De haber alguna razón por que pudiese alegrarme de mi cambio de ubicación dentro del esquema de la tienda, del taller a ventas, esta habrÃa sido el poder conocer a Eduardo.
Eduardo era profesor de órgano y acordeón (posiblemente, junto a la Triki Tixa, los instrumentos que mas odio) en la academia de la tienda, y con el irÃa apareciendo cada vez mas por la tienda, primero como encargado de los libros (compaginandolo con las clases), para, mas adelante, convertirse en el amo y señor de la vente de libros, pianos, acordeones, triki tixas y órganos de ritmos.
AsÃ, a priori, no tenÃamos nada en común, pero caprichos del destino (y convivencia diaria), la cosa es que nos hicimos amigos.
Fuimos al cine varias veces (recuerdo Belle epoque y El ultimo mohicano), le dejaba comics, incluso hice para el y otros pocos de la tienda alguna que otra partida de rol. Algunos domingos por la mañana quedábamos él, su hermano, y yo para ir de pueblos a buscar frontones a los que jugar a frontenis. Bueno, eso, que eramos amigos.
No recuerdo verle nunca cabreado (contrariado si, pero no mas), nervioso o levantando la voz. PodÃa hablar con el de cualquier cosa y, cosa rara esta en mi, no solo le escuchaba, sino que hacÃa caso a los consejos que me daba (no es que no escuche al resto del mundo, pero si que soy reticente a, de buenas a primeras, cambiar mi modo de actuar porque alguien me lo aconseje).
No es que el fuera el primero (o al menos eso creo), en decirme que mi manera de actuar podÃa llevar a tener una idea equivocada sobre mi manera de ser. Pero si que fue el primero (y creo que único), al que hice caso.
No es que fuese un cambio mayúsculo, pero a partir de aquella conversación, dedique algo de tiempo a explicar a la gente lo que hacÃa, en lugar de simplemente pasar delante suya, saludar, hacer lo que tuviera que hacer, despedirme, y ir a donde tuviera que ir.
Con el me pasa como con Ecai, no es que haya ningún cosas memorables que se me hayan quedado grabadas, sino algo mucho mejor, una sensación general de buenos momentos.
Me alegré mucho por el cuando me dijo que se casaba con Rosa, y mas aún cuando esta se quedó embarazada.
Pero claro, como todo lo bueno, tenÃa que acabarse.
Se que era sábado, aunque no recuerdo la fecha, se que era la semana anterior a semana santa de aquel año. Eran mas de las once, y Eduardo no llegaba (no es que fuera especialmente puntual, pero no solÃa retrasarse tanto).
Al rato me vino mi padre, y me dijo que habÃan llamado por teléfono (creo que Rosa), que Eduardo se habÃa desplomado en la calle cuando venia a trabajar.
Poco después de comer, llamaron. HabÃa muerto.
Eduardo tenÃa el corazón trasplantado desde que le conocÃa. Iba a revisiones regularmente, y salvo algún que otro mal momento, aquello no habÃa sido impedimento para que llevara una vida normal. Incluso nos asustamos nosotros mucho mas que él cuando, tiempo antes, tuvo un accidente en medio de Pamplona, y su coche volcó.
Ya esta, punto y final. Se habÃa ido.
Yo estaba en la cama de mi habitación cuando me lo dijeron, y no sabÃa como reaccionar. Y asà me quedé hasta el dÃa siguiente fuimos al funeral. Aquel dÃa le mentà a su hermano cuando me dijo que ya quedarÃamos algún dÃa para jugar a frontenis, y no fui capaz de acercarme a Rosa, porque sabÃa que ella lo estarÃa pasando mucho peor, y nada de lo que le dijera podrÃa ayudarla.
La semana siguiente fue una mierda, y cada vez que cualquiera me preguntaba por él, me daban ganas de echarme a llorar (tantas ganas como las que tengo ahora mismo).
La semana siguiente fue semana santa, y yo no salà de casa ningún dÃa, y las únicas palabras que pronuncie, fueron por teléfono cuando me llamaban para saber si iba a jugar las partidas que se harÃan aquellos dÃas.
Las siguientes semanas fueron otra mierda, siempre habÃa alguien que no sabÃa lo que habÃa pasado, y que me preguntaba.
Al tiempo nació el pequeño Eduardo, y fui a visitar a Rosa al hospital, y me quede ahÃ, parado, mientras los demás hablaban, sin saber que decir.
Con el tiempo, el pequeño Eduardo comenzó a ir a la academia de la tienda, llevado por Rosa o la hermana de Eduardo, y sigo sin ser capaz de hacer o decir nada.
Aún a dÃa de hoy, cada vez que pienso en él, me duele. Pero no voy a dejar que el dolor me haga querer olvidarle.
En gran medida, si este diario es posible es gracias a él y a lo que me dijo. Asà que me parece adecuado el que esta “primer época†acabe con su columna.
Esto comenzó para darle un pequeño empujón a la pagina de Hugo, y al poco se convirtió en un medio para demostrarme que podÃa escribir algo a diario, asà como en una salida para las cosas que me rondan por la cabeza.
Me habÃa dado dos meses para ver si podÃa mantener el ritmo, antes de retomar todos los proyectos que tengo comenzados, y esos dos meses han pasado, y he mantenido la constancia. Asà que ha llegado el momento de retomar esas cosas.
Esto no quiere decir que deje este diario, sino que no tendrá la misma periodicidad. Pasara a ser semanal, sin faltar ningún lunes a su cita.
Estoy creando un mundo (llevo mucho tiempo con él), un mundo mÃo en el que no faltareis ninguno de vosotros. O al menos “mi†versión de vosotros.
Este mundo también nació con una intención distinta. Nació como un simple hobby. Pero también ha pasado a ser mas que eso. Porque hablo a trabes de él (y de las gentes que lo habitan), porque antes de que existiera esta columna, ya lo usaba para decir cosas en las que creo. Pero sobre todo ha cambiado porque me he dado cuanta de que le falta algo. Le faltáis muchos de vosotros. Porque “mi†mundo no tendrÃa sentido sin vosotros, y este es un homenaje que os debo.
No todos seréis grandes héroes de gesta, ni falta que os hace, vosotros seréis los que lo hagáis creÃble, los que le deis verosimilitud.
En él estaréis todos, tanto los que permanecéis conmigo, como los que se han ido.
En él espero haceros justicia, y daros la inmortalidad que merecéis.
A veces me acuerdo de Eduardo y pienso en la suerte que tuvimos de haberle conocido. Todos somos inmortales en los recuerdos de los que nos rodean, pero agradezco que estemos en tu libro, nuestro libro.