DÃa: El último.
Hora: En la que todo esta cerrado.
Lugar: Mundo “realâ€
Nada. No podÃa dejar de pensar en aquella mujer.
La pequeña distracción que habÃan supuesto las imágenes que habÃa visto en la tele apenas habÃan logrado mantener su atención durante un par de horas, antes de que su cabeza volviese de manera continua y exclusiva al monotema del dÃa.
Lo habÃa probado todo: Leer, navegar por internet, ver alguna pelÃcula, incluso… ¡LIMPIAR! Pero nada resultaba.
No lo entendÃa. Aquello no tenÃa ningún sentido. Su realidad se tambaleaba de maneras nunca antes experimentadas. SentÃa acercarse el gélido abrazo de la desesperación. El ponzoñoso hedor del desquiciamiento (vale, no tenÃa olfato pero sabÃa que estar desquiciado apestaba) El mundo, de repente, se habÃa vuelto un lugar triste y solitario.
– Espera, espera, espera – trató de tranquilizarse mentalmente – ¿Tú estás tonto?
– Venga, piensa. Racionaliza. Empieza con el clásico…
– Irrelevante.
– Vale, es un comienzo.
– ¿Te has planteado si te estás volviendo loco con esto por haber hecho el imbécil con Sandra?
– Eh, para. No vayas por ahÃ.
– ¿Por qué?
– Porque eso no me va a ayudar.
– Claaaaro. No tiene nada que ver con lo que te dijo tu madre.
– ¿No me has oÃdo? Que no sigas por ahÃ.
– Vas a acabar solo, y te cargaste la oportunidad de evitarlo.
– Y dale. ¡Que lo dejes ya!
– Sabes que esto no funciona asÃ.
– ¿De verdad crees que hice el idiota con Sandra?
– No importa lo que crea yo.
– Eso, quÃtate el muerto de encima. Para no gustarnos el fútbol, somos unos maestros en tirar balones fuera.
– Pues no me la devuelvas y responde.
– No. No hice el imbécil. Hice lo correcto.
– Entonces, piensa ¿Cual es la causa de todo esto?
– Esa mujer…
– A la que has visto durante dos segundos.
– SÃ, lo sé. Venga, vamos a ello otra vez.
– Irrelevante.
–
No habÃa réplica mental. Bien.
Se tumbó en el sofá y se quedó mirando el techo. Concentrándose en él se dedicó a buscar formas entre las irregularidades del gotelé. No era una actividad apasionante, pero lograba mantener su cabezas ocupada.
Pero no. Algo fallaba en todo aquello. HabÃa sido demasiado fácil. Los pensamientos estaban volviendo a primer plano cuando…
Sonó el timbre.
– Salvado por la campana.
No era el timbre de abajo, sino del de su puerta. Por norma general no solÃa abrir. Seguro que era algún vendedor, pero no importaba. Se levantó como impulsado por un resorte y se dirigió hacia la puerta.
Aunque claro. Si abrÃa la puerta asÃ, sin más, estarÃa actuando movido por la desesperación y aquello estaba mal (bueno, igual mal, lo que se dice mal, tampoco, pero serÃa ceder a un impulso… ¿indigno?¿impÃo? Se le estaba yendo la cabeza otra vez) Si abrir, o no, la puerta se estaba convirtiendo en un tema trascendental, definitivamente, estaba fatal de lo suyo.
Pero la pregunta estaba ahà y no era capaz de evitarla. Se detuvo y recapacitó. La acción ya se habÃa iniciado y no podÃa “deshacerlaâ€. Aún estaba a tiempo de retractarse, pero aquello no cambiaba el hecho que originaba la disquisición.
A todo esto ¿cuanto tiempo llevaba de pie en el recibidor con aquella disquisición estúpida? Igual quien hubiese llamado ya se habÃa ido.
Por debajo de la puerta no salÃa luz, asà que el pasillo debÃa estar a oscuras y echar un vistazo por la mirilla no le habrÃa servido para nada. Miró el reloj, eran las once y cuarto de la noche. O era un vendedor metiendo horas extras o un chorizo educado. De ser algún conocido le habrÃa llamado antes al móvil.
Como el echarse atrás no iba a cambiar el impulso inicial, optó por abrir la puerta (aunque no pudo evitar cruzar los dedos mentalmente. Igual quien fuese ya se habÃa largado)
– Hola – no habÃa tenido suerte, seguÃa ahà – soy la vecina del D – bueno, el tema de la buena o mala suerte estaba aún por decidirse – perdona que te moleste – era aquella mujer, la que habÃa estado venga a dar vueltas por su cabeza – ¿No tendrás un poco de azúcar? – vaya, habÃa comprado azúcar antes de venir a casa ¡Que suerte! Espera. ¿HabÃa dicho “Dâ€? HabrÃa jurado que aquel edificio solo tenÃa tres puertas por planta.
– SÃ, espera un poco – calma, calma, sólo te está pidiendo azúcar – ahora te traigo un vaso – y después, ¿qué? Piensa, piensa, rápido, un tema de conversación.
– Quieeeeto ¿Qué te pasa? Venga, para y razona un poco – las voces tomaron al asalto su cabeza. Además, y para variar, estaban todas de acuerdo. Lo peor era que, teniéndolo todo asà de claro, no era capaz de dejar de (No. Lo cierto era que no querÃa dejar de) alimentar las esperanzas absurdas que se agolpaban, solapaban y arremolinaban, anulando todo aquello que tanto le habÃa costado construir como su personalidad, sus valores y su verdad.
– Dale el azúcar. Punto. Nada de conversación intrascendente. Nada de intentar hacerte el gracioso. Eso eres tú. Eres gracioso con quien tienes confianza. Eres ocurrente cuando juegas sobre seguro. Eres simpático como respuesta. Cuando lo han sido contigo. Si das el primer paso puedes cagarla. Si te limitas a reaccionar tras analizar la situación es más difÃcil que te equivoques.
– Eso. Que de ella el primer paso.
– ¿Qué paso?¿De qué estás hablando? Una tÃa a la que no conoces de nada te está pidiendo azúcar. No hay conspiración. No hay mensaje oculto. Vive en la puerta de al lado. Azar. Punto.
– Dilo.
– Irrelevante.
– Bien.
– Pero…
– Ni pero no hostias. Vaso. Azúcar. De nada. Hasta otra.
– Pero…
– Que no. Que no hay peros.
– ¿Y si quiero dar yo el paso?
– ¿Qué paso? ¿Quién es ella? ¿Qué sabes de ella? Es guapa. SÃ. Mucho. Mesmerizantemente guapa. Te lo concedo. Vale, hay algo más. Es posible que se trate de ese “algo†que nos venden las pelÃculas. Quieres creer que es ese algo, pero sabes que no lo es. Eso no existe. Te sientes solo y quieres dejar de sentirte asÃ. Eso tiene un nombre: Desesperación. Nosotros no nos movemos por desesperación, lo hacemos guiados por la lógica. ¿Estamos?
– SÃ. Vale. De acuerdo.
– Sé que el “pero†está ahÃ. No lo verbalices, no lo des poder.
– Eso, autoengáñate.
– No se trata de auto-engaño, se trata de no dar el control a la desesperación. Actúa cuando no te sientas asÃ. Cuando seas capaz de mantenernos en silencio.
– Y todo esto por un vaso de azúcar.
– SÃ. Ya ves.
– ¿Y cuando podré plantearme todo esto?
– Cuando no tengas que hacerte la pregunta. Y sabes que eso no pasará hasta que la conozcas.
– ¿Y cuando llegará el momento? ¿Por qué no puedo empezar a conocerla hoy?
– Estamos volviendo al bucle.
– SÃ.
– Y ella está esperando.
– ¿Llevamos mucho con esto?
– Un buen rato.
– Bueno, vamos a acabar con esto.
– Perdona – la voz de la desconocida sonó tÃmidamente desde el marco de la puerta de la cocina – ¿Puedo pasar?
– Obviamente ya lo has hecho.
– Lo siento. Ya salgo.
– No, tranquila, no te estaba echando. Es sólo una manÃa que tengo de recalcar lo obvio.
– ¿PodrÃamos hablar un rato?
– Estoooo – hala, venga, vamos a darle a la batidora cerebral – Esto, claro. Pasa – ¿Puedo empezar a alimentar esperanzas ya?
– Tú mismo.