El MÃstico
– La vida no es un cÃrculo cerrado – HabÃa pasado mucho tiempo desde que Marcus utilizase aquella expresión por última vez – Quizás tienda hacia una forma circular, pero desde luego no llega a cerrarse nunca. Ni siquiera una vez muerto.
– Pero reconocerás que tu regreso aquà sà que dirige la lÃnea de tu vida de nuevo hacia su punto inicial – y aquel lugar era el último en el que la habÃa usado – Estoy seguro de que no esperabas volver aquà en mucho tiempo (si es que albergabas la intención de regresar en alguna ocasión).
– No reniego de mi pasado, Giacomo. Que ya no sea quien fui no implica que niegue haberlo sido nunca, ni que haya olvidado lo que aprendà siendo aquellas personas.
Marcus Dorell habÃa sido cosas muy distintas a lo largo de su vida. Quizás no muchas en el terreno cuantitativo, pero sà en la distancia que las separaba ideológicamente. Sólo habÃa un punto en común entre todos aquellos Marcus que habÃa sido en cada momento, y ésta era la búsqueda de respuestas. El deseo de saber los cómos y los porqués del funcionamiento del universo y aquellos que lo habitaban. Desde sus comienzos habÃa sabido que aquella serÃa una búsqueda ardua y larga, pero él era un hombre trabajador y paciente.
Su pasado habÃa transcurrido como un viaje accidentado en busca de su meta. HabÃa sido xeno-biólogo, ingeniero y religioso, para finalizar como asceta y filósofo errante. En aquel momento sólo sabÃa una cosa: No sabÃa si se encontraba más cerca de su objetivo que cuando comenzó su búsqueda, pero habÃa encontrado el camino por el que encauzar su vida (o al menos eso creÃa). Un camino que él mismo se habÃa creado a base de andar. El camino del hombre consciente.
Con la edad habÃa aprendido a reducir sus miras. HabÃa pasado de tratar de conocer el funcionamiento de todo, a intentar conocerse a sà mismo.
– Es una pena que no hayas dedicado más esfuerzo en potenciar a ninguno de tus anteriores “yoes†– Aquel era uno de los tÃpicos discursos de Giacomo – Tu inconstancia nos ha privado de una mente brillante en los campos que has abandonado – Aquellos discursos le halagaban e incomodaban por igual.
– No he venido hasta aquà para que trates de recuperarme para la fé, Giaco – Eso era cierto, aunque en cierto modo agradecÃa el intento de su amigo.
– Eso ya lo suponÃa, pero supongo que no me culparás por intentarlo – Giacomo parecÃa intrigado en aquel momento – ¿A qué debo tu visita?.
– He venido a despedirme.
– ¿Despedirte? – La curiosidad desapareció del rostro del sacerdote, para ser sustituida por la preocupación – ¿Acaso estás enfermo?.
– Tranquilo. No se trata de eso.
– ¿Entonces? – El alivio aún no asomaba en su rostro – Comprenderás que, tras más de veinticinco años sin saber de ti, el que vengas a “despedirte†suena un tanto, no sé, ¿drástico?, ¿dramático?
– No querÃa asustarte de esta manera – Aunque en el fondo esperaba aquella reacción, y en cierta medida le habrÃa decepcionado no obtenerla – En unas semanas voy a iniciar un viaje fuera del planeta.
– ¿Por eso vienes con todas tus pertenencias?
– Veo que continúas siendo muy observador.
– Contigo no hace falta serlo. Es la diferencia entre verte llevando una bolsa o con las manos vacÃas. Aunque esa cosa que llevas a la espalda me sorprende.
– Se llama espada.
– Lo sé, pero no deja de ser una cosa.
– Cierto.
– No te creo.
– ¿Qué?
– Hay algo más. Esto es más que un hasta luego.
– No te equivocas.
– Pero no vas a decirme más.
– Ahà tampoco te equivocas.
– ¿Tendrás cuidado?
– Todo el que pueda.
Marcus abandonó la iglesia. Aquel lugar habÃa sido su hogar cuando todo en lo que creÃa le habÃa fallado. La Iglesia del Perpetuo Retorno.
Aquel lugar situado a las afueras de la gran Vashul parecÃa algo atemporal. Giacomo lo encontró hacÃa ya treinta años, desorientado y desvalido, y le habÃa ayudado a recomponerse a sà mismo. Aquel lugar y aquella persona eran los primeros de quienes querÃa despedirse antes de su último viaje. Quizás no compartiera sus creencias, pero era el único sitio en el que no le habÃan juzgado, ni pedido nada.
Ante aquel pequeño edificio de piedra se alzaba la gran urbe: Vashul. Aquella que le habÃa engullido y escupido cuando ya no pudo darle más. ¿Cuántos años de su vida habÃan sido desperdiciados entre aquellos monstruos forjados de las mas variadas y resplandecientes aleaciones?
Palpó las cicatrices que habÃan dejado los implantes de su cuello al ser extraÃdos y se adentró en las fauces de la gran bestia. Ahà comenzarÃa su viaje, y confiaba en que los fragmentos de humanidad de su pasado todavÃa permaneciesen en sus entrañas. Aún quedaba una persona de la que despedirse.
– Cuando te da por ponerte melodramático, lo haces a conciencia – se recriminó, sin poder o querer evitar que una sonrisa contenida asomara en su rostro. Tomó aire, y retomó su camino.
Los olores, aunque con leves variaciones, continuaban asaltando su olfato. La suciedad del nivel cero no habÃa hecho sino empeorar. La “moda†dominante en aquella zona apenas parecÃa haberse visto alterada por el paso del tiempo: Andrajos y prótesis hechas con los restos y materiales desechados por los niveles superiores.
Según se adentraba en la ciudad, el panorama cambiaba de manera ostensible. Los olores se iban suavizando hasta llegar a ser medianamente aceptables. Las bases de los edificios apenas tenÃan suciedad, y la calzada ya no tenÃa tantas irregularidades. En las alturas se veÃan los puentes que unÃan los distintos niveles de la ciudad, y los deslizadores se paseaban por las alturas ajenos a la gravedad y a las miradas de los viandantes de los niveles inferiores.
SuponÃa que ya no disponÃa de crédito, por lo que no podrÃa tomar un deslizador para llegar a su destino, asà que buscó una plataforma elevadora. Cuando abandonó la urbe no eran muy frecuentes, o al menos no habÃa necesitado nunca de ellas. En aquel momento aquello le parecÃa frustrante.
Por fin encontró una plataforma, y lo que creyó serÃa un analizador de ADN. Confiaba en que no hubiesen borrado sus datos de la red central. Se habÃa extraÃdo su identificador junto con los implantes. Introdujo la mano en el escáner.
– Marcus Dorell – dijo una voz femenina. Millones de años de evolución, y la humanidad no habÃa logrado erradicar su machismo – ¿En qué puedo servirle? – aunque él también preferÃa ser recibido con una voz amable y dulce.
– Acceso al nivel doce – Trató de que su voz no temblase.
La gente se sorprendÃa de que alguien como él, alguien crecido en la ciudad y con estudios superiores en varias especialidades de ingenierÃa, desarrollase una tecnofobia como lo habÃa hecho él. A aquello siempre habÃa respondido lo mismo: “Cuando sabes que las leyes en las que se basa el funcionamiento de estos aparatos están sujetas por hipótesis sin confirmar al cien por cien, y la fé ciega de los creadores en estas hipótesis… Cuando algo funciona, pero no sabes a ciencia cierta por qué, o durante cuánto tiempo lo hará, pese a ser tú quien lo ha creado… Entonces es cuando tienes razones para temerlaâ€.
No. No le gustaba la tecnologÃa. Cuando vio que la biologÃa no le daba las respuesta que andaba buscando, busco éstas en las máquinas. Si no podÃa desentrañar las leyes naturales se fabricarÃa las suyas propias. Pero éstas eran tanto o más inestables que las funciones fÃsicas y celulares de las especies. Durante años estudió y confió en lo que habÃan estudiado y dado por cierto otros. Pero al final las maquinas fallaban, y demasiadas veces los creadores decÃan “No sé por qué ha sucedido esto. Todo está bien, no tendrÃa por qué haber falladoâ€. Prácticamente dio su vida por un proyecto, sólo para que éste resultase un fracaso demasiado traumático para alguien que habÃa dormido dos horas al dÃa durante los últimos cuatro años.
– DeberÃa haber funcionado – dijeron todos – Los cálculos son precisos, los circuitos funcionan a la perfección, la teorÃa era correcta.
Pero él era el director del proyecto, él era la cabeza de turco que debÃa ser cercenada. La vida y la cordura que fueron destruidas por abogados, ejecutivos y contables, eran las suyas.
Nivel doce. Allà estaba la segunda y última persona de la que querÃa despedirse.
¿Por qué querÃa despedirse? ¿Qué lograba con aquello?
Ver a aquellas personas por última vez no cambiaba nada. Ya habÃa tomado su decisión y, al igual que a Giacomo, no iba a decirle a Arthur lo que se disponÃa a comenzar, ni como acabarÃa para él. Aquella pregunta se la habÃa hecho varias veces antes de decidir su curso de acción. Al fin y al cabo era un hombre consciente. DebÃa saber de sus autenticas motivaciones antes de emprender cualquier tarea.
HabÃa obtenido algunas respuestas a aquella pregunta, pero sabÃa que no eran todas. HacÃa mucho tiempo que habÃa aprendido que no todas las razones podÃan ser definibles. Mucho tiempo desde que aceptó que habÃa preguntas cuya respuesta no averiguarÃa nunca, aunque no por ello dejarÃa de intentarlo. Aquello era algo que también habÃa descubierto y aceptado sobre sà mismo. HabÃa cosas que no eran ni buenas ni malas. Sólo estaban ahÃ, y trataba de no intentar anularlas. Aquella, al igual que otras facetas de sà mismo, no podrÃa controlarla. Aunque no por ello dejaba de intentarlo de manera solapada (aunque en el fondo consciente). HabÃa ocasiones en las que aquellos bucles eternos de preguntas y respuestas le daban dolor de cabeza.
¿Por qué despedirse?
QuerÃa saber si aquellas personas se acordaban de él a pesar del tiempo que habÃan pasado sin verlo. Saber que, una vez que él no estuviera, al menos quedarÃa su recuerdo en la memoria de aquellos hombres.
Aunque él también querÃa verlos. HabÃa momentos en los que habÃa considerado la nostalgia un sÃmbolo de debilidad. Pero este razonamiento no tardó en mostrarse como una autentica estupidez.
Finalmente llegó al edificio en el que vivÃa Arthur. Se detuvo unos segundos en los analizadores de la puerta, hasta que éstos le identificaron.
– ¿Con quién desea contactar, señor Dorell? – ParecÃa la voz de la señorita de antes.
– Arthur Doyle.
Unos segundos de silencio, y la proyección de su amigo apareció ante él.
– ¿Marcus?
– El mismo.
– ¿Eres tú?
– No.
– Estás increÃble.
– ¿Para un hombre de sesenta y cinco años?
– Cuando tenÃas veintitantos no se te veÃa tan bien.
– ¿Me vas a dejar entrar, o toda nuestra conversación va a ser aquÃ?
– Claro. Pasa, pasa. Perdona – Mientras el elevador alcanzaba la vivienda de Arthur, la imagen de éste no desapareció – ¿Qué te trae por aquÃ?
– Una visita antes de abandonar el planeta.
– ¿Dónde has estado todo este tiempo? Cuando el portero me informó de que eras tú me costó asociar tu nombre.
– Falta uno un par de dÃas, y ya se olvidan de él.
– Dejaste la compañÃa hace casi cuarenta años.
– Donde he estado los dÃas eran muy largos.
Tras ser repudiado por la corporación, y el fracaso de lo que habÃa considerado el trabajo de su vida, Marcus habÃa sufrido graves problemas mentales causados por la depresión. Lo perdió todo y a todos, o al menos eso pensó su yo de aquellos momentos. Tras eso llegarÃa la iglesia, pero una vez “sanado†aquel camino tampoco le servÃa.
También abandonarÃa aquel lugar, pero esta vez no como una huÃda, sino como un acto consciente de avance. Antes de tratar de conocer lo que le rodeaba, deberÃa conocerse a sà mismo.
EmpezarÃa con lo más sencillo. Conocer su cuerpo, y hasta dónde era capaz de llegar éste. La tecnologÃa y la ciencia en las que habÃa confiado le habÃan fallado. A partir de aquel momento sólo dependerÃa de sà mismo para lograr sus objetivos. Tras el desarrollo y control del cuerpo llegarÃa lo más arduo: El estudio y conocimiento de su propia mente.
Aquel conocimiento aún se estaba llevando a cabo. Mucho se temÃa que nunca llegarÃa a completarlo, pero habÃa alcanzado un estado de paz que no habÃa conocido nunca antes.
– Asà que te vas – Le sorprendió la expresión de tristeza en el rostro de Arthur.
– Asà es.
– No pensaba que te quedasen ganas de volver a trabajar para la corporación.
– Me hicieron una oferta que no pude, ni quise, rechazar.
– Cuando regreses, no tardes cuarenta años en volver a visitarme. Quizás no dure tanto.
– Si regreso, no dudes en que te visitaré – La charla habÃa sido amena. Mucho más de lo que esperaba. Se sorprendió de que le apenase el irse de aquel apartamento. Gustosamente habrÃa prolongado su estancia allÃ, pero se obligó a levantarse y abandonar la compañÃa de Arthur.
De nuevo en la calle, permitió que su mente retomase el análisis de lo que iba a hacer. HabÃa pasado mucho tiempo desde que tuviese aquella visión. SÃ, la palabra adecuada para describirlo era visión. Contemplar la muerte de uno era algo que marcaba.
Durante mucho tiempo analizó cual podÃa ser el origen de aquellas imágenes que habÃan invadido su mente. Finalmente desestimó la búsqueda. SabÃa que no encontrarÃa la respuesta. HabÃa estudiado muchas filosofÃas ajenas antes de encontrar su propio camino. FilosofÃas antiguas y contemporáneas. De cada una de ellas habÃa tomado aquello con lo que estaba de acuerdo, y desestimado aquello que consideraba erróneo, o no valido para él.
Siempre le habÃa intrigado el concepto del destino, presente en muchas de ellas, pese a que nunca habÃa creÃdo en él.
Pero aquella visión habÃa amenazado con romper todo su equilibrio interno. En su interior la sentÃa como cierta, pero no tenÃa intención alguna de montarse en ningún horror tecnológico para abandonar el planeta. Por lo tanto, su lógica le indicaba que aquello que habÃa visto no llegarÃa a suceder nunca.
Hasta hacÃa un mes.
No sabÃa como han dado con él. No habÃa tratado de ocultar su rastro, pero aún asÃ, no entendÃa cómo o por qué lo habÃan buscado precisamente a él. No sabÃa por qué razón le habÃan ofrecido aquello, y lo que más le sorprendÃa: No sabÃa por qué estaba tan dispuesto y ansioso por comenzar aquella tarea.
La único respuesta que se le ocurrÃa para explicar su reacción era que habÃa llegado el momento de volver a ampliar su búsqueda. Sus viejos yoes parecÃan haber despertado. Viajar en una nave que habÃa visitado lugares no vistos por la humanidad conocida. La posibilidad de encontrar otras culturas humanas, que fuesen alienÃgenas para todo lo que él conocÃa. La posibilidad de estudiar una maquinaria no humana, de tratar de extrapolar su funcionamiento mas allá de la tecnologÃa concebida por el hombre.
Pero aquello mismo implicaba más cosas. En el momento en que aceptó el trabajo supo que no llegarÃa a verlo concluido. Él iba a morir en aquella nave. Más concretamente, en el exterior de aquella nave.
¿ExistÃa el destino? ¿HabÃa una fuerza invisible que guiaba sus pasos? ¿Un ente todopoderoso que manejaba sus hilos y decidÃa por él?
Se negaba a creerlo. Sus decisiones eran el fruto de sus deseos, de sus elecciones. Pero la trampa ya estaba tendida. Su decisión ya estaba condicionada por la visión, y las sensaciones que ésta le provocaba.
Si no iba, actuaba movido por su deseo de demostrar que aquella visión no era cierta. Si iba, en cierta medida también era por ese motivo; para demostrar que no creÃa en ella, que él era el único dueño de sus actos. Que no creÃa en aquello que le habÃa sido mostrado.
En el fondo nunca tuvo opción.
Por mucho que tuviese dos elecciones posibles, sólo podÃa tomar un camino.
Aquella lucha interna no tenÃa sentido. Lo sabÃa. Él era un hombre consciente. Sólo le quedaba tomar la elección correcta.
Su elección.
Comments
One Response to “El MÃstico”
Leave a Reply
Categories
Archivos
- marzo 2011
- febrero 2011
- enero 2011
- diciembre 2010
- noviembre 2010
- octubre 2010
- septiembre 2010
- agosto 2010
- julio 2010
- junio 2010
- mayo 2010
- abril 2010
- marzo 2010
- febrero 2010
- enero 2010
- diciembre 2009
- noviembre 2009
- octubre 2009
- septiembre 2009
- agosto 2009
- julio 2009
- junio 2009
- mayo 2009
- abril 2009
- marzo 2009
- febrero 2009
- enero 2009
- diciembre 2008
- noviembre 2008
- octubre 2008
- septiembre 2008
- agosto 2008
- junio 2008
- mayo 2008
- abril 2008
- marzo 2008
- enero 2008
- diciembre 2007
- noviembre 2007
- octubre 2007
- septiembre 2007
- agosto 2007
- julio 2007
- junio 2007
- mayo 2007
- abril 2007
- julio 2006
- junio 2006
- mayo 2006
- abril 2006
- marzo 2006
- febrero 2006
- enero 2006
- diciembre 2005
- noviembre 2005
- octubre 2005
- septiembre 2005
- agosto 2005
- julio 2005
- junio 2005
- mayo 2005
- abril 2005
- marzo 2005
- febrero 2005
- enero 2005
- diciembre 2004
- noviembre 2004
- octubre 2004
- septiembre 2004
- julio 2004
- abril 2004
- marzo 2004
- mayo 2003
Blogs de conocidos
Comics
De todo un poco
Enlaces
Informatica
Videojuegos
Administrar
Como ya te dije, muy bien. Cada vez eres más fluÃdo y tiene mejor organización.