Macroverso III

Javi dormía (cosa, por otro lado, normal, siendo como eran las seis de la mañana)
Pero, como era normal en él, Javi no dormía bien.
Sus ojos se abrieron y miro al despertador. Era algo instintivo. De cualquier manera, no era capaz de comprender los números, letras, o lo que sea que le estuviese mostrando aquella maquina infernal.
Miró a su alrededor, el paisaje se le hacía remotamente familiar, pero no sabía ubicarlo.
¿Era su casa?
¿Era el vestuario del trabajo?
¿Estaba conduciendo la carretilla elevadora?
Aquellas sencillas preguntas, que deberían de haber sido fáciles de responder, comenzaron a causarle una desagradable ansiedad que ya conocía.
Trató de centrarse. Cerró los ojos y volvió a abrirlos. Continuaba siendo incapaz de enfocar los caracteres del despertador. Sobre la mesilla había unos cds. Aquello debería indicarle que estaba en casa (en el trabajo no tenía mesilla) pero su mente no era capaz de procesarlo.
Se quitó de encima las sabanas y se levantó. Aquella acción tampoco sirvió para aclararle su ubicación, pero sí para calmar su ansiedad.
Comenzó a caminar por el pasillo (no recordaba haber salido de la habitación) Las paredes parecían sólidas, pero mirando al suelo, vio que éste no estaba, al subir de nuevo la vista, las paredes se habían hecho traslucidas. Caminaba sobre una especia de vació cósmico, sacado de los delirios lisérgicos de algún colorista desquiciado. Aquel descubrimiento no le sobresaltó y continuó caminando durante horas por el pasillo que, pese a haber desaparecido, continuaba ahí.
No sabía si estaba vestido o en ropa interior. No sabía si estaba calzado o caminaba descalzo. No sabía si había luz. No sabía donde terminaba el pasillo, es más, no sabía si aquel pasillo tenía fin. Se limitó a avanzar sin rumbo.
En aquel momento, alguien atravesó el pasillo (que, recordemos, no existía) de un extremo al otro. Caminaba a un ritmo pausado, pero Javi no tuvo tiempo de reconocerle. Acto seguido, desapareció atravesando una de las paredes inexistentes.
En aquel momento, Javi ya no estaba en el pasillo cósmico, sino en una habitación, igualmente cósmica, tremendamente similar a su habitación de invitados. En el suelo lisérgico de la estancia se encontraba Diana, su hermana. Aquello no sería raro (bueno, más raro aún) de no ser porque su hermana vivía en Valencia. Sentada sobre el vacío estelar, Diana arrancaba los tablones que formaban el suelo real de su casa. Al darse cuenta de que su hermano estaba ahí, alzó la mirada, y le sonrió.
– Cojonudo – Javi no sabía si acababa de decir aquello, o sólo lo había pensado – Estoy soñando.
No sabía a ciencia cierta si era consciente de que estaba soñando, o si soñaba que era consciente de estar soñando. Lo que sabía (o soñaba saber) era que, por la mañana, no habría descansado nada, y los pies le molestarían después la caminata onírica que se había pegado.
No trató de hablar con Diana, al fin y al cabo, no era ella. Se limitó a quedarse mirándola, de brazos cruzados a la espera de que la escena cambiase, o a despertarse.

Pero el despertar no llegaba, y la velocidad del tiempo parecía ralentizarse por momentos. Su hermana continuaba sin decir palabra, él no tenía intención de interactuar con aquella proyección nostálgica y la paciencia se le iba agotando a pasos agigantados (su contenedores de paciencia tenía una capacidad considerable, pero estaban notoriamente mermados por el cansancio… Y acababa de descubrir que su era zancada increíble, le sirviese para lo que le sirviese)
Y mientras su mente divagaba sobre los pasos, su longitud y las distintas magnitudes que se podían medir con ellos, comenzó a escuchar unas pisadas acercándose.
No era capaz de situarlas espacialmente y tampoco recordaba que sus pisadas, o las de su hermana, hubiesen producido sonido alguno. Pero aquello era irrelevante.
Se daba la vuelta. Si se acercaba una sorpresa, obviamente tenía que venir por detras. Pero donde antes se encontraba su espalda, sólo había montones y más montones de nada. Entonces una sombra le cubrió. Provenía de la dirección hacia la que estaba mirando antes (y en la que ahora se encontraba su espalda) No recordaba que hubiese un foco de luz que pudiese proyectar alguna sombra, pero ya se estaba habituando a las cosas que sucedían en aquel lugar. Resignado, se dio de nuevo la vuelta.
Ante él (ahora sí) se encontraba la enorme figura de Unryl, uno de los múltiples personajes que había creado en sus relatos. Como solía pasar con los personajes que creaba, no tenía una imagen especialmente definida. Lo que él percibía era un personaje grande, lacónico, poderoso y apesadumbrado.

– ¿Sabes lo que te espera? – preguntó Unryl.
– Sí. Otro lunes muerto de sueño.
– No tienes la más mínima idea de lo que se avecina – sí. También le gustaban los personajes crípticos. En momentos como aquel, odiaba aquel detalle en particular.

Le despertó el sonido de su móvil. Su mano trato de agredir al despertador, pero por muchos botones que pulsase, lo único que conseguía era encender la radio el CD. Sus ojos legañosos se dirigieron hacia la maquina generadora de ruido. Tras unos momentos de dolorosa ceguera, lograron desencriptár el código que ocultaban los números que le cegaban con su fulgor fosforescente.
Las seis cero ocho.
¿Había dormido hasta las seis de la tarde?
Su intelecto despertó un par de segundos después que sus ojos. Eran las seis de la mañana y no era el despertador lo que estaba sonando.
Torpemente se desembarazó de las sabanas que se anudaban en su cuerpo y se incorporó sobre la cama. Sus manos trataron de buscar entre el amasijo que formaba la ropa apilada sobre la mesa hasta que por fin dio con el móvil. La pantalla le mostraba un nombre: Sandra.
Una compañera de trabajo le llamaba un…
¿Que día era?
Sábado. Bueno, ya domingo. Al menos dentro de un rato no tenía que ir a trabajar.
Una compañera de trabajo le llamaba un sábado a las tantas de la mañana. Aquello no podía presagiar nada bueno.
– Dime – dijo tratando de poner la voz menos soñolienta que pudo.
– ¿Te he despertado? – la voz de ella trataba de ocultar el pedal que llevaba encima.
– Sí – el silencio se hizo por unos momentos.
– ¿Estas ahí? – preguntó Javi.
-Sí… sí… Lo siento tío. Es que no sabía a quien llamar – parecía apunto de echarse a llorar.
– ¿Que ha pasado?
– Ese gilipollas estaba con la guarra de… y me dice… Pero ¿de que va ese tío? Le he mandado a la mierda y he pensado… y con la que llevo encima prefiero no coger el coche, y como me dijiste que si alguna vez me hacia falta, pues eso, que te he llamado, pero no tengo ni zorra de donde vives. Ya se que es un marrón, pero no se que hacer ¡Ese tío es un cabrón! ¡Como me lo encentre otra vez y me diga… ¿pero de que va?! ¡Le arreo tal patada en los huevos que meará por la boca! ¿No va el tío y me dice…?
– Sandra, Sandra – Javi trató de frenar el farfullar de su amiga, no era la primera vez que la veía en aquel estado y sabía que iba a comenzar a repetir la misma letanía otra vez pero aún más enredada, y con más detalles escatológicos – Calle Miguel Servet cinco, tercero c. ¿Donde estas? ¿Voy a recogerte?
– No tío, que estoy cerca pero no me acordaba del numero. Estoy ahí enseguida – colgó el teléfono.

Javi se quedó sentado sobre la cama, pensativo. Obviamente aquello no significaba nada. Es más, él no quería que significase nada, aunque le habría encantado que así fuese. Aquella chica le caía muy bien, pero más allá del trabajo apenas había tenido relación con ella.
Pero aquello parecía no importarle a su mente, que se fue de viaje y comenzó a mostrarle imágenes de mundos donde ambos estaban juntos. Pero la cosa cambiaba enseguida y él no era él, sino alguien que no se le parecía demasiado. Por su lado, ella si que se parecía a ella, sólo que no llevaba una cogorza del quince, ni hablaba como un camionero.
Durante unos minutos la parte lógica de Javi trató de luchar contra su imaginación pero, como de costumbre, perdió.
Se recostó sobre la cama y se permitió el lujo de aceptar, durante unos minutos, la felicidad falsa que le brindaba su imaginación. Ya trataría de sofocarla cuando sonase el timbre de la puerta.

noviembre 24, 2008 · Posted in Macroverso  
    

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