Javi dormÃa (cosa, por otro lado, normal, siendo como eran las seis de la mañana)
Pero, como era normal en él, Javi no dormÃa bien.
Sus ojos se abrieron y miro al despertador. Era algo instintivo. De cualquier manera, no era capaz de comprender los números, letras, o lo que sea que le estuviese mostrando aquella maquina infernal.
Miró a su alrededor, el paisaje se le hacÃa remotamente familiar, pero no sabÃa ubicarlo.
¿Era su casa?
¿Era el vestuario del trabajo?
¿Estaba conduciendo la carretilla elevadora?
Aquellas sencillas preguntas, que deberÃan de haber sido fáciles de responder, comenzaron a causarle una desagradable ansiedad que ya conocÃa.
Trató de centrarse. Cerró los ojos y volvió a abrirlos. Continuaba siendo incapaz de enfocar los caracteres del despertador. Sobre la mesilla habÃa unos cds. Aquello deberÃa indicarle que estaba en casa (en el trabajo no tenÃa mesilla) pero su mente no era capaz de procesarlo.
Se quitó de encima las sabanas y se levantó. Aquella acción tampoco sirvió para aclararle su ubicación, pero sà para calmar su ansiedad.
Comenzó a caminar por el pasillo (no recordaba haber salido de la habitación) Las paredes parecÃan sólidas, pero mirando al suelo, vio que éste no estaba, al subir de nuevo la vista, las paredes se habÃan hecho traslucidas. Caminaba sobre una especia de vació cósmico, sacado de los delirios lisérgicos de algún colorista desquiciado. Aquel descubrimiento no le sobresaltó y continuó caminando durante horas por el pasillo que, pese a haber desaparecido, continuaba ahÃ.
No sabÃa si estaba vestido o en ropa interior. No sabÃa si estaba calzado o caminaba descalzo. No sabÃa si habÃa luz. No sabÃa donde terminaba el pasillo, es más, no sabÃa si aquel pasillo tenÃa fin. Se limitó a avanzar sin rumbo.
En aquel momento, alguien atravesó el pasillo (que, recordemos, no existÃa) de un extremo al otro. Caminaba a un ritmo pausado, pero Javi no tuvo tiempo de reconocerle. Acto seguido, desapareció atravesando una de las paredes inexistentes.
En aquel momento, Javi ya no estaba en el pasillo cósmico, sino en una habitación, igualmente cósmica, tremendamente similar a su habitación de invitados. En el suelo lisérgico de la estancia se encontraba Diana, su hermana. Aquello no serÃa raro (bueno, más raro aún) de no ser porque su hermana vivÃa en Valencia. Sentada sobre el vacÃo estelar, Diana arrancaba los tablones que formaban el suelo real de su casa. Al darse cuenta de que su hermano estaba ahÃ, alzó la mirada, y le sonrió.
– Cojonudo – Javi no sabÃa si acababa de decir aquello, o sólo lo habÃa pensado – Estoy soñando.
No sabÃa a ciencia cierta si era consciente de que estaba soñando, o si soñaba que era consciente de estar soñando. Lo que sabÃa (o soñaba saber) era que, por la mañana, no habrÃa descansado nada, y los pies le molestarÃan después la caminata onÃrica que se habÃa pegado.
No trató de hablar con Diana, al fin y al cabo, no era ella. Se limitó a quedarse mirándola, de brazos cruzados a la espera de que la escena cambiase, o a despertarse.
Pero el despertar no llegaba, y la velocidad del tiempo parecÃa ralentizarse por momentos. Su hermana continuaba sin decir palabra, él no tenÃa intención de interactuar con aquella proyección nostálgica y la paciencia se le iba agotando a pasos agigantados (su contenedores de paciencia tenÃa una capacidad considerable, pero estaban notoriamente mermados por el cansancio… Y acababa de descubrir que su era zancada increÃble, le sirviese para lo que le sirviese)
Y mientras su mente divagaba sobre los pasos, su longitud y las distintas magnitudes que se podÃan medir con ellos, comenzó a escuchar unas pisadas acercándose.
No era capaz de situarlas espacialmente y tampoco recordaba que sus pisadas, o las de su hermana, hubiesen producido sonido alguno. Pero aquello era irrelevante.
Se daba la vuelta. Si se acercaba una sorpresa, obviamente tenÃa que venir por detras. Pero donde antes se encontraba su espalda, sólo habÃa montones y más montones de nada. Entonces una sombra le cubrió. ProvenÃa de la dirección hacia la que estaba mirando antes (y en la que ahora se encontraba su espalda) No recordaba que hubiese un foco de luz que pudiese proyectar alguna sombra, pero ya se estaba habituando a las cosas que sucedÃan en aquel lugar. Resignado, se dio de nuevo la vuelta.
Ante él (ahora sÃ) se encontraba la enorme figura de Unryl, uno de los múltiples personajes que habÃa creado en sus relatos. Como solÃa pasar con los personajes que creaba, no tenÃa una imagen especialmente definida. Lo que él percibÃa era un personaje grande, lacónico, poderoso y apesadumbrado.
– ¿Sabes lo que te espera? – preguntó Unryl.
– SÃ. Otro lunes muerto de sueño.
– No tienes la más mÃnima idea de lo que se avecina – sÃ. También le gustaban los personajes crÃpticos. En momentos como aquel, odiaba aquel detalle en particular.
Le despertó el sonido de su móvil. Su mano trato de agredir al despertador, pero por muchos botones que pulsase, lo único que conseguÃa era encender la radio el CD. Sus ojos legañosos se dirigieron hacia la maquina generadora de ruido. Tras unos momentos de dolorosa ceguera, lograron desencriptár el código que ocultaban los números que le cegaban con su fulgor fosforescente.
Las seis cero ocho.
¿HabÃa dormido hasta las seis de la tarde?
Su intelecto despertó un par de segundos después que sus ojos. Eran las seis de la mañana y no era el despertador lo que estaba sonando.
Torpemente se desembarazó de las sabanas que se anudaban en su cuerpo y se incorporó sobre la cama. Sus manos trataron de buscar entre el amasijo que formaba la ropa apilada sobre la mesa hasta que por fin dio con el móvil. La pantalla le mostraba un nombre: Sandra.
Una compañera de trabajo le llamaba un…
¿Que dÃa era?
Sábado. Bueno, ya domingo. Al menos dentro de un rato no tenÃa que ir a trabajar.
Una compañera de trabajo le llamaba un sábado a las tantas de la mañana. Aquello no podÃa presagiar nada bueno.
– Dime – dijo tratando de poner la voz menos soñolienta que pudo.
– ¿Te he despertado? – la voz de ella trataba de ocultar el pedal que llevaba encima.
– Sà – el silencio se hizo por unos momentos.
– ¿Estas ahÃ? – preguntó Javi.
-SÃ… sÃ… Lo siento tÃo. Es que no sabÃa a quien llamar – parecÃa apunto de echarse a llorar.
– ¿Que ha pasado?
– Ese gilipollas estaba con la guarra de… y me dice… Pero ¿de que va ese tÃo? Le he mandado a la mierda y he pensado… y con la que llevo encima prefiero no coger el coche, y como me dijiste que si alguna vez me hacia falta, pues eso, que te he llamado, pero no tengo ni zorra de donde vives. Ya se que es un marrón, pero no se que hacer ¡Ese tÃo es un cabrón! ¡Como me lo encentre otra vez y me diga… ¿pero de que va?! ¡Le arreo tal patada en los huevos que meará por la boca! ¿No va el tÃo y me dice…?
– Sandra, Sandra – Javi trató de frenar el farfullar de su amiga, no era la primera vez que la veÃa en aquel estado y sabÃa que iba a comenzar a repetir la misma letanÃa otra vez pero aún más enredada, y con más detalles escatológicos – Calle Miguel Servet cinco, tercero c. ¿Donde estas? ¿Voy a recogerte?
– No tÃo, que estoy cerca pero no me acordaba del numero. Estoy ahà enseguida – colgó el teléfono.
Javi se quedó sentado sobre la cama, pensativo. Obviamente aquello no significaba nada. Es más, él no querÃa que significase nada, aunque le habrÃa encantado que asà fuese. Aquella chica le caÃa muy bien, pero más allá del trabajo apenas habÃa tenido relación con ella.
Pero aquello parecÃa no importarle a su mente, que se fue de viaje y comenzó a mostrarle imágenes de mundos donde ambos estaban juntos. Pero la cosa cambiaba enseguida y él no era él, sino alguien que no se le parecÃa demasiado. Por su lado, ella si que se parecÃa a ella, sólo que no llevaba una cogorza del quince, ni hablaba como un camionero.
Durante unos minutos la parte lógica de Javi trató de luchar contra su imaginación pero, como de costumbre, perdió.
Se recostó sobre la cama y se permitió el lujo de aceptar, durante unos minutos, la felicidad falsa que le brindaba su imaginación. Ya tratarÃa de sofocarla cuando sonase el timbre de la puerta.