El Ermitaño III
– Ya estamos en el Sistema Vanth.
– Ya sabes lo qué debes hacer.
Aquello era lo último que deseaba hacer. Regresar al bullicio, a la falta de intimidad, a no tener tiempo para pensar. Verse obligado a moverse sin descanso… y a la posibilidad de ser detenido por los “crÃmenes†que cometiera setenta años atrás. La gente tenÃa mala memoria, pero las máquinas no olvidaban nada. Afortunadamente, al igual que los hombres, las máquinas podÃan ser engañadas.
Primero navegarÃa muy cerca de algún carguero automatizado. CopiarÃa su trayectoria de acercamiento y, una vez dentro de la atmósfera, cambiarÃa su rumbo para aterrizar en las afueras de la ciudad. Una vez en el planeta se introducirÃa en la ciudad, gracias a la identificación que habÃa robado al matón que habÃan enviado a por él. Llegar hasta la oficina de su enemigo ya serÃa otra historia.
– ¿Qué capÃtulo toca hoy? ¿Abner súper espÃa, o Abner hombre de acción? – aquello era algo sin lo que también habrÃa podido vivir muy tranquilo. Tocaba la discusión diaria con su androide.
– Gracias por tu apoyo, Amy. ¿Qué sugieres tú?
– Llámale, y queda con él.
– Que le llame.
– SÃ.
– Y el me va a decir: “Pasa, Abner. ¿Por qué has tardado tanto?â€
– Tu imitación deja bastante que desear.
– Gracias. No me dedicaré al mundo del espectáculo.
– Les harás un favor.
– ¿Que le llame?
– SÃ.
– Cómo se nota que no conoces a Crimlain.
– Tengo de él toda la información que has tenido a bien introducirme.
– Y pese a todo eso, ¿quieres que le llame?
– ¿Sabes que estás siendo muy repetitivo?
– ¿Qué te hace pensar que me recibirá con los brazos abiertos? Introduje en tu banco de datos que traté de matarle, ¿no?
– Asà es.
– ¿Entonces…?
– ¿Cuanta gente mandó a por ti?
– Uno.
– ¿De cuántos recursos dispone?
– De todos los de la corporación.
– ¿No te parece que, si realmente hubiera querido llevarte a la fuerza, podrÃa haberse esforzado un poco más?
– Pudo subestimarme.
– Después de eso te dejó un “mensaje†en la estación de la A.P.U.M.
– …eso no quiere decir nada.
– Es verdad. PodrÃa haber ido dirigido a cualquiera que pasase por aquella estación orbital secreta, creada por un grupo de anarquistas paranoides, a la que tú proporcionaste tecnologÃa de la corporación.
– De acuerdo. Hay un vÃnculo que va hasta mÃ. Pero era casi imposible de rastrear.
– ¿Ahora quién es el que está ignorando lo que sabe de Crimlain?
– Pudo ser una coincidencia.
– A quien tomas por tonta ahora es a mÃ.
– Han pasado setenta años.
– SÃ.
– Eso es mucho tiempo. Puede estar senil.
– Por eso quieres hacer la “infiltración imposible†en la sede de la corporación.
– Sólo quiero comprobar esa remota posibilidad.
– Te estas comportando como un crÃo.
– No es cierto.
– Está jugando contigo, y tú le estas siguiendo el juego como un incauto.
– Eso es una estupidez.
– Al niño se le han fastidiado sus planes de hacerse el héroe, y ahora no quiere atender a razones – ya estaba ahà ese tono – pero sabes que tengo razón – aquel maldito tono, entre sarcástico y recriminatorio, tan caracterÃstico de la auténtica Amy.
– No es cierto – Sà era cierto.
– Eres un crÃo de ciento treinta años – Odiaba cuando ella tenÃa razón.
– Puedes decir lo que quieras. No voy a llamarle – ¿Por qué tenÃa razón tan a menudo? Se suponÃa que él era más listo. Al fin y al cabo, la habÃa construido y programado.
Amy abandonó la sala dejando a Abner pensativo. Crimlain siempre habÃa sido un manipulador. Cuando aún trabajaban juntos conseguÃa pulsar sus teclas, obtener las reacciones que deseaba, sin que Abner fuera consciente de ello hasta que era demasiado tarde.
Maldita sea. Él era un genio. HabÃa ocultado más inventos que los que habÃa dado a la corporación. A dÃa de hoy, siete décadas después, sus ideas estaban vigentes, y algunas de ellas aún no habÃan sido descubiertas por los cientÃficos de ningún sistema. ¿Cómo demonios podÃa un tipo “normal†manejarlo con tanta facilidad?
HabÃa llegado el momento de acabar con aquello. DejarÃa de seguir sus migas de pan para darle el gusto de una entrada teatral… que seguro era lo que el muy cabrón estaba esperando, y listo, probablemente, para convertirlo en una humillación.
El orgullo y la pretendida autosuficiencia siempre habÃan sido dos de los puntos débiles de Abner. Le habÃan llevado a cometer muchos errores a lo largo de su vida. Si era tan listo, habÃa llegado el momento de actuar de una manera consecuente con aquel hecho.
Lo odiaba, pero iba a hacer caso del consejo de Amy.
Mientras buscaba de manera furtiva la información para ponerse en contacto con su “Némesisâ€, deseaba que este le vendiera para acabar en prisión, sólo por tener algo que recriminarle a su androide. A veces le recordaba demasiado a la mujer que habÃa amado y odiado. HabÃa ocasiones en las que se arrepentÃa de haberla hecho tan igual a ella.
Abner aprovechó para ponerse al dÃa de cómo habÃa evolucionado su ciudad natal durante su prolongada ausencia. Desde el comienzo de aquella huida hacia adelante sólo se habÃa preocupado de cómo habÃa avanzado la ciencia más allá de su reclusión. Lo que encontró no le habÃa impresionado en absoluto. Algunos de sus postulados habÃan sido aceptados, y otros mal interpretados. De no haberse aislado de la civilización, aquellos años habrÃan sido mucho más prósperos.
Con respecto a lo social, pocos cambios. Los nombres cambiaban, los nombres de las ideas cambiaban, los nombres de las clases sociales cambiaban. Pero todo seguÃa igual. Aquellos que pretendÃan cambios reales, eran ninguneados (cuando no “apartadosâ€) del poder. La inercia continuaba siendo un obstáculo imposible de superar.
Finalmente accedió a los canales internos de la sede de la corporación. Steve, Joseph, Stephen, o como quisiera llamase ahora Crimlain, no estaba en el bloque principal. Accedió a su código de ciudadano, y lo rastreó hasta su casa. Curioso. No esperaba que un hombre como él viviese fuera de la megalópolis. Aún vivÃa solo. ParecÃa que él tampoco habÃa sido capaz de olvidar a Amy.
Dudó durante unos segundos antes de acceder a la red personal de aquel bunker que se habÃa construido. ¿Estaba siguiéndole el juego con aquello? ¿Lo habrÃa previsto? Las protecciones parecÃan buenas, pero nada que él no pudiera sortear. ¿Era aquello demasiado fácil, o él era demasiado bueno?
A la mierda con todo aquello. Estableció la conexión.
Los sensores de la casa, le indicaron que sólo habÃa alguien en el salón. Accedió a las cámaras, y lo vio sentado. Se encontraba como espectador pasivo de una pelÃcula online.
– Interrumpimos la programación de hoy para ofrecerles la siguiente noticia – No lo podÃa evitar. Adoraba las entradas teatrales.
– Abner – Su voz no ofrecÃa signos de sorpresa – Cuanto tiempo sin verte – Aquello empezaba con una decepción.
– Dudo que se trate de una sorpresa – Trató de parecer seguro de sà mismo, y ser él quien llevara las riendas de la conversación.
– De acuerdo. No es una sorpresa – Vaya sorpresa, pensó.
– Te conservas muy bien para tu edad.
– PodrÃa decir lo mismo de ti pero, dado que lo que me ha permitido llegar hasta esta edad es invento tuyo, tu aspecto tampoco es algo que llame mi atención.
– ¿Posees la Formula Panacéica?
– Siempre tan teatral. Incluso al poner nombre a tus descubrimientos.
– Eso no es posible. Al largarme destruà toda la información referente a ella.
– Tú mejor que nadie deberÃas saber que la destrucción total es algo altamente improbable.
Siglos antes de su descubrimiento, muchos habÃan experimentados con prolongadores de la vida, pero todos ellos habÃan topado con el mismo problema: Secuelas psicológicas. El cuerpo envejecÃa de manera más lenta, pero la mente terminaba por no adaptarse al proceso. Todos aquellos en los que se experimentaban esta clase de sustancias acababan desarrollando problemas mentales (o amplificando los ya existentes).
Pese a la ilegalidad de las investigaciones en ese campo, era conocido que los estudios al respecto continuaban llevándose a cabo. La búsqueda de la inmortalidad era algo tan viejo como el hombre. Por lo general, aquellos experimentos eran llevados a cabo de manera clandestina, financiados por hombres de poder (muchas veces aquellos que habÃan promulgado y defendido su desaparición), pero no habÃa indicios de que alguien hubiese logrado una formula perfecta.
Abner habÃa logrado dar con una formula sin efectos secundarios (o al menos él no habÃa notado, o aceptado tener ninguno durante los años que llevaba medicándose con ella). Pero dado que estaban prohibidos aquella clase de estudios, no dio a conocer aquel descubrimiento al mundo y, una vez abandonó la civilización, trató de borrar todo vestigio de su existencia.
Al parecer, en aquello sà que habÃa fracasado.
– ¿Qué quieres de mÃ? – Se estaba arrepintiendo de aquello por momentos. Cuanto antes acabase, mejor.
– Quiero ofrecerte trabajo.
– Debes estar de broma – Aquello tenÃa que ser alguna encerrona.
– Accede al sector de datos A-T-uno. Acabo de anular los bloqueos, y podrás acceder a él… ahora – Definitivamente, habÃa sido demasiado fácil. Su ego desorbitado le habÃa vuelto a jugar una mala pasada.
La mente de Abner fue bombardeada con unas imágenes vagamente familiares. Ante él aparecieron los planos de la nave colonial “Atlantisâ€.
– Asà que la tienes tú – HabÃa sabido del emplazamiento de aquel artefacto perdido mientras investigaba sobre el paradero de Crimlain.
– En efecto – Pese a la pretendida falta de énfasis en aquellas palabras, Abner detectó un cierto tono de sorpresa e incomodidad en la voz de Crimlain. Aquello parecÃa ir mejorando.
– Parece que el proyecto de reconstrucción va bastante avanzado.
– Ni la mitad de lo que habrÃamos avanzado de estar tú al cargo – Aquello lo pillo totalmente por sorpresa.
– Cierto – dijo tratando de fingir indiferencia – Tan sólo en el ensamblaje de esta sección – hizo ampliar parte de la vigésimo segunda cubierta – debéis de haber tardado más de dos años, y se ha hecho mal.
– Es muy probable. ¿Te interesa encargarte de ello?
– Desbloquea la sección de datos A-T-Alfa, y hablaremos.
– Hablaremos ahora – Crimlain parecÃa molesto ante aquella contestación. Parece que el dÃa no iba a ser un completo desperdicio.
– Abner Biuler, desconectándose.
– Espera.
– No voy a negociar contigo. O seguimos mis reglas, o me largo.
– De acuerdo.
– Desbloquea también A-T-Prima y A-T-Sigma. Ah… también A-Siete-Omega.
– Hecho – Otra vez esa sensación de que estaba siendo todo demasiado fácil.
– ¿Qué me ocultas? – Aquella pregunta parecÃa alegrar a Crimlain.
– Tendrás acceso a todo lo que me pidas – A todo lo que le pidiera, pero no a todo aquello que existÃa. No a lo que no estaba a simple vista.
Aquello era impresionante. El proyecto de una vida.
Parte de la tecnologÃa era claramente harakani, otra parte era completamente desconocida incluso para él.
No se fiaba de Crimlain, pero lo que le ofrecÃa era demasiado grande, demasiado apetitoso como para dejarlo pasar. Otra vez estaba en sus garras. PodÃa decirle que no, pero entonces se buscarÃan a cualquier inútil que lo estropearÃa todo. Y lo peor de todo es que él se quedarÃa con cara de estúpido por haber desperdiciado aquella ocasión.
No tenÃa opción. TenÃa que aceptar.
– Me lo pensaré.
– Tienes dos dÃas – SabÃa que lo tenÃa pillado a través de su curiosidad.
– Necesitaré dos años sólo para comenzar a procesar toda esta información – exageró.
– La nave partirá a mediados del año que viene.
– ¿Pretendes lanzar eso al espacio?
– SÃ.
– ¡Pero si en el estado en el que se encuentra no será capaz de salir del astillero! Hay que reorientar los flujos del motor siete. Lo que le han hecho a la conducción de energÃa no tiene nombre. Los tipos de la sección H-cuarenta están siendo intoxicados por una radiación que provocará mutaciones en su quinta generación.
– Pese a tus balbuceos, deduzco que procesas más de prisa de lo que dices. Nunca habÃa percibido la modestia como una de tus virtudes.
– Dame cuatro años, y la nave podrá viajar.
– Te doy año y medio. El resto arréglalo durante el viaje.
– No te he dicho que acepte.
– Oh. Sé que lo harás.
– Con esa actitud me estas poniendo muy difÃcil el aceptar.
– La modestia tampoco ha sido nunca una de mis virtudes. Sé que si no aceptas te estarás dando de cabezazos contra las paredes de tu nave hasta que mueras.
– Yo elijo a mi equipo.
– Entre los archivos que he abierto para ti se encuentra el del personal que he escogido como parte de la tripulación. Veras que son tan disfuncionales como tú o yo. Del resto puedes encargarte como más gustes.
– Una última cosa.
– Dime.
– Tú no nos acompañarás en el viaje.
– Bienvenido de nuevo a la Mycroft, señor Biuler.
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