El Ermitaño II
– ¿Qué tal va esa conversión? – Abner no podÃa dejar de darle vueltas a aquello.
– Sin éxito por el momento – La dulce voz de Mya, como de costumbre, no daba muestras de prisa – El sistema de archivos que utilizan no se parece en nada al que has desarrollado.
– ¿Qué esperabas? – Ahà estaba Amy, dispuesta para comenzar un nuevo asalto – Tú y tu manÃa de hacértelo todo “a tu maneraâ€. ¿Acaso creÃas que por el simple hecho de que tú creyeras que era el mejor camino, todo el universo iba a seguirlo?
– Esas malditas corporaciones y sus malditas compatibilidades. ¿No se dan cuenta de que los códigos de Palsar quedaron desfasados hace eones?
– Deja de quejarte. Ni siquiera sabes si los aparatos que saqueamos de la nave eran realmente las unidades de almacenamiento de datos. Igual nos llevamos el generador de alimentos.
– Sé que no tienes en gran estima mi inteligencia – Abner comenzaba a preparar su defensa.
– Tú me programaste asà – Pero, como de costumbre, Amy sabÃa dónde atacar para hacer daño.
– Gracias Amy. No hace falta que me recalques lo obvio cada vez. Quizás haya estado mucho tiempo alejado de la civilización, pero hay patrones lógicos y tecnológicos que aún sé reconocer.
– Muy bien. En ese caso, descifra esos maravillosos datos.
– ¡Las variables son casi infinitas! – Ya lo habÃa conseguido otra vez. Ya le habÃa hecho saltar – DeberÃa haber cogido también los procesadores para estudiarlos – necesitaba un momento para rearmar su defensa – Pero quejarse a posteriori es muy fácil – no estaba mal para comenzar – De cualquier manera, sé lo que vamos a hacer.
– IlumÃnanos.
– Contactare con la A.P.U.M.
– ¿Los anarquistas para un universo mejor? ¿Pero qué me estas diciendo? Si esos no son nada más que una panda de colgados fanáticos de las máquinas, que no tienen nada mejor que hacer que quejarse a grandes voces. Jamás harán nada que merezca la pena verse, aparte de sabotear las apariciones televisivas del Presidente. Además, operan desde un satélite de emplazamiento móvil. Si fuera tan fácil localizarlos, ya les habrÃan cerrado la bocaza hace mucho tiempo.
– Para ellos soy un ideal – Abner sacó pecho con orgullo nada disimulado – En sus transmisiones me han mencionado más de una vez. Seguro que están encantados de ayudarme en mi “lucha†contra las corporaciones.
– Vamos a ver – El tono de Amy cambió. La burla daba paso a la recriminación – Durante, ¿Cuánto fue?, ¿treinta y cinco años?, trabajaste para la Mycroft, y te las arreglaste para robarles millones para financiar tus experimentos privados. Luego, cuando te inventaste unas “diferencias creativas†con ellos, te largaste. No te hagas ahora el rebelde. Nunca trabajaste para ellos engañado. Siempre fuiste consciente de lo que hacÃas, y para quién lo hacÃas.
– No es tan sencillo.
– Nunca es tan sencillo.
– Lo que más me preocupa – Abner buscaba una nueva ruta de huida – Es que, tras setenta años, hayan vuelto a poner precio a mi cabeza. Los dirigentes de la corporación con los que trabajé estarán jubilados, o muertos. ¿Por qué entonces volver a buscarme?
– PodrÃas habérselo preguntado a Jenkins.
– Jenkins sólo era un matón. Dudo que supiera nada.
– Por supuesto. Como tú lo suponÃas, has amoldado la realidad a tus suposiciones… una vez más.
– De acuerdo. Quizás supiera algo. Pero eso es ya irrelevante. No voy a regresar a buscarle. Ahora mismo mi objetivo principal es descifrar la información que contienen estos dispositivos.
– Y vas a buscar a esa panda de tarados de la A.P.U.M. para que te lo descifren. Unos tipos que, aparte de dárselas de grandes genios y rebeldes galácticos, como alguien que conozco, también son los mayores paranoicos a este lado de la galaxia. Seguro que tienes la holotarjeta de alguno de ellos con su dirección.
– No exactamente – La expresión de orgullo y suficiencia de Abner volvÃa a asomar en su rostro – pero he sido capaz de triangular la posición de su satélite a pesar de todas las medidas de seguridad anti-rastreo que utilizan.
– Los cielos nos protejan de los egos desatados de los genios.
– ¿Los cielos nos protejan? ¿He implementado yo una expresión tan arcaica en tus bancos?
– Asà es – Cómo odiaba aquella sonrisa – Puedo darte fechas si asà lo deseas.
– No hará falta – No querÃa volver a aquel tira y afloja – Me estoy volviendo viejo. Expresiones pseudo-religiosas. Lo que me faltaba.
Abner introdujo las coordenadas del emplazamiento del satélite de los A.P.U.M., haciendo que Mya dirigiera la Raiyel hacia ese nuevo destino. Las horas transcurrÃan lentamente mientras Abner volvÃa a sentir en el estomago aquellas sensaciones que creÃa ya olvidadas. La llamada de lo desconocido y la excitación por desvelar lo que se hallaba detrás de todo aquello.
La espera se le hacia eterna, y el sueño se negaba a llegar. La impaciencia se habÃa apoderado de él, asà que se levantó para dirigirse hacia una sala que no habÃa visitado en mucho tiempo. Aún más, en aquellos momentos se preguntó si alguna vez habÃa llegado a usar la sala de preparación fÃsica.
La puerta se abrió suavemente, dejando ver las maquinas que contenÃa tras de sÃ.
– Activación – dijo Abner. La sala se iluminó.
– ¿Nivel de intensidad y duración de la sesión? – preguntó una voz masculina.
– Vamos a ver – Abner jugueteó pensativo con su barbilla – Nivel tres. Una hora y media.
La maquinaria de la sala se reorganizó, dejando en el centro la primera que debÃa usar Abner. Éste se introdujo en ella, y la maquina comenzó a moverse, haciendo que los brazos y piernas Abner la siguieran acompasadamente. Asà permaneció durante lo que le parecieron horas, hasta que, agotado, finalmente dijo:
– Finalizar sesión. ¿Tiempo transcurrido?
– Doce minutos, cuarenta y dos segundos.
– Maldición – se quejó mientras se incorporaba dejando la maquina a duras penas – Mya, camilla para la sala de preparación fÃsica, creo que hoy dormiré aquÃ.
La noche transcurrió intranquila, no sólo por las agujetas provocadas por el esfuerzo, sino porque volvió a soñar con Amy, la verdadera Amy. La mujer a la que tanto amó, y cuya muerte le afecto tanto.
– ¿Abner? – la voz de Mya lo despertó.
– ¿SÃ?
– A la velocidad actual, llegaremos al satélite de la A.P.U.M en treinta minutos.
– Gracias. Creo que me daré una ducha y me afeitaré antes de reunirme con ellos.
– No he detectado ninguna clase de camuflaje o transmisiones provenientes de él.
– ¿Seguro que son las coordenadas que introduje?
– Son las coordenadas que yo triangulé.
– ¿Por qué haré algunas veces preguntas tan estúpidas?
– Lo desconozco.
– No empieces como Amy. ¿Has tratado de comunicarte con ellos?
– No. Tampoco se detecta ninguna clase de energÃa procedente de él. El satélite esta “apagadoâ€.
– Maldición. Maldición – Abner gruñÃa mientras caminaba presuroso hacia el puente de mando – ¿Es que últimamente no puede ponerme nadie las cosas sencillas?
– EnvÃa uno de los minisatélites a obtener información más detallada – dijo Abner a la par que irrumpÃa furibundo en el puente de mando. Aún no habÃa terminando de ponerse la bata – Informe en pantalla dos. Dimensiones y caracterÃsticas técnicas. ¿¡DÓNDE ESTà ESA INFORMACIÓN!? – Gritó mientras tomaba asiento.
– En cuanto esté disponible, aparecerá en pantalla. Tus funciones vitales se están acelerando. Te recomiendo unos ejercicios de relajación.
– Quita mi cara de esa pantalla – volvió a gruñir Abner – Ya sé que mis pulsaciones están aceleradas.
– ¿Continúo con el curso de aproximación?
– SÃ. Activa camuflaje visual y electrónico. EnergÃa al mÃnimo en toda la Raiyel, salvo en esta sala. Redirecciona toda la potencia a los motores, y ten en espera el hipersalto. Coordenadas: Elistán. Esto no me gusta nada.
Los minutos trascurrÃan con lentitud, y el silencio permitÃa a Abner escuchar los leves chasquidos de las máquinas que funcionaban en la nave. Finalmente, la pantalla dos comenzó a rebosar información.
Tras unas horas observando los datos, Abner cambió su posición y se preparó para dar una orden.
– Amy, prepara la lanzadera – se le adelantó la androide quitándole las palabras de la boca. Durante los últimos minutos habÃa permanecido inmóvil observándole.
– ¿Por qué no está lista ya? – Le preguntó Abner con tono sarcástico.
– Lleva horas preparada – respondió Amy en tono igualmente sarcástico. En aquel momento dejó al descubierto su brazo izquierdo, oculto hasta aquel momento tras su espalda – Ponte el traje de vacÃo, supongo que lo necesitarás – Finalizó mientras se lo arrojaba.
– ¿Has logrado algún avance en contactar con los ordenadores del satélite? – preguntó Abner mientras Amy y él se dirigÃan hacia la lanzadera.
– Sà – Respondió Mya – El puerto de embarque cinco dispone de potencia. Estoy introduciendo los vectores de aproximación en la lanzadera.
Abner se sentó en el sillón de mando, y dejó que la nave siguiera la trayectoria que habÃa trazado Mya hasta el satélite. Su mente continuaba dándole vueltas a lo pasado en los últimos dÃas, y aquello continuaba dándole mala espina. No le gustaba estar a merced de los acontecimientos. PreferÃa ser él quien moviera las fichas, y no ser tan sólo un peón en manos de un jugador desconocido.
– ¿Cómo es posible que Mya haya sido capaz de acceder a la computadora de la A.P.U.M.? CreÃa que los sistemas con los que nos habÃas programado no eran compatibles con los usados en el resto del universo conocido.
– Durante sus comienzos – comenzó a responder Abner, mientras su mente permanecÃa sumida en las divagaciones – Ayudé anónimamente a la A.P.U.M. en la preparación de sus sistemas, tanto los de seguridad como los de gestión de recursos, dejando siempre, sin que ellos lo supieran, una puerta trasera abierta para mÃ.
– Me sorprendes – dijo Amy con falsa expresión de indignación – Nunca hubiese esperado una maniobra tan rastrera de alguien como tú, defensor acérrimo de los más altos valores.
– Por favor, Amy – le recriminó Abner – no estoy de humor.
La lanzadera aterrizó en el satélite con suavidad. Las luces intermitentes de la pista fueron lo único que recibió a los visitantes mientras abandonaban su nave.
Abner se movÃa pesada y torpemente. La falta de gravedad en el entorno le obligaba a usar los anclajes magnéticos de sus botas, limitando su movilidad, y el casco le reducÃa ostensiblemente la visión. Por su parte, Amy carecÃa de esas limitaciones, y paseaba a su antojo sin necesidad de protección alguna.
– Te estás agobiando – dijo la androide – Tus constantes vitales me dicen que estás al borde de un ataque de claustrofobia.
– Cállate – le respondió Abner alterado – Bastante difÃcil es ya hacer esto, como para tener que estar aguantándote.
– ¿Por qué no me haces caso nunca? – le recriminó Amy – Sabes que no es necesario que salgas de la Raiyel para esta clase de cosas, pero tú siempre te empeñas en estar en el centro de todo.
– Debe haber algún problema con tus receptores de audio – se quejó Abner – Sé que mi memoria no es la de antes, pero creo recordar haberte dicho que te callaras.
– Ciertamente tu memoria no es muy buena – se burló Amy – porque de conservarla intacta, recordarÃas que tú me programaste para ignorar gran parte de tus comentarios.
– Debà programarte para que no fueses tan repetitiva – se dijo para sà mismo Abner.
– Gravedad y atmósfera artificial restauradas – pudo escuchar Abner a través de la radio de su casco, mientras los indicadores de su traje se lo confirmaban.
– ¿Es estable? ¿Cuántos sistemas has logrado reactivar?
– Sistemas restaurados al sesenta y tres por ciento – le respondió Mya – Estabilidad de un ochenta y nueve por ciento. Sistema de seguridad imposible de restaurar, daños fÃsicos.
– ¿Acceso a los registros de seguridad hasta el momento del fallo?
– Imposible acceder a ellos remotamente.
– Tus constantes se están acelerando de nuevo – le dijo Amy.
– ¡YA LO SÉ! – Le gritó Abner, mientras comenzaba a caminar con un paso frenético, y se quitaba el casco con sus manos temblorosas – ¿Quieres hacer el favor de dejarme en paz?
Aquello terminaba de unir las piezas que habÃan revoloteado por su cabeza, dando forma a sus sospechas, y no era nada bueno. SabÃa quién habÃa arrasado aquel satélite. Su marca era inconfundible. Jenkins tan sólo habÃa sido un aviso, y él habÃa respondido tal y como esperaba su adversario.
En algún lugar de aquel satélite se encontraba la confirmación de quién se encontraba tras aquello. Aquella persona no tenÃa intención alguna de tener un encuentro directo en un terreno que no conociera a la perfección. HabÃa provocado la curiosidad de Abner para que fuera él quien se pusiera al descubierto.
Tras deambular por los pasillos del satélite, Abner finalmente llegó hasta la sala de comunicaciones donde encontró lo que esperaba. Todo permanecÃa intacto, salvo dos módulos que habÃan sido extraÃdos de sus paneles de conexión, sólo para ser depositados sobre una de las consolas, a la espera de que alguien los volviera a situar en su lugar.
Tras unos minutos de duda Abner los conectó en su lugar, para contemplar en todas las pantallas de la sala el rostro sonriente de su adversario.
– Te espero, Abner – le decÃa mientas le guiñaba el ojo y simulaba dispararle con una pistola imaginaria.
– Asà que es él – dijo Amy – Para ser casi tan viejo como tú, tiene bastante mejor aspecto. Los hay que no saben quedarse muertos.
Abner no escuchó el comentario de Amy. En su cabeza habÃa dos preguntas, y no sabÃa cual de las dos le daba más miedo.
¿Cómo podÃa seguir vivo aquel hombre?
¿Por qué lo querÃa vivo?
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