DÃa: Lamentablemente, el mismo.
Hora: Un poco (muy poco) más tarde
Lugar: Mundo “realâ€
– Hola – Sandra habÃa vuelto. Esta vez estaban en sentados frente a frente en un lugar público, y su atuendo era menos sugerente. Al menos en aquella ocasión se habÃa ahorrado el “guapoâ€
– Hola. Gracias por venir.
– No hace falta que me des las gracias. No estoy aquÃ.
– Vale, ya lo sé, pero no hace falta que te cebes – estaba soñando y, obviamente, aquella no era la Sandra real, sino un constructo de su mente ante el que poder explicarse. De todas formas, aquella recreación no parecÃa especialmente afortunada. Le faltaba ese “algo†que solÃan tener sus avatares mentales.
– Pues nada, cuando tú quieras.
Generalmente la cosa no solÃa suceder asÃ. Él solÃa acceder a la ensoñación con la conversación ya comenzada y la retomaba desde un punto especÃfico. Pero todo en aquel dÃa habÃa sido muy raro y ni siquiera aquello se lo iban a respetar. Iba a tener que comenzar la escena desde el principio. Con lo que odiaba ser él quien arrancase las conversaciones… ya fuesen reales u onÃricas.
– Estooo, vale…
– ¿Interrumpo? – Daimon, otro de sus personajes recurrentes, se coló en el sueño.
– SÃ, interrumpes. Lárgate.
– Vale, pero a ver si te das un poco de prisa en soluciona la situación en la que me tienes bloqueado. Que, por muy imbatibles y estoico que sea uno, también se cansa de masacrar tipos sin rostro hasta que se te ocurra una manera de continuar.
– Que sÃ. Pesado. Fuera, fuera – en aquel momento no le apetecÃa bucear en las desgracias de sus personajes, lo cual era raro. Aquella era una ocasión ideal para mandar su cabeza a otro universo pero, al parecer, el tren para aquellos lugares habÃa salido sin él. Nunca habÃa andado falto de inspiración para diseñar nuevas maneras de traumatizar a sus creaciones, pero parecÃa que la musa estaba de vacaciones o en otros asuntos.
– Cuando quieras comenzamos – Sandra parecÃa divertida – No es que tenga nada mejor que hacer, pero seguro que quieres que terminemos cuanto antes.
– Que sÃ, que sà – no acababa de entender porque trataba de ganar tiempo ante aquella escena. PodrÃa repetirla tantas veces como quisiera, pero estaba realmente nervioso. Aún dormido notaba como su cuerpo real comenzaba a sudar – No me atosigues.
– ¿Crees que vas a solucionar algo haciéndote esto?
– Contigo, bueno, con Sandra, no.
– Aham.
– Esto es más una preparación que otra cosa.
– Aham.
– Ya sabes, por si se presenta una situación similar.
– Aham.
– ¿Quieres dejar ese “Ahamâ€?
– ¿Prefieres un “Aja†o “Aha†a secas?
– No, prefiero que me ahorrases el sarcasmo.
– Pues nada, es muy sencillo; ahórratelo.
– ¿No crees que, de poder, lo harÃa?
– Pues deja de echarle la culpa a esa pobre chica.
– No le estoy echando la culpa de nada.
– ¿Entonces para que la has puesto aquà delante?
– Ahora mismo no te pareces mucho a ella. Es más, cada vez te pareces más a…
– ¿A ti?
– Aaaaaaaaaaaarg. Déjalo ya.
– Hola – Sandra habÃa vuelto. Blablablabla. Comenzaba el segundo asalto.
– Hola, gracias por venir.
– Pues bien. Tú dirás – mierda, seguÃa teniendo que comenzar la conversación él. ¿Porqué no empezaba ella con las preguntas, como solÃa ser la costumbre?
– ¿Interrumpo? – ahà estaba Kinrase, otro de los habituales.
– ¡VETE A TOMAR POR… POR… POR AHÃ! – ¿porqué ni siquiera en sueños podÃa lanzar un buen juramento?
– Vale, vale, ya me voy.
– Venga, te lo voy a poner fácil.
– Te lo agradecerÃa.
– ¿Porqué me dijiste (bueno, le dijiste) que no?
– Me alegro que me hagas esa pregunta.
– ¿Ahora vas a empezar a tomártelo a broma?
– Perdona, son los nervios.
– Venga, a ver si empieza a tener todo esto algún sentido.
– Pues verás. Ya te dije que me parecÃas muy guapa y muy simpática…
– Pues, si ya me lo dijiste, no te repitas.
– Con tanto “pues†me está quedando esto de lo más navarrico.
– El “ico†también ayuda.
– Lo sé.
– Pues continua… Ups, lo siento.
– Bien. La cosa es que, por lo poco que sé, somos muy distintos…
– ¿Y porqué no averiguas algo más antes de abrir la bocaza?
– Espera, la cosa no funciona asÃ. Empiezas con una pregunta para la que yo tengo respuesta y, después, continuas con otra para la que también estoy preparado. Asà hasta que me quedo contento.
– Ya, pero eso no va a servir para nada.
– Sirve para que yo me sienta mejor y me reafirme en mis decisiones.
– Ya. ¿Y si estás equivocado?
– Pues… Hala, otro más. Bueno, pues (y dale) si estoy equivocado…
– Si estás equivocada ya te lo descubrirá algún otro.
– Más o menos.
– Entonces no quieres arreglar nada, sino perpetuar tu auto-engaño.
– Vale. Parece que lo vas pillando. Pero no tendrÃas que decir estas cosas en alto, porque pones a prueba mi burbuja de auto complacencia.
– Que digas estas cosas en alto tampoco creo que ayude mucho.
– Me parece que no vamos a sacar nada en claro esta noche.
La luz del sol golpeándole directamente en los ojos abiertos le despertó. En aquel momento confluÃan tres nuevos factores de extrañeza: Estaba de pie, con los ojos abiertos, y sus brazos se encontraban en posición de levantar la persiana. Para estar dormido se encontraba de lo más activo.
Miro el reloj. Eran las dos de la tarde, y continuaba siendo domingo.
Definitivamente, aquel fin de semana estaba resultando, citando la maldición china, de los más interesante. Esperaba que terminase pronto.