombre contra la maquina, una lucha desigual. De haber tenido ojos, seguro que el Spectrum nos habrÃa lanzado una mirada desafiante; “Échame todo lo que tengas†era el mensaje que se podÃa leer entre bits.
De algún manual esotérico surgieron las palabras para la invocación (loadâ€â€) más nos faltaban los ingredientes para que el sortilegio fuese efectivo (el cassette estaba ahà al lado, pero no estaba conectado. No habÃa cinta en su interior. No hubo amago de darle al Play)
Embobados, continuamos mirando la pantalla. No habÃa movimiento alguno. La magia de la informática se nos demostraba tan falsa como la de los ilusionistas de feria. No habÃa imágenes. El único sonido que escuchábamos era el de nuestra propia respiración.
¿HabrÃamos ofendido a los dioses de la ciencia?
¿SerÃan nuestras ansias lúdicas algo pecaminoso?
PoseÃdos por el espÃritu de nuestros ancestros, nos negamos a aceptar aquel castigo que considerábamos injustos, y nos revelamos contra los designios divinos.
Pero nuestra negativa a aceptar el cruel hado nos granjeo la ira de las deidades de la electrónica, y su avatar pereció ante nuestros atónitos e impÃos ojos.
Resumiendo: Aquello no tiraba (obvio, cuando haces las cosas mal) asà que nos dedicamos a pulsar todas las teclas a la vez y la pantalla se llenó de colorines. Después de eso, la maquina no volvió a funcionar.
Round One: Spectrum Wins
Cualquiera se habrÃa desanimado tras dos fracasos tan rotundos, pero mi padre no. Volvió a la tienda, y apareció de nuevo en casa con otro Spectrum.
No recuerdo como lo logramos pero, la cosa es que, en esta tercera colisión tecnologÃa – nosotros (segunda contra el Spectrum, tercera en el cómputo global) terminamos saliendo indemnes y triunfantes. A partir de aquel momento, ya sólo quedaba jugar.
No trataré de engañaros. Es cierto, lo reconozco. Nunca vi, miré o concebà el ordenador como una herramienta de trabajo. Es más, mi mente se negaba a ver toda posibilidad ajena a su función lúdica. Ojeando estos últimos años las revistas antiguas, me he dado cuenta por primera vez de la existencia de anuncios en las que se ofrecÃan programas profesionales para aquellas plataformas.
La excusa de siempre para en aquellos tiempos (al igual que, en gran medida, ahora) para pillar algún horror tecnológico era, por supuesto, estudiar. La realidad, triste para los padres, feliz para los hijos, era que se trataba de un cachivache para dedicar el tiempo a cualquier otra cosa, salvo eso.
El mercado del pirateo no estaba tan desarrollado (o quizás deberÃa decir “profesionalizadoâ€), pero estando al precio al que estaban los juegos, siempre te las apañabas para que alguien te copiase las cintas, o alquilar juegos en video clubs o tiendas de juegos y copiarlos tu mismo.
En Pamplona, que yo llegase a conocer, habÃa dos lugares en los que se podÃan alquilar juegos: Supermercado del cassette y Ramar. Estos lugares llegarÃa a conocerlos con posterioridad a la posesión del Spectrum, ya su estancia entre nosotros tampoco se extendió durante mucho tiempo. No, esta vez no nos lo cargamos, sino que, en otra de esas jugadas maestras que pasarán a la historia de las ideas brillantes, lo cambiamos por un MSX.
No me miréis asÃ. Era un ordenador más grande… tenÃa que ser mejor.