Macroverso XVI

Día: Aún el mismo.
Hora: Un poco más tarde.
Lugar: Mundo “real”

Llegó a casa. Cabreado y hambriento, pero llegó. Que le apeteciese cocinar algo ya era otro asunto. Abrió una lata de espárragos y una bolsa de patatas fritas, sacó la botella de agua del frigorífico y se fue al salón. Después repartirlo todo por la mesa, la estampa no le convenció lo más mínimo.
Lo guardó todo y salió a la calle de nuevo. Si algo bueno tenía San Fermín era que podías comer a cualquier hora. Otra cosa es que no te atracasen con el precio ni te intoxicases con lo que te vendían, así que decidió ir a tiro hecho, por lo que le básicamente le quedaban dos opciones: Hamburguesa o Pizza. Lo mismo que podía comer a cualquier hora también durante el resto del año.
Ya que había salido optó por la hamburguesa. Le apetecía más Pizza, pero eso lo podía haber pedido también desde casa. Listo, Javi, muy listo.
– Espero haber estado más espabilado con el resto de las decisiones del día – dijo para sí mismo.
Descartó los restaurantes de franquicia que servían a domicilio por la mima brillante regla de tres que había utilizado para el primer descarte, pero aquello tampoco logró que se sintiese más listo. Más bien la cosa tiraba hacia el lado contrario. Tocaba comida de franquicia… que no servía a domicilio. El día iba mejorando por momentos, en aquel momento no le importaba que el armagedón llegase ya mismo.
Mientras subía por el parque de la Biurdana, su mirada láser imaginaría cortaba todo lo que se encontraba en su rango de visión; farolas, pivotes, arboles… puentes, nada era capaz de resistirlo. Eso sí, cuando algún transeúnte se le cruzaba por delante, su mirada lo rodeaba creando una grieta hasta el extremo opuesto del mundo si bajaba la vista, o partiendo por la mitad planetas y soles si lo hacía hacia arriba. Pensándolo bien, aquel rayo imparable continuaría su ruta después de atravesar la tierra, así que no importaba hacia donde mirase; mundos morían por su poder mirase hacia donde mirase…
– Bwahahahahaha – en su interior se sentía un señor del mal y adoptaba esa pose.
Aunque claro, ni siquiera mentalmente mataba a nadie. Mira que era fácil, y ni siquiera como señor del mal valía una mierda.
– Tío, eres único dándote ánimos.
“Apagó” el rayo letal y continuó su camino hacia la comida. Al llegar al lugar marcado con la “X” apagó el mp3 hizo memoria sobre cuantas y qué canciones había escuchado: Cuatro. No era su mejor marca, pero bueno, tampoco quería batir ningún record.
Para el día que era, tampoco había demasiada cola, así que esperó, comió y se marchó. Para las cinco ya había terminado. Chúpate esa, Julio César.
Para la vuelta a casa decidió tomar una ruta alternativa. Se pasó por los cines Golem, pero no había nada decente para ver. Sabiendo de antemano lo que le esperaba, decidió pasarse por el centro para ver si había algo decente en los Carlos tercero. Un rato, y cosa de cuatro mil “personas excesivamente alegres” después y llegó: Nada. Para que luego dijesen que Internet se estaba cargando a los cines. Bueno, al menos ahora tenía la excusa para pasar por delante de su sitio preferido de Pamplona. Sí, hombre, esas escaleras justo antes del Portal Nuevo. Que sí, bajando por la avenida de Guipúzcoa. No saber el nombre de aquel lugar nunca había impedido que le gustase aquel… ¿monumento? ¿montón de piedras?… ¿escaleras?.
Además, da igual, aunque conocieseis la edificación, jamás la habréis visto tal y como la veía él
Mientras se hacía aquellas preguntas (una vez más) llegó hasta ellas, y todo lo demás desapareció de su mente.
Se las imaginó nevadas. Las hojas de la flor de cerezo revoloteaban a su alrededor mezclándose con los copos de nieve, como las entradas de esos templos japoneses (de las películas) a los que tanto le recordaba.
En lo alto del tramo final, dos personas luchaban. Entrechocaban sus espadas y daban saltos imposibles. Samurai de blanco contra ninja de negro. Colores puros, primarios y perfectos aderezaban una coreografía que era como tenían que haber sido las de las últimas películas de Zhang Yimou. Nada de pretenciosa ni lirismo de todo a cien. Aquello eran hostias como panes, como tienen que ser dadas.
En aquel vistazo de apenas dos segundos, en su cabeza se creó una (otra) historia más de amores, épica y tragedia. Después, continuó con su camino por la acera nevada.
– ¿Nieve en julio? – se dijo extrañado – Pues sí que va rápido esto del cambio climático – tampoco es que le importase, al fin y al cabo la nieve le gustaba y aquello “despejaría” a algún que otro sanferminero de pro – Tendría que haber salido con botas.

Cruzó el Portal Nuevo y entonces la vio. Le sonaba de algo, y eso que sólo veía la espalda de aquella chica. No. Más que “sonarle”, o recordarle a alguien, sintió una atracción instantánea.
¿Flechazos a aquellas alturas de la vida? Se veía que aquel día le estaba afectando más de lo que creía. Continuó hasta a su velocidad de crucero y trató de no desviar la mirada hacia ella cuando la adelantó. Fracasó estrepitosamente.
Verle el rostro cambió la sensación. Ya no era atracción, era… ¿Amor?
– ¿Amor a primera vista? – pensó – Tío, estas fatal de lo tuyo.
Aceleró el paso, pero no conseguía dejar atrás aquellas facciones… indescriptibles.
– Cállate – se dijo – Déjame tranquilo un rato.
Llegó al cruce de Cuatrovientos y miró hacia ambos lados. Coches por todas partes. Mientras cruzaba el paso de peatones se imaginaba disparando rayos, esta vez repulsores, desde sus manos. Los morros de los coches que le rodeaban se incrustaban en el suelo, obviamente, deteniendo sus trayectorias. Por “suerte” a los conductores no les pasaba nada.

Finalmente llegó a casa y se metió a la cama. No eran ni las siete.
Activó su esfera infinita de aislamiento, pero ya sabía que aquella noche tampoco iba a poder dormir nada.

julio 1, 2010 · Posted in Macroverso  
    

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