DÃa: Aún el mismo.
Hora: Un poco más tarde.
Lugar: Mundo “realâ€
Llegó a casa. Cabreado y hambriento, pero llegó. Que le apeteciese cocinar algo ya era otro asunto. Abrió una lata de espárragos y una bolsa de patatas fritas, sacó la botella de agua del frigorÃfico y se fue al salón. Después repartirlo todo por la mesa, la estampa no le convenció lo más mÃnimo.
Lo guardó todo y salió a la calle de nuevo. Si algo bueno tenÃa San FermÃn era que podÃas comer a cualquier hora. Otra cosa es que no te atracasen con el precio ni te intoxicases con lo que te vendÃan, asà que decidió ir a tiro hecho, por lo que le básicamente le quedaban dos opciones: Hamburguesa o Pizza. Lo mismo que podÃa comer a cualquier hora también durante el resto del año.
Ya que habÃa salido optó por la hamburguesa. Le apetecÃa más Pizza, pero eso lo podÃa haber pedido también desde casa. Listo, Javi, muy listo.
– Espero haber estado más espabilado con el resto de las decisiones del dÃa – dijo para sà mismo.
Descartó los restaurantes de franquicia que servÃan a domicilio por la mima brillante regla de tres que habÃa utilizado para el primer descarte, pero aquello tampoco logró que se sintiese más listo. Más bien la cosa tiraba hacia el lado contrario. Tocaba comida de franquicia… que no servÃa a domicilio. El dÃa iba mejorando por momentos, en aquel momento no le importaba que el armagedón llegase ya mismo.
Mientras subÃa por el parque de la Biurdana, su mirada láser imaginarÃa cortaba todo lo que se encontraba en su rango de visión; farolas, pivotes, arboles… puentes, nada era capaz de resistirlo. Eso sÃ, cuando algún transeúnte se le cruzaba por delante, su mirada lo rodeaba creando una grieta hasta el extremo opuesto del mundo si bajaba la vista, o partiendo por la mitad planetas y soles si lo hacÃa hacia arriba. Pensándolo bien, aquel rayo imparable continuarÃa su ruta después de atravesar la tierra, asà que no importaba hacia donde mirase; mundos morÃan por su poder mirase hacia donde mirase…
– Bwahahahahaha – en su interior se sentÃa un señor del mal y adoptaba esa pose.
Aunque claro, ni siquiera mentalmente mataba a nadie. Mira que era fácil, y ni siquiera como señor del mal valÃa una mierda.
– TÃo, eres único dándote ánimos.
“Apagó†el rayo letal y continuó su camino hacia la comida. Al llegar al lugar marcado con la “X†apagó el mp3 hizo memoria sobre cuantas y qué canciones habÃa escuchado: Cuatro. No era su mejor marca, pero bueno, tampoco querÃa batir ningún record.
Para el dÃa que era, tampoco habÃa demasiada cola, asà que esperó, comió y se marchó. Para las cinco ya habÃa terminado. Chúpate esa, Julio César.
Para la vuelta a casa decidió tomar una ruta alternativa. Se pasó por los cines Golem, pero no habÃa nada decente para ver. Sabiendo de antemano lo que le esperaba, decidió pasarse por el centro para ver si habÃa algo decente en los Carlos tercero. Un rato, y cosa de cuatro mil “personas excesivamente alegres†después y llegó: Nada. Para que luego dijesen que Internet se estaba cargando a los cines. Bueno, al menos ahora tenÃa la excusa para pasar por delante de su sitio preferido de Pamplona. SÃ, hombre, esas escaleras justo antes del Portal Nuevo. Que sÃ, bajando por la avenida de Guipúzcoa. No saber el nombre de aquel lugar nunca habÃa impedido que le gustase aquel… ¿monumento? ¿montón de piedras?… ¿escaleras?.
Además, da igual, aunque conocieseis la edificación, jamás la habréis visto tal y como la veÃa él
Mientras se hacÃa aquellas preguntas (una vez más) llegó hasta ellas, y todo lo demás desapareció de su mente.
Se las imaginó nevadas. Las hojas de la flor de cerezo revoloteaban a su alrededor mezclándose con los copos de nieve, como las entradas de esos templos japoneses (de las pelÃculas) a los que tanto le recordaba.
En lo alto del tramo final, dos personas luchaban. Entrechocaban sus espadas y daban saltos imposibles. Samurai de blanco contra ninja de negro. Colores puros, primarios y perfectos aderezaban una coreografÃa que era como tenÃan que haber sido las de las últimas pelÃculas de Zhang Yimou. Nada de pretenciosa ni lirismo de todo a cien. Aquello eran hostias como panes, como tienen que ser dadas.
En aquel vistazo de apenas dos segundos, en su cabeza se creó una (otra) historia más de amores, épica y tragedia. Después, continuó con su camino por la acera nevada.
– ¿Nieve en julio? – se dijo extrañado – Pues sà que va rápido esto del cambio climático – tampoco es que le importase, al fin y al cabo la nieve le gustaba y aquello “despejarÃa†a algún que otro sanferminero de pro – TendrÃa que haber salido con botas.
Cruzó el Portal Nuevo y entonces la vio. Le sonaba de algo, y eso que sólo veÃa la espalda de aquella chica. No. Más que “sonarleâ€, o recordarle a alguien, sintió una atracción instantánea.
¿Flechazos a aquellas alturas de la vida? Se veÃa que aquel dÃa le estaba afectando más de lo que creÃa. Continuó hasta a su velocidad de crucero y trató de no desviar la mirada hacia ella cuando la adelantó. Fracasó estrepitosamente.
Verle el rostro cambió la sensación. Ya no era atracción, era… ¿Amor?
– ¿Amor a primera vista? – pensó – TÃo, estas fatal de lo tuyo.
Aceleró el paso, pero no conseguÃa dejar atrás aquellas facciones… indescriptibles.
– Cállate – se dijo – Déjame tranquilo un rato.
Llegó al cruce de Cuatrovientos y miró hacia ambos lados. Coches por todas partes. Mientras cruzaba el paso de peatones se imaginaba disparando rayos, esta vez repulsores, desde sus manos. Los morros de los coches que le rodeaban se incrustaban en el suelo, obviamente, deteniendo sus trayectorias. Por “suerte†a los conductores no les pasaba nada.
Finalmente llegó a casa y se metió a la cama. No eran ni las siete.
Activó su esfera infinita de aislamiento, pero ya sabÃa que aquella noche tampoco iba a poder dormir nada.