El LÃder
– Julius, nos han alcanzado.
– ¿Ya han llegado?
– O eso, o son unos turistas. En caso contrario, habrá que reconocer que son eficientes.
– ¿Cuántas naves?
– Una exploradora, tres cazas y una Clase VII.
– ¿Una Clase VII?
– SÃ.
– Eso significa…
– SÃ.
– Fainker.
– Quizás sean unos turistas muy bien equipados.
– Fainker. Joder.
– Parece que esta vez nos hemos llevado algo importante.
– ¿Qué hacemos?
– PodrÃamos entregarnos.
– Hoy estas gracioso.
– Es un don.
– Al menos, que no se diga que no lo intentamos.
– Tú mismo.
– Estamos jodidos, ¿no?
– ¿Con este ladrillo espacial y nuestra bañera?
– Te olvidas del resto de nuestra flota.
– Tus amigos imaginarios no cuentan.
– Entonces, estamos bien jodidos.
– Como te iba diciendo… ¿Les digo a los chicos que nos largamos?
– Hablar es gratis.
– Muchachos…
– No les digas quién nos sigue.
– De acuerdo… Es hora de salir por patas de aquÃ. Nos han localizado.
– Déjame que les hable.
– Como quieras, “jefeâ€.
– Hola chicos. Sólo dos cosas. Primera: Más os vale que terminéis de haceros con los controles de esta nave echando leches. Segunda, y más importante: No se os ocurra abrir fuego. Repito: Bajo ningún concepto se os ocurra disparar. Somos anarquistas, no asesinos.
Ambas cosas eran ciertas. Julius C. Smalls no era un asesino. Lo supo en el mismo momento en el que comenzó su instrucción en las “fuerzas de pacificación†de Vashul (siempre se decÃa que era una lástima no haberlo descubierto unos cuantos dÃas antes). Él era un anarquista (o al menos la definición que él mismo habÃa acuñado para aquella palabra), un sofista, y unas cuantas cosas más acabadas en “istaâ€. No es que tuviese un interés especial en acabar con el poder establecido, pero le molestaba que éste no le dejase hacer según qué cosas.
Como por ejemplo, robar un carguero automatizado de una gran corporación, y sacarse una pasta vendiéndolo en el mercado negro. Hey, no era culpa suya el no haber nacido rico. El sólo trataba de lograr los medios para corregir esa injusticia que le habÃa impuesto la sociedad.
Pero parecÃa claro. El universo, el destino, los hados, y los matones de la compañÃa Mycroft le odiaban. Fainker. De todos los mercenarios que tenÃa la corporación, tenÃa que ir a cruzarse con el más implacable. Donde los demás eran competentes, él era infalible. Su sola mención erizaba el vello del más curtido salteador o contrabandista.
Se decÃa que se habÃa vendido a la Mycroft. Que habÃa abandonado una prometedora carrera militar a cambio de una lucrativa vida en el mercado privado.
– Se dice, se dice – en su cabeza unas muecas burlonas acompañaban a aquellas palabras – Que digan lo que quieran. A mà no me vas a pillar – Valientes palabras para alguien que se sabÃa perdido. Quizás aquella era la razón por la que no las decÃa en voz alta – Si te han mandado a ti, esto debe valer cinco veces lo que esperaba sacar por ello. Vamos a ver qué nos ha traÃdo hoy papá.
Aún quedaban unos minutos hasta la intercepción. Unos minutos para soñar despierto, y averiguar “gracias†a qué mercancÃa lo iban a enchironar esta vez.
– Mike. Quédate vigilando a los chicos. Voy a estirar las piernas.
– ¿Estas seguro?
– SÃ.
– Como luego nos estés dando la paliza todo el viaje de vuelta, lloriqueando por todo lo que pudimos haber sacado, te juro que, aunque me cueste una paliza de los guardias, te machaco.
– Por favor, Mike. Sabes que yo nunca harÃa nada asà – Julius trataba de poner cara de inocente, pero era incapaz de quitar aquella sonrisa entre angelical y resignada que asomaba a sus labios. No podÃa (ni querÃa) luchar contra su naturaleza curiosa.
Mientras revisaba aquel carguero se preguntaba por qué alguien con la cabeza tan bien puesta como Mike seguÃa con él, y por qué se dejaba meter en semejantes embolados. Pocas eran las ocasiones en las que sus planes salÃan bien, y en más de un (más de dos, más de tres…) “trabajito†habÃan acabado los dos (junto a quien les acompañase en aquella ocasión) pasado una temporada a la sombra. Las veces en las que habÃan tenido éxito Julius habÃa pecado de falta de ambición, y el botÃn obtenido habÃa resultado una decepción. Por extraño que resulte, nada de aquello parecÃa importar a Mike.
SabÃa que no le seguÃa por motivos “raros†(hacÃa mucho tiempo que habÃan tenido la conversación sobre su orientación sexual) y el dinero parecÃa no importarle demasiado (con su cerebro podrÃa haberse buscado un trabajo muy bien remunerado en cualquier corporación). No hacÃa aquellas estupideces por amor al riesgo, ni bajo la esperanza de dar el gran golpe y retirarse. Estaba seguro de que, de haber planeado Mike alguno de los trabajos, ya se podrÃan haber “jubilado†hacÃa años (pero el muy cabezota se negaba una y otra vez). Cada vez que lo pensaba, Julius sólo llegaba a una conclusión. Mike hacÃa todo aquello porque era su amigo. Aquella respuesta siempre lograba hacer que se sintiese increÃblemente bien y orgulloso de sà mismo.
Era eso, o bien le encantaba verlo fracasar una y otra vez, y disfrutaba de sus repetidas humillaciones en primera fila de celda.
– ¿Puede alguien desbloquear las compuertas de la sección B-7?
– Ahora mismo estamos un poco ocupados por aquÃ. No es por nada, pero nos siguen de cerca unos señores muy malos que quieren arrebatarnos el fruto de nuestro esfuerzo.
– Vaaaaale, vaaaale. Ya me encargo yoooo.
Una pequeña explosión después, su camino se encontraba despejado.
– ¿Qué ha sido eso?
– Sólo era yo… Encargándome.
– Tu pónselo más fácil a esa gente.
– Deja de gruñir y sácanos de aquÃ.
Ni siquiera en aquellas situaciones se podÃa detectar el más mÃnimo atisbo de preocupación o urgencia en la voz de Mike. HabÃa ocasiones, como aquella, en las que no sabÃa qué le inspiraba más, si envidia u odio. Qué poco duraba la sensación de orgullo.
Mientras terminaba de aclarar sus sentimientos hacia Mike, comenzó a inspeccionar el compartimento de almacenaje. Los informes de la corporación habÃan catalogado aquel carguero como “provisiones y maquinaria para la explotación minera de Kayâ€. Vamos, alimentos, perforadoras, quizás algo de maquinaria pesada y a saber qué más. DebÃa regresar cargado de “grohlâ€, el mineral que una vez refinado podÃa convertirse en ropas, plásticos, o combinarse para crear aleaciones de uso militar.
Allà habÃa dinero, de aquello no cabÃa duda. Pero cientos de cargueros como aquel cruzaban el sistema de un lado a otro a diario. No. En aquella nave debÃa haber algo más, y él iba a averiguarlo. Al fin y al cabo, la información era poder. Aunque claro, demasiada información sobre algo que una corporación deseaba mantener en secreto podÃa acarrear la “desaparición†de uno.
– Tengo que hablar menos con Luigi.
Desde hacÃa un par de años, Julius “militaba†en la A.P.U.M. Eran gente maja, pero estar demasiado tiempo con ellos sólo ayudaba a acrecentar su paranoia latente. Luigi Romano era su contacto con aquella “organizaciónâ€, aparte de un gran fan de las teorÃas de la conspiración para el control universal y otras zarandajas del mismo calibre. Luigi habrÃa sido un hombre muy feliz en su desdicha, de haber ocupado el cuerpo de Julius en aquel momento.
La luz no daba para mucho. Al parecer, los millones gastados en los transportes de mercancÃas no daban para poner una iluminación decente en aquellos compartimentos. Al menos las lámparas daban para iluminar el amasijo de vete-tú-a-saber-qué, que obviamente no era grohl.
Aquella cosa no era ningún mineral extraÃdo por la mano humana. Estaba manufacturado, pero no se parecÃa a nada que hubiera visto nunca, ni siquiera en los documentales de los canales cientÃficos. La descripción más ajustada que pasó por su mente fue: Esto es el corazón de una estrella. No es que él hubiera visto nunca uno. Es más, no tenÃa ni idea de donde habÃa surgido aquella idea. Para hacer aún mayor la contradicción, aquella cosa parecÃa absorber la luz en lugar de proyectarla. Sólo sabÃa que no era capaz de quitar sus ojos de aquella maravilla pulsante y cambiante.
No pudo, hasta que la nave decidió moverse bruscamente y tirarlo al suelo.
– ¿Qué ha sido eso?
– ¿No has sido tú?
– No.
– Entonces han debido de darnos.
– ¿Daños?
– Más o menos… todos.
– Nos han cazado, ¿no?
– SÃ.
– Ahora subo para allÃ.
– Tranquilo. Les daremos la bienvenida, y les decimos que llegas enseguida.
– No te olvides de ofrecerles un té.
– Jamás se me ocurrirÃa cometer tamaña descortesÃa.
– Te odio cuando hablas asÃ.
– ¿Y cuándo no me odias?
– Cuando llegue el momento, te lo haré saber.
– Te estaré enormemente agradecido por ello.
– Por ahora, continúo odiándote.
– Tomo nota.
– ¿Podemos dejar esta conversación tan estúpida?
– Lo haré cuando tú lo hagas.
– Y tú más.
Aquel era un juego que solÃan practicar. Continuar una conversación más allá de lo necesario (hasta el absurdo y más allá), hasta que uno de los dos se daba por vencido y abandonaba. Julius era una persona competitiva, pero en momentos como aquel a Mike no le costaba demasiado exasperarle. Aquella vez no podÃa quejarse. Al fin y al cabo, habÃa sido él quien le habÃa dado el pie de entrada.
– Espero que me hayan guardado mi celda. Esta vez sólo he estado siete meses fuera.
Mientras estos pensamientos terminaban de alegrarle la velada, Julius sintió cómo una de las naves atacantes se acoplaba a la escotilla de acceso del transporte. Apuró el paso y llegó a la cabina antes de que los hombres de la corporación lograsen entrar.
– Ãbreles, hombre. No seas tan desconsiderado.
– El té aún no esta listo.
– Da igual. Que esperen aquà sentados y cómodos. Tenerlos esperando en la puerta es de mala educación.
– A vosotros dos habrÃa que encerraros – dijo Milo, el piloto de la bañera del espacio que les habÃa llevado hasta aquel lugar. Por alguna misteriosa razón no compartÃa su sentido del humor.
– Tranquilo. Enseguida nos encerrarán a todos.
– Espero que me pongan bien lejos de vosotros. Pirados.
Mike abrió la puerta. Al otro lado, diez hombres ataviados con armaduras de combate y armados con fusiles pesados aguardaban de modo paciente, mientras otro más trataba de hacerse con los controles de la puerta.
– Qué agradable sorpresa – exageró Julius – No esperábamos visita.
– De lo contrario habrÃamos preparado un tentempié.
– Señor – aquel hombre no hablaba con ninguno de los tres ocupantes de la cabina. Qué falta tan grande de respeto – Ya los tenemos. De acuerdo. ¿Quién es el genio que ha planeado esto?
– Yo soy medio cabecilla, y éste otro, el otro medio.
– Es usted muy amable, pero llamarnos genios es un elogio excesivo.
– Stevens, Cole, Jensen, llevad a estos dos payasos con el jefe. Tú, chico triste, te vienes con nosotros y el resto de tus amigos directamente a las celdas de contención.
– Que amables – dijo Julius mientras le esposaban – Nos han traÃdo unas preciosas pulseras de regalo.
Los tres mercenarios acompañaron a Julius y Mike hasta sus asientos en la nave exploradora que les llevarÃa hasta la fragata. Mientras se acercaban a ella, pudieron leer: “Fragata Clase VII†justo encima de su nombre “Vanshuâ€. Debajo de éste alguien habÃa pintado una caricatura sonriente.
Fainker. No cabÃa duda. Por fin le conocerÃa. No es que fuese ningún honor (al menos no en aquella ocasión), pero Julius tenÃa curiosidad por conocer a aquel tipo. De esa manera, caso de cruzárselo por la calle, podrÃa “saludarle†debidamente.
Entre empujones y chistes sobre las tendencias sexuales de los habitantes masculinos del que iba a ser su nuevo alojamiento, los soldados acompañaron a Julius y Mike hasta la estancia en la que les esperaba Fainker. Durante el camino, toda suerte de planes de huida iba siendo desechados en su mente. Una vez en la estancia, cualquier pensamiento más allá de lo tenÃa ante sus ojos desapareció. Julius tardó unos momentos en reaccionar, pero, como era acostumbrado en él, fue un alarde de elocuencia.
– ¡Tú! – de acuerdo. PodrÃa haber sido más elocuente, pero no más expresivo.
– Julius Cornelio Smalls y Mikhail Osarius – Elena parecÃa tan sorprendida como sus prisioneros y, al igual que para estos, la sorpresa no parecÃa desagradarla – PodrÃa decir que éste era el último lugar y situación en el que esperaba veros… Pero mentirÃa.
– Hola, Elena – saludó Mike, tras los segundos que le costó hacerse a la idea. Al fin y al cabo tampoco era algo tan descabellado.
– ¿Tú eres Fainker?
– Siempre he sido Fainker.
– Tú nunca has sido Fainker.
– Elena Asale… Fainker – De pronto, Mike lo recordó. Y todo encajó.
– ¿Señor? – preguntó Jensen.
– Podéis retiraros. No son peligrosos.
Una vez que los custodios se retiraron Elena ofreció asiento a sus esposados “invitadosâ€.
– ¿Tú eres Fainker?
Era obvio que aquella no era la Elena que ambos habÃan conocido en su juventud. Los dos habÃan estado siempre colados por ella. No era especialmente atractiva entonces, y la nariz rota, junto a la cicatriz que cortaba su ceja derecha, no habÃan echo nada por mejorar su aspecto. Aún asÃ, seguÃa conservando aquel “algo†que nunca fueron capaces de definir y que siempre les habÃa atraÃdo de ella.
– No me lo digas. Esperabais a un hombre. Posiblemente algún tipo malhumorado con bigote, y con músculos hasta en la cejas.
En aquel momento una sonrisa iluminó su rostro, y Julius recordó qué era lo que tenÃa aquella mujer, que siempre le habÃa dejado indefenso ante ella.
– De acuerdo. No te lo diré – dijo mientras trataba de alejar su mirada de aquel rostro.
– ¿Cuanto tiempo ha pasado? – La intervención de Mike salvó su honra.
– Dentro de poco hará veinte años. Me alisté en las fuerzas de pacificación unos meses después de vosotros. Pero para entonces ya habÃais desertado.
– Que maja. Se alistó para estar con nosotros.
– La cosa es que me gustó la disciplina militar.
– Ya nos conoces. La disciplina nunca fue lo nuestro.
– Lo vuestro… – La sonrisa cambio de amistosa a maliciosa – ¿Tenéis algo que contarme antes de que os mande a un campo de trabajos? – Elena apoyó ambas manos sobre la mesa, mientras adelantaba su cuerpo sobre ésta.
– Nos han pasado muchas cosas juntos… – comenzó a decir Mike.
– Pero nadie ha conseguido separarnos – mientras decÃa aquello, Julius trató de acariciar con sus esposas el rostro de Mike. Éste trató de evitarlo, y acabó en el suelo con su silla. Aquel momento, junto con la expresión de Mike, compensaban las últimas batallas dialécticas que habÃa perdido Julius.
– Qué monos. Está visto que no habéis cambiado nada.
– Supongo que estarás al tanto de nuestras andanzas. Pero, ¿qué nos puedes contar de ti… Fainker?
– Es muy sencillo. Cuando mi padre dejó a mi madre decidà que todo rastro suyo desapareciese de mi vida. Con el tiempo, no sólo me gustó todo el rollo paramilitar, sino que tenÃa aptitudes para ello. Asà que ascendà rápidamente.
– Y ahora tienes tu propia compañÃa mercenaria.
– El sueño de toda chica. Todo el dÃa rodeada de tipos grandes y sudorosos.
– ¿Se encuentra el “Señor Fainker†entre ellos?
– No existe ningún “Señor Fainkerâ€.
– ¿“Señora Fainker†entonces?
– Tampoco. Pero visto el percal, tampoco serÃa descabellado. Una acaba desesperada de tanta prepotencia e incompetencia masculina.
– ¿Tus niños se portan mal?
– A los niños malos los castigo… personalmente – La sonrisa desapareció, y un escalofrÃo recorrió la columna de los prisioneros ante la mirada que ocupaba su lugar. Incluso la luz de la habitación parecÃa mas sombrÃa – Vosotros habéis sido muy malos – el tono de voz con el que pronunció aquellas palabras les heló la sangre en las venas – Pero para vuestra fortuna, no trabajáis para mà – la sonrisa retornó, y ambos suspiraron mentalmente. Al parecer, el cambio en Elena habÃa sido algo más que fÃsico.
– Y bien. ¿Qué vas a hacer con nosotros?
– Llevaros a Vashul, y dejar que la justicia decida.
– ¿No podemos hacer nada por evitarlo?
– Dadme una razón para que no lo haga.
– ¿Que siempre has estado colada por mÃ?
– Eso no es una razón. Sólo un deseo tuyo incumplido.
– De acuerdo. ¿Que siempre he estado loco por ti?
– Esa no es una buena razón para liberaros.
– No has exigido que la razón fuese buena.
– Es cierto.
– Entonces, ¿nos liberarás?
– No.
– ¿Por qué? – Julius fingió ofensa.
– Tampoco os he dicho que os liberarÃa caso de darme una razón. Sólo la he pedido.
– De acuerdo.
– ¿Ya te rindes? – Mike estaba perplejo. Dos en un dÃa. Julius se sentÃa afortunado.
– No, sólo preparaba el golpe final.
– Adelante, maestro.
– Es posible que, durante el juicio, se me escape lo que vi en ese carguero con “material de aprovisionamientoâ€.
– Es posible que trataseis de escapar, y no nos dejaseis otra opción que destruir la nave en la que huÃais – de nuevo aquella mirada.
– TenÃa que intentarlo.
– Ha sido un muy buen intento – intervino Mike – Yo le darÃa un siete.
– ¿De verdad? Yo creo que es un ocho y medio.
– No. No ha sido tan bueno.
– Venga ya. Casi la tenÃa. De no ser por la amenaza de muerte, estábamos fuera.
– No sé. Te concedo un ocho, y de ahà no subo.
– Chicos…
– Bueno, lo dejaremos en un ocho.
– Igual me he pasado con el ocho. Un ocho serÃa salir de aquà de manera holgada. ¿Un siete y medio?
– No seas tan rácano.
– Chicos…
– ¿Tú qué crees que ha sido? Sinceramente, Elena.
– Cielo, no sabes cómo he echado de menos esto – El rostro de Elena estaba radiante. Casi parecÃa el de aquella joven de dieciséis años que jugaba con ellos – No sabéis lo que me duele deciros esto… Pero creo que ha sido un seis.
– Es justo. Al fin y al cabo, de ésta no nos libramos.
– ¿Por qué a ella le das la razón con un seis, y el siete que te he dado al principio te parecÃa poco?
– Cuando te siente el uniforme tan bien como a ella, te dejaré darme un seis.
El viaje de vuelta a Vashul durarÃa cuatro dÃas más. Cuatro dÃas en los que parecÃan tratar de recuperar los veinte años perdidos. Al final el juez decretó que estarÃan separados cinco años más.
Elena se despidió de ellos mientras los ingresaban en prisión. Ya no era la niña que habÃa jugado con ellos, ni la mujer que habÃan conocido a solas en aquella habitación. En aquel momento no era Elena, era Fainker. La escoltaban cuatro de sus hombres. Aquellos mercenarios eran gente curtida. Algunos de ellos superaban en edad, y casi todos en corpulencia, a Fainker. Pero todos la obedecÃan sin dudarlo, sin cuestionar ninguna de sus decisiones.
¿Cuánto cambiarÃa Elena en otros cinco años?
Julius Cornelio Smalls y Mikhail Osarius no estaban dispuestos a esperar tanto tiempo para descubrirlo. Ellos estarÃan presentes para ver cada uno de aquellos cambios.
Comments
One Response to “El LÃder”
Leave a Reply
Categories
Archivos
- marzo 2011
- febrero 2011
- enero 2011
- diciembre 2010
- noviembre 2010
- octubre 2010
- septiembre 2010
- agosto 2010
- julio 2010
- junio 2010
- mayo 2010
- abril 2010
- marzo 2010
- febrero 2010
- enero 2010
- diciembre 2009
- noviembre 2009
- octubre 2009
- septiembre 2009
- agosto 2009
- julio 2009
- junio 2009
- mayo 2009
- abril 2009
- marzo 2009
- febrero 2009
- enero 2009
- diciembre 2008
- noviembre 2008
- octubre 2008
- septiembre 2008
- agosto 2008
- junio 2008
- mayo 2008
- abril 2008
- marzo 2008
- enero 2008
- diciembre 2007
- noviembre 2007
- octubre 2007
- septiembre 2007
- agosto 2007
- julio 2007
- junio 2007
- mayo 2007
- abril 2007
- julio 2006
- junio 2006
- mayo 2006
- abril 2006
- marzo 2006
- febrero 2006
- enero 2006
- diciembre 2005
- noviembre 2005
- octubre 2005
- septiembre 2005
- agosto 2005
- julio 2005
- junio 2005
- mayo 2005
- abril 2005
- marzo 2005
- febrero 2005
- enero 2005
- diciembre 2004
- noviembre 2004
- octubre 2004
- septiembre 2004
- julio 2004
- abril 2004
- marzo 2004
- mayo 2003
Blogs de conocidos
Comics
De todo un poco
Enlaces
Informatica
Videojuegos
Administrar
Jo, cada dÃa me gusta más esta historia…